Read Residence on Earth (New Directions Paperbook) Online
Authors: Pablo Neruda,Donald D. Walsh
Almodóvar, Gestalgar, Valdemoro,
Almoradiel, Orgaz.
Una mañana de un mes frío,
de un mes agonizante, manchado por el lodo y por el humo,
un mes sin rodillas, un triste mes de sitio y desventura,
cuando a través de los cristales mojados de mi casa
se oían los chacales africanos
aullar con los rifles y los dientes llenos de sangre, entonces,
cuando no teníamos más esperanza que un sueño de
pólvora,
cuando ya creíamos
que el mundo estaba lleno sólo de monstruos devoradores
y de furias
entonces, quebrando la escarcha del mes de frío de Madrid,
en la niebla
del alba
he visto con estos ojos que tengo, con este corazón
que mira,
he visto llegar a los claros, a los dominadores combatientes
de la delgada y dura y madura y ardiente brigada de piedra.
Era el acongojado tiempo en que las mujeres
llevaban una ausencia como un carbon terrible,
y la muerte española, más ácida y aguda que otras
muertes,
llenaba los campos hasta entonces honrados por el trigo.
Por las calles la sangre rota del hombre se juntaba
con el agua que sale del corazón destruido de las casas:
los huesos de los niños deshechos, el desgarrador
enlutado silencio de las madres, los ojos
cerrados para siempre de los indefensos,
eran como la tristeza y la pérdida, eran como un jardín
escupido,
eran la fe y la flor asesinadas para siempre.
Camaradas,
entonces
os he visto,
y mis ojos están hasta ahora llenos de orgullo
porque os vi a través de la mañana de niebla llegar
a la frente pura de Castilla
silenciosos y firmes
como campanas antes del alba,
llenos de solemnidad y de ojos azules venir de lejos
y lejos,
venir de vuestros rincones, de vuestras patrias perdidas,
de vuestros sueños
llenos de dulzura quemada y de fusiles
a defender la ciudad española en que la libertad acorralada
pudo caer y morir mordida por las bestias.
Hermanos, que desde ahora
vuestra pureza y vuestra fuerza, vuestra historia solemne
sea conocida del niño y del varón, de la mujer y del viejo,
llegue a todos los seres sin esperanza, baje a las minas
corroídas por el aire sulfúrico,
suba a las escaleras inhumanas del esclavo,
que todas las estrellas, que todas las espigas de Castilla
y del mundo
escriban vuestro nombre y vuestra áspera lucha
y vuestra victoria fuerte y terrestre como una encina roja.
Porque habéis hecho renacer con vuestro sacrificio
la fe perdida, el alma ausente, la confianza en la tierra,
y por vuestra abundancia, por vuestra nobleza, por
vuestros muertos,
como por un valle de duras rocas de sangre,
pasa un inmenso río con palomas de acero y de esperanza.
Entre la tierra y el platino ahogado
de olivares y muertos españoles,
Jarama, puñal puro, has resistido
la ola de los crueles.
Allí desde Madrid llegaron hombres
de corazón dorado por la pólvora
como un pan de ceniza y resistencia,
allí llegaron.
Jarama, estabas entre hierro y humo
como una rama de cristal caído,
como una larga línea de medallas
para los victoriosos.
Ni socavones de substancia ardiendo,
ni coléricos vuelos explosivos,
ni artillería de tiniebla turbia
dominaron tus aguas.
Aguas tuyas bebieron los sedientos
de sangre, agua bebieron boca arriba:
agua española y tierra de olivares
los llenaron de olvido.
Por un segundo de agua y tiempo el cauce
de la sangre de moros y traidores
palpitaba en tu luz como los peces
de un manantial amargo.
La áspera harina de tu pueblo estaba
toda erizada de metal y huesos,
formidable y trigal como la noble
tierra que defendían.
Jarama, para hablar de tus regiones
de esplendor y dominio, no es mi boca
suficiente, y es pálida mi mano:
allí quedan tus muertos.
Allí quedan tu cielo doloroso,
tu paz de piedra, tu estelar corriente,
y los eternos ojos de tu pueblo
vigilan tus orillas.
Un plato para el obispo, un plato triturado y amargo,
un plato con restos de hierro, con cenizas, con lágrimas,
un plato sumergido, con sollozos y paredes caídas,
un plato para el obispo, un plato de sangre de
Almería.
Un plato para el banquero, un plato con mejillas
de niños del Sur feliz, un plato
con detonaciones, con aguas locas y ruinas y espanto,
un plato con ejes partidos y cabezas pisadas,
un plato negro, un plato de sangre de Almería.
Cada mañana, cada mañana turbia de vuestra vida
lo tendréis humeante y ardiente en vuestra mesa:
lo apartaréis un poco con vuestras suaves manos
para no verlo, para no digerirlo tantas veces:
lo apartaréis un poco entre el pan y las uvas,
a este plato de sangre silenciosa
que estará allí cada mañana, cada
mañana.
Un plato para el Coronel y la esposa del Coronel,
en una fiesta de la guarnición, en cada fiesta,
sobre los juramentos y los escupos, con la luz de vino
de la madrugada
para que lo veáis temblando y frío sobre el mundo.
Sí, un plato para todos vosotros, ricos de aquí y de
allá,
embajadores, ministros, comensales atroces,
señoras de confortable té y asiento:
un plato destrozado, desbordado, sucio de sangre pobre,
para cada mañana, para cada semana, para siempre jamás,
un plato de sangre de Almería, ante vosotros, siempre.
Regiones sumergidas
en el interminable martirio, por el inacabable
silencio, pulsos
de abeja y roca exterminada,
tierras que en vez de trigo y trébol
traéis señal de sangre seca y crimen:
caudalosa Galicia, pura como la lluvia,
salada para siempre por las lágrimas:
Extremadura, en cuya orilla augusta
de cielo y aluminio, negro como agujero
de bala, traicionado y herido y destrozado,
Badajoz sin memoria, entre sus hijos muertos
yace mirando un cielo que recuerda:
Málaga arada por la muerte
y perseguida entre los precipicios
hasta que las enloquecidas madres
azotaban la piedra con sus recién nacidos.
Furor, vuelo de luto
y muerte y cólera,
hasta que ya las lágrimas y el duelo reunidos,
hasta que las palabras y el desmayo y la ira
no son sino un montón de huesos en un camino
y una piedra enterrada por el polvo.
Es tanto, tanta
tumba, tanto martirio, tanto
galope de bestias en la estrella!
Nada, ni la victoria
borrará el agujero terrible de la sangre:
nada, ni el mar, ni el paso
de arena y tiempo, ni el geranio ardiendo
sobre la sepultura.
Amarrado, humeante, acordelado
a su traidor avion, a sus traiciones,
se quema el traidor traicionado.
Como fósforo queman sus riñones
y su siniestra boca de soldado
traidor se derrite en maldiciones,
por las eternas llamas piloteado,
conducido y quemado por aviones,
de traición en traición quemado.
Es arrastrado el turbio mulo Mola
de precipicio en precipicio eterno
y como va el naufragio de ola en ola,
desbaratado por azufre y cuerno,
cocido en cal y hiel y disimulo,
de antemano esperado en el infierno,
va el infernal mulato, el Mola mulo
definitivamente turbio y tierno,
con llamas en la cola y en el culo.
Desventurado, ni el fuego ni el vinagre caliente
en un nido de brujas volcánicas, ni el hielo devorante,
ni la tortuga pútrida que ladrando y llorando con voz
de mujer muerta te escarbe la barriga
buscando una sortija nupcial y un juguete de niño degollado,
serán para ti nada sino una puerta oscura,
arrasada.
En efecto.
De infierno a infierno, qué hay? En el
aullido
de tus legiones, en la santa leche
de las madres de España, en la leche y los senos pisoteados
por los caminos, hay una aldea más, un silencio más, una
puerta rota.
Aquí estás. Triste párpado,
estiércol
de siniestras gallinas de sepulcro, pesado esputo, cifra
de traición que la sangre no borra. Quién, quién eres,
oh miserable hoja de sal, oh perro de la tierra,
oh mal nacida palidez de sombra?
Retrocede la llama sin ceniza,
la sed salina del infierno, los círculos
del dolor palidecen.
Maldito, que sólo lo humano
te persiga, que dentro del absoluto fuego de las cosas,
no te consumas, que no te pierdas
en la escala del tiempo, y que no te taladre el vidrio ardiendo
ni la feroz espuma.
Solo, solo, para las lágrimas
todas reunidas, para una eternidad de manos muertas
y ojos podridos, solo en una cueva
de tu infierno, comiendo silenciosa pus y sangre
por una eternidad maldita y sola.
No mereces dormir
aunque sea clavados de alfileres los ojos:
debes estar
despierto, General, despierto enternamente
entre la podredumbre de las recién paridas,
ametralladas en Otoño. Todas, todos los tristes niños
descuartizados,
tiesos, están colgados, esperando en tu infierno
ese día de fiesta fría: tu llegada.
Niños negros por la explosión,
trozos rojos de seso, corredores
de dulces intestinos, te esperan todos, todos, en la
misma actitud
de atravesar la calle, de patear la pelota,
de tragar una fruta, de sonreir o nacer.
Sonreir. Hay sonrisas
ya demolidas por la sangre
que esperan con dispersos dientes exterminados
y mascaras de confusa materia, rostros huecos
de pólvora perpetua, y los fantasmas
sin nombre, los oscuros
escondidos, los que nunca salieron
de su cama de escombros. Todos te esperan
para pasar la noche. Llenan los corredores
como algas corrompidas.
Son nuestros, fueron nuestra
carne, nuestra salud, nuestra
paz de herrerías, nuestro océano
de aire y pulmones. A través de ellos
las secas tierras florecían. Ahora, más allá de la
tierra,
hechos substancia
destruida, materia asesinada, harina muerta,
te esperan en tu infierno.
Como el agudo espanto o el dolor se consumen,
ni espanto ni dolor te aguardan. Solo y
maldito seas,
solo y despierto seas entre todos los muertos,
y que la sangre caiga en ti como la lluvia,
y que un agonizante río de ojos cortados
te resbale y recorra mirándote sin término.
Esto que fue creado y dominado,
esto que fue humedecido, usado, visto,
yace—pobre pañuelo—entre las olas
de tierra y negro azufre.
Como el botón o el pecho
se levantan al cielo, como la flor que sube
desde el hueso destruido, así las formas
del mundo aparecieron. Oh párpados,
oh columnas, oh escalas.
Oh profundas materias
agregadas y puras: cuánto hasta ser campanas!
cuánto hasta ser relojes! Aluminio
de azules proporciones, cemento
pegado al sueño de los seres!
El polvo se congrega,
la goma, el lodo, los objetos crecen
y las paredes se levantan
como parras de oscura piel humana.
Allí dentro en bianco, en cobre,
en fuego, en abandono, los papeles crecían,
el llanto abominable, las prescripciones
llevadas en la noche a la farmacia mientras
alguien con fiebre,
la seca sien mental, la puerta
que el hombre ha construido
para no abrir jamás.
Todo ha ido y caído
brutalmente marchito.
Utensilios heridos, telas
nocturnas, espuma sucia, orines justamente
vertidos, mejillas, vidrio, lana,
alcanfor, círculos de hilo y cuero, todo,
todo por una rueda vuelto al polvo,
al desorganizado sueño de los metales,
todo el perfume, todo lo fascinado,
todo reunido en nada, todo caído
para no nacer nunca.
Sed celeste, palomas
con cintura de harina: épocas
de polen y racimo, ved cómo
la madera se destroza
hasta llegar al luto: no hay raíces
para el hombre: todo descansa apenas
sobre un temblor de lluvia.
Ved cómo se ha podrido