Read Los señores de la instrumentalidad Online
Authors: Cordwainer Smith
Antes de que el bailarín pudiera hablar, Flavio arrojó la segunda bola.
Esta vez dio en la puerta. Los poderes que habían inmovilizado a Sto Odín y sus robots se activaron otra vez. La bola cantó mientras atravesaba el pórtico y frenaba en medio del aire, cantó de nuevo cuando el pórtico se la arrojó de vuelta a Flavio.
Al volver, la bola no tocó la cabeza de Flavio, pero le aplastó el pecho. Allí estaba su cerebro verdadero. Se produjo un chisporroteo de luz cuando el robot se extinguió pero, en su agonía, Flavio cogió la bola por última vez y se la arrojó a Joven-sol. El robot quedó definitivamente desactivado y la pesada bola, lanzada un poco al azar, hirió al señor Sto Odín en el hombro derecho. El señor Sto Odín experimentó dolor hasta que se arrastró hasta el maniquí meee y anuló todos los dolores. Luego se examinó el hombro. Estaba casi deshecho. La sangre del cuerpo orgánico y el fluido hidráulico de las prótesis se unieron en un lento y gorgoteante torrente mientras los líquidos se unían y fundían y le corrían por el costado.
El bailarín casi olvidó la danza.
Sto Odín se preguntó hasta dónde habría llegado la muchacha.
La presión del aire cambió.
—¿Qué le pasa al aire? ¿Por qué pensaste en la muchacha? ¿Qué sucede?
—Lee mis pensamientos —sugirió el señor Sto Odín.
—Primero bailaré y recobraré mis poderes.
Por unos minutos pareció que el bailarín que empuñaba el congohelio causaría un alud.
El señor Sto Odín, agonizante, cerró los ojos y descubrió que la muerte era apacible. El fulgor y el ruido del mundo circundante seguían siendo interesantes, pero habían perdido toda su importancia.
El congohelio con mil luces irisadas y cambiantes y el bailarín se habían vuelto casi transparentes cuando Joven-sol se volvió para leer la mente de Sto Odín.
—No veo nada —comentó Joven-sol, preocupado—. Tu control de vitalidad está demasiado alto y pronto morirás. ¿De donde viene todo este aire? Me parece oír un fragor lejano. pero no lo provocas tú. Tu robot enloqueció. Todo lo que haces es contemplarme con satisfacción y morir. Es muy raro. ¡Quieres morir a tu manera cuando podrías vivir vidas inimaginables con nosotros!
—Así es —respondió el señor Sto Odín—. Muero a mi manera. Pero baila para mí, baila para mí con el congohelio, mientras te cuento tu propia historia tal como tú me la has transmitido. Será un verdadero placer aclarar esa historia antes de morir.
El bailarín titubeó, empezó a bailar y se volvió de nuevo hacia el señor Sto Odín,
—¿Estás seguro de que quieres morir? Con el poder de lo que tú llamas los planetas Douglas-Ouyang, que recibo aquí con la ayuda del congohelio, podrías estar cómodo mientras yo bailo, e incluso podrías morir cuando quisieras. Los botones de vitalidad son mucho más débiles que los poderes que domino. Incluso podría ayudarte a cruzar el umbral de mi puerta...
—No. Sólo baila para mí mientras muero. A mi manera.
Así cambió el mundo. Millones de toneladas de agua se precipitaban sobre ellos.
Al cabo de pocos minutos el Gebiet y el Bezirk quedarían inundados mientras el aire subía silbando. Sto Odín advirtió satisfecho que había un conducto de aire en la parte superior de la cámara del bailarín. No se permitió tri-pensar lo que sucedería cuando la materia y la antimateria del congohelio quedaran sumergidas en torrentes de agua salada. Algo así como una explosión de cuarenta megatones, supuso, con la fatiga de un hombre que ha meditado un problema en el pasado y lo recuerda fugazmente mucho después.
Joven-sol estaba recreando la religión anterior a la era del espacio. Entonaba himnos, alzaba los ojos y las manos y el fragmento de congohelio al Sol; tocaba el son de los derviches giratorios, las campanas del templo del Hombre de los Dos Maderos
y
las otras campanas, las del santo que había escapado del tiempo simplemente viéndolo y saliendo de él. ¿Se llamaba Buda? Y pasó luego a las graves blasfemias que afligieron a la humanidad después de la caída del Mundo Antiguo.
La música lo acompañaba.
La luz también.
Procesiones de sombras espectrales siguieron a Joven-sol mientras mostraba cómo la humanidad antigua había encontrado los dioses, y el Sol, y luego otros dioses. Concedió a la danza el misterio más antiguo del hombre: que el hombre fingiera temer a la muerte cuando lo que no comprendía era la vida misma,
Y mientras él bailaba, el señor Sto Odín le repitió su propia historia:
—Huiste de la superficie, Joven-sol, porque la gente era imbécil y feliz, y aburrida en su lamentable felicidad. Huiste porque no soportabas ser un ave de corral, criada antisépticamente, amparada por un techo y congelada al morir. Te uniste a los demás disconformes, personas brillantes e inquietas que buscaban la libertad en el Gebiet, Conociste sus drogas, licores y tabacos. Disfrutaste de sus mujeres, y sus fiestas, y sus juegos. No bastaba. Te convertiste en un caballero suicida, un héroe que buscaba una muerte-fiesta que te invistiera de individualidad. Bajaste al Bezirk, el lugar más olvidado y aborrecible. No encontraste nada. Sólo máquinas viejas y pasillos desiertos. Aquí y allá unas cuantas momias y huesos. Sólo las luces calladas y el murmullo tenue del aire en los pasillos.
—Ahora oigo agua —comentó el bailarín, sin dejar de bailar—, un torrente de agua. ¿No la oyes, señor agonizante?
—Si lo oyera, no me importaría. Sigamos con tu historia. Llegaste a esta cámara. Esa puerta estrafalaria la hacía muy adecuada para una muerte-fiesta como la que siempre habíais deseado los renegados, sólo que la muerte no tenía mucho sentido a menos que otros supieran que la habías elegido deliberadamente, y que supieran cómo. De cualquier manera, el camino de regreso hasta el Gebiet, donde estaban tus amigos, era largo, así que dormiste junto a este ordenador.
«Durante la noche, mientras dormías, mientras soñabas, el ordenador te cantó:
¡Necesito un perro provisional
para un trabajo provisional
en un sitio provisional
como la Tierra!
»Al despertar descubriste con asombro que habías soñado una música totalmente nueva. Una música realmente salvaje que estremecía a las personas con su exquisita depravación. Y con la música, tenías una misión. Robar un fragmento del congohelio.
»Eras un hombre inteligente, Joven-sol, antes de tu descenso hasta aquí. Los planetas Douglas-Ouyang te dominaron y te hicieron mil veces más inteligente. Tú y tus amigos, según me has contado tú hace apenas media hora (o me ha contado la presencia que se esconde en ti), tú y tus amigos robasteis una consola de comunicación subespacial, establecisteis contacto con los planetas Douglas-Ouyang, y el espectáculo os embriagó. Iridiscente, luminiscente. Cataratas cuesta arriba. Ese tipo de cosas.
»Y conseguiste el congohelio. El congohelio está hecho de materia y antimateria separadas por una lámina magnética dual. Así, la presencia de los planetas Douglas-Ouyang te independizó de tus procesos orgánicos. Ya no necesitabas alimento ni descanso, ni siquiera aire ni bebida. Los planetas Douglas-Ouyang son muy viejos. Te mantenían como enlace. Ignoro qué se proponían hacer con la Tierra y la humanidad. Si esta historia se difunde, las generaciones futuras te llamarán el mercader de la amenaza, pues te serviste de la normal atracción humana hacia el peligro para atrapar a otros con hipnotismo y con música.
—Oigo agua —interrumpió Joven-sol—. ¡Oigo agua!
—Olvídalo —dijo el señor Sto Odín—, tu historia es más importante. De todos modos, ¿qué podríamos hacer tú o yo?
Yo estoy agonizando en un charco de sangre y fluidos. Tú no puedes irte de aquí con el congohelio. Déjame continuar O quizá la entidad de Douglas-Ouyang, fuera lo que fuese...
—Es —replicó Joven-sol.
—...sea lo que fuere, entonces, ansiaba tan sólo una compañía sensual. Sigue bailando, hombre, sigue bailando.
Joven-sol bailó y los tambores lo acompañaron,
¡rataplán, rataplán! ¡kid-nork, nork!
, mientras el congohelio hacía vibrar la música a través de la roca sólida.
El otro rumor persistía.
Joven-sol se interrumpió y miró.
—Es agua. Es agua.
—Quién sabe —dijo el señor Sto Odín.
—Mira —chilló Joven-sol, alzando el congohelio—. ¡Mira!
El señor Sto Odín no necesitaba mirar. Sabía de sobra que las primeras toneladas de agua, turbias y agitadas, habían irrumpido rugiendo en el pasillo y las cámaras.
—¿Qué haré? —chilló la voz de Joven-sol. Sto Odín pensó que no hablaba el bailarín, sino un mecanismo que utilizaba la energía de los planetas Douglas-Ouyang. Un poder que había intentado entablar amistad con el hombre, pero había encontrado al individuo equivocado y la amistad equivocada.
Joven-sol recuperó la compostura. Sus pies chapotearon en el agua mientras bailaba. Los colores se reflejaron en el agua que entraba.
¡Ritiplin, ritiplín!
, sonó el tambor grande.
Kid-nork, kid-nork
replicó el tambor pequeño.
Color, color, dolor, dolor, sopor
, produjo el congohelio.
El señor Sto Odín sintió que los viejos ojos se le nublaban pero aún podía ver la imagen flamígera del frenético bailarín.
«Es un buen modo de morir», pensó mientras moría.
Muy arriba, en la superficie del planeta, Santuna sintió que el continente jadeaba bajo sus pies y vio cómo se oscurecía el horizonte hacia el este cuando un volcán de vapor lodoso estalló en el mar tranquilo, azul y soleado.
—¡Esto no se debe repetir, jamás! —dijo, pensando en Joven-sol, el congohelio y la muerte del señor Sto Odín—. Hay que hacer algo —añadió para sí misma.
Y lo hizo.
En siglos posteriores reintrodujo la enfermedad, el peligro y el desamparo, para aumentar la felicidad del hombre. Fue una de las principales artífices del Redescubrimiento del Hombre, y en el momento cumbre de su carrera se le conocía como la dama Alice More.
Quizá sea la historia más triste, loca y descabellada de la larga historia del espacio. Nadie había hecho nada parecido, viajar tan lejos y a tal velocidad y por ese medio. El héroe parecía un hombre normal cuando se le veía por primera vez. Pero la segunda vez era diferente.
¡Y la heroína! Era menuda, rubia platino, inteligente, despierta y desvalida. Sí, desvalida es la palabra exacta. Parecía necesitar consuelo o ayuda, aunque estuviera perfectamente bien. Cerca de ella, los hombres se sentían más hombres. Se llamaba Elizabeth.
¿Quién hubiera imaginado que ese nombre retumbaría con toda claridad en el salvaje y repulsivo vacío del espacio tres?
El cogió un viejísimo cohete de antiguo diseño. Con él voló, corrió y brincó más que todas las máquinas que habían existido antes. Casi se diría que viajó tan deprisa que sacudió las inmensas bóvedas del cielo, de modo que el antiguo poema se podría haber dedicado a él: «Todos los astros arrojaron sus lanzas e irrigaron el firmamento con su llanto.»
Fue tan deprisa, tan lejos, que al principio la gente no creyó lo ocurrido. Pensaron que era una broma, una farsa tejida por los chismorreos, una historia insensata para distraerse en las tardes estivales.
Ahora sabemos el nombre del héroe.
Y nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos lo sabrán para siempre.
Rambó. Artyr Rambó de Tierra Cuatro.
Pero él siguió a su Elizabeth a donde no había espacio. Fue a donde los hombres no podían ir ni habían estado, el sitio que no se atrevían a imaginar. Lo hizo por su propia voluntad,
Es natural que al principio la gente pensara que se trataba de una broma e inventara canciones estúpidas sobre el presunto viaje.
«¡Cávame un agujero para ese feo mareo...!», decía una.
«¡Haz una llamada al número del húmero...!», rezaba otra.
«¿Dónde está la nave del chusco pardusco...?», decía una tercera.
Luego, la gente de todas partes descubrió que era cierto, Algunos se quedaron atónitos, con la piel de gallina. Otros se enfrascaron deprisa en los asuntos cotidianos. Se había descubierto
y
atravesado el espacio tres. El mundo ya no sería igual, La roca sólida se había convertido en una puerta abierta.
El espacio, tan limpio, tan vacío, tan pulcro, ahora se había convertido en un millón de millones de años-luz de pastel de tapioca: gomoso, poroso, pegajoso, inadecuado para respirar, inadecuado para nadar. ¿Cómo ocurrió?
Todos se adjudicaron el mérito, cada cual a su manera.
—Vino a buscarme —explicó Elizabeth—. Yo morí y él vino a buscarme porque las máquinas me echaron a perder la vida cuando intentaron remediar mi terrible e inútil muerte.
—Fui porque quise —dijo Rambó—. Me timaron, me mintieron, me engatusaron, pero yo cogí la nave y viajé hasta allí. Nadie me obligó. Yo estaba furioso, pero fui. Y también regresé, ¿o no?
Tenía toda la razón, aunque se contorsionara y gimiera sobre la verde hierba de la tierra, con la nave perdida en un espacio tan remoto y extraño que podría haber estado bajo su mano viva, o a media galaxia de distancia.
¿Cómo saberlo, cuando se trata del espacio tres?
Rambó regresó en busca de Elizabeth. La amaba. Así que el viaje lo hizo él, y suyo fue el mérito.
Pero el señor Crudelta dijo, muchos años después, cuando hablaba en voz baja y confidencial con sus amigos:
—El experimento fue mío. Yo lo proyecté. Escogí a Rambó. Enloquecí a los selectores tratando de encontrar un hombre que cumpliera los requisitos. Hice construir el cohete según viejísimos planos que habían diseñado los seres humanos cuando saltaron al espacio por primera vez, brincando como peces voladores de una ola a la otra y creyendo que ya eran águilas. Si yo hubiera usado una vulgar nave de planoforma, habría desaparecido con un gorgoteo invertido, dejando lechoso el espacio por un instante mientras se esfumaba en lo repugnante extinguiéndose. Pero no corrí ese riesgo. Puse el cohete en una rampa de lanzamiento.
¡Y la rampa de lanzamiento era. una, nave interestelar!
Ya que usábamos un cohete antiguo, lo hicimos en toda regla, con la antiquísima escritura, caracteres misteriosos impresos en toda la máquina. Incluso llevaba las iniciales de nuestra organización (IH, «la Instrumentalidad de lo Humano») escritas con elegancia y claridad.
¿Cómo iba a saber —continuó el señor Crudelta— que tendríamos más éxito del que deseábamos, que Rambó arrancaría el espacio mismo de sus goznes y dejaría esa nave atrás, tan sólo porque amaba a Elizabeth con tal pasión, con tal ferocidad?