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Authors: Cilla Börjlind,Rolf Börjlind

Tags: #Intriga, #Policíaco

Marea viva (47 page)

BOOK: Marea viva
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No reconoció el número a simple vista.

Klinga, que sospechaba de quién podía provenir aquel SMS, se presentó en el parque tan rápido como se lo permitió el coche policial, con tres agentes más. Se hicieron cargo de los dos chicos desnudos y calados hasta los huesos que estaban atados a un banco.

Heridos y hundidos.

Una hora más tarde estaba con su jefe Rune Forss y todo el equipo MH en una sala de la comisaría. La expectación general se incrementó cuando Klinga entró en el sitio de Trashkick y encontró un vídeo reciente grabado con un móvil. Mostraba a dos jóvenes sentados en un banco, desnudos y con los ojos desorbitados de miedo. A continuación contaban cómo habían dado una paliza a una vieja en una caravana y a un tipo en un parque cerca del puerto de Värta, y cómo habían incendiado esa misma caravana unos días más tarde y perpetrado otros asaltos violentos contra personas sin hogar.

Con gran profusión de detalles.

De pronto, Rune Forss se levantó maldiciendo para sus adentros. En parte porque le habían servido en bandeja a dos personas que él debería haber atrapado. Y en parte porque era imposible identificar a los que habían grabado aquel vídeo y que obviamente estaban detrás de todo.

Y sobre todo porque los tatuajes de los muchachos eran bien visibles: «KF», con un círculo alrededor.

Tal como había dicho Stilton.

Primero había pasado por el establecimiento de Ronny Redlös para comunicarle que, lamentablemente, el abrigo negro se había quemado. Se llevó un nuevo libro. Luego había encontrado a Arvo Pärt en un saco de dormir debajo de un banco en el parque de Fatbur, cerca de la estación de Södra. Pärt estaba tan empapado como el saco de dormir. Una hora más tarde encontraron a Muriel, unos segundos antes de que se metiera una dosis en un cobertizo para bicicletas.

Ahora estaban los tres sentados en una sala de Hållpunkten, un consultorio médico para personas sin hogar cerca de la plaza de Mariatorget.

—Ahora podéis entrar.

Los tres se dirigieron a la habitación que la enfermera les indicó. La puerta estaba abierta y Benseman ocupaba la cama de la pared. Era un hombre físicamente roto, pero estaba vivo. Contra las prácticas habituales, le habían concedido una habitación, pues resulta difícil echar a un hombre sin hogar destrozado y enviarlo al vertedero.

—Los han atrapado —dijo Stilton.

—Gracias, Jelle —dijo Benseman.

Muriel le cogió la mano. Pärt se frotó un poco los ojos; era de lágrima fácil. Stilton le tendió un libro.

—Pasé por la librería de Ronny Redlös y me dio este libro para ti.

Benseman cogió el libro y sonrió. Era
El castillo desenfrenado
, de Akbar del Piombo, un relato pornográfico absolutamente chiflado sobre monjas y hombres desmadrados.

—¿Qué libro es? —preguntó Muriel.

—Uno de esos que ciertos escritores tienen que escribir alguna vez en la vida para sacar lo que no pueden escribir con su nombre real. Akbar del Piombo es un pseudónimo de William S. Burroughs.

Ninguno de los que rodeaban la cama sabía quiénes eran los autores, pero mientras Benseman estuviera contento ellos también lo estarían.

Mette estaba frente a la pizarra de la sala de investigaciones. Una parte del equipo estaba recogiendo sus papeles. El caso Wendt no avanzaba. Lisa Hedqvist se acercó a ella.

—¿Qué estás pensando?

Mette había clavado la mirada en las fotografías del cadáver de Nils Wendt. El cuerpo desnudo. La particular marca de nacimiento en su muslo izquierdo.

—Hay algo en esa marca, en el muslo…

Descolgó la fotografía de la pizarra.

Olivia había dedicado el día a cumplir con algunas cosas de índole práctica. Limpiar la casa, pasar la aspiradora. Y hablar con Lenni, que finalmente asistiría al festival de Peace Love sin Jakob.

—¿Por qué?

—Es que su ex ha vuelto a aparecer.

—Qué lata.

—Sí, no entiendo qué le ve. Creo que lo único que le ha dado son ladillas.

—¡Qué asco!

—Ya.

—Entonces, ¿irás sola?

—No; iré con Erik.

—¿Erik? ¿El amigo de Jakob?

—Sí. ¿Y qué? No seguirás estando loquita por él, ¿verdad?

—No, qué va, pero creía que él y Lollo…

—No, ella lo dejó y se fue a Rodas, ayer. Tendrás que empezar a enterarte un poco más de las cosas, Ollan, ¡te lo pierdes todo!

—¡Me esforzaré, lo prometo!

—Pero escucha, tengo que hacer el equipaje y coger un tren. ¡Ya te llamaré! ¡Un beso!

—¡Besos!

Y luego la colada. Durante horas. De pronto, mientras repasaba la ropa de la última lavadora encontró la bolsita de plástico en un bolsillo. ¡El pendiente! Lo había olvidado por completo. El pendiente de Nordkoster que le había prestado Stilton. Lo sacó y lo examinó. ¡Claro que había visto uno parecido en la tienda de Jackie Berglund! Se sentó ante el portátil, ligeramente excitada, y buscó la página de la tienda en internet. En el apartado de «Productos» apareció un número considerable de artículos de bisutería ofertados por Jackie. Incluida una colección de pendientes. Pero ninguno que se pareciera al que Olivia tenía. Tal vez no fuera de extrañar, pensó. El pendiente de Nordkoster tenía al menos veintitrés años. Debió de verlo en otro lugar. ¿Otra tienda? ¿Alguien que lo llevaba puesto? ¿En casa de alguien?

¡De pronto recordó dónde!

No había sido en la tienda de Jackie.

Stilton caminaba por Vanadisvägen. Los nubarrones habían escampado y ahora caía una suave llovizna. Se dirigía a casa de Abbas. Dormiría allí una noche más. Luego ya vería. Se sentía incómodo con la situación. Abbas no, eso lo sabía. Pero no era eso. Era él. Quería ser él mismo. Sabía que podía sufrir pesadillas espantosas y que el grito siempre estaba al acecho. No quería involucrar a Abbas en todo aquello. Se habían separado después del encuentro con aquellos gamberros en el parque de Blecktorn. Abbas le había preguntado cómo había sabido que aparecerían precisamente allí.

—Me di cuenta de que me seguían desde Söderhallarna, y entonces te llamé.

—Pero si no tienes móvil.

—Pero hay cabinas.

Luego sus caminos se separaron. Abbas tenía que colgar el vídeo que había grabado con el móvil. Les habían sacado a los chavales todas las contraseñas de Trashkick.

Y Stilton tenía que conseguir un móvil nuevo, el que ya llevaba en el bolsillo. Abbas le había dado dinero para que lo comprara. De pronto oyó un peculiar silbato. Se volvió en mitad de la calle. Nadie. Un nuevo silbido. Stilton sacó el móvil nuevo de su bolsillo. El tono de llamada estaba puesto en «sirena de fábrica».

Contestó.

—¡Soy Olivia! ¡Sé dónde he visto ese pendiente antes!

Stilton no tardó en darse cuenta de que Olivia, como de costumbre, tendría que llamar a Mette.

—¿Ahora? Pero ya son las…

—La policía trabaja las veinticuatro horas del día. ¿No os enseñan esas cosas?

Stilton colgó.

Mette no trabajaba las veinticuatro horas del día. Era muy eficiente cuando trabajaba y luego delegaba la responsabilidad. Todos ganaban con ello. Cuando Olivia llamó, la comisaria volvía a su casa después de varias horas extra. Llegó hasta el vestíbulo durante la conversación y allí dio media vuelta. De pronto la información de Olivia acerca del pendiente había hecho caer la ficha. Después de veintitrés años.

Tendría que hacer más horas extra.

Volvió a su despacho en el edificio C a toda prisa. Una vez allí, abrió un pequeño archivo y sacó una caja marcada como NILS WENDT-1984. Mette no era de los que destruyen documentos. Antes o después podría necesitarlos, nunca se sabía. Abrió la caja y sacó un pequeño paquete de fotografías turísticas. Se acercó a las ventanas y bajó las persianas. Encendió la lámpara de su escritorio, se sentó y abrió un cajón para coger la lupa. Sobre la mesa estaba la foto del cadáver de Nils Wendt que le había facilitado el instituto forense. Mette levantó una de las fotografías turísticas y la examinó con la lupa. Había sido tomada en 1985, de lejos, y era bastante borrosa. Mostraba a un hombre en pantalones cortos; era imposible distinguir su rostro, pero la marca de nacimiento en el muslo izquierdo era nítida. Mette miró de reojo la fotografía del cadáver de Wendt. La marca de nacimiento en su muslo izquierdo. Era igualmente nítida, e idéntica a la de la fotografía turística. El hombre de la foto era Nils Wendt.

Se reclinó en la silla.

Ella había dirigido la investigación sobre Nils Wendt durante un tiempo, a mediados de los años ochenta, y, entre otros, se puso en contacto con ella una pareja de suecos que había estado de vacaciones en Playa del Carmen, México. Habían tomado algunas fotografías a escondidas de un hombre que creían era el financiero que la policía andaba buscando, desaparecido en circunstancias poco claras. Había resultado imposible confirmarlo.

Qué extraño, pensó Mette. Miró las dos fotografías. Era difícil equivocarse con esta marca de nacimiento.

Una hora más tarde se encontraron los tres, Mette, Stilton y Olivia, cerca de medianoche. Mette fue a su encuentro en el vestíbulo y los guio a través de los controles de seguridad. Entraron en su despacho. Las persianas seguían bajadas; la lámpara del escritorio, encendida. Olivia recordaba el despacho. Había estado allí hacía una eternidad. En realidad, hacía unas semanas. Mette señaló un par de sillas frente al escritorio. Como una maestra, miró a sus visitantes. Un ex comisario de la brigada criminal, actualmente sin hogar, y una estudiante de la Escuela de Policía ligeramente bizca. Esperaba que Oskar Molin no hiciera horas extraordinarias.

—¿Queréis algo? —dijo.

—Un nombre —respondió Stilton.

—Eva Hansson.

—¿Quién es? —preguntó Olivia.

—Vivía con Nils Wendt en los ochenta, tenían una casa de veraneo en Nordkoster. Hoy en día se llama Eva Carlsén.

—¿Cómo? —Olivia estuvo a punto de levantarse de la silla—. ¿Eva Carlsén fue pareja de Nils Wendt?

—Sí. ¿Cómo entraste en contacto con ella?

—A través del trabajo para la escuela.

—¿Y fue en su casa donde viste la fotografía?

—Sí.

—¿Con los pendientes?

—Sí.

—¿Cuándo?

—Veamos, creo que hace unos diez o doce días.

—¿Qué hacías allí?

—Tenía que devolverle una carpeta.

Stilton sonrió levemente; la escena empezaba a tener tintes de interrogatorio. Le encantaba. Le encantaba cuando Mette estaba en forma.

—¿Cómo sabías que ella estaba en Nordkoster cuando se cometió el asesinato? —preguntó Mette.

—Ella misma me lo contó.

—¿Con qué motivo?

—Fue… Bueno, fue… nos vimos en Skeppsholmen y…

—¿Os conocéis bien?

—No, en absoluto.

—Pero ¿estuviste en su casa?

—Sí.

¿Qué es esto?, pensó Olivia. ¿Un maldito interrogatorio? Si fui yo quien le contó lo de los pendientes. Sin embargo, Mette prosiguió.

—¿Hubo algo más, además de los pendientes, que te llamara la atención en su casa?

—No.

—¿Qué hicisteis?

—Tomamos café, me contó que estaba divorciada y que un hermano suyo había muerto de sobredosis. Luego hablamos de…

—¿Cómo se llamaba? —intervino Stinton.

—¿Quién? —preguntó Olivia.

—El hermano que murió de una sobredosis.

—Sverker, creo. ¿Por qué lo preguntas?

—Porque figuraban un par de drogadictos en la investigación, en Nordkoster, tenían…

—¡Vivían en una de sus cabañas! —se excitó Olivia.

—¿Las cabañas de quién? —preguntó Mette.

—¡De Betty Nordeman! ¡Los echó porque se drogaban! Aunque afirmó que habían abandonado la isla antes del asesinato.

—Interrogué a uno de ellos —dijo Stilton—. Él dijo lo mismo, que se habían ido antes del asesinato. Robaron una embarcación y cruzaron al continente.

—¿Investigasteis lo de la embarcación? —preguntó Mette.

—Sí. La robaron la noche antes del asesinato. Pertenecía a uno de los veraneantes.

—¿Quién?

—No lo recuerdo.

—¿A lo mejor Eva Hansson?

—Es posible.

Stilton se levantó y empezó a pasearse de un lado a otro. Magnífico, pensó Mette. De pronto, recordó que había bastante gente en la Brigada Criminal que solía llamarle el Oso Polar. En cuanto se ponía en marcha empezaba a pasearse por la habitación.

Como ahora.

—A lo mejor, uno de los drogatas de la cabaña era ese Sverker —dijo—. El hermano de Eva Hansson.

—¿Cuántos eran en la cabaña? —preguntó Mette.

—Dos.

—Pero tres en la playa —observó Olivia—. Según Ove Gardman.

Se hizo el silencio. Mette chasqueó los dedos y se oyó claramente en medio del silencio. Stilton se había quedado parado. Olivia miró del uno a la otra. Fue Mette quien le puso palabras.

—O sea, que pudieron haber sido Eva Hansson, su hermano y un amigo drogadicto de este los que estaban en la playa aquella noche.

Los tres así lo habían interpretado.

Dos de ellos sabían que todavía tendrían que recorrer un largo camino hasta tener siquiera la sombra de una posibilidad de demostrar lo que Mette acababa de decir. La tercera, Olivia, era estudiante de la Escuela de Policía. Creía que todo estaba prácticamente hecho.

—¿Dónde está todo el material del caso Nordkoster? —preguntó Stilton.

—Supongo que en Gotemburgo —dijo Mette.

—¿Puedes llamar y pedirles que averigüen cómo se llamaba el drogadicto que interrogamos? ¿Y de quién era la embarcación que robaron?

—Por supuesto, pero tardarán un rato.

—A lo mejor sería más fácil preguntárselo a Betty Nordeman —propuso Olivia.

—¿Cómo?

—Me contó que llevaba un registro del conjunto de cabañas. Una especie de registro de huéspedes, supongo. A lo mejor todavía lo guarda. Parecían gente bastante ordenada, los Nordeman.

—Llama y pregúntaselo —dijo Mette.

—¿Ahora?

En el mismo instante en que lo dijo miró a Stilton con el rabillo del ojo. «Los policías trabajan siempre.» Pero ¿despertar a una anciana del archipiélago a esas horas de la noche?

—¿O quieres que llame yo? —se ofreció Mette.

—Ya me ocupo yo.

Olivia sacó su móvil y llamó a Betty Nordeman.

—Hola, soy Olivia Rönning.

—¿La turista de asesinatos?

—Sí, eso es. Lamento llamarla a estas horas, pero estamos…

—¿Creías que estaría durmiendo? —dijo Betty.

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