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Authors: Dan Simmons

Olympos (43 page)

BOOK: Olympos
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—Tenemos... largo viaje.... delante de mí... nosotros... noble, Odiseo, honrado hijo de Laertes. Cuando esté finito... terminado.... esperamos desnudarte... devolverte... a Penélope y Telémaco.

«Cómo se atreve esta carcasa de metal animado a tocar los nombres de mi esposa y mi hijo con su lengua oculta», piensa Odiseo. Si tuviera incluso la más triste de las espadas o el más burdo de los bastones haría pedazos a esta cosa, le abriría la concha y encontraría y arrancaría esa lengua.

Odiseo deja al monstruo-cangrejo y busca la burbuja de cristal curvo por donde puede ver las estrellas.

No se mueven. No parpadean. Odiseo coloca las palmas callosas contra el frío cristal.

—Atenea, diosa... Clamo al glorioso poder de ojos azules, Palas Atenea, indómita, casta y sabia... oye mi plegaria.

»Tritotegina, diosa, doncella que preservas la ciudad, reverenciada y poderosa; de su asombrosa cabeza te creó Zeus... vestida de armadura de batalla... ¡Dorada! ¡Toda radiante! Te lo suplico, oye mi plegaria.

»Diosa asombrosa, extraña poseída... los eternos dioses que se forman para ver... blandiendo una aguda jabalina... impetuosamente surgida de la cresta del dios que empuña la égida, el Padre Zeus... tan temerosamente se sacudió el cielo... y se movió bajo el poder de los ojos cerúleos... oye mi plegaria.

»Hija del señor de la égida... sublime Palas a quien nos regocijamos de ver... sabiduría personificada cuyas alabanzas nunca caerán en el olvido... salve a ti... por favor, oye mi plegaria.

Odiseo abre los ojos. Sólo las quietas estrellas y su propio reflejo le devuelven la mirada.

El tercer día tras la partida de Marte y Fobos.

A un observador lejano (por ejemplo, alguien que viera a través de un potente telescopio desde uno de los anillos orbitales que rodean la Tierra), la
Reina Mab
le parecería una complicada lanza de esferas entrelazadas, óvalos, tanques oblongos de colores vivos, impulsores de muchos vientres y una profusión de hexágonos de negro buckycarbono, todo ello dispuesto alrededor del núcleo de los módulos cilíndricos donde están los habitáculos que a su vez se equilibran sobre una columna de destellos atómicos cada vez más brillantes.

Mahnmut va a ver a Hockenberry a la enfermería. El humano sana rápidamente, gracias en parte al proceso Grsvki que invade la sala de recuperación de aroma a tormenta. Mahnmut ha traído flores del extenso invernadero de la
Reina Mab
: según sus bancos de memoria éste era el protocolo en el siglo XXI previo al Rubicón, de donde procede Hockenberry, o al menos el ADN de Hockenberry. El escólico se ríe al verlas y reconoce que nunca antes le han regalado flores, al menos que recuerde. Pero Hockenberry añade que su memoria de la vida en la Tierra (su vida real, su vida como profesor universitario en vez de escólico para los dioses) dista mucho de ser completa.

—Es una suerte que TCearas a la
Reina Mab
—dice Mahnmut—. Nadie más habría tenido la experiencia médica ni las habilidades de cirujano para curarte.

—Ni el cirujano arácnido moravec —dice Hockenberry—. No imaginaba cuando conocí al Retrógrado Sinopessen que acabaría salvándome la vida al cabo de veinticuatro horas. Es curiosa la vida.

A Mahnmut no se le ocurre nada que decir.

—Sé que has hablado con Asteague/Che sobre lo que te sucedió —añade al cabo de un rato—, pero ¿te importaría volver a contarlo?

—En absoluto.

—¿Dices que Helena te apuñaló?

—Sí.

—¿Y fue sólo para impedir que su esposo, Menelao, descubriera que era ella quien lo había traicionado después de que lo teletransportaras de regreso a las líneas aqueas?

—Eso creo.

Mahnmut no es experto leyendo expresiones faciales humanas, pero incluso él nota que Hockenberry parece triste al recordarlo.

—Pero le dijiste a Asteague/Che que Helena y tú habíais sido íntimos... que fuisteis amantes.

—Sí.

—Tendrás que disculpar mi ignorancia sobre esas cosas, amigo Hockenberry, pero a mí me parece que Helena de Troya es una mujer muy malvada.

Hockenberry se encoge de hombros y sonríe, aunque sin alegría.

—Es producto de su época, Mahnmut: se ha formado en tiempos difíciles y sus motivos están más allá de mi comprensión. Cuando enseñaba la
Ilíada
a mis estudiantes universitarios, siempre recalcaba que todos nuestros intentos por humanizar el relato de Homero, para convertirlo en algo comprensible para la sensibilidad humanista moderna, estaban destinados al fracaso. Esos personajes... estas personas, aunque son completamente humanas, viven en el inicio de nuestra llamada era civilizada, milenios antes de que comenzaran a surgir nuestros valores humanos. Vistas bajo esa luz, las acciones y motivaciones de Helena son tan difíciles de comprender para nosotros como la casi completa falta de piedad de Aquiles o la infinita astucia de Odiseo.

Mahnmut asiente.

—¿Sabías que Odiseo viaja en esta nave? ¿Ha venido a verte?

—No, no lo he visto. Pero el Integrante Primero Asteague/Che me dijo que estaba a bordo. Lo cierto es que temo que me mate.

—¿Matarte? —dice Mahnmut, sorprendido.

—Bueno, te acordarás que me utilizasteis para ayudar a secuestrarlo. Yo fui quien lo convenció de que teníais un mensaje de Penélope para él... toda esa chorrada sobre el tronco de olivo de su lecho nupcial en Ítaca. Y cuando lo llevé al moscardón...
¡plam!
Mep Ahoo lo dejó tieso y lo subió a bordo. Si yo fuera Odiseo, estoy seguro de que se la tendría jurada a un tal Thomas Hockenberry.

«Dejar tieso», piensa Mahnmut. Le encanta cada vez que oye una expresión nueva. Repasa su vocabulario, encuentra las palabras, descubre con sorpresa que no es una obscenidad y la archiva para uso futuro.

—Lamento haberte puesto en una posición de posible daño —dice Mahnmut. Valora si contarle al escólico que, con toda la confusión del Agujero cerrándose para siempre, Orphu le había tensorrayado una orden de los Integrantes Primeros: atrapad a Odiseo. Pero se lo piensa mejor y decide no usar tal excusa. Thomas Hockenberry nació en un siglo en que la excusa de «sólo obedecía órdenes» pasó de moda de una vez para siempre.

—Hablaré con Odiseo... —empieza a decir Mahnmut. Hockenberry sacude la cabeza y vuelve a sonreír.

—Hablaré con él tarde o temprano. Mientras tanto, Asteague/Che ha colocado a uno de vuestros rocavecs de guardia.

—Me preguntaba qué hacía un moravec del Cinturón delante del laboratorio médico —dice Mahnmut.

—Si las cosas se ponen algo feas —dice Hockenberry, tocando el medallón de oro visible por la abertura de su pijama—, me escaparé TCeando.

—¿De verdad? —pregunta Mahnmut—. ¿Adónde irías? El Olimpo es zona de guerra. Ilión puede que ya sea pasto de las llamas.

La sonrisa de Hockenberry desaparece.

—Sí. Eso es un problema. Siempre podría ir a buscar a mi amigo Nightenhelser donde lo dejé... en Indiana, hacia el año mil antes de Cristo.

—Indiana... —dice Mahnmut en voz baja—. ¿De qué Tierra?

Hockenberry se frota el pecho. Hace menos de setenta y dos horas antes, el Retrógrado Sinopessen sostenía en las manos su corazón.

—Qué Tierra... —repite el escólico—. Tienes que admitir que eso suena raro.

—Sí —responde Mahnmut—, pero supongo que tendremos que acostumbrarnos a pensar de esa forma. Tu amigo Nightenhelser está en la Tierra a la que tú lo TCeaste... Tierra-Ilión podríamos llamarla. Esta nave se dirige a una Tierra que existe tres mil años después de tu primera vida y tu... mmmm...

—Muerte —dice Hockenberry—. No te preocupes, estoy acostumbrado a la idea. No me molesta... demasiado.

—Es sorprendente que pudieras visualizar la sala de máquinas de la
Reina Mab
tan claramente después de que te apuñalaran —dice Mahnmut—. Llegaste allí inconsciente, así que debes de haber activado el medallón TC justo cuando estabas a punto de desmayarte.

El escólico niega con la cabeza.

—No recuerdo haber tocado el medallón ni haber visualizado nada.

—¿Qué es lo último que recuerdas, amigo Hockenberry?

—Una mujer de pie, junto a mí, mirándome con expresión de horror. Una mujer alta, de piel pálida y pelo oscuro.

—¿Helena?

Hockenberry niega con la cabeza.

—Ya se había marchado escaleras abajo. Esta mujer simplemente... apareció.

—¿Una de las Troyanas?

—No. Iba vestida... de un modo raro. Con una especie de túnica y falda, como una mujer de mi época más que como cualquiera que yo haya visto en los últimos diez años en Ilión o el Olimpo. Pero tampoco como en mi época...

—¿Pudo haber sido una alucinación? —pregunta Mahnmut. No añade lo obvio: que la hoja del cuchillo de Helena había partido el corazón de Hockenberry, vertiendo sangre en su pecho y negándosela al cerebro del humano.

—Pudo haberlo sido... pero no lo era. Tuve una sensación extrañísima cuando la miré y la vi mirándome...

—¿Sí?

—No sé cómo describirlo —dice Hockenberry—. Una sensación de certeza, de que íbamos a encontrarnos pronto, en otra parte. En otro lugar lejos de Troya.

Mahnmut piensa en ello y los dos, moravec y humano, permanecen sentados en cómodo silencio un buen rato. El golpeteo de los grandes pistones (un martilleo que llega a los mismos huesos de la nave cada treinta segundos, seguido de siseos y suspiros medio sentidos medio oídos que proceden de los enormes cilindros recíprocos) se ha convertido en el sonido de fondo acostumbrado, como el suave siseo del sistema de ventilación.

—Mahnmut —dice Hockenberry, tocándose el pecho por la abertura de la camisa de su pijama—, ¿sabes por qué no quise venir a este viaje vuestro a la Tierra?

Mahnmut sacude la cabeza. Sabe que Hockenberry se ve reflejado en la pulida tira visora de plástico negro que cubre por la parte delantera de su cráneo rojo de aleación metálica.

—Es porque comprendí lo suficiente sobre la nave, esta
Reina Mab
, para conocer su verdadero motivo para ir a la Tierra.

—Los Integrantes Primeros te contaron el verdadero motivo —dice Mahnmut—. ¿No? Hockenberry sonríe.

—No. Oh... los motivos que me dieron eran bastante ciertos, pero no la verdadera razón. Si los moravecs quisierais viajar a la Tierra, no hacía falta construir esta monstruosidad de nave. Ya tenéis sesenta y seis naves de combate en órbita alrededor de Marte, o viajando entre Marte y el Cinturón de Asteroides.

—¿Sesenta y cinco? —repite Mahnmut. Sabía que había naves en el espacio, algunas apenas más grandes que los moscardones lanzadera, otras lo bastante grandes para transportar cargas pesadas hasta el espacio de Júpiter en caso necesario. No tenía ni idea de que hubiera tantas—.

¿Cómo sabes que hay sesenta y cinco, amigo Hockenberry?

—El centurión líder Mep Ahoo me lo dijo cuando aún estábamos en Marte y Tierra-Ilión. Yo sentía curiosidad acerca de la propulsión de las naves y él se mostró poco conciso, la ingeniería espacial no es su especialidad, es un vec de combate, pero me dio la impresión de que esas otras naves tenían impulsores de fusión o de iones... algo mucho más sofisticado que bombas atómicas en latas.

—Sí —dice Mahnmut. No entiende mucho tampoco de naves espaciales (la que los trajo a Marte a Orphu y a él era una combinación de velas solares e impulsores de fusión desechables impulsados inicialmente a través del sistema solar por la catapulta de dos trillones de vatios construida por los moravecs que eran las tijeras de aceleración de Júpiter), pero incluso él, un modesto piloto de sumergible de Europa, sabe que la
Reina Mab
es primitiva y mucho más grande de lo que requiere su supuesta misión. Le parece saber adónde quiere ir a parar Hockenberry y no está seguro de querer oírlo.

—Una bomba atómica estalla cada treinta segundos —dice el humano en voz baja—, detrás de una nave del tamaño del Empire State, como todos los Integrantes Primeros y Orphu se apresuraron a señalar. Y la
Mab
no tiene los sistemas exteriores de camuflaje que recubren incluso los moscardones. Así que tenéis este gigantesco objeto con un... ¿cómo lo llamáis?, un

«albedo» brillante encima de una serie de estallidos atómicos que serán visibles desde la superficie de la Tierra a la luz del día cuando lleguéis a la órbita... demonios, se vería a simple vista desde allí ahora mismo, por lo que yo sé.

—Lo cual te lleva a la conclusión... —dice Mahnmut. Está tensorrayando esta conversación a Orphu, pero su amigo de Io permanece en silencio por su canal privado.

—Lo cual me lleva a creer que el verdadero motivo de esta misión es que nos vean lo antes posible —dice Hockenberry—. Parecer lo más amenazadores posibles para provocar una respuesta en los poderes que están en la Tierra o sus alrededores... esos mismos poderes que decís que han jugueteado con el tejido mismo de la realidad cuántica. Estáis intentando atraer el fuego.

—¿Sí? —dice Mahnmut. Incluso mientras lo pregunta sabe que el doctor Thomas Hockenberry tiene razón... y que él, Mahnmut de Europa, lo ha sospechado desde el principio pero no se ha enfrentado a su propia certeza.

—Sí. Mi deducción es que esta nave contiene aparatos de grabación, para que cuando los Poderes Desconocidos situados en órbita alrededor de la Tierra, o dondequiera que estén ocultos, reduzcan a átomos la
Reina Mab
, todos los detalles de ese poder, la naturaleza de esas superarmas, sea transmitida a la Tierra, o al Cinturón, o al espacio de Júpiter, o a donde sea. Esta nave es como el caballo de Troya que a los griegos aún no se les ha ocurrido construir allá, en Tierra-Ilión... y que puede que nunca construyan, ya que me he cargado el fluir de los acontecimientos y Odiseo está cautivo en esta nave. Pero sabes que esto es un caballo de Troya... o estás bastante seguro. Y el otro bando va a quemarlo. Con todos nosotros dentro.

Por tensorrayo, Mahnmut envía:
Orphu, ¿es la verdad? Sí, amigo mío, pero no toda
, es la sombría respuesta.

—No con todos nosotros dentro, amigo Hockenberry —le dice Mahnmut al humano—. Tú aún tienes tu medallón TC. Puedes marcharte cuando quieras.

El escólico deja de frotarse el pecho (la cicatriz es sólo una línea, lívida pero que va desapareciendo; el pegamento molecular está sanando la incisión) y toca el pesado TC medallón.

—Sí —dice—. Puedo marcharme en cualquier momento.

32

Daeman había seleccionado a otras nueve personas de Ardis, cinco hombres y cuatro mujeres, para que le ayudaran en el viaje para advertir a las otras comunidades, faxeando a los trescientos portales de faxnódulos conocidos para ver si Setebos había estado allí y avisar a sus habitantes si no había estado, pero decidió esperar hasta que Harman, Hannah y Petyr regresaran en el sonie. Harman le había dicho a Ada que volverían a la hora del almuerzo o poco después.

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