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Authors: Dan Simmons

Olympos (40 page)

BOOK: Olympos
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—¿Qué crionido?

Había ocho ataúdes de cristal en la larga sala, todos vacíos, que brillaban sombríos con la luz tenue, y cajas de maquinaria zumbante conectadas a cada ataúd y luces virtuales que parpadeaban en verde, rojo y ámbar sobre las superficies de metal.

—No tengo ni idea —dijo Harman. Savi les había contado a Daeman y a él que había dormido durante siglos en uno o más de aquellos crionidos, pero la conversación había tenido lugar hacía más de diez meses, mientras volvían a entrar en la Cuenca Mediterránea en el reptador y por eso no recordaba bien los detalles. Tal vez no hubiese detalles que recordar.

—Intentémoslo con el más cercano —dijo Harman. Agarró al inconsciente Odiseo por debajo de los brazos vendados, esperó a que Petyr y Hannah hicieran lo mismo con las piernas y empezaron a llevarlo al ataúd más cercano a la escalera de caracol que Harman recordaba haber subido para llegar a otro corredor burbuja.

—Si lo metéis ahí, morirá —dijo una voz suave y andrógina desde la oscuridad.

Los tres se apresuraron a volver a dejar a Odiseo en las parihuelas. Petyr alzó su arco. Harman y Hannah asieron la empuñadura de sus espadas. La figura emergió de la oscuridad, más allá de las máquinas de control.

Harman supo al instante que se trataba de la Ariel de quien habían hablado Savi y Próspero, pero no sabía cómo lo sabía. La figura era baja, de apenas metro y medio de altura, y no del todo humana. Él o ella tenía una piel verdosa que no era realmente piel (Harman veía debajo de la capa exterior la parte interna, donde luces chispeantes parecían flotar en el fluido esmeralda) y un rostro perfectamente formado, tan andrógino que a Harman le recordó las imágenes de ángeles que había visto en algunos de los libros más antiguos de Ardis Hall. Él o ella tenía brazos largos y finos, manos normales a excepción de por la longitud y la gracia de los dedos, y parecía llevar suaves zapatillas verdes. Al principio Harman pensó que Ariel llevaba ropa, o no tanto ropa como una serie de pálidas enredaderas cuajadas de hojas que rodeaban su esbelta silueta cosidas a un mono apretado, pero luego advirtió que tales elementos nacían de la piel de la criatura. Seguía sin haber ninguna indicación de su género.

El rostro de Ariel era bastante humano (nariz larga y fina, labios carnosos curvados en una leve sonrisa, ojos negros, pelo que le llegaba hasta los hombros en mechones verdosos). Pero el efecto que producía mirar a través de la piel transparente los nódulos de luz flotante del interior de la criatura acababa con cualquier sensación de estar contemplando a un ser humano.

—Tú eres Ariel —dijo Harman, sin llegar a expresarlo como una pregunta. La figura inclinó la cabeza, reconociendo el hecho.

—Veo que la propia Savi ha hablado de mí —dijo él o ella con aquella voz enloquecedoramente suave.

—Sí. Pero pensaba que serías... intangible... como la proyección de Próspero.

—Un holograma —dijo Ariel—. No. Próspero adquiere consistencia como le place, pero rara vez le apetece hacerlo. A mí, por otro lado, aunque me han considerado un espíritu o un duende muchos durante largo tiempo, me encanta la corporeidad.

—¿Por qué dices que ese nido matará a Odiseo? —preguntó Hannah. Estaba agachada junto al hombre inconsciente, tratando de encontrarle el pulso. A Harman le pareció que Nadie estaba muerto.

Ariel avanzó un paso. Harman miró a Petyr, que contemplaba la piel transparente de la figura. El joven había bajado el arco pero seguía pareciendo trastornado y receloso.

—Esos son nidos como los que usaba Savi —dijo Ariel, señalando los ocho ataúdes de cristal—. Dentro, toda la actividad del cuerpo se suspende o se refrena, es cierto, como un insecto en ámbar o un cadáver en hielo, pero estos huecos no sanan heridas, no. Odiseo ha tenido durante siglos su propia arca temporal oculta aquí. Sus habilidades sobrepasan mi comprensión.

—¿Qué eres? —preguntó Hannah, incorporándose—. Harman nos dijo que Ariel era un avatar de la biosfera autoconsciente, pero no sé qué significa eso.

—Nadie lo sabe —dijo Ariel, haciendo un delicado movimiento, en parte reverencia en parte inclinación—. ¿Me seguiréis pues al arca de Odiseo?

Ariel los condujo a la escalera de caracol que subía trazando una espiral hasta el techo, pero en vez de subir por ella colocó la palma derecha contra el suelo y un segmento oculto se abrió como un abanico y dejó al descubierto más escaleras de caracol que bajaban. Las escaleras eran lo bastante anchas para que cupieran las parihuelas, pero seguía siendo difícil hacer bajar por ellas al pesado Odiseo. Petyr tuvo que colocarse delante con Hannah para impedir que el hombre inconsciente resbalara.

Luego siguieron por un pasillo burbuja verde hasta una habitación aún más pequeña, donde había aún menos luz que en la cámara de los ataúdes de cristal de arriba. Con un sobresalto, Harman advirtió que aquel lugar no estaba en una de las burbujas de buckycristal, sino que había sido abierto en el hormigón y el acero de la torre del Puente. Sólo contenía un nido, completamente diferente de las cajas de cristal: una máquina más grande, más pesada, más oscura; un ataúd de ónice con un cristal transparente allí donde estaría la cara del hombre o la mujer que hubiera dentro. Estaba conectado a través de innumerables cables, mangueras, conductos y tuberías a una máquina de ónice aún más grande que no tenía diales ni indicadores de ningún tipo. Había un fuerte olor en el ambiente que recordó a Harman el del aire antes de una tormenta.

Ariel tocó una placa de presión situada en un lado del arca temporal y la tapa alargada se abrió con un siseo. Los cojines interiores estaban ajados y gastados, todavía se veía en ellos el contorno de un hombre del tamaño de Nadie.

Harman miró a Hannah. Vacilaron un segundo y colocaron el cuerpo de Odiseo-Nadie dentro del arca.

Ariel hizo un movimiento como para cerrar la tapa, pero Hannah rápidamente se acercó, se asomó y besó a Odiseo suavemente en los labios. Luego dio un paso atrás y permitió que Ariel cerrara la tapa, que se selló con un siseo ominoso.

Una esfera ámbar inmediatamente cobró vida entre el arca y la oscura máquina.

—¿Qué significa eso? —preguntó Hannah—. ¿Vivirá?

Ariel se encogió de hombros: un movimiento gracioso y fluido.

—Ariel es el último de todos los seres vivos en conocer el corazón de una mera máquina. Pero esta máquina decide el destino de su ocupante en tres revoluciones de nuestro mundo. Vamos, tenemos que partir. El aire pronto se hará demasiado denso y hediondo para respirar. Salgamos de nuevo a la luz y hablaremos como criaturas civilizadas.

—No voy a dejar a Odiseo —dijo Hannah—. Si vamos a saber si vivirá o morirá dentro de setenta y dos horas, entonces me quedaré hasta saberlo.

—No puedes quedarte —dijo Petyr, indignado—. Tenemos que buscar las armas y volver a

Ardis lo más rápidamente posible.

La temperatura de la sofocante alcoba subía rápidamente. Harman notó que el sudor le corría por las costillas, bajo la túnica. El olor a tormenta era ahora muy fuerte. Hannah se apartó un paso de ellos y se cruzó de brazos. Estaba claro que pretendía quedarse cerca del nido.

—Morirás aquí, enfriando este aire fétido con tus suspiros —dijo Ariel—. Pero si deseas observar la muerte o la vida de tu amado, acércate.

Hannah se acercó. Se alzaba sobre la forma levemente brillante que era Ariel.

—Dame la mano, niña —dijo Ariel.

Hannah extendió la palma con cautela. Ariel tomó la mano, la colocó contra su pecho verde y la introdujo en él. Hannah jadeó y trató de retirarla, pero la fuerza de Ariel era demasiado para ella.

Antes de que Harman o Petyr pudieran moverse, la mano y el antebrazo de Hannah quedaron libres de nuevo. La joven se quedó mirando horrorizada la masa verdidorada que tenía en la palma. Mientras los tres humanos observaban, el órgano se desvaneció, como si se hundiera en la palma de Hannah, hasta que desapareció.

Hannah volvió a jadear.

—Es sólo un indicador —dijo Ariel—. Cuando el estado de tu amado cambie, lo sabrás.

—¿Cómo lo sabré? —preguntó Hannah. Harman vio que la muchacha estaba pálida y sudorosa.

—Lo sabrás —repitió Ariel.

Siguieron a la pálida figura hasta el verde pasillo de buckycristal y volvieron a subir las escaleras.

Ninguno habló mientras seguían a Ariel por pasillos y escaleras mecánicas detenidas y luego a lo largo de una hélice de glóbulos conectados a la parte inferior del gran cable de suspensión. Se detuvieron en una sala de cristal adjunta al travesaño de hormigón y acero de la torre sur. Más allá del cristal, los voynix de aquel segmento horizontal del Puente se arrojaban en silencio contra la pared verde, arañando y manoteando pero sin encontrar entrada ni asidero. Ariel no les hizo caso mientras los guiaba hasta la habitación más grande de aquella cadena de glóbulos. Había mesas y sillas, y máquinas colocadas en repisas.

—Recuerdo este lugar —dijo Harman—. Cenamos aquí una noche. Odiseo cocinó su Ave

Terrorífica aquí mismo, en el Puente... durante una tormenta. ¿Te acuerdas, Hannah?

Hannah asintió, pero su mirada era distraída. Se mordía el labio inferior.

—He supuesto que a lo mejor querríais comer —dijo Ariel.

—No tenemos tiempo... —empezó a decir Harman, pero Petyr lo interrumpió.

—Tenemos hambre —dijo—. Nos tomaremos nuestro tiempo para comer.

Ariel los condujo a la mesa redonda. Él o ella usó un microondas para calentar tres raciones de sopa que sirvió en cuencos de madera. Luego les trajo cucharas y servilletas. Él o ella sirvió agua fría en cuatro vasos, dejó los vasos en su sitio y se unió a ellos a la mesa. Harman probó la sopa con cautela. La encontró deliciosa, llena de verduras frescas, y la comió con placer. Petyr la probó y comió despacio, receloso, sin apartar la mirada de Ariel mientras el avatar de la biosfera se quedaba de pie junto a la encimera. Hannah no tocó su sopa. Parecía haberse replegado en sí misma, fuera de alcance, igual que había hecho el glóbulo verdedorado de Ariel.

«Esto es una locura —pensó Harman—. Esta... criatura verdosa ha hecho que uno de nosotros meta la mano en su pecho y extraiga un órgano dorado, y los tres hemos venido aquí a tomar sopa caliente mientras los voynix arañan el cristal a tres metros de distancia y el avatar autoconsciente de la biosfera planetaria nos hace de criado. Me he vuelto loco.»

Harman reconoció que podía haberse vuelto loco pero que la sopa estaba buena. Pensó en

Ada y continuó comiendo.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó Petyr. Había apartado el cuenco de madera y miraba fijamente a Ariel. Tenía el arco en la silla, a su lado.

—¿Qué quieres tú que yo te diga? —preguntó Ariel.

—¿Qué demonios está pasando? —preguntó Petyr, a quien nunca le habían hecho gracia las charlas intrascendentes ni las sutilezas—. ¿Quién demonios eres en realidad? ¿Por qué están aquí los voynix y por qué están atacando Ardis? ¿Qué es esa maldita cosa que vio Daeman en Cráter París? ¿Constituye una amenaza...? Y, si es así, ¿cómo podemos matarla?

Ariel sonrió.

—Siempre es una de las primeras preguntas de los de tu clase: ¿qué es y cómo puedo matarlo?

Petyr esperó. Harman soltó la cuchara.

—Es una buena pregunta —dijo Ariel—, pues si fuerais los primeros hombres en saltar, en vez de los últimos, gritaríais: «¡El infierno está vacío y todos los demonios están aquí!» Pero es una historia larga, tan larga como la del moribundo Odiseo, creo, y es difícil contarla con la sopa fría.

—Entonces empieza contándonos quién eres —dijo Harman—. ¿Eres la criatura de Próspero?

—Sí, lo fui. Ni esclava ni sierva, pero obligada a él.

—¿Por qué? —preguntó Petyr. Había empezado a llover con intensidad, pero las gotas de agua no encontraban más asidero en el curvo buckycristal que los saltarines voynix. Con todo, el golpeteo del aguacero sobre el Puente y las vigas creaba un rugido de fondo.

—El magus de la logosfera me salvó de esa maldita bruja Sycórax —dijo Ariel—, a quien entonces servía. Fue ella quien dominó los profundos códigos de la biosfera, ella quien invocó a Setebos, su señor. Pero cuando demostré demasiada delicadeza para cumplir sus terrenas y aborrecibles exigencias, ella, con furia inmitigable, me clavó a un pino, donde permanecí una docena de veces una docena de años antes de ser liberada por Próspero.

—Próspero te salvó —dijo Harman.

—Próspero me salvó para que le obedeciera —dijo Ariel. Los labios finos y pálidos se curvaron levemente hacia arriba—. Y entonces exigió mi servicio durante otra docena de veces una docena de años.

—¿Y le serviste? —preguntó Petyr.

—Lo hice.

—¿Le sirves ahora? —preguntó Harman.

—No sirvo ahora a ningún hombre ni magus.

—Calibán sirvió a Próspero una vez —dijo Harman, tratando de recordar todo lo que había dicho Savi, todo lo que el holograma llamado Próspero le había contado en la isla orbital—.

¿Conoces a Calibán?

—Lo conozco —respondió Ariel—. Un villano a quien no me gusta mirar.

—¿Sabes si Calibán ha vuelto a la Tierra? —insistió Harman. Deseó que Daeman hubiese estado allí.

—Sabes que es verdad —dijo Ariel—. Pretende convertir toda la Tierra en su sucia charca, convertir el cielo congelado en su celda.

«El cielo helado en su celda», pensó Harman.

—Entonces, ¿Calibán es aliado de ese Setebos? —preguntó en voz alta.

—Así es.

—¿Por qué te has mostrado a nosotros? —preguntó Hannah. La mirada de la hermosa joven era aún distraída por la pena, pero había vuelto la cabeza para mirar a Ariel.

Ariel se puso a cantar:

Donde liba la abeja, allí libo yo.

En la campana de una hierba centella me tiendo;

allí me escondo cuando los búhos lloran.

En la espalda del murciélago vuelo

después del verano, alegremente:

alegremente, alegremente, viviré ahora

bajo el capullo que cuelga de la rama.

—Esta criatura está loca —dijo Petyr. Se levantó bruscamente y caminó hacia la pared que daba al Puente. Tres voynix saltaron sobre él, golpearon el campo del buckycristal y cayeron. Uno de ellos consiguió hundir sus manos en forma de hoja en el hormigón del Puente y detuvo su caída. Los otros dos desaparecieron en las nubes de abajo.

Ariel se rió en voz baja. Luego él o ella lloró.

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