Tea-Bag (37 page)

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Authors: Henning Mankell

BOOK: Tea-Bag
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—Es curioso. Aseguraría que he visto un animal escondido en su espalda.

—¿Cómo era?

—Como una ardilla grande.

Jesper Humlin dio unas palmadas a su madre en la mejilla.

—Es tu imaginación. Sólo eso.

Jesper Humlin fue a pie a su casa, atravesando la ciudad. De vez en cuando se detenía y se volvía. Pero no había nadie en las sombras.

Dos días después fue a la iglesia del Valle de los Perros. Tea-Bag no había estado por allí. Cuando iba en taxi a su casa rectificó y pidió al taxista que lo llevara a la Estación Central. Allí se quedó esperando en el sitio donde había esperado antes a Tea-Bag. Buscó con la mirada en el gran hall de la estación. Pero no vio a ninguna Tea-Bag ni a ninguna Tanja. Volvió al día siguiente, y entonces eligió la misma hora en que había viajado la otra ocasión con Tea-Bag a Gotemburgo, cuando ella había desaparecido en Hallsberg. No llegó nadie.

Esa misma tarde iba a comer con Viktor Leander. Pero llamó para disculparse diciendo que estaba enfermo. Pudo percibir que Leander no se creía lo que le decía. Pero no le importó.

Al día siguiente volvió otra vez a la Estación Central. A la misma hora, buscando con la mirada como la vez anterior. De pronto descubrió a Tanja. Ella estaba mirándolo desde el kiosco de flores. Pensó que habían sido los ojos de ella los que habían atraído su mirada, que no había sido él quien la había descubierto. Tea-Bag estaba detrás de una esquina. Dio la vuelta y se puso al lado de Tanja. Jesper Humlin fue hacia ellas. Cuando estaba tan cerca que podía ver sus caras nítidamente pensó que incluso las personas negras pueden palidecer. El anorak de Tea-Bag, como siempre, estaba cerrado hasta la garganta.

—Estoy solo —dijo—. No me acompaña nadie. Fue un error que hablara con aquellos periodistas. Creía que era correcto. Pero me equivoqué.

Se sentaron en uno de los bancos.

—¿Qué pasa ahora?

Tanja sacudió la cabeza. Tea-Bag hundió la barbilla en el anorak.

—¿Dónde vivís? ¿En la iglesia?

Tanja se encogió de hombros. Miraba continuamente a su alrededor. Era ella, no Tea-Bag, la que hacía guardia. Jesper Humlin se preocupó de repente porque estaba perdiendo la presa. Tanja y Tea-Bag iban a desaparecer si él no las retenía. ¿Pero para qué iba a retenerlas?

—¿Cuándo vamos a tener la próxima reunión en Gotemburgo?

Tea-Bag se puso derecha inmediatamente.

—Se ha acabado —dijo—. Vine a este país a contar mi historia. Ya lo he hecho. Nadie escuchó.

—No es verdad.

—¿Quién escuchó?

La sonrisa de Tea-Bag había desaparecido. Lo miró como desde un punto lejano. Jesper Humlin pensó en lo que le había contado ella acerca del río que transportaba el agua fría y transparente de la montaña. Ella lo miraba desde la roca por la que rezumaba el agua del río.

—Yo escuché.

—No oíste mi voz. Sólo la tuya propia. No me veías a mí. Sólo viste una persona que nacía de tus propias palabras.

—No es cierto.

Tea-Bag se encogió de hombros.

—Si es cierto o no, ¿qué importancia tiene?

—¿Qué va a ocurrir?

—Vamos a levantarnos y marcharnos. Vas a vernos desaparecer. Luego ya no estaremos. Nada más. Estocolmo es una ciudad igual de buena que cualquier otra para las personas que no existen. Personas que se vislumbran y luego desaparecen. Yo no existo. Igual que Tanja. Somos sombras que nos mantenemos apartadas de la luz. De vez en cuando sacamos al sol un pie o una mano o una parte de nuestra cara. Pero volvemos a retirarnos rápidamente. Tratamos de ganarnos el derecho de estar aquí, en este país. No sabemos cómo hacerlo. Pero mientras nos mantengamos a un lado, mientras seamos sombras y vosotros sólo vislumbréis un pie o una mano, estaremos acercándonos. Tal vez un día podamos salir a la luz y ya no tengamos que escondernos detrás del escenario. Pero Leyla existe. Ha encontrado el modo de salir de ese mundo de sombras.

«Se me escapan de las manos», volvió a pensar él.

Trató de retenerlas con sus preguntas.

—Aquella niña de la foto, Tanja, ¿es tu hija?

Ella lo miró sorprendida.

—No tengo ninguna hija.

—Entonces eres tú. Pero no puede ser. La imagen está tomada hace sólo unos años.

—No es mi hija. Tampoco soy yo.

—¿Quién es la niña de la foto?

—Irina.

—¿Quién es?

—La hija de Natalia. Me la dio cuando llegamos a Estonia. Tenía cuatro fotos de su hija, a la que había dejado en casa de su abuela en Smolensk. Nos dio una foto a cada una. Una noche, cuando los últimos sinvergüenzas se habían ido de nuestras camas, nos dio las fotos, como iconos. Tenemos que sobrevivir por el bien de la niña y volver a Smolensk. Compartimos la responsabilidad de la hija de Natalia. Un día volveré y me responsabilizaré de Irina. A no ser que Natalia o alguna de las otras haya vuelto. Pero no lo creo.

Jesper Humlin se quedó meditando lo que le había dicho ella. Luego se dirigió a Tea-Bag.

—Estoy pensando en lo que dijiste la primera vez que nos vimos. Aquella tarde que el público se peleó. ¿Recuerdas lo que me preguntaste? Por qué no escribía sobre alguien como tú. Pues ahora voy a hacerlo.

Tea-Bag movió la cabeza negativamente.

—No puedes. Te olvidarás de nosotras en cuanto nos hayamos ido.

—Ahora me estás ofendiendo.

Tea-Bag lo miró a los ojos profundamente y le dijo:

—No ofendo a nadie. Vas a oír el final de mi historia.

¿Recuerdas cuando estaba en la playa, al sur de Gibraltar? Parecía que era una ciudad sagrada para los fugitivos, un palacio de arena mojada desde donde un puente invisible llevaba al paraíso. A muchos de los que llegaban les horrorizaba que hubiera agua por medio. Recuerdo la emoción y el miedo que teníamos mientras esperábamos el barco que iba a llevarnos al otro lado. Cada grano de arena era un soldado vigilando. Pero también recuerdo una particular frivolidad, personas que canturreaban en voz baja y se movían como en lentas y reprimidas danzas victoriosas. Era como si ya hubiéramos llegado. El puente estaba tendido, la última parte del viaje era sólo un salto en el vacío ingrávido.

No sé qué hizo que sólo yo sobreviviera cuando la embarcación se destrozó contra las rocas y las personas desesperadas que estaban abajo en la oscuridad de la bodega empujaban y arañaban para subir y salir de allí. Pero sé que ese puente que todos creímos ver cuando estábamos en la playa en el extremo norte de África, el continente del que huíamos y al que ya llorábamos, ese puente va a ser construido. Porque la montaña que formarán los cuerpos comprimidos en el fondo del mar será tan alta en algún momento —te lo puedo asegurar— que la cima va a surgir del agua como un país nuevo, y el puente de cráneos y costillas golpeará esa pasarela que ningún vigilante, ningún perro, ningún marinero borracho, ningún traficante de personas va a poder arrancar. Entonces cesará esta locura cruel, donde multitudes inquietas que huyen desesperadas para salvar sus vidas son obligadas a bajar a túneles subterráneos para convertirse en los cavernícolas de la actualidad.

Yo sobreviví, no fui engullida por el mar ni por la traición, la cobardía y la avaricia. Encontré a un hombre que se mecía como una palmera y dijo que había personas que querían oír mi historia y que me dejarían permanecer en este país. Pero no he hallado a esas personas, regalo mi sonrisa a todos los que encuentro, pero ¿qué recibo a cambio? Creía que él vendría a buscarme. Pero no vino nadie. Y tal vez me esconda. Pero creo que soy más fuerte que esa luz gris que quiere hacerme invisible. Existo a pesar de que no tengo derecho a hacerlo, soy visible aunque viva en la oscuridad.

Tea-Bag abrió los brazos. Sonrió. Pero la sonrisa se apagó. De repente parecía que las dos tenían prisa.

Jesper Humlin las vio desaparecer por las puertas de salida. Se puso de puntillas para verlas todo el tiempo posible. Luego desaparecieron, se perdieron en el territorio de la ilegalidad. Se sentó en el banco y miró a su alrededor. Se preguntó cuántas de las personas que veía no existían en realidad, vivían en un tiempo prestado, con identidades prestadas. Después de un momento se levantó. Y lanzó una última mirada al techo.

Cerca de las palomas se vislumbraba un mono de piel parda.

«Tal vez tenga un teléfono móvil», pensó Jesper Humlin. «Y sueñe con el río de aguas frías y transparentes que nace lejos de aquí, entre las montañas de Tea-Bag.»

Fin

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