Authors: Henning Mankell
Tanja se quedó en silencio.
«Tengo que preguntar por Irina», pensó Jesper Humlin. «Pero no voy a preguntarle ahora. Es una cuestión que debe esperar. Una pregunta que está fuera del tiempo y madura de forma extremadamente lenta.»
Tanja sacó uno de sus teléfonos y marcó un número. A Jesper Humlin le pareció oír de pronto las notas lejanas de una canción de cuna que sonaban en un sitio que no podía ver desde allí, donde una mujer rodeada de bolsas de plástico dormía con la cabeza apoyada en una lápida.
Cuya inscripción hacía tiempo que se había borrado.
Después de la larga conversación en el cementerio hicieron todas las compras y llevaron las bolsas a casa. Su madre estaba preparando la comida. Jesper Humlin se sentó en el cuarto de estar. En la cocina se oía un ir y venir y ruido de cacerolas. Sabía que tenía que pensar cuál iba a ser el siguiente paso. Las chicas no podían quedarse por tiempo indefinido en el apartamento de su madre. «Hay que bosquejar el capítulo siguiente», pensó. Como si lo que pasaba a su alrededor fuera una parte del relato y no algo que ocurría realmente. Sonó el teléfono. Contestó su madre. Jesper Humlin prestó atención a su tono de voz. Era natural, no gemía. Ella le pasó el teléfono.
—¿Cómo puede ser para mí si nadie sabe que estoy aquí?
—He avisado.
—Te he dicho que no dijeras que íbamos a venir.
—No he dicho que las chicas y el muchacho que tartamudea están aquí. Pero las reglas no incluían que no pudiera decir que tú estabas aquí.
—¿Quién es?
—Tu esposa.
—No tengo esposa. ¿Es Andrea?
—¿Quién si no?
Andrea estaba enfadada.
—¿Por qué no me llamas?
—Creía que había dejado claro que tengo problemas que resolver.
—Nada impide que me llames.
—Ahora no puedo. No me quedan fuerzas.
—Llámame cuando las hayas recobrado. Pero no te aseguro que entonces disponga de tiempo.
—¿Qué quieres decir?
—Exactamente lo que digo. Ha llamado Olof Lundin. Tenía algo importante que decir.
—¿Qué?
—Obviamente no me lo dijo. Puedes localizarlo en su oficina. Además ha llamado alguien que se llama Anders Burén. Ha dicho que se le había ocurrido una idea brillante.
—Siempre se le ocurren. La última vez quería convertirme en un hotel de vacaciones en la montaña. No quiero hablar con él.
—Yo tampoco quiero ser tu secretaria.
Andrea colgó el teléfono. «Soy yo el que hace que parezca pesada», pensó Jesper Humlin con resignación. «Cuando nos conocimos no era así. La culpa es mía, como de costumbre.»
Llamó a Olof Lundin.
—¿Por qué no llamas?
Olof Lundin estaba sin aliento. Jesper Humlin comprendió que lo había pillado en la máquina de remo.
—He estado ocupado en Gotemburgo.
—¿Con aquellas muchachas gordas? ¿Cuántas veces te he dicho que no tienes tiempo para ellas? En el próximo número de nuestro boletín pensamos publicar el primer capítulo de La promesa del noveno jinete.
—¿Qué libro es ése?
—El libro que estás escribiendo tú. Tuve que buscar un título. No está mal, ¿verdad?
Jesper Humlin se quedó completamente helado.
—Te he dicho que no pienso escribir ninguna novela policiaca. Puedes limpiarte el culo con ese título horrible.
—No me gusta tu forma de hablar. Además el título no se puede cambiar.
Jesper Humlin perdió el control. Empezó a gritar. En ese momento entró Tea-Bag en la habitación. Llevaba en las manos una bandeja con platos y cubiertos. Se quedó mirándolo con curiosidad por el hueco de la puerta. De algún modo, la presencia de ella le dio la fuerza y el coraje que le faltaban.
—No voy a escribir esa novela policiaca. ¿Cómo se te ha podido ocurrir semejante idiotez de título? ¿Cómo has podido escribir un resumen de un libro que no existe y que, además, nunca va a ser escrito? Dejo la editorial.
—No lo vas a hacer.
—Nunca en la vida me habían ofendido así.
—¿No piensas escribir el libro que habíamos acordado?
—No lo habíamos acordado. Tú lo habías acordado. Contigo mismo. No voy a escribir ningún libro sobre nueve jinetes.
—No te entiendo. Por primera vez tienes la oportunidad de vender una gran edición de algo que has escrito. ¿Tienes alguna elección?
Jesper Humlin miró a Tea-Bag, que estaba ocupada poniendo la mesa.
—Pienso escribir un libro sobre unas muchachas inmigrantes.
—¡Santo cielo!
Jesper Humlin estuvo a punto de decirle a Olof Lundin cómo estaban exactamente las cosas. Que se encontraba en el apartamento de su madre con tres chicas y un chico tartamudo. Que dos de ellas vivían de modo ilegal en Suecia y que la tercera acababa de experimentar ese milagro que se llama amor. Pero logró dominarse. Al fin y al cabo, Olof Lundin nunca lo entendería.
—No quiero hablar contigo.
—Claro que quieres. No entiendo por qué te exaltas continuamente. Llámame mañana.
La llamada terminó. Jesper Humlin volvió a colgar el teléfono con mucho cuidado, como si temiera que la conversación se reanudara.
La mesa del comedor tenía un aspecto magnífico. Jesper Humlin notó que por primera vez en muchos años tenía hambre estando en casa de su madre. También percibió el respeto que mostraban las chicas hacia ella. Durante la comida parecía que nada de lo que habían contado en sus narraciones tuviera validez alguna. Mientras estaban ahí sentadas, se encontraban en un espacio libre donde no podían llegar ni los recuerdos ni la realidad. Jesper Humlin pensó que debería haber invitado a Andrea. Ella debería haberse sentado a la mesa para que entendiera algo de lo que él no conseguía explicarle. Igual que Viktor Leander, su doctora, y Burén, el agente de Bolsa; todos los que pertenecían a su círculo más estrecho. Pero, sobre todo, echaba de menos a una persona.
Jesper Humlin se disculpó, se levantó de la mesa y llamó a Pelle Törnblom desde el teléfono del estudio de su madre. Marcó el número del club de boxeo. Contestó Amanda.
—A veces vengo a limpiar. Si no lo hiciera, esto estaría tan asqueroso que nadie soportaría estar aquí.
—Creo que no te he dicho nunca que tienes a tu lado a un tipo excelente.
—Tipos hay muchos. Pero es poco frecuente encontrar a hombres de verdad. Pelle es un hombre de verdad.
Mientras esperaba, Jesper Humlin trató de entender en qué consistía la diferencia. Pelle Törnblom se puso al teléfono. Jesper Humlin le contó su rápida salida de Gotemburgo. Pelle Törnblom se rió satisfecho.
—¿La casa del jefe de policía?
—Eso dijo Tanja. No suele mentir.
—Miente todo el tiempo. Pero no sobre esas cosas. ¿Qué vas a hacer ahora?
—No se trata de qué voy a hacer yo. He aprendido una cosa acerca de estas muchachas. Saben cuidar de sí mismas. No son víctimas indefensas. Salen victoriosas de todos los combates de boxeo en los que las obligan a meterse.
—Ya te dije que iba a ir bien, ¿no te acuerdas?
—No he hecho nada de lo que pensaba. Iba a enseñarles a escribir. El texto más largo que he conseguido que escribiera alguna de ellas consta sólo de unas pocas líneas.
—¿Quién te ha dicho que todo tiene que estar escrito en papel? Al fin y al cabo, lo más importante es que se atrevan a contarlo. Mantenme informado de lo que ocurra. Tengo que irme. Hay un par de muchachos peleando ahí fuera.
Pelle Törnblom colgó el auricular. Jesper Humlin se quedó sentado junto al escritorio, escuchando la alegre conversación que mantenían alrededor de la mesa del comedor. De repente supo que no podía unirse a ellos hasta que tomara una decisión. ¿Iba a ceder ante Olof Lundin y escribir esa novela policiaca que tal vez se vendiera bien y mejorara la economía que Anders Burén había hundido? ¿Qué alternativas tenía en realidad? ¿Qué quería hacer? De repente se sintió como si hubiera arrebatado algo a Tea-Bag, a Tanja y a Leyla. Del mismo modo que Tanja robaba teléfonos móviles, él se metía en los bolsillos las historias de ellas.
Se levantó y fue hacia la ventana. Se acordó del momento en que vio a Tea-Bag perderse en una esquina con un mono a la espalda. Tea-Bag, que había venido a Suecia después de haber conocido a un periodista en un campamento de refugiados español, un hombre al que le había interesado su historia. «Naturalmente es así como tiene que ocurrir», pensó. Ahora lo veía todo claro y nítido. Huir era un error. Tea-Bag, Tanja y Leyla no tenían que esconderse. Ése era el error. En vez de eso, tenían que atraer a los periodistas con la única arma que poseían: que estaban en Suecia de forma ilegal. Que llevaban como equipaje la historia de sus vidas, la que muy pocos suecos conocían.
No tuvo que meditarlo. La decisión estaba tomada. Sacó su agenda telefónica y empezó a llamar. Enseguida había hablado con periodistas de varios periódicos vespertinos. Y lo habían comprendido.
Se quedó sentado frente al escritorio hasta que llegó su madre para ver dónde estaba. Había tomado algo de vino y estaba eufórica.
—¿Qué haces aquí sentado?
—Necesitaba pensar.
—No hay nadie que te esté echando de menos en la mesa.
Jesper Humlin se puso hecho una furia.
—Todos me echan de menos. Excepto tú. Los demás sí lo hacen. Si has venido sólo para decir eso, ya puedes irte. Quiero estar en paz.
—Hay que ver los líos en que te metes.
—Por una vez me niego.
—¿Vas a seguir ahí sentado poniendo cara de enfado?
—No pongo cara de enfado. Estoy pensando. He tomado una decisión importante. Vete. Voy enseguida.
De pronto, su madre parecía estar preocupada. Le susurró algo al oído.
—¿No les habrás dicho a esas chicas nada de lo que hago para asegurarte una herencia en condiciones?
—No he dicho nada.
Llamaron al portero automático.
—¿Quién viene ahora?
Jesper Humlin se levantó.
—Sé quién es.
—No me gusta que invites a nadie sin consultármelo antes.
—No he invitado a nadie a tu casa, mamá. Sin embargo, Tea-Bag y Tanja van a recibir la visita de unas personas más necesarias para ellas que tú o yo.
Jesper Humlin fue a abrir. Los periodistas empezaron a llegar. Se disparó un flash en la cara de su madre.
—¿Son periodistas? ¿Por qué los metes aquí?
—Porque es lo mejor que podemos hacer.
—En mi casa hay inmunidad diplomática. Creía que estas muchachas se habían fugado.
—Has bebido demasiado vino, mamá. No entiendes lo que pasa.
—No voy a dejar entrar en mi casa a ningún periodista.
—Claro que vas a hacerlo.
A pesar de la oposición de ella, llevó a los periodistas a la habitación donde estaban comiendo. Antes de que le diera tiempo a decir nada, ni a explicar la presencia de los periodistas y lo que pensaba hacer, Leyla se levantó y empezó a dar alaridos.
—No puedo salir en los periódicos. Si mis padres ven esto, me matan.
—Te lo explicaré todo. Sólo tienes que escuchar.
Pero nadie escuchaba. Tea-Bag empezó a darle puñetazos.
—¿Por qué están aquí? ¿Por qué los has dejado entrar?
—Voy a explicártelo.
Tea-Bag seguía golpeándole con los puños.
—¿Por qué tienen que hacernos fotos? Los policías que quieren expulsarnos del país pueden ver las fotos. ¿Qué crees que va a ocurrirle a Leyla, que aún no ha hablado de Torsten en su casa? ¿Por qué lo haces?
—Porque es la única posibilidad. La gente tiene que saber lo que me habéis contado a mí.
Tea-Bag no escuchaba. Seguía pegándole. Desesperado, le devolvió una bofetada. Se disparó un flash. Tea-Bag tenía lágrimas en los ojos.
—Creo que esto es lo correcto —dijo como explicación.
Pero Tea-Bag sólo lloraba. Tanja lanzó una fuente de espaguetis contra uno de los periodistas. Luego salió al recibidor y se llevó consigo a Tea-Bag. Jesper Humlin las siguió y luego cerró la puerta.
—No podéis desaparecer. Hago esto por vuestro bien. ¿Adónde vais? ¿Dónde puedo localizaros?
—No lo puedes hacer —gritó Tea-Bag—. El curso ha terminado ya. Hemos aprendido todo lo que necesitamos saber.
Tanja pareció escupir algo en ruso. A Jesper Humlin le sonó como una maldición. Luego desaparecieron. Oyó sus pasos en las escaleras y la puerta de la calle se volvió a cerrar. Leyla y Torsten salieron al recibidor.
—¿Dónde están los periodistas?
—Están hablando con tu madre. Nos vamos.
—¿Adonde vais? Esta tarde no hay ningún tren a Gotemburgo.
Repentinamente, Leyla empezó a zarandearlo. No decía nada.
—Quiero ayudaros en lo que pueda.
Leyla lo miró. Las lágrimas empezaron a brotar.
—Con esto no querías hacer nada. Nada en absoluto.
Leyla y Torsten cogieron sus ropas de abrigo y desaparecieron. Jesper Humlin se sintió paralizado. «No es culpa mía», pensó. «Son los demás los que están equivocados. Por una vez he hecho lo que he considerado que era acertado.»
Se sentó en una silla. Uno de los periodistas fue al recibidor y sonrió.
—Jesper Humlin. «El poeta que abrió los ojos.»
—¿Qué quieres decir con eso?
—Que antes apenas habías mostrado interés por el entorno en tus poemas.
—No es cierto.
—Claro que lo es. Pero no tienes que preocuparte. No lo voy a escribir. La historia queda bien tal como está.
«Inmigrantes ilegales escapan en la realidad sueca. Un poeta y su anciana madre las apoyan.»
El periodista levantó un sombrero imaginario y desapareció. Inmediatamente después se marcharon también los demás. Jesper Humlin se levantó. En el comedor había trozos de porcelana y restos de espaguetis sobre la gran alfombra. Su madre estaba en el hueco de la puerta mirando. El abrió los brazos.
—Sé lo que piensas. No es necesario que digas nada. Pero mi intención era buena.
Ella no contestó. Él se agachó y empezó a recoger trozos de porcelana y espaguetis.
Eran las dos de la madrugada cuando todo estaba limpio y fregado. Se sentaron en el cuarto de estar y bebieron cada uno su vaso de vino en silencio. Jesper Humlin se levantó. Su madre lo siguió al recibidor. Cuando iba a abrir la puerta, ella lo cogió por el brazo.
—¿Podrán arreglárselas?
—No lo sé.
Abrió la puerta. Ella no le soltaba el brazo.
—¿Qué animal tenía la chica que se llamaba Tea-Bag?
—No tiene ningún animal.