Read Residence on Earth (New Directions Paperbook) Online
Authors: Pablo Neruda,Donald D. Walsh
… Hay en mi
corazón furias y penas …
Quevedo
(En 1934
Jue escrito este poema. Cuántas cosas han sobreveniáo desde entonces!
España, donde to escribí, es una cintura de ruinas. Ay! si con
sólo una gota de poesia O de amor pudiéramos aplacar la ira del mundo,
pero eso sólo lo pueden la lucha y el corazón resuelto.
El mundo ha cambiado y mi poesia ha
cambiado. Una gota de sangre caída en estas tineas quedará vivicndo
sobre ellas, indeleble como el amor.
Marzo de 1939)
En el fondo del pecho estamos juntos,
en el cañaveral del pecho recorremos
un verano de tigres,
al acecho de un metro de piel fría,
al acecho de un ramo de inaccesible cutis,
con la boca olfateando sudor y venas verdes
nos encontramos en la húmeda sombra que deja caer besos.
Tú mi enemiga de tanto sueño roto de la misma manera
que erizadas plantas de vidrio, lo mismo que campanas
deshechas de manera amenazante, tanto como disparos
de hiedra negra en medio del perfume,
enemiga de grandes caderas que mi pelo han tocado
con un ronco rocío, con una lengua de agua,
no obstante el mudo frío de los dientes y el odio de
los ojos,
y la batalla de agonizantes bestias que cuidan el olvido,
en algún sitio del verano estamos juntos
acechando con labios que la sed ha invadido.
Si hay alguien que traspasa
una pared con círculos de fósforo
y hiere el centro de unos dulces miembros
y muerde cada hoja de un bosque dando gritos,
tengo también tus ojos de sangrienta luciérnaga
capaces de impregnar y atravesar rodillas
y gargantas rodeadas de seda general.
Cuando en las reuniones
el azar, la ceniza, las bebidas,
el aire interrumpido,
pero ahí están tus ojos oliendo a cacería,
a rayo verde que agujerea pechos,
tus dientes que abren manzanas de las que cae sangre,
tus piernas que se adhieren al sol dando gemidos,
y tus tetas de nácar y tus pies de amapola,
como embudos llenos de dientes que buscan sombra,
como rosas hechas de látigo y perfume, y aun,
aun más, aun más,
aun detrás de los párpados, aun detrás del cielo,
aun detrás de los trajes y los viajes, en las calles donde
la gente orina,
adivinas los cuerpos,
en las agrias iglesias a medio destruir, en las cabinas
que el mar lleva en las manos,
acechas con tus labios sin embargo floridos,
rompes a cuchilladas la madera y la plata,
crecen tus grandes venas que asustan:
no hay cáscara, no hay distancia ni hierro,
tocan manos tus manos,
y caes haciendo crepitar las flores negras.
Adivinas los cuerpos!
Como un insecto herido de mandatos,
adivinas el centro de la sangre y vigilas
los músculos que postergan la aurora, asaltas sacudidas,
relámpagos, cabezas,
y tocas largamente las piernas que te guían.
Oh, conducida herida de flechas especiales!
Hueles lo húmedo en medio de la noche?
O un brusco vaso de rosales quemados?
Oyes caer la ropa, las Haves, las monedas
en las espesas casas donde llegas desnuda?
Mi odio es una sola mano que te indica
el callado camino, las sábanas en que alguien ha dormido
con sobresalto: llegas
y ruedas por el suelo manejada y mordida,
y el viejo olor del semen como una enredadera
de cenicienta harina se desliza a tu boca.
Ay leves locas copas y pestañas,
aire que inunda un entreabierto río
como una sola paloma de colérico cauce,
como atributo de agua sublevada,
ay substancias, sabores, párpados de ala viva
con un temblor, con una ciega flor temible,
ay graves, serios pechos como rostros,
ay grandes muslos llenos de miel verde,
y talones y sombra de pies, y transcurridas
respiraciones y superficies de pálida piedra,
y duras olas que suben la piel hacia la muerte
llenas de celestiales harinas empapadas.
Entonces, este río
va entre nosotros, y por una ribera
vas tú mordiendo bocas?
Entonces es que estoy verdaderamente, verdaderamente lejos
y un río de agua ardiendo pasa en lo oscuro?
Ay cuántas veces eres la que el odio no nombra,
y de qué modo hundido en las tinieblas,
y bajo qué lluvias de estiércol machacado
tu estatua en mi corazón devora el trébol.
El odio es un martillo que golpea tu traje
y tu frente escarlata,
y los días del corazón caen en tus orejas
como vagos búhos de sangre eliminada,
y los collares que gota a gota se formaron con lágrimas
rodean tu garganta quemándote la voz como con hielo.
Es para que nunca, nunca
hables, es para que nunca, nunca
salga una golondrina del nido de la lengua
y para que las ortigas destruyan tu garganta
y un viento de buque áspero te habite.
En dónde te desvistes?
En un ferrocarril, junto a un peruano rojo
o con un segador, entre terrones, a la violenta
luz del trigo?
O corres con ciertos abogados de mirada terrible
largamente desnuda, a la orilla del agua de la noche?
Miras: no ves la luna ni el jacinto
ni la oscuridad goteada de humedades,
ni el tren de cieno, ni el marfil partido:
ves cinturas delgadas como oxígeno,
pechos que aguardan acumulando peso
e idéntica al zafiro de lunar avaricia
palpitas desde el dulce ombligo hasta las rosas.
Por qué sí? Por qué no? Los días descubiertos
aportan roja arena sin cesar destrozada
a las hélices puras que inauguran el día,
y pasa un mes con corteza de tortuga,
pasa un estéril día,
pasa un buey, un difunto,
una mujer llamada Rosalia,
y no queda en la boca sino un sabor de pelo
y de dorada lengua que con sed se alimenta.
Nada sino esa pulpa de los seres,
nada sino esa copa de raíces.
Yo persigo como en un túnel roto, en otro extremo,
carne y besos que debo olvidar injustamente,
y en las aguas de espaldas, cuando ya los espejos
avivan el abismo, cuando la fatiga, los sórdidos relojes
golpean a la puerta de hoteles suburbanos, y cae
la flor de papel pintado, y el terciopelo cagado por
las ratas y la cama
cien veces ocupada por miserables parejas, cuando
todo me dice que un día ha terminado, tú y yo
hemos estado juntos derribando cuerpos,
construyendo una casa que no dura ni muere,
tú y yo hemos corrido juntos un mismo río
con encadenadas bocas llenas de sal y sangre,
tú y yo hemos hecho temblar otra vez las luces verdes
y hemos solicitado de nuevo las grandes cenizas.
Recuerdo sólo un día
que tal vez nunca me fue destinado,
era un día incesante,
sin orígenes, Jueves.
Yo era un hombre trasportado al acaso
con una mujer hallada vagamente,
nos desnudamos
como para morir o nadar o envejecer
y nos metimos uno dentro del otro,
ella rodeándome como un agujero,
yo quebrantándola como quien
golpea una campana,
pues ella era el sonido que me hería
y la cúpula dura decidida a temblar.
Era una sorda ciencia con cabello y cavernas
y machacando puntas de médula y dulzura
he rodado a las grandes coronas genitales
entre piedras y asuntos sometidos.
Éste es un cuento de puertos adonde
llega uno, al azar, y sube a las colinas,
suceden tantas cosas.
Enemiga, enemiga,
es posible que el amor haya caído al polvo
y no haya sino carne y huesos velozmente adorados
mientras el fuego se consume
y los caballos vestidos de rojo galopan al infierno?
Yo quiero para mí la avena y el relámpago
a fondo de epidermis,
y el devorante pétalo desarrollado en furia,
y el corazón labial del cerezo dejunio,
y el reposo de lentas barrigas que arden sin dirección,
pero me falta un suelo de cal con lágrimas
y una ventana donde esperar espumas.
Así es la vida,
corre tú entre las hojas, un otoño negro ha llegado,
corre vestida con una falda de hojas y un cinturón
de metal amarillo,
mientras la neblina de la estación roe las piedras.
Corre con tus zapatos, con tus medias,
con el gris repartido, con el hueco del pie, y con
esas manos que el tabaco salvaje adoraría,
golpea escaleras, derriba
el papel negro que protege las puertas,
y entra en medio del sol y la ira de un día de puñales
a echarte como paloma de luto y nieve sobre
un cuerpo.
Es una sola hora larga como una vena,
y entre el ácido y la paciencia del tiempo arrugado
transcurrimos,
apartando las sílabas del miedo y la temura,
interminablemente exterminados.
… in my heart there
are furies and sorrows…
Quevedo
*
(This
poem was written in 1934. How many things have come to pass since then! Spain, where
I wrote it, is a circle of ruins. Ah, if with only a drop of poetry or love we could
placate the anger of the world, but that can be done only by striving and by a
resolute heart.
The world has changed and my poetry has
changed. A drop of blood fallen on these lines will remain living upon them,
indelible as love.
March 1939)
In the depths of our hearts we are together,
in the canefield of the heart we cross through
a summer of tigers,
on the watch for a meter of cold flesh,
on the watch for a bouquet of inaccessible skin,
with our mouths sniffing sweat and green veins
we find ourselves in the moist shadow that lets kisses fall.
You, my enemy of so much sleep broken just
like bristly plants of glass, like bells
destroyed menacingly, as much as shots
of black ivy in the midst of perfume,
my enemy with big hips that have touched my hair
with a harsh dew, with a tongue of water,
despite the mute coldness of the teeth and the hatred of
the eyes,
and the battle of dying beasts that watch over oblivion,
in some summer place we are together
spying with lips invaded by thirst.
If there is someone that pierces
a wall with circles of phosphorus
and wounds the center of some sweet members
and bites each leaf of a forest giving shouts,
I too have your bloody firefly eyes
that can impregnate and cross through knees
and throats surrounded by general silk.
When in meetings
chance, ashes, drinks,
the interrupted air,
but there are your eyes smelling of the hunt,
of green rays that riddle chests,
your teeth that open apples from which blood drips:
your legs that stick moaning to the sun
and your pearly teats and your poppy feet,
like funnels filled with teeth seeking shade,
like roses made of whips and perfume, and even,
even more, even more,
even behind the eyelids, even behind the sky,
even behind the costumes and the travels, in the streets where
people urinate,
you sense the bodies,
in the sour half-destroyed churches, in the cabins
that the sea bears in her hands,
you spy with your lips nonetheless florid,
you knife through wood and silver,
your great frightening veins swell: there is no shell,
there is no distance or iron,
your hands touch hands,
and you fall making the black flowers crackle.
You sense the bodies!
Like an insect wounded with warrants,
you sense the center of the blood and you watch over
the muscles that disregard the dawn, you attack shocks,
lightningflashes, heads,
and you touch lingering the legs that guide you.
Oh guided wound of special arrows!
Do you smell the damp in the middle of the night?
Or a brusque vase of burnt rosebushes?
Do you hear the drop of clothes, keys, coins
in the filthy houses where you come naked?
My hatred is a single hand that shows you
the silent road, the sheets where somebody has slept
in fear: you come
and roll on the floor handled and bitten,
and the old odor of semen like a clinging vine
of ashy flour slithers to your mouth.
Ah slight and silly wineglasses and eyelashes,
air that floods a half-open river
like a single dove of irate river bed,
like an emblem of rebellious water,
ah substances, tastes, live-winged eyelids
with a trembling, with a blind fearful flower,
ah grave, serious breasts like faces,
ah huge thighs covered with green honey,
and heels and shadow of feet, and spent
breath and surfaces of pale stone,
and harsh waves that mount the skin toward death
covered with heavenly soaked flour.
Then, this river,
does it go between us, and along one shore
do you go biting mouths?
Then am I really, really far away
and does a river of burning water flow by in the dark?
Ah how often you are the one that hatred does not name,
and how sunken in the darkness
and under what showers of mashed manure
your statue devours the clover in my heart.
Hatred is a hammer that strikes your gown
and your scarlet brow,
and the days of the heart faH on your ears
like vague owls with eliminated blood,
and the necklaces that tears formed drop by drop
encircle your throat burning your voice as if with ice.
It is so that you will
never, never speak, it is so that never, never
will a swallow come out of the tongue’s nest
and so that its nettles will destroy your throat
and a bitter ship’s wind will dwell in you.
Where do you undress?
In a railroad station, next to a red Peruvian
or with a harvester, among the clods, by the violent
light of the wheat?
Or do you run around with certain fearful-looking lawyers,
you stretched out nude, at the edge of the water of night?
You look: you do not see the moon or the hyacinth
or the darkness dripping with dampness,
or the slimy train, or the split ivory:
you see waists as slender as oxygen,
breasts that wait getting heavier
and just like the sapphire of lunar avarice
you flutter from the sweet navel to the roses.
Why do you? Why not? The naked days
bring red sand ceaselessly shattered
to the pure propellers that inaugurate the day,
and a month goes by with tortoise shell,
a sterile day goes by,
an ox, a corpse goes by,
a woman named Rosalie,
and in the mouth remains only a taste of hair
and of golden tongue nourished on thirst.
Nothing but that human pulp,
nothing but that goblet of roots.
As if in a broken tunnel, at another end, I pursue
flesh and kisses that I must forget unjustly,
and in the waters, on our backs when the mirrors now
enliven the abyss, when fatigue, the sordid clocks
knock at the doors of suburban hotels, and the flower
of painted paper falls, and the velvet shit by
the rats and the bed
a hundred times occupied by wretched couples, when
everything tells me that a day has ended, you and I
have been together knocking bodies down,
building a house that neither endures nor dies,
you and I together have gone down a single river
with linked mouths filled with salt and blood,
you and I have made tremble once again the green lights
and we have asked once more for the great ashes.
I remember only a day
that perhaps was never intended for me,
it was an incessant day,
without origins, Thursday.
I was a man transported by chance
with a woman vaguely found,
we undressed
as if to die or swim or grow old
and we thrust ourselves one inside the other,
she surrounding me like a hole,
I cracking her like one who
strikes a bell,
for she was the sound that wounded me
and the hard dome determined to tremble.
It was a dull business of hair and caverns
and crushing tips of marrow and sweetness
I have reached the great genital wreaths
among stones and submitted subjects.
This is a tale of ports which
one reaches, by chance, and goes up to the hills,
so many things happen.
Enemy, enemy,
is it possible that love has fallen to the dust
and that there is only flesh and bones swiftly adored
while the fire is consumed
and the red-dressed horses gallop into hell?
I want for myself the oats and the lightning
flesh bottomed,
and the devouring petal unfolded in fury,
and the labial heart of the June cherry tree,
and the repose of slow paunches that burn without direction,
but I lack a floor of lime with tears
and a window at which to wait for foam.
That’s the way life is,
you, run among the leaves, a black
autumn has come,
run dressed with a skirt of leaves and a belt
of yellow metal,
while the mist of the station corrodes the stones.
Run with your shoes, with your stockings,
with the distributed gray, with the hollow of the foot, and with
those hands that wild tobacco would adore,
strike staircases, knock down
the black paper that protects doors,
and enter amid the sun and the anger of a day of daggers
to throw yourself like a dove of mourning and snow upon
a body.
It is a single hour long as a vein,
and between the acid and the patience of wrinkled
we pass,
separating the syllables of fear and tenderness,
interminably exterminated.