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Authors: Dan Simmons

Olympos (100 page)

BOOK: Olympos
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«¿Por qué? ¿Por qué hacerme Prometeo de la raza humana con todas estas funciones, todo este conocimiento, toda esta promesa que dar a Ada y mi especie, sólo para dejarme morir aquí solo... de esta forma?»

Era lo bastante sabio para conocer la respuesta a su propia pregunta. Prometeo robó el fuego a los dioses. Adán y Eva probaron la fruta del conocimiento en el Edén. Todos los mitos antiguos de la creación contaban la misma historia, revelaban la misma terrible verdad: roba el fuego y el conocimiento a los dioses y te volverás algo distinto a los animales de los que has evolucionado, pero seguirás estando muy, muy por debajo de ningún Dios verdadero.

En ese instante Harman hubiese dado cualquier cosa por librarse de los veintiséis últimos testamentos religiosos y personales de los locos tripulantes de
La espada de Alá.
En aquellas apasionadas despedidas sentía todo el peso de la carga que había estado a punto de llevarles a Ada, a Daeman, a Hannah, a sus amigos, a su especie.

Cayó en la cuenta de que todo aquel último año: la historia del paño turín de Troya que había sido el pequeño regalo de broma que Próspero había hecho a los humanos antiguos, transmitido por Odiseo y Savi; sus diversas búsquedas locas; la terrible mascarada en la isla de Próspero allá en el anillo-e; su huida; el descubrimiento de la gente de Ardis Hall sobre cómo construir armas; el dar forma a los rudos comienzos de la sociedad; el descubrimiento de la política, incluso el avance hacia algún tipo de religión... Todo aquello los había vuelto a convertir en humanos.

La raza humana había regresado a la Tierra después de más de mil cuatrocientos años de coma e indiferencia.

Harman comprendió que el hijo de Ada sería completamente humano, quizá el primer verdadero ser humano que nacería después de aquellos cómodos, inhumanos siglos de ser vigilados por falsos dioses posthumanos, que afrontaría el peligro y la muerte a cada paso, que estaría obligado a inventar, que soportaría la presión de crear lazos con otros seres humanos sólo para sobrevivir a los voynix y los calibani y el propio Calibán y la cosa Setebos...

Habría sido excitante. Habría sido aterrador. Habría sido real.

Y todo habría conducido, podría haber conducido, de vuelta a
La espada de Alá
.

Harman se colocó de costado y volvió a vomitar. Esta vez el vómito consistió principalmente en sangre y mocos.

«Más rápido de lo que creía.»

Con los ojos cerrados contra el dolor (contra todas las variedades del dolor, pero sobre todo contra el dolor de aquel nuevo conocimiento), Harman se palpó la cadera derecha. La pistola seguía asegurada allí.

Soltó la tira, liberó el arma del recuadro adhesivo, usó la otra mano para amartillarla como le había enseñado Moira, preparando una de las balas, quitó el seguro y se llevó el cañón a la sien.

75

El Demogorgo ocupa la mitad del cielo cubierto de llamas. Asia, Panthea, y la silenciosa hermana Ione siguen acurrucadas. Las rocas y riscos y cumbres volcánicas cercanas se llenan de formas gigantescas y acechantes: titanes, horas, corceles monstruosos, monstruos monstruosos, ciempiés gigantescos parecidos al Curador, aurigas inhumanos, más titanes, todos ocupan sus puestos como jurados que acuden a juicio y suben las escaleras de un templo griego. Las lentes de la termopiel permiten a Aquiles verlo todo y casi desea no poder hacerlo.

Los monstruos del Tártaro son demasiado monstruosos; los titanes demasiado hirsutos y titánicos; los aurigas y los seres que el Demogorgo ha llamado las horas ni siquiera pueden ser enfocados. Recuerdan a Aquiles el momento en que abrió el vientre y el pecho de un troyano con un golpe de espada y encontró un pequeño homúnculo mirándolo, los ojos azules parecían parpadear a través de las costillas rotas y las entrañas desparramadas. Fue la única vez que vomitó en el campo de batalla. Estas horas y estos aurigas son igualmente difíciles de contemplar.

Mientras el Demogorgo espera que los monstruosos congregados se aposenten y reúnan, Hefesto saca un fino cordón de la burbuja que forma el casco de su absurdo traje y conecta el extremo a la capucha de la termopiel de Aquiles.

—¿Puedes oírme ahora? —pregunta el dios-enano lisiado—. Tenemos unos cuantos minutos para hablar.

—Sí, te oigo, ¿pero no puede hacerlo también el Demogorgo? Lo hizo antes.

—No, es una línea segura. El Demogorgo es un montón de cosas, pero no J. Edgar Hoover.

—¿Quién?

—No importa. Escucha, hijo de Peleo, tenemos que coordinar lo que vamos a decir a esta masa de gigantes y al Demogorgo. Mucho depende de ello.

—No me llames así —gruñe Aquiles con una mirada que ha petrificado a enemigos en el campo de batalla.

El dios Hefesto retrocede alarmado un paso, tensando accidentalmente el cable de comunicación entre ambos.

—¿Llamarte qué?

—Hijo de Peleo. No quiero volver a oír esa frase.

El dios del fuego alza las manos enguantadas, las palmas hacia fuera.

—Bien. Pero todavía tenemos que hablar. Sólo nos queda un minuto o dos antes de que esta corte de canguros comience.

—¿Qué es un canguro? —Aquiles se está cansando de la cháchara con dobleces del minidios. Tiene la espada a mano. Tiene la sospecha de que basta con asestarle al supuesto inmortal un tajo en el traje metálico y luego dar un paso atrás para ver cómo el dios del fuego se ahoga en el aire ácido. Pero claro, Hefesto es un inmortal del Olimpo, incluso sin los tanques de grandes gusanos del Curador. Así que tal vez, como el propio Aquiles, el impúdico cojo barbudo, expuesto al aire ácido del Tártaro, sólo tosa, se atragante, vomite y se revuelque en una eternidad de dolor hasta que una de las Oceánidas lo devore. Aquiles siente el poderoso impulso de averiguarlo.

Lo resiste.

—No importa —dice Hefesto—. ¿Qué vas a decirle al Demogorgo?

¿Quieres que yo hable por los dos?

—No.

—Bueno, tenemos que contar bien nuestra historia. ¿Qué vas a pedirles al Demogorgo y los titanes, aparte de que maten a Zeus?

—No voy a pedirle a esta cosa Demogorgo que mate a Zeus —dice

Aquiles con firmeza.

El barbudo dios-enano parece sorprendido detrás del cristal de su cabeza-burbuja.

—¿No? Creía que por eso estábamos aquí.

—Voy a matar a Zeus yo mismo —dice Aquiles—. Y le daré su hígado a Argos, el perro de Odiseo.

Hefesto suspira.

—Muy bien. Pero para que yo me siente en el trono del Olimpo (el trato que tú me ofreciste y al que Nyx accedió) seguiremos necesitando convencer al Demogorgo para que interceda. Y el Demogorgo está loco.

—¿Loco? —dice Aquiles. La mayoría de las formas monstruosas parecen estar ya situadas entre los riscos, promontorios de ceniza y ríos de lava.

—Ya lo has oído hablar del Dios supremo, ¿no? —dice Hefesto.

—No sé de qué dios habla el Demogorgo, si no es de Zeus.

—El Demogorgo habla de un único dios supremo de todo el universo —dice Hefesto, su voz ya rasposa aún más rasposa por la línea de comunicación—. Un dios con «D» mayúscula y ningún otro dios más.

—Eso es absurdo.

—Sí —reconoce el dios del fuego—. Por eso la raza del Demogorgo lo exilió a este mundo prisión del Tártaro.

—¿Raza? —pregunta Aquiles, incrédulo—. ¿Quieres decir que hay más de esos Demogorgos?

—Por supuesto. Nada vivo viene en solitario, Aquiles. Incluso tú tienes que haber aprendido eso. Este Demogorgo está tan loco como una rata de cloaca troyana. Adora a un dios único y todopoderoso con «D» mayúscula y a veces se refiere a él como «el Silente»?

—¿El Silente? —Aquiles trata de imaginar a un dios silencioso. Desde luego es algo que escapa a su experiencia.

—Sí —gruñe Hefesto por los auriculares de la capucha—. Sólo que ese Silente no es todo el dios único y todopoderoso con mayúscula, sino sólo una de las muchas manifestaciones de Él... con «E» mayúscula también.

—Ya basta de mayúsculas —dice Aquiles—. Así que el Demogorgo cree en más de un dios.

—No —insiste el dios del fuego y el artificio—. Este Dios grande tiene muchas caras o avatares o formas, más o menos como Zeus cuando quiere tirarse a una mujer mortal. ¿Te acuerdas de que Zeus una vez se convirtió en cisne para...?

—¿Qué coño tiene todo esto que ver con la audiencia que va a empezar dentro de treinta puñeteros segundos? —dice Aquiles por los micrófonos de su termopiel.

Hefesto se cubre con las manos la burbuja de cristal, allá donde deberían estar sus orejas.

—Calla —susurra el dios enano por el intercomunicador—. Escucha, esto tiene muchísimo que ver con nuestros argumentos para convencer al Demogorgo de que libere a los titanes y los demás para atacar a Zeus, eliminar a los olímpicos actuales e instalarme a mí como nuevo rey del Olimpo.

—Pero si acabas de decir que el Demogorgo está prisionero aquí.

—Sí. Pero Nyx, la Noche, abrió el Agujero Brana que va del Olimpo hasta aquí. Podremos regresar por ahí a menos que se cierre antes de que comience esta maldita audiencia, asamblea, cónclave de pueblo o lo que sea. Además, creo que el Demogorgo puede salir de aquí cuando quiera.

—¿Qué clase de prisión es ésta que te permite salir cuando quieres? — pregunta Aquiles. Está empezando a pensar que el verdadero lunático es el barbudo dios enano.

—Hay que saber un poquito sobre la raza del Demogorgo —dice la cabeza-burbuja en lo alto del cuerpo de burbujas de hierro—. Que es lo que sabe todo el mundo... muy poquito. Este Demogorgo se aprisiona a sí mismo porque se lo dijeron. Puede teletransportarse a cualquier sitio, en cualquier momento... si piensa que es lo bastante importante. Tenemos que convencerlo de que es lo bastante importante.

—Pero nosotros tenemos el Agujero Brana —dice Aquiles—. ¿Y qué saca Nyx de esto? Me dijiste en casa de Odiseo, antes de que yo despertara a Zeus, que la Noche abriría el Agujero y te creí, pero ¿por qué? ¿Qué tiene ella que ganar?

—Supervivencia —dice Hefesto, y mira alrededor. Todas las formas monstruosas parecen estar en posición. La corte está en sesión. Todos esperan a que el Demogorgo hable.

Aquiles lo ve también.

—¿Supervivencia? ¿Qué quieres decir? —susurra por el interfono—. Tú mismo me dijiste que la Noche es la única diosa a quien Zeus teme. A ella y a sus malditos Hados. No puede hacerle daño.

La burbuja de cristal se mueve adelante y atrás cuando Hefesto sacude la cabeza.

—Zeus no. Próspero y Sycórax y... la gente... los seres que ayudaron a crear a Zeus, a mí, a los otros dioses, incluso a los titanes. Y no me refiero a Urano dios del cielo que se apareó con Gaia, madre Tierra. Antes de ellos.

Aquiles intenta concentrarse en la idea de alguien distinto a la Tierra y la Noche creando a los titanes y los dioses. No puede.

—Atraparon a una criatura llamada Setebos en Marte y tu Tierra-Ilión durante diez años —continúa Hefesto.

—¿Quién? —pregunta Aquiles. Está totalmente confundido—. ¿Qué es un Setebos? ¿Y qué tiene esto que ver con lo que tenemos que decirle al Demogorgo dentro de menos de un minuto?

—Aquiles, debes conocer suficiente historia para saber que Zeus y los otros jóvenes olímpicos derrotaron a su padre Cronos y los otros titanes, aunque los titanes eran más poderosos.

—Lo sé —dice Aquiles, sintiéndose de nuevo como un niño bajo la tutela de Quirón, el centauro que lo crió—. Zeus ganó la guerra entre los dioses y los titanes reclutando la ayuda de criaturas terribles contra las que los titanes estuvieron indefensos.

—¿Y cuál es la más terrible de esas terribles criaturas? —pregunta el barbudo dios-enano por el intercomunicador. Su tono magistral le da a Aquiles ganas de destriparlo allí mismo.

—El de los cien brazos —responde, haciendo acopio de toda su paciencia. El Demogorgo hablará de un momento a otro y nada de toda esta cháchara ha ayudado a Aquiles a saber qué decir—. La monstruosa cosa de muchas manos a quien los dioses llamáis Briareo —añade—, pero que los primeros dioses llamaron Aigaion.

—El ser llamado Briareo y Aigaion se llama en realidad Setebos —susurra Hefesto—. Durante diez años han distraído a esta criatura de sus hambrientas intenciones, alimentándola con vuestra penosa guerra humana entre troyanos y aqueos. Pero ahora vuelve a andar suelta y los cimientos cuánticos de todo el sistema solar se desmoronan. A Nyx le preocupa que destruyan no sólo su Tierra, sino el nuevo Marte y toda la dimensión oscura. Los Agujeros Brana lo conectan todo. Están siendo demasiado intrépidos, este Sycórax y Setebos, Próspero y su ralea. Las Parcas predicen una destrucción cuántica total si algo o alguien no intercede. Nyx preferiría que yo, el enano lisiado, estuviera en el trono del Olimpo en vez de arriesgarse a un
meltdown
cuántico total.

Como Aquiles no tiene ni la menor idea de lo que está diciendo el dios enano, permanece en silencio.

El Demogorgo parece aclararse su no-garganta para silenciar los últimos murmullos y movimientos del grupo de titanes, horas, aurigas, curadores y otras figuras informes.

—La buena noticia —susurra Hefesto por el intercomunicador, como si la enorme masa velada y sin forma pudiera oírlos a pesar de la conexión— es que el Demogorgo y su dios (el Silente) comen Setebos para desayunar.

—El Demogorgo no es el loco, aquí —responde Aquiles—. Eres tú quien está más loco que una rata de cloaca troyana.

—Sin embargo, ¿me dejarás que hable por nosotros? —susurra Hefesto, la impaciencia marcada en cada sílaba.

—Sí —dice Aquiles—. Pero si dices algo con lo que yo no esté de acuerdo voy a cortar tu bonito traje en pelotas de hierro separadas y luego te cortaré las pelotas y te las meteré por ese cuenco de cristal.

—De acuerdo —dice Hefesto, y desenchufa la línea.

—PODÉIS EMPEZAR VUESTRA APELACIÓN —truena el Demogorgo.

76

Decidieron votar si Nadie podía llevarse el sonie. La reunión se fijó para el mediodía, cuando estaban apostados el menor número de centinelas y el grueso de las tareas estaba hecho, así que la mayoría de los supervivientes de Ardis (incluidos los seis recién llegados y Hannah, lo cual aumentaba su número a cincuenta y cinco) pudieron asistir. Sin embargo, la naturaleza de la petición de Odiseo/Nadie había llegado incluso al puesto de vigilancia más lejano y ya había un consenso en contra.

Hannah y Ada se pasaron el resto de la mañana informándose de los acontecimientos. La mujer más joven estaba inconsolable por la pérdida de sus amigos y de Ardis, pero Ada le recordó que la mansión podía ser reconstruida... o al menos una burda versión de ella.

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