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Authors: Dan Simmons

Olympos (106 page)

BOOK: Olympos
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—¿Ada? —dijo Daeman—. ¿Puedo hablar en privado contigo? Caminaron hasta más allá de la empalizada norte, donde Hannah antes tenía su horno. Daeman le contó su encuentro con la posthumana que se hacía llamar Moira. Describió que parecía exactamente una Savi joven y cómo había permanecido invisible para todos los demás mientras estuvo a su lado durante la reunión y la votación.

Ada movió lentamente la cabeza.

—Eso no tiene ningún sentido, Daeman. ¿Por qué iba a aparecer una posthumana en el cuerpo de Savi y ser invisible para el resto de nosotros?

¿Cómo ha podido hacerlo? ¿Por qué?

—No lo sé —dijo Daeman.

—¿Tenía algo más que decir?

—Prometió, antes de la reunión, contarme algo más sobre Harman después, si podía asistir a la reunión.

—¿Y? —dijo Ada. Sentía que su corazón latía tan salvajemente que podría haber sido el niño que se agitaba en su interior, tan ansiosa estaba por recibir noticias.

—Todo lo que el fantasma-Moira dijo después fue: «Recuerda que el ataúd de Nadie no era el ataúd de Nadie.»

Ada le hizo repetir el mensaje dos veces.

—Eso tampoco tiene ningún sentido —dijo.

—Lo sé —respondió Daeman. Parecía abatido, tenía los hombros hundidos—. Intenté que se explicara, pero entonces... desapareció sin más.

Ella lo miró con dureza.

—¿Estás seguro de que eso sucedió, Daeman? Hemos estado trabajando demasiado, hemos dormido demasiado poco, nos hemos preocupado demasiado. ¿Estás seguro de que esa Moira fantasma era real?

Daeman le devolvió la mirada; estaba tan furioso y a la defensiva como ella furiosa y dubitativa, pero no dijo nada más.

—Recuerda que el ataúd de Nadie no era el ataúd de Nadie —murmuró Ada. Miró en derredor. La gente hacía su trabajo, pero los grupos se habían dividido según el sentido de su voto. Ningún bando le hablaba al hombre calvo, Elian. A Ada le dieron ganas de llorar.

Ni Nadie ni el sonie regresaron ese día. Ni al siguiente. Ni al otro.

Al tercer día, Ada subió a la frágil balsa aérea con Hannah a los controles para acompañar a la partida de caza de Daeman más allá del círculo de voynix y tratar de hacer un cálculo de cuántos de aquellos asesinos sin cabeza había fuera. La mañana era hermosa, sin nubes, con un cielo azul y vientos más cálidos que prometían la primavera, y Ada pudo ver fácilmente que el número de voynix que rodeaban su perímetro de tres kilómetros a partir del Pozo había crecido.

—Me cuesta calcular —le susurró a Daeman aunque estaban a trescientos metros por encima de los monstruos—. Debe de haber trescientos o cuatrocientos visibles en el prado. Nunca habíamos tenido que contar grandes números de seres en movimiento. ¿Qué te parece? ¿Habrá mil quinientos en total? ¿Más?

—Más, creo —respondió Daeman con calma—. Creo que hay de treinta a cuarenta mil rodeándonos.

—¿No se cansan nunca de estar ahí? —preguntó Ada—. ¿No tienen que comer? ¿Ni que beber?

—Evidentemente, no —dijo Daeman—. Cuando pensábamos que eran máquinas servidoras, nunca vi a ninguno comer ni beber ni cansarse, ¿y tú?

Ada no dijo nada. Aquellos tiempos parecían demasiado remotos para pensar en ellos, aunque habían terminado hacía menos de un año.

—Cincuenta mil —murmuró Daeman—. Tal vez haya cincuenta mil ahora, y se faxean más cada día.

Hannah tuvo que llevarlos más al oeste para encontrar caza y carne fresca.

Al cuarto día, el bebé Setebos del Pozo había crecido hasta adquirir el tamaño de un ternerillo, de un añojo (que habían sido masacrados por los voynix, por supuesto), pero un añojo que era sólo un pulsante cerebro gris con un puñado de manos rosadas en el vientre, ojos amarillos, orificios latientes y manos de tres dedos que brotaban de tallos grises.

Mami, mami
, susurró la cosa en la mente de Ada, en todas sus mentes.
Es hora de salir ya. Este pozo es demasiado pequeño y yo tengo demasiada hambre para seguir aquí más tiempo.

Faltaba menos de una hora para el crepúsculo y la llegada de otra larga y oscura noche de invierno. El grupo se congregaba alrededor del Pozo. Los hombres y las mujeres todavía tendían a agruparse sólo con quienes habían votado como ellos sobre el préstamo del sonie. Todos llevaban armas de flechitas, aunque tenían las ballestas a mano, de reserva.

Casman, Kaman, Greogi y Edide estaban junto al Pozo apuntando con los rifles la cosa del agujero. Los otros permanecían cerca.

—Hannah —dijo Ada—, ¿la balsa aérea está ya aprovisionada?

—Sí —contestó la mujer más joven—. Todas las cajas están a bordo y hay sitio para diez personas en el primer viaje. Podemos llevar a catorce personas en cada viaje a partir de entonces.

—¿Y qué tiempo tardaréis en hacer el viaje hasta la isla y el desembarco de las cajas? —preguntó Ada.

—Cuarenta y dos minutos —dijo Laman, frotándose los muñones de los dedos perdidos de su mano derecha—. Treinta y cinco minutos sólo con personas. Se tarda unos minutos en subir a bordo y bajar.

—No es suficiente —dijo Ada.

Hannah se acercó al fuego que seguía encendido junto al Pozo.

—Ada, en el viaje a la isla se tardan quince minutos a la ida y otros quince a la vuelta. La máquina no puede volar más rápido.

—El sonie nos habría llevado allí en menos de un minuto —dijo Loes, uno de los más enfadados supervivientes de Ardis—. Todos podríamos estar allí en menos de diez minutos.

—Ahora no tenemos el sonie —dijo Ada. Oyó la falta de afecto en su propia voz. Sin pretenderlo, miró hacia el suroeste, hacia el río y la isla, pero también hacia los bosques donde esperaban entre cincuenta y sesenta mil voynix.

Nadie tenía razón. Aunque toda la colonia de humanos escapara a la isla, los voynix se les echarían encima en cuestión de horas, quizá de minutos. Aunque el faxnódulo de Ardis seguía sin funcionar (mantenían a dos personas en el pabellón día y noche para comprobarlo), los voynix faxeaban. De algún modo, faxeaban. No había ningún lugar en la tierra, Ada lo sabía, donde poder estar libres de los asesinos.

—Vayamos a preparar la cena —dijo por encima de los murmullos. Todos podían sentir la pegajosa voz del engendro de Setebos en la mente.

Mami, papi, es hora de que salga ya. Abrid la reja, papi, mami, o lo haré yo. Ahora soy más fuerte. Quiero salir a veros ahora.

Greogi, Daeman, Hannah, Elian, Boman, Edide y Ada se quedaron a charlar hasta muy tarde. Sobre ellos, los anillos ecuatorial y polar giraban en silencio, como habían hecho siempre. La Osa Mayor estaba baja, al norte. Había una lasca de luna creciente.

—Creo que mañana, al amanecer, abandonaremos la idea de la isla y empezaremos a evacuar a tanta gente como sea posible a la Puerta Dorada de Machu Picchu —dijo Ada—. Deberíamos haberlo hecho hace semanas.

—Harán falta semanas para que esta estúpida balsa aérea llegue a la Puerta Dorada —contestó Hannah—. Y puede estropearse de nuevo y no llegar nunca. Sin Nadie para arreglarla, la gente que vaya a bordo quedará aislada.

—Estaremos muertos si se estropea aquí también —dijo Daeman. Tocó el hombro de Hannah, ya que vio que la joven empezaba a desmoronarse—. Has hecho un trabajo sorprendente manteniéndola en funcionamiento, Hannah, pero se trata de una tecnología que no comprendemos.

—¿Qué tecnología comprendemos? —murmuró Boman.

—Las ballestas —dijo Edide—. Nos estamos volviendo buenísimos construyendo ballestas.

Nadie rió. Al cabo de unos minutos, Elian dijo:

—Cuéntame de nuevo por qué los voynix no pueden entrar en los habitáculos de ese puente de Machu Picchu.

—Las burbujas-habitáculo son como uvas de una parra —respondió Hannah, que había pasado allí más tiempo que ningún otro—. Pero entrelazadas. De plástico transparente o algo. Es tecnología de la Edad Perdida, tal vez incluso tecnología posthumana: hay un campo de fuerza sobre la superficie del cristal. Los voynix resbalan.

—Teníamos algo similar en las ventanillas del reptador en el que Savi nos llevó desde Jerusalén a la Cuenca Mediterránea —dijo Daeman—

. Dijo que era un campo con ausencia de fricción para protegernos de la lluvia. Pero funcionaba también con los voynix y los calibani.

—Me gustaría ver a uno de esos calibani —dijo Elian—. Y también al Calibán que habéis descrito —la boca y otros rasgos faciales del hombre calvo parecían mostrar siempre fuerza y curiosidad.

—No —dijo Daeman en voz baja—, no te gustaría ver a ninguno. Sobre todo al Calibán auténtico. Fíate de mi palabra.

En el silencio que siguió, Greogi dijo lo que todos habían estado pensando.

—Vamos a tener que echarlo a suertes. Catorce pueden llegar al Puente. Pueden llevar armas, agua y raciones mínimas, cazar por el camino tal vez, así que una balsa aérea cargada con catorce personas puede ir. Los demás nos quedamos.

—¿Catorce de cincuenta y cuatro pueden vivir? —dijo Edide—. No parece justo.

—Hannah será una de los que vayan —dijo Greogi—. Pilotará la balsa de regreso si los catorce llegan al Puente en el primer viaje.

Hannah negó con la cabeza.

—Tú puedes pilotarla tan bien como yo, Greogi. Podemos enseñar a más gente a pilotarla también. No tengo que ir necesariamente en el primer viaje y sabes... sabes... que no habrá un segundo viaje. No en el estado en que se encuentra la balsa. No con esa cosa Setebos haciéndose más fuerte a cada hora que pasa. Esas catorce pajitas largas, o pajitas cortas, lo que sea, darán una oportunidad para vivir. Los demás morirán aquí.

—Entonces decidiremos en cuanto haya luz —dijo Ada.

—Puede que haya lucha —dijo Elian—. La gente está furiosa, hambrienta, resentida. Puede que no quieran echar a suertes quién vive y quién muere. Puede que salgan corriendo hacia la balsa en el momento, o después, si no consiguen un sitio.

Ada asintió.

—Daeman, escoge a diez de los mejores miembros de tu equipo y haz que rodeen la balsa aérea, para protegerla, antes de que yo convoque mañana al consejo. Edide, tú y tus amigos intentad recoger sin llamar la atención tantas armas sueltas como sea posible.

—La mayoría de la gente duerme con su rifle —dijo la mujer rubia—

. No lo soltarán.

Ada volvió a asentir.

—Haz lo que puedas. Hablaré con todos. Explicaré por qué ésta es la única esperanza.

—Los perdedores querrán ser transportados a la isla —dijo Greogi—. Como mínimo.

Boman asintió.

—Yo querría. Lo haré si no me sale la pajita adecuada. Ada suspiró.

—No servirá de nada. Estoy convencida de que la isla es sólo otro lugar donde morir... los voynix estarán allí tres minutos después que nosotros si esa cosa Setebos no está también para protegernos. Pero podemos hacer eso. Transportar a aquellos que quieran ir y, luego, que los catorce se dirijan al Puente.

—Con eso se perderá tiempo —dijo Hannah—. Pondrá más tensión en la balsa aérea.

Ada se encogió de hombros.

—Puede que impida que los nuestros se maten entre sí, Hannah. Les dará a catorce una oportunidad. Y los demás podrán elegir dónde quedarse y morir. Es algo... una ilusión de posibilidad, por lo menos.

Nadie tenía nada más que decir. Se dispersaron camino de sus tiendas y cobertizos.

Hannah siguió a Ada y le tocó el brazo en la oscuridad antes de que llegaran a la tienda donde Ada dormía.

—Ada —susurró la joven—. Tengo la sensación de que Harman está aún vivo. Espero que seas una de los catorce.

Ada sonrió, los blancos dientes visibles a la luz de los anillos.

—Yo también tengo la sensación de que Harman está vivo, querida. Pero no voy a ser una de los catorce. Ya de decidido que no voy a participar cuando lo echemos a suertes. Mi bebé y yo nos quedamos en Ardis.

Al final, ninguno de sus planes sirvió de nada.

Justo después del alba, Ada despertó sintiendo manos frías en su mente y dentro de su vientre.

Mami... tengo aquí a tu niño pequeño. Va a quedarse dentro durante unos cuantos meses mientras yo le enseño cosas... cosas maravillosas..¡pero yo voy a salir a jugar!

Ada gritó al sentir la mente del Pozo tocando la mente en desarrollo del feto que llevaba dentro.

Se puso en pie y echó a correr con dos rifles antes de que nadie más despertara del todo.

El bebé Setebos había doblado los barrotes de la reja y apretaba su materia gris cerebral a través de la malla y los barrotes. Los tentáculos se extendían ya unos quince palmos a un lado y las manos de tres dedos se hundían en tierra. Tres de sus orificios alimenticios estaban abiertos y los largos y carnosos apéndices, como árboles, bebían ya la pena y el terror y la historia del suelo de Ardis. Sus muchos ojos amarillos eran muy brillantes y, a medida que salía del Pozo, los muchos dedos de sus grandes manos rosadas se agitaban como anémonas marinas en una fuerte corriente.

Mami, no pasa nada
, siseó-pensó la cosa mientras se liberaba del Pozo.
Todo lo que voy a hacer es...

Ada oyó a Daeman y los otros correr tras ella, pero no miró por encima del hombro mientras se detenía, se quitaba del hombro el rifle de flechitas y disparaba un cargador entero contra la cosa Setebos.

El ser giró cuando miles de dardos de cristal destrozaron parte de su lóbulo izquierdo. Los tentáculos se agitaron hacia ella.

Ada los esquivó, insertó un segundo cargador, lo vacío en el rebullente cerebro.

Mammmmiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

Ada soltó el primer rifle cuando el segundo cargador se vacío, alzó el segundo rifle, lo puso en automático, se acercó tres pasos a los tentáculos y disparó todo el cargador de flechitas entre los ojos amarillos situados en la parte delantera del cerebro.

El engendro de Setebos chilló, chilló con sus muchas bocas reales y cayó hacia el Pozo.

Ada avanzó hasta el borde del Pozo, colocó un nuevo cargador y disparó, ignorando los gritos y chillidos a su espalda. Cuando ese cargador se vacío, introdujo otro, apuntó a la sangrante masa gris del pozo y disparó de nuevo. Otra vez. Otra. El cerebro se partió a lo largo de sus hemisferios y ella redujo a pulpa cada uno como si aplastara una calabaza. Las manos rosas y los largos tallos se agitaban con espasmos, pero el engendro de Setebos estaba muerto.

Ada lo sintió morir. Todos lo hicieron. Su último grito mental (en ningún lenguaje excepto el del dolor) se redujo a silencio en sus mentes como agua sucia que cae por un desagüe.

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