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Authors: Neal Stephenson

Tags: #Ciencia-Ficción

Reamde (102 page)

BOOK: Reamde
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Su rostro enrojeció, como si Jones la hubiera pillado en algo profundamente embarazoso.

Y sin embargo, al mismo tiempo, era extrañamente placentero recordar que una vez tuvo una vida que incluía placeres como un novio y un teléfono.

—Casi todo esto se explica solo, si te dedicas a pensar un poquito —observó Jones—. Por ejemplo, en esta foto de Peter poniéndose las raquetas, hay un pico nevado al fondo, con bosques en las laderas inferiores, pero con una cara pelada... supongo que pedregal bajo la nieve. Según la fecha indicada, se tomó hacia mediodía. De hecho, puedo ver los restos del almuerzo en el asiento del todoterreno. Las sombras deberían estar apuntando al norte. Y sin embargo, cuando miramos a la imagen satélite Google (que fue tomada durante el verano, obviamente) vemos un pico aquí, con una cara pedregosa vuelta hacia el alfiler indicador del mapa, que está más o menos al sur. Así que todo encaja. La página web del Schloss Hundschüttler apenas podía ser más descriptiva; ya he dado un paseo virtual por la propiedad y he tomado una pinta virtual en la taberna virtual. Las pintas virtuales son las únicas que, como devoto musulmán, se me permite tomar...

Jones había empezado a irse por las ramas, quizá porque Zula se mostraba un poco lenta en sacudirse del hastío causado por la celda y el
shock
de ver mostrados así rostros y lugares familiares. Él deslizó una página sobre la mesa, luego la acompañó de otras dos más. Cada una contenía una imagen de su teléfono.

—Pero hay algunos misterios que necesitan explicación. ¿Qué demonios es esto? —preguntó—. Sé dónde está —marcó una localización en el mapa, a unos pocos kilómetros al sur del Schloss, usando un puñado de alfileres—. ¿Pero qué demonios? No se menciona en la página del Schloss, y ni siquiera WikiTravel dice nada del tema.

—Era una mina abandonada —Zula vaciló, un poco sorprendida por el sonido tan poco familiar de su propia voz. Entonces se corrigió—: Es una mina abandonada.

Se había acostumbrado a pensar en su vida y en todo lo que había experimentado como algo del pasado.

—¿Y qué explotan? ¿Árboles?

Ella negó con la cabeza.

—Plomo o algo por el estilo. No lo sé.

—Hablo en serio. ¿Qué clase de mina necesita dos mil quinientos metros cúbicos de madera?

La abrumadora sensación que producían las fotos era de miles de tablones y vigas, plateados por el tiempo, esparcidos y aplastados por algún tipo de desastre a cámara lenta que se extendía por toda la ladera de una pequeña montaña. Como si el canal maderero más grande del mundo, una cascada de tablones burdamente cortados que corriera por la ladera, hubiera sido de pronto privado de agua y se hubiera congelado y encogido.

—Yo pensaba que las minas estaban bajo tierra —continuó Jones.

—¿No eres graduado por la Facultad de Minas de Colorado? —preguntó Zula.

Jones, por una vez, pareció achantarse.

—Deberían cambiarle el nombre. No es solo eso. Solo acudí para aprender a volar cosas. En realidad no sé nada de minas.

—Toda esta madera fue una especie de estructura construida en la superficie, obviamente. Para qué, no lo sé. Pero sube y baja por toda la pendiente. Tiene que ser algún tipo de técnica de separación de minerales que usa la gravedad. Tal vez corría agua por ella. En algunos sitios, solo hay grandes huecos —Zula señaló el destrozo que asomaba de fondo en una foto del tío Richard. Entonces empezó a buscar en los papeles hasta que encontró una foto de algo que parecía una casa muy antigua demolida por una onda de choque—. En otros sitios verás una plataforma con una chabola, o incluso algo de este tamaño. Pero la mayoría está aplastada, como puedes ver.

—Bueno, sea lo que sea, está a ocho kilómetros y pico del Schloss, y casi exactamente a la misma altura —dijo Jones.

—A causa de la vía del tren.

Él pareció interesado.

—¿Qué vía del tren?

Zula sacudió la cabeza.

—Ya no existe. Pero había una estrecha vía de tren que iba desde Elphinstone hasta el valle. Lo más cerca de la ciudad era el Schloss, que era la residencia del barón y la sede central de todo su imperio. Más allá estaban las minas de donde obtuvo su dinero...

—Y esta es una de ellas —dijo Jones, contemplando de nuevo las fotos—. ¿Pero por qué dices que a causa de la vía del tren?

—La elevación —respondió Zula—. Te habrás dado cuenta de que hay poca diferencia de altura. Eso es porque...

—Los trenes no son muy buenos subiendo y bajando cuestas —Jones completó la frase por ella, asintiendo.

—No. Tampoco lo son los ciclistas ni los esquiadores de campo a través. Así que...

—Ah, sí, ahora comprendo. El sendero que sube el valle, tan orgullosamente descrito en la web del Schloss.

Zula asintió.

—El sendero está justo a la derecha de la antigua vía férrea de las minas, pavimentado.

—Sí —Jones lo pensó un momento, prestando más atención a las convulsiones del terreno que aparecían en el mapa—. ¿Cómo se conecta con esa vía?

Zula se apoyó en los codos, se inclinó sobre la mesa, y trató de concentrarse en el mapa. Entonces sacudió la cabeza.

—Esto es demasiada información —dijo—. No es tan difícil.

Le dio la vuelta a una de las fotografías para revelar su dorso en blanco. Entonces cogió el grueso lápiz de carpintero que Jones había comprado en Walmart. Trazó una línea horizontal en la página.

—La frontera —dijo. Luego, una línea vertical cruzando la frontera en ángulos rectos—. Las Selkirk.

Otra línea en paralelo, más al este.

—Las Purcell. Entre ellas, el lago Kootenay.

Dibujó un largo óvalo norte-sur, al norte de la frontera.

—La autovía 1 intenta seguir la frontera en paralelo, pero tiene que zigzaguear debido a las obstrucciones.

Dibujó una línea zigzagueante a través de las Selkirk y las Purcell. En algunos lugares casi rozaba la frontera, en otros se desviaba considerablemente hacia el norte. En un lugar, al sur del gran lago, dibujó una gruesa X, tachando la carretera.

—Elphinstone —dijo—. Gente que practica el snowboard, bares de sushi.

A causa de la desviación hacia el norte de la carretera, una considerable porción de tierra quedaba atrapada entre esta y la frontera norteamericana. En el centro trazó una línea que se dirigía primero al suroeste de la ciudad pero luego la rodeaba hasta que acababa apuntando al sureste. Una gran C con su extremo norte anclado en Elphinstone y el extremo sur perdiéndose a medida que se acercaba a Estados Unidos. Entonces dibujó una serie de crucecitas en ese arco, indicando la vía férrea.

Finalmente, hacia el sur de la frontera, bajo la vía férrea en forma de gancho, hizo otra X y le dijo que era el Vado de Bourne, Idaho.

—Mi tío es el experto en la historia de esta vía férrea —dijo—. Él podría explicarlo mejor.

—Se lo preguntaré cuando lo vea —replicó Jones.

Esto la golpeó como un bate de béisbol en el puente de la nariz. Tardó unos instantes en reaccionar.

—Vado de Bourne está en un valle fluvial —dijo.

—La mayoría de los vados lo están —señaló Jones secamente.

—Cierto. De todas formas, está bien comunicado por tren y transporte fluvial. Así que durante un tiempo se pensó que la forma de sacar beneficio a la mina del barón era tender la línea férrea por encima de la frontera y conectar con otras vías férreas mineras que se habían emplazado en las montañas del lado norteamericano.

Trazó unas cuantas líneas que se extendían hacia Canadá desde el Vado de Bourne.

—Monte Abandono —dijo—. Está por ahí en alguna parte —hizo un vago gesto entre Vado de Bourne y la frontera.

—Bonito nombre.

—Tenían talento para estas cosas. Había competencia para ver si todo el mineral acababa yendo al sur, a Vado de Bourne y Sandpoint, cosa que habría subordinado toda esta región a Estados Unidos, o si iban a conectarlo en cambio con la red de transportes canadienses. El asunto derivó en una especie de competición para construir el ferrocarril. El barón fue lo bastante listo para jugar a dos barajas. Los americanos intentaban tender una línea desde el sur, y al menos él fingía tender su estrecha línea hasta la frontera para conectar con la otra —indicó el arco inferior de la C. Entonces subió el lápiz y trazó un garabato en el extremo norte—. Al mismo tiempo los canadienses trataban desesperadamente de construir el último grupo de túneles necesarios para conectar Elphinstone con el resto del país. Los canadienses ganaron. Así que el barón conectó su línea con el extremo norte, y Elphinstone se convirtió en una ciudad próspera. La extensión sur de la línea (que probablemente fue un subterfugio para que los canadienses cavaran más rápido aquellos túneles) fue abandonada.

—Pero sigue ahí —dijo Jones.

—Se hizo un reconocimiento hasta la frontera. Solo nivelaron unos pocos kilómetros. En ese punto es cuando hacen falta vigas y túneles y construir se vuelve realmente caro. Así que el sendero para bicis y esquís sube básicamente por la cara de un acantilado, a ocho kilómetros de la frontera, y ahí se para.

—Pero hay un pasaje.

—Evidentemente —dijo Zula—. Cuando mi tío iba cargando con la piel de oso...

—¿Piel de oso?

—Es otra historia. No sale en la Wikipedia. Te la contaré en otra ocasión. El tema es que necesitaba entrar en Estados Unidos pero no sabía cómo. Siguió la antigua línea de medición del ferrocarril que sale de Elphinstone, pisando los travesaños.

—Una buena escalada.

—Sí, por el motivo mencionado. Llegó al final. Y entonces encontró un modo de rodear, o atravesar, la pared de roca que bloqueaba su camino, y cubrió el último kilómetro hasta la frontera, y se dirigió al sur...

Esbozó una leve, ondulante y especulativa línea a través del círculo que había dibujado antes para representar el monte Abandono, y de ahí al Vado de Bourne.

—No fue exactamente el primero —alzó la cabeza y vio que Jones la observaba intensamente—. Siguió caminos que habían dejado cuarenta o cincuenta años antes los contrabandistas de whisky durante la Prohibición.

Arroyo Prohibición. Zula se preguntó si aparecería en Google Maps.

—Y más tarde por los contrabandistas de marihuana.

—Ese es el rumor, sí.

Jones se impacientó.

—Rumor o no, hizo un montón de viajes por esta ruta —se inclinó hacia delante y la siguió con el dedo—. Pasó junto a las ruinas de la mansión del barón muchas veces, y así fue como concibió la idea de comprar la propiedad y establecer un negocio legítimo.

—Por lo que sé, esa parte de la Wikipedia es correcta —reconoció ella.

—¿Quiere decir que estuvo usted en China? —le preguntó Richard a la mujer.

—Quiero decir que estuve allí cuando el edificio explotó.

Richard tan solo se la quedó mirando.

—El edificio donde estaba su sobrina.

—Sí —dijo él—. No me imagino que hayan estallado otros edificios en China.

—Lo siento.

Él la observó durante un rato.

—No va a decirme quién es, ¿no?

—No, me temo que no. Pero puede llamarme... oh, Laura, si le ayuda tener un nombre.

—¿Cuál es su interés en todo esto, Laura? ¿Qué tiene que ganar convenciéndome de que no vaya a Xiamen?

«Laura» adoptó una expresión extraña, como intentando elaborar qué podía decir y sin que se le ocurriera nada.

—¿Tiene que ver con los rusos? —preguntó él—. ¿Está usted conectada de algún modo con la investigación?

—No en el sentido que usted insinúa —respondió ella—. Pero hace unos días estuve con uno de ellos. El líder.

—¿Ivanov o Sokolov? —preguntó Richard. Y se sintió inmediatamente gratificado al ver la sorpresa extenderse por el rostro de Laura.

—Muy bien —dijo ella—. Tenía la impresión de que podrían suceder cosas inesperadas si hablaba con usted.

Richard sabía los nombres de los dos rusos porque Zula los había mencionado en su nota. Pero se dio cuenta de que esta Laura no sabía nada de esa nota.

—¿Entonces con cuál estuvo? —preguntó.

—Con Sokolov —dijo Laura. Y debió de ver algún atisbo de esperanza en el rostro de Richard, porque la cautela cayó sobre su propio rostro como un postigo—. Pero lamento decirle que esto no sirve para nada, en lo que respecta a encontrar Zula. No directamente, al menos.

—¿Cómo puede no servir? Por lo que sé, ese Ivanov la secuestró y Sokolov es su secuaz.

—Ivanov está muerto. Sokolov, en todo caso, estaba dispuesto a ayudar a Zula en cuanto Ivanov desapareció. Pero tal como se desarrollaron las cosas... no sucedió nada a derechas. Zula ya no está con los rusos.

—¿Con quién está?

Laura sabía claramente la respuesta pero le incomodaba decirla.

—¿Hay otro lugar donde podamos hablar? —preguntó.

—No hasta que me convenza de que no coja ese avión y vuele a China.

—Zula no está en China desde hace unos diez días.

—¿Dónde está entonces?

—En mi opinión —dijo Laura—, está bastante cerca.

DÍA 17

Incluso cuando asomó por fin tierra a la vista por la banda de babor, el
Szélanya
se deslizó en paralelo a la oscura costa durante la mayor parte del día antes de que los vientos por fin cambiaran y le permitieran acercarse a la orilla. La costa se ondulaba poco a poco, formada por golfos de varios kilómetros de ancho hendidos a su vez por hendiduras más pequeñas. Los golfos más grandes quedaban frecuentemente delimitados por cabos o islas pequeñas que conectaban con el continente con marea baja. Tras dejar atrás uno de ellos, la tripulación del
Szélanya
(poco acostumbrada a navegar en presencia de tierra o, en realidad, de cualquier objeto sólido) recortó velas y ajustó el timón para llegar al siguiente golfo. Este apareció, a unos diez kilómetros por delante de ellos, abrazando a una islita conectada al continente por marismas, y cuando enfilaron hacia allí, no les cupo duda de que desembarcarían en alguna parte, y pronto. Ahora no podían escapar del golfo aunque lo intentaran, pues el
Szélanya
no había sido diseñado como velero. Lo había hecho hacía casi dos semanas, pero solo en el sentido en que cualquier objeto flotante, carente de ningún otro medio de propulsión, era impulsado por los vientos. Convertirlo en algo que navegara a vela había implicado un montón de pruebas y errores, sobre todo esto último.

El barco estaba bien surtido de lonas de plástico, pero pronto aprendieron que no podían soportar la tensión causada por el viento. Las redes de pesca eran mucho más fuertes, pero no contenían el aire. Y por eso habían improvisado velas combinando ambas cosas: colocando redes de pesca sobre las lonas y luego cosiéndolas con trabillas de plástico, cables, aguja e hijo, cinta adhesiva. El compuesto resultante era lo bastante fuerte como para soportar el viento, pero los bordes y esquinas (donde la fuerza del viento tenía que transmitirse a los cabos sujetos al barco) se rasgaban cada vez que la brisa era apreciable. Así que tuvieron que aprender más cosas e improvisar sobre esos bordes. Los resultados distaron mucho de ser bonitos, pero nada se rompió durante mucho tiempo. Solo después de resolver ese problema e izar la primera vela sobre las vergas y el aparejo cuya finalidad era manipular redes de pesca, su ingeniero cogió una botella de cerveza de los depósitos del barco y, para consternación de sus camaradas oficiales, la estampó contra la proa y bautizó el navío como
Szélanya
, la «Madre del Viento».

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