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Authors: Dan Simmons

Olympos (36 page)

BOOK: Olympos
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—Voy a llevarlo a la Puerta Dorada de Machu Picchu —dijo Harman. Todos se lo quedaron mirando. Finalmente, Hannah dijo:

—¿Quieres decir cuando... muera? ¿Para enterrarlo?

—No. Ahora. Para salvarlo.

Ada agarró el brazo de Harman con tanta fuerza que él casi dio un respingo.

—¿De qué estás hablando?

—Lo que Petyr dijo... las últimas palabras de Nadie antes de desmayarse cerca de la muralla, ayer por la noche... Creo que estaba intentando decirle que lo llevara al nido de la Puerta Dorada.

—¿Qué nido? —dijo Daeman—. Sólo recuerdo los ataúdes de cristal.

—Sarcófagos criotemporales —dijo Hannah, pronunciando cada sílaba con cuidado—. Los recuerdo, en el museo. Recuerdo a Savi hablando de ellos. Es donde pasó durmiendo algunos siglos. Es donde dijo que encontró a Odiseo durmiendo tres semanas antes de que nos conociéramos.

—Pero Savi no siempre decía la verdad —dijo Harman—. Tal vez no lo hiciera nunca. Odiseo ha admitido que Savi y ella se conocían desde hace mucho, mucho tiempo... que fueron ellos dos quienes distribuyeron los paños turín hace casi once años.

Ada alzó el paño turín que Daeman había dejado en la otra habitación.

—Y Próspero nos dijo, allá arriba, que había más en este Odiseo de lo que podíamos comprender. Y en un par de ocasiones, después de beber mucho vino, Odiseo ha mencionado su nido en la Puerta Dorada... y bromeado respecto a regresar allí.

—Debía referirse a los ataúdes de cristal... los sarcófagos —dijo Ada.

—No lo creo —respondió Harman, caminando de un lado a otro entre las camas vacías. Todas las otras víctimas de la batalla de la noche anterior habían decidido recuperarse en sus habitaciones de Ardis Hall o en los barracones exteriores. Sólo Nadie continuaba en la enfermería—. Creo que había otra cosa allí, en la Puerta Dorada, una especie de nido curador.

—Gusanos azules —susurró Daeman. Su rostro se puso aún más pálido. Hannah se sintió tan horrorizada por la imagen (sus células recordaron las horas pasadas en los tanques llenos de gusanos de la fermería de la isla orbital de Próspero, aunque su mente no lo hiciera) que soltó la mano de Odiseo.

—No, no lo creo —dijo Harman rápidamente—. No vimos nada que se pareciera a los tanques curadores de la fermería cuando estuvimos en la Puerta Dorada. Ningún gusano azul. Ningún fluido naranja. Creo que el nido es otra cosa.

—Estás sólo suponiéndolo —dijo Ada llana, casi bruscamente.

—Sí. Estoy sólo suponiéndolo. —Harman se frotó las mejillas. Se sentía muy cansado—. Pero creo que si Nadie... Odiseo... sobrevive al vuelo en sonie, podría haber una oportunidad para él en la Puerta Dorada.

—No puedes hacer eso —dijo Ada—. No.

—¿Por qué no?

—Necesitamos el sonie aquí. Para combatir a los voynix si vuelven esta noche. Cuando vuelvan esta noche.

—Regresaré antes de que oscurezca. Hannah se puso en pie.

—¿Cómo es posible? Cuando vinimos de vuelta, con Savi, tardamos más de un día.

—El sonie puede volar más rápido —dijo Harman—. Savi lo pilotaba despacio para no asustarnos.

—¿Cómo de rápido? —preguntó Daeman. Harman vaciló unos segundos.

—Mucho más rápido —dijo por fin—. El sonie me dijo que puede llegar a la Puerta Dorada de Machu Picchu en treinta y ocho minutos.

—¡Treinta y ocho minutos! —exclamó Ada, que también había tomado parte en aquel larguísimo vuelo con Savi.

—¿El sonie te lo ha dicho? —preguntó Hannah. Estaba inquieta—. ¿Cuándo? Creía que la máquina no podía responder a preguntas sobre destinos.

—No ha sido hasta esta mañana —respondió Harman—. Justo después del vuelo. He estado unos minutos a solas en la plataforma del jinker con el sonie y he descubierto cómo hacer interactuar las funciones de mi palma con su pantalla.

—¿Cómo lo has descubierto? —preguntó Ada—. Llevas meses intentando encontrar una función interfaz.

Harman se frotó de nuevo la mejilla.

—Finalmente le pregunté cómo iniciar la función interfaz. Tres grandes círculos verdes dentro de tres círculos rojos más grandes. Fácil.

—¿Y te ha dicho cuánto tiempo tardaría en llegar a la Puerta Dorada? —preguntó Daeman. Parecía escéptico.

—Me lo ha enseñado —respondió Harman en voz baja—. Diagramas. Mapas. Velocidad del aire. Vectores de velocidad. Todo superpuesto en mi visión, igual que lejosnet o... —Se detuvo.

—O todonet —dijo Hannah. Todos habían experimentado la confusión vertiginosa de todonet desde que Savi les había enseñado cómo acceder a ella la primavera anterior. Ninguno dominaba su uso. Era demasiada información.

—Sí —repuso Harman—. Así que imagino que si me llevo a Odiseo... Nadie, esta mañana, podré ver si hay allí algún tipo de cuna sanadora para él y, si no, instalarlo en uno de los ataúdes de cristal y volver antes de la reunión de las tres de la tarde. Demonios, podría volver para almorzar.

—Probablemente no sobreviva al viaje —dijo Hannah, con voz apagada. Estaba contemplando al hombre inconsciente y boquiabierto a quien amaba.

—Definitivamente no sobrevivirá otro día más en Ardis sin cuidados médicos —dijo Harman—. Somos demasiado... puñeteramente ignorantes.

Descargó un puñetazo en un mueble de madera y luego se apartó, con los nudillos ensangrentados. Se sentía avergonzado por el arrebato.

—Iré contigo —dijo Ada—. No podrás llevarlo a las burbujas del Puente tú solo. Tendrás que usar una camilla.

—No —contestó Harman—. Tú no deberías ir, querida.

Ada levantó la cara pálida de inmediato; sus ojos negros relampagueaban de furia.

—Porque estoy...

—No, no porque estés embarazada. —Harman le acarició los dedos que había cerrado en un puño, colocando sus dedos largos y ásperos en torno a los suyos, más finos y suaves—. Eres demasiado importante aquí. La noticia que nos ha traído Daeman va a extenderse por toda la comunidad dentro de una hora. Todo el mundo sentirá pánico.

—Otro motivo por el que tú no deberías ir —dijo Ada. Harman negó con la cabeza.

—Tú eres la líder aquí, querida. Ardis es tu propiedad. Nosotros somos invitados en tu casa. La gente necesitará respuestas... no sólo en la reunión, sino en las próximas horas, y tienes que estar aquí para calmarla.

—No tengo ninguna respuesta —dijo Ada con voz débil.

—Sí que las tienes. ¿Qué sugerirías que hiciéramos respecto a la noticia de Daeman?

Ada volvió el rostro hacia la ventana. Había escarcha en los cristales, pero en el exterior ya no nevaba ni llovía.

—Necesitamos saber cuántas otras comunidades han sido invadidas por los agujeros y el hielo azul —dijo en voz baja—. Hay que enviar unos diez mensajeros a los nódulos restantes.

—¿Sólo diez? —preguntó Daeman. Había más de trescientos faxnódulos con comunidades de supervivientes.

—No podemos prescindir de más de diez, por si los voynix regresan a lo largo del día —dijo Ada llanamente—. Cada uno puede encargarse de treinta códigos y cubrir tantos nódulos como pueda antes de que anochezca en este hemisferio.

—Y yo buscaré más cargadores de flechitas en la Puerta Dorada —dijo Harman—. Odiseo trajo trescientos cargadores cuando encontró los tres rifles, el otoño pasado, pero casi no nos quedan después de lo de anoche.

—Tenemos equipos recuperando flechas de ballesta de los cadáveres de los voynix —dijo Ada—, pero le diré a Reman que habrá que forjar todas las que podamos hoy. Que el taller trabaje el doble. Las flechas tardan más, pero podremos tener más arcos en los parapetos al anochecer.

—Voy contigo —le dijo Hannah a Harman—. Necesitarás a alguien para llevar a Odiseo en las parihuelas, y nadie ha explorado más que yo la ciudad de la burbuja verde en la Puerta Dorada.

—De acuerdo —dijo Harman, viendo que su esposa (qué palabra y qué idea tan extraña, «esposa») dirigía a la otra joven una mirada en la que sopesó unos celos que descartó. Ada sabía que el único amor de Hannah, por desesperanzado y no correspondido que fuese, era Odiseo.

—Yo iré también —dijo Daeman—. Os vendrá bien un arco más.

—Cierto —respondió Harman—, pero creo que nos será más útil que te encargues de elegir los equipos de mensajeros, les cuentes lo que has visto y les adjudiques los destinos.

Daeman se encogió de hombros.

—Muy bien. Yo mismo me encargaré de treinta nódulos. Buena suerte. —Saludó con la cabeza a Hannah y Harman, tocó el brazo de Ada y salió de la enfermería.

—Comamos rápido —le dijo Harman a Hannah— y luego recojamos ropa y comida y pongámonos en marcha. Buscaremos a unos cuantos tipos fuertes que nos ayuden a sacar a Odiseo. Yo traeré el sonie.

—¿No podríamos comer en el sonie?

—Creo que será mejor que tomemos un bocado primero —dijo Harman. Recordaba las trayectorias imposibles que le había mostrado el sonie: el lanzamiento desde Ardis casi en vertical, salir de la atmósfera, trazar un arco en el espacio exterior, luego la reentrada como una bala caída del cielo. Sólo el recuerdo de la gráfica de la trayectoria le aceleraba el corazón.

—Iré a recoger mis cosas y a ver si Tom y Siris pueden ayudarme a preparar a Odiseo para el viaje —dijo Hannah. Besó a Ada en la mejilla y se marchó.

Harman dirigió una última mirada a Odiseo (la cara del hombretón estaba gris) y luego tomó a Ada por el codo y la condujo pasillo abajo hasta un lugar tranquilo, junto a la puerta trasera.

—Sigo pensando que debería ir —dijo Ada. Harman asintió.

—Ojalá pudieras. Pero cuando la gente digiera la noticia de Daeman, cuanto todos comprendan que Ardis puede ser el último nódulo libre que queda y que alguien o algo está engullendo todas las demás ciudades y asentamientos... es posible que se declare el pánico.

—¿Crees que somos los últimos que quedan? —susurró Ada.

—No tengo ni idea. Pero si esa cosa que Daeman vio salir del agujero es la cosa-dios Setebos de la que hablaron Calibán y Próspero, creo que tenemos un problema grave.

—¿Y crees que Daeman tiene razón... que el mismísimo Calibán está en la Tierra? Harman se mordió los labios un momento.

—Sí —dijo por fin—. Creo que Daeman tiene razón al pensar que el monstruo asesinó a todo el mundo, en la torre domi de Cráter París, sólo por llegar a Marina, la madre de Daeman... para darle a Daeman una lección.

Las nubes habían vuelto a cubrir el sol y fuera todo se oscureció. Ada parecía concentrada en contemplar la febril actividad en los andamios de la cúpula. Un equipo compuesto por una docena de hombres y mujeres se dirigía a relevar a los vigías de la muralla norte; iban riendo.

—Si Daeman tiene razón —dijo Ada en voz baja, sin volverse a mirar a Harman—, ¿qué impide a Calibán y sus criaturas venir aquí mientras estás fuera? ¿Qué impide que vuelvas de este viaje para salvar a Odiseo sólo para encontrar montañas de cráneos en Ardis Hall? Ni siquiera tendríamos el sonie para escapar.

—Oh... —dijo Harman, y sonó como un gemido. Se apartó un paso y se secó el sudor de la frente y las mejillas, advirtiendo lo fría y pegajosa que estaba su piel.

—Amor mío —dijo Ada, volviéndose. Dio dos rápidos pasos y lo abrazó estrechamente—. Lamento haber dicho eso. Claro que tienes que ir. Es terriblemente importante que intentemos salvar a Odiseo: no sólo porque es nuestro amigo, sino porque es el único que podría saber qué es esta nueva amenaza y cómo contrarrestarla. Y necesitamos la munición. Yo no escaparía de Ardis en un sonie bajo ninguna circunstancia. Es mi hogar. Es nuestro hogar. Tenemos suerte de haber encontrado a otras cuatrocientas personas para ayudarnos a defenderlo.

Lo besó en la boca, luego volvió a abrazarlo con todas sus fuerzas y le habló, pegada al cuero de su túnica.

—Claro que tienes que ir, Harman. Hazlo. Pero vuelve pronto. Harman trató de hablar pero no encontró palabras. La abrazó.

29

Harman pilotó el sonie desde la plataforma del jinker para que gravitara a tres palmos del suelo cerca de la puerta trasera de Ardis Hall; Petyr se reunió allí con él.

—Quiero ir —dijo el joven. Llevaba capa de viaje y cinturón, con una espada corta y un cuchillo colgados, y un arco y un carcaj lleno de flechas al hombro.

—Le he dicho a Daeman... —empezó a decir Harman, apoyándose en un codo y alzando la cabeza, tumbado en el hueco situado en la parte delantera central de la máquina voladora ovalada.

—Sí. Y ha sido un acierto... decírselo a Daeman. Sigue trastornado por la muerte de su madre y organizar a los mensajeros quizá lo distraiga. Pero necesitas a alguien que te acompañe al Puente. Hannah es lo bastante fuerte para llevar las parihuelas con Nadie, pero necesitáis a alguien que os cubra mientras lo lleváis.

—Haces falta aquí.

Petyr volvió a interrumpirlo. Su voz sonaba tranquila, firme, calmada, pero su mirada era intensa.

—No, no hago falta, Harman
Uhr
—dijo el joven barbudo—. El rifle de flechitas sí que es necesario, y voy a dejarlo aquí con los pocos cargadores que quedan, pero yo no hago falta. Como tú, llevo despierto más de veinticuatro horas... me espera un período de seis horas de descanso antes de volver a la muralla. Tengo entendido que le dijiste a Ada
Uhr
que Hannah y tú volveríais en unas cuantas horas.

—Debería ser así... —empezó a decir Harman, y se calló. Hannah, Ada, Siris y Tom traían las parihuelas con Odiseo-Nadie. El moribundo estaba envuelto en gruesas mantas. Harman bajó del sonie y ayudó a subirlo al nicho acolchado central. El sonie usaba campos de fuerza dirigidos como medio de sujeción para los pasajeros, pero también había una red de seda insertada en la periferia de cada hueco para la carga o los objetos inanimados, y Harman y Hannah la extendieron sobre el comatoso Nadie y la aseguraron. Su amigo bien podía estar muerto antes de que llegaran a la Puerta Dorada y Harman no quería que el cuerpo se sacudiera.

Harman avanzó y ocupó el hueco del piloto.

—Petyr va a venir con nosotros —le dijo a Hannah. Ella miraba al moribundo Odiseo y no demostró el más mínimo interés por la noticia—. Petyr —continuó—, atrás, a la izquierda. Y ten a mano tu arco y tu carcaj. Hannah, detrás, a la derecha. Con la red puesta.

Ada se acercó, se inclinó sobre la superficie metálica y le dio un rápido beso.

—Vuelve antes de que anochezca o tendrás problemas conmigo —dijo en voz baja. Regresó a la mansión con Tom y Siris.

Harman comprobó que todos llevaban sus redes, incluido él, y luego extendió ambas palmas bajo el borde de proa del sonie, activando el panel de control holográfico. Visualizó tres círculos verdes dentro de tres círculos rojos más grandes. Su palma izquierda brilló en azul y en su visión se superpusieron trayectorias imposibles.

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