Marea viva (51 page)

Read Marea viva Online

Authors: Cilla Börjlind,Rolf Börjlind

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Marea viva
6.69Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿A qué conclusión habéis llegado? —preguntó ella.

—Mantenernos tranquilos, de momento.

—¿Por qué? ¿Porque se trata de Jackie Berglund?

—No; porque interferiría en nuestra reorganización.

—De acuerdo. Pero ¿se le informará de ello?

—Sí. Ya me encargo yo.

—Muy bien.

Mette colgó y vio que Stilton, a un par de metros de ella, había escuchado la breve conversación. Pasó por su lado sin decir nada y subió los escalones que daban al porche.

Abbas abrió la puerta, con el brazo alrededor de Jolene. Olivia recibió un fuerte abrazo de la chica.

—¡Tenemos hambre! —exclamó una Mette muy sonriente.

Cruzaron el vestíbulo sorteando cosas y entraron en la cocina. Allí trajinaba Mårten con una serie de ingredientes para lo que había prometido sería el punto culminante gastronómico del verano.

Espagueti a la carbonara con rebozuelos en lata.

Había dado de comer al resto del clan hacía rato y todos se habían diseminado por la casa. Mårten les había explicado que la dueña de la casa quería estar tranquila y que sus invitados querían comer en paz. Los que no se avinieran a ello serían enviados a la habitación de Ellen para contar los puntos del revés y del derecho de su labor.

El ambiente estaba relativamente calmado.

—¡Sentaos!

Mårten hizo un gesto con la mano hacia la mesa, donde una amplia muestra de la cerámica de Mette estaba expuesta. Cuencos, platos y bastantes objetos a medio camino entre lo uno y lo otro; probablemente eran tazas.

Tomaron asiento.

Mette sirvió vino. Stilton rehusó. La cálida luz de los candelabros se reflejaba en las copas de los demás cuando brindaron y bebieron.

Se reclinaron en sus sillas.

Había sido un día muy largo, para todos.

Incluso para Mårten. Había dedicado un buen rato a pensar en lo que se avecinaba y en cómo debía gestionarlo. No estaba del todo seguro. Podía salir de muchas maneras y ninguna era sencilla.

Se mantuvo expectante.

Los demás hicieron lo mismo, salvo Olivia. Sintió como el primer sorbo de vino esparcía relajación y calidez por su cuerpo. Miró al grupo reunido alrededor de la mesa, personas que hacía muy poco le resultaban desconocidas.

Stilton, el hombre sin hogar. Con un pasado espinoso que le había acarreado más de un tropiezo, aunque no al punto de constituir un patrón irreversible. Recordó el aspecto que tenía la primera vez que se encontraron, en Nacka. Había una considerable diferencia entre ahora y entonces. Una mirada muy distinta, entre otras cosas.

Mårten, el hombre que tenía una
Kerouac
. El psicólogo infantil que había conseguido que ella se abriera de una manera desconcertante. ¿Cómo lo había logrado?

Mette, su esposa, que casi le había dado un susto de muerte la primera vez que se vieron y que seguía guardando las distancias. Pero con respeto. Después de todo, había dejado entrar a Olivia en su casa y en su investigación.

Y luego estaba Abbas. El crupier esbelto, con sus cuchillos secretos pegados al cuerpo y su extraño olor. Un hombre misterioso, pensó. Uno de los que se cuela en tu interior con los ojos abiertos. ¿Quién era, en realidad?

Bebió otro sorbo de vino. Fue entonces cuando lo notó, o lo sintió: una especie de expectación alrededor de la mesa. Ninguna sonrisa ni breve intercambio de opiniones, tan solo una especie de espera.

—¿Qué pasa? —preguntó con una leve sonrisa—. ¿Por qué estáis tan callados?

Los demás cruzaron sus miradas. Miradas que Olivia intentó seguir de uno a otro hasta que llegó a Stilton. En ese momento, él hubiera deseado tener su frasco de Diazepam a mano.

—¿Recuerdas cuando te pregunté en la cocina de tu casa, cuando la autocaravana se había quemado, por qué habías escogido el caso de la playa? —dijo Stilton.

La pregunta sorprendió a Olivia.

—Sí.

—¿Y que tú dijiste que era porque tu padre había trabajado en el caso?

—Sí.

—¿No hubo nada más que te llevara a hacerlo?

—No, bueno, sí, hubo algo, un poco más tarde. El asesinato tuvo lugar el mismo día que yo nací. Una casualidad un tanto curiosa.

—No lo fue.

—¿Qué quieres decir? ¿Que no fue una casualidad?

Mette sirvió más vino en la copa de Olivia. Stilton la miró.

—¿Sabes lo que sucedió aquella noche, después de que Ove Gardman huyera corriendo de la playa?

—Sí, ellos… ¿A qué te refieres? ¿Justo después?

—En cuanto entró a su casa y contó lo que había visto, sus padres salieron corriendo en dirección a la playa, al tiempo que llamaban pidiendo un helicóptero ambulancia.

—Sí, lo sé.

—Su madre era enfermera. Cuando llegaron, los asesinos habían desaparecido, pero consiguieron sacar a la mujer, Adelita, de la arena y del agua. Estaba inconsciente, pero todavía tenía pulso. La madre de Ove Gardman intentó reanimarla y la mantuvieron con vida, pero murió unos minutos después de que llegara el helicóptero.

—Vaya.

—Pero el bebé en su vientre seguía vivo. El médico del helicóptero realizó una cesárea de urgencias y lo sacó.

—¿Qué dices? ¿El bebé sobrevivió?

—Sí.

—¿Y qué, por qué no dijisteis nada antes? ¿Qué pasó con la criatura?

—Decidimos mantener en secreto que el bebé había sobrevivido, por razones de seguridad.

—¿Por qué?

—Porque desconocíamos el motivo del asesinato. En el peor de los casos, el objetivo de los asesinos podía ser el niño nonato, que fuera él quien debía morir.

—Entonces, ¿qué hicisteis con él?

Stilton buscó el apoyo de Mette, pero ella había bajado la mirada. Tuvo que seguir adelante solo.

—Dejamos que uno de los investigadores se hiciera cargo del bebé, hasta que descubriéramos la identidad de la madre, o que apareciera el padre de la criatura, pero no fue así.

—¿Entonces?

—Con el tiempo, el investigador que se hizo cargo de la criatura solicitó adoptarla, él y su esposa no tenían hijos. A nosotros y a los servicios sociales nos pareció una buena solución.

—¿Y quién era ese investigador?

—Arne Rönning.

Probablemente, Olivia ya había intuido por dónde iba Stilton, pero necesitaba escucharlo. A pesar de que le resultaba increíble.

—Entonces, ¿se supone que esa criatura soy yo? —dijo Olivia por fin.

—Sí.

—O sea que soy… ¿qué? ¿Hija de Adelita Rivera y Nils Wendt?

—Sí.

Mårten había mantenido la mirada fija en Olivia todo el tiempo. Mette estudiaba su lenguaje corporal. Abbas había retirado la silla un poco.

—No puede ser. —El tono de Olivia todavía se mantenía en un registro moderado. Todavía estaba lejos de desquiciarse.

—Lamentablemente, sí puede ser —dijo Stilton.

—¿Lamentablemente?

—Tom cree que tal vez podías haberte enterado de otra manera, en otro momento, en otras circunstancias. —Mårten intentaba mantenerla serena.

Olivia miró a Stilton.

—Es decir, ¿que tú lo supiste desde el momento en que nos encontramos frente al supermercado?

—Sí.

—¿Que yo era la niña en el vientre de la mujer ahogada?

—Sí.

—Y no me lo dijiste.

—Estuve a punto de hacerlo varias veces, pero…

—¿Mi madre sabe algo de todo esto?

—No conoce las circunstancias exactas. Arne prefirió no explicárselas —dijo Stilton—. Aunque cabe que Arne se lo contara antes de morir.

Olivia echó la silla hacia atrás, se levantó y paseó la mirada por todos los presentes. Se detuvo al llegar a Mette.

—¿Cuánto tiempo hace que lo sabéis? —Ahora su tono fue ligeramente más alto.

Mårten se dio cuenta de que se acercaba el momento crítico.

—Tom nos lo dijo hace unos días —respondió Mette—. No sabía qué hacer, si debía contártelo o no. Necesitaba ayuda, estaba muy agobiado por…

—Estaba agobiado.

—Sí.

Olivia miró a Stilton y sacudió la cabeza. Luego salió corriendo. Abbas estaba preparado e intentó retenerla, pero Olivia se zafó y desapareció por la puerta. Stilton intentó salir detrás de ella, pero Mårten lo detuvo.

—Yo me encargo —dijo Mårten, y corrió tras Olivia.

La alcanzó un poco más abajo de la calle. Se había derrumbado contra una verja de hierro y se tapaba la cara. Mårten se inclinó sobre ella. Olivia se incorporó rápidamente y salió corriendo de nuevo. Él saltó detrás de ella y volvió a alcanzarla. Esta vez la agarró, le dio la vuelta y la abrazó con fuerza. Entonces ella se tranquilizó momentáneamente. Lo único que se oía eran sus ahogados sollozos de desesperación contra el pecho de Mårten. Él le acarició la espalda con suavidad. Si ella hubiera visto sus ojos en aquel momento habría comprendido que, aparte de ella, había más gente que estaba desesperada.

Stilton se había acercado a la ventana. Después de apartar la cortina a un lado contempló a la pareja solitaria en la calle.

Mette se puso a su lado y miró.

—¿Hemos hecho lo correcto? —preguntó.

—No lo sé.

Stilton miró al suelo. Había repasado cien alternativas, desde la primera vez que ella lo paró en la calle y le dijo que se llamaba Olivia Rönning. La hija de Arne. Sin embargo, ninguna de las alternativas le había parecido convincente. Con el tiempo, se le había tornado cada vez más desagradable y al mismo tiempo más difícil abordarlo. Cobarde, pensó. Fui un cobarde. No me atreví. Me aferré a mil excusas para no tener que decírselo.

Al final había acudido a los únicos en quienes confiaba. Para no tener que decírselo él. O al menos podérselo decir apoyado por las personas que tal vez serían capaces de manejar algo que en esos momentos a él lo superaba, pues estaba desentrenado en esas cuestiones tan humanas.

Por ejemplo, Mårten.

—Como sea, ya está hecho —dijo Mette.

—Sí.

—Pobre chica. Pero supongo que sabía que era adoptada, ¿no?

—Es posible. No tengo ni idea.

Stilton levantó la mirada. Ahora mismo no llegarían mucho más lejos, pensó, y miró a Mette.

—La llamada en el jardín, ¿se trataba de los clientes de Jackie? —quiso saber.

—Sí.

—¿A quién encontraste?

—A un policía, entre otros.

—¿Rune Forss?

Mette volvió a la cocina sin contestar. Si Tom se recupera, nos ocuparemos juntos de Jackie Berglund y su clientela, pensó. En un futuro.

Stilton advirtió que Abbas se había colocado a su lado.

Los dos se volvieron hacia la calle.

Olivia seguía rodeada por los brazos de Mårten. Su cabeza estaba inclinada sobre la de ella y le hablaba. Lo que le estaba diciendo quedaría entre los dos para siempre. Pero esto no era más que el principio para ella, el principio de un largo viaje melancólico y frustrante. Un viaje que tendría que emprender sola. Él estaría allí para cuando ella lo necesitara, pero era su viaje y de nadie más.

En algún momento del camino, en una estación abandonada, él le regalaría un gatito.

Epílogo

Estaba sentada en silencio en medio de la noche estival, una noche que no era noche, que tan solo era un
rendez-vous
entre el crepúsculo y el alba, atravesada por la mágica luz con que las gentes del sur tanto se excitan sensualmente, y que para Olivia apenas era perceptible.

Estaba sentada entre las dunas, sola, las rodillas recogidas bajo la barbilla. Llevaba un rato con la mirada puesta en la ensenada. La marea era baja, baja y alargada; esa noche habría marea viva. Había estado sentada allí, contemplando el sol poniente y había visto la luna tomar posesión de la escena, un astro con rayos prestados, más frío, más azul, sin mayor empatía.

Durante la primera hora se había mantenido serena, intentando pensar en detalles. ¿Por dónde habían conducido exactamente a Adelita hasta la playa? ¿Dónde estaba su abrigo? ¿Hasta dónde la habían llevado? ¿Dónde la habían enterrado? ¿Allí? ¿O allá? Era una manera de contenerse, de retrasar lo que inevitablemente vendría.

Luego pensó en su padre biológico. Nils Wendt. Una noche había ido hasta allí con una maleta con ruedas y se había dirigido hacia el mar con la marea baja y se había quedado allí. ¿Sabía que el crimen había tenido lugar allí? ¿Que su amada se había ahogado precisamente allí? Debió de saberlo, sino ¿qué hacía allí? Olivia entendió que Nils había llorado la muerte de Adelita, que había buscado el último lugar en la tierra que ella había pisado para llorarla.

Allí mismo.

Y ella estaba escondida tras unas rocas, viéndolo todo.

Viendo el momento.

Inspiró impetuosamente.

Volvió la mirada hacia el mar. Fueron muchos los pensamientos que la recorrieron en ese momento, e intentó contenerse.

La cabaña. Él había ido a la cabaña para pedirle prestado su móvil.

De pronto recordó un breve instante, justo cuando ella apareció en la puerta, en el que Nils se había detenido y algo, una especie de duda, había asomado en sus ojos. Como si hubiera visto algo que no esperaba ver. ¿Vio a Adelita en mí? ¿En una fracción de segundo?

Luego llegó la segunda hora, y la tercera, cuando lo concreto y lo real ya no alcanzaban para que siguiera resistiéndose. Cuando la niña que había en ella se apoderó de todo su ser.

Durante mucho tiempo.

Hasta que las lágrimas se secaron y recuperó las fuerzas necesarias para volver a mirar el mundo y entrar en contacto con su intelecto. Nací en esta playa, pensó, arrancada del vientre de mi madre ahogada, en una noche de marea viva y claro de luna, exactamente como esta.

Aquí mismo.

Apoyó el rostro en sus rodillas.

Fue así como él la vio, a lo lejos. Estaba detrás de las rocas, en el mismo lugar de entonces. La había visto pasar por delante de la casa unas horas antes y no había vuelto. Ahora la vio agachada, en cuclillas, casi en el mismo lugar donde habían estado los otros aquella noche.

Volvió a oír el mar.

Olivia no se dio cuenta de su presencia, hasta que él se detuvo a su lado, en cuclillas, y se calmó. Ella se volvió ligeramente hacia él y buscó su mirada. El niño que lo había visto todo. El hombre del pelo descolorido por el sol. Volvió a dirigir la mirada hacia el mar. Fue mi padre con quien habló en Costa Rica, pensó, y mi madre a la que vio asesinar aquí, y él no lo sabe.

Alguna vez se lo contaré.

Volvieron la mirada hacia el mar. Hacia la húmeda y larga playa bañada por la luz de la luna. Unos pequeños y brillantes cangrejos cruzaban la arena de un lado a otro, como resplandecientes reflejos en la luz acerada. Los rayos relucían en los regueros que corrían entre los pliegues en la arena. Los caracoles se adhirieron con más fuerza a las piedras.

Other books

Death on the Sound by Wayne Saunders
Within Reach by Sarah Mayberry
This I Believe: Life Lessons by Dan Gediman, Mary Jo Gediman, John Gregory
Ponga un vasco en su vida by Óscar Terol, Susana Terol, Iñaki Terol, Kike Díaz de Rada
A grave denied by Dana Stabenow
A Lesson in Patience by Jennifer Connors
Flirting with Sin by Naima Simone