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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Yihad Butleriana (17 page)

BOOK: La Yihad Butleriana
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El señor de Poritrin había justificado su acto al elegir solamente a aquellos que estaban en deuda con la humanidad, sobre todo cobardes budislámicos que habían huido en lugar de luchar contra los titanes y las máquinas pensantes. Si no hubieran tenido tanto miedo de combatir en defensa de la humanidad, decía Sajak Bludd, su número habría bastado para imprimir un giro de ciento ochenta grados al curso de la guerra. Trabajar en los campos era un precio demasiado pequeño para sus descendientes…

Holtzman paseó por la cubierta de la barcaza, pidió una copa de zumo azucarado a un camarero y meditó mientras sorbía la bebida. Disfrutó de su viaje mental al tiempo que contemplaba el mar de hierba. Ninguna distracción…, pero tampoco la menor inspiración. El gran científico solía emprender travesías similares con el fin de poner en orden sus ideas, solo mirar y pensar…, y trabajar, aunque daba la impresión de que todas las personas a bordo estaban de vacaciones.

Debido a los anteriores éxitos de Holtzman, Niko Bludd le había concedido libertad total para desarrollar las defensas y armas innovadoras que su imaginación concibiera. Por desgracia, durante el año anterior, el científico había llegado a la desagradable conclusión de que se estaba quedando sin ideas.

El genio no era nada sin el impulso creativo. El sabio podía vivir durante una temporada de sus triunfos anteriores, pero tenía que aportar nuevos inventos con regularidad, de lo contrario lord Bludd empezaría a dudar de él.

Holtzman no podía permitirlo. Era una cuestión de orgullo.

Se sentía avergonzado de que los cimeks hubieran podido atravesar con tanta facilidad sus escudos descodificadores de Salusa Secundus. ¿Cómo había podido, él y todos los demás ingenieros y técnicos que habían colaborado en el proyecto, haber olvidado el hecho de que los cimeks tenían mentes humanas, en lugar de circuitos gelificados de inteligencia artificial? Era un fallo significativo, abrumador.

De todos modos, la fe y esperanza depositadas en él (para no hablar de los fondos que financiaban sus proyectos) le sometían a una presión incesante. La gente nunca le permitiría que se retirara en este momento. Tenía que encontrar otra solución, salvar la cara una vez más.

En sus laboratorios de Starda, investigaba sin cesar, leía disertaciones y documentos teóricos, que examinaba en busca de posibilidades plausibles. Muchos de los informes eran esotéricos, incluso incomprensibles, pero de vez en cuando espoleaban su imaginación.

Holtzman había traído consigo numerosas grabaciones para examinar durante su periplo sobre las llanuras de Poritrin. Un documento ambicioso e intrigante había sido escrito por una teórica desconocida de Rossak, llamada Norma Cenva. Por lo que él sabía, carecía de antecedentes, pero sus ideas eran poco menos que asombrosas. Pensaba en cosas sencillas desde un punto de vista diferente por completo. Intuía que había algo diferente en ella. Y nadie la conocía…

Mientras la luz de las estrellas encendía el inmenso cielo de Poritrin, permaneció solo en su camarote, bebiendo un zumo de frutas. Contempló los cálculos de Norma, los repitió en su mente en busca de errores, mientras intentaba comprender. Daba la impresión de que la joven y desconocida matemática no albergaba la menor pretensión, como si extrajera ideas de las nubes y deseara compartirlas con un hombre al que consideraba su colega intelectual. Estupefacto por algunas de sus deducciones, comprendió que sus dudas surgían más de su falta de capacidad que de los postulados de la mujer. Norma Cenva parecía inspirada por la divinidad.

Justo lo que necesitaba.

Holtzman estuvo pensando durante toda la noche. Por fin, al alumbrar la aurora, se relajó y durmió, una vez tomada su decisión. La brisa mecía la barcaza, que continuaba derivando sobre el llano paisaje. Se durmió con una sonrisa en el rostro.

Pronto conocería a Norma. Tal vez sus ideas podrían aplicarse a ingenios que deseaba aplicar contra las máquinas pensantes.

Aquella tarde, el sabio escribió una invitación personal a Norma Cenva, y la envió a Rossak mediante un correo de la liga. Esta jovencita que había crecido aislada en la selva tal vez significaría su salvación…, si manejaba la situación con diplomacia.

22

Las oportunidades constituyen un cultivo engañoso, en que las diminutas flores son difíciles de ver y aún más difícil de recoger.

A
NÓNIMO

Norma Cenva se encontraba en el estudio de su madre, que dominaba los árboles púrpura. Se sentía como una intrusa. Caía una fina lluvia. Algunas gotas contenían impurezas y productos químicos venenosos procedentes de los volcanes en erupción que se veían a lo lejos. Observó que se acercaban nubes oscuras. No tardaría en diluviar.

¿Qué quería Aurelius Venport que encontrara aquí?

Su severa madre vivía en una austera habitación de paredes encaladas. Un hueco albergaba las elegantes ropas de la hechicera, artículos demasiado grandes y hermosos para Norma. Zufa Cenva poseía una belleza intimidante, una pureza luminosa que la convertía en algo tan perfecto, y tan rígido, como una escultura clásica. Aun sin poderes telepáticos, era capaz de atraer a los hombres como abejas a la miel.

Pero el encanto de la jefa de las hechiceras era tan solo superficial, y ocultaba una convicción absoluta sobre determinados temas que disimulaba ante Norma. No era que Zufa no confiara en su hija. Simplemente pensaba que la muchacha no daba para más. Como sus compañeras telepáticas, daba la impresión de que Zufa se regodeaba en el secretismo.

Pero Aurelius había visto algo en la joven.

—Si lo encuentras, no lo lamentarás, Norma —le había dicho, sonriente—. Confío en que tu madre te lo cuente a la larga…, pero no creo que lo considere prioritario.

Yo nunca he sido una de sus prioridades
. Intrigada, pero temerosa de que la sorprendieran, Norma continuó el registro.

Su mirada se posó en una agenda que descansaba sobre una mesa. El grueso volumen tenía una cubierta marrón con palabras indescifrables, tan misteriosas como las anotaciones matemáticas que Norma había desarrollado. En una ocasión, mientras escuchaba a las hechiceras hablar de sus complejos planes, Norma captó que llamaban
Azhar
a su misterioso idioma.

Desde que había regresado de Salusa Secundus, su madre se había mostrado aún más indiferente y hosca de lo habitual. Debido al ataque cimek, parecía inclinada a emprender proyectos más grandiosos. Cuando Norma le preguntó sobre el esfuerzo bélico, Zufa se había limitado a fruncir el ceño.

—Nos ocuparemos de ello.

La hechicera pasaba la mayor parte de su tiempo enclaustrada con un grupo de mujeres. A Zufa se le había ocurrido una nueva idea para defenderse de las máquinas pensantes. Si su madre hubiera pensado que Norma podía contribuir a la causa, se habría apresurado a azuzarla. En cambio, Zufa había descartado a su hija por completo, sin concederle la menor oportunidad.

Las mujeres, alrededor de unas trescientas, habían establecido una zona de seguridad en las profundidades de la selva, impidiendo el paso a los investigadores farmacéuticos contratados por Aurelius Venport. Cualquier explorador que se aventurara en la zona prohibida se encontraba con extrañas barreras centelleantes.

Siempre alerta, Norma había visto explosiones inexplicables y hogueras en el lugar donde las hechiceras elegidas por Zufa pasaban semanas de intenso adiestramiento. Su madre frecuentaba en pocas ocasiones sus aposentos…

Norma descubrió dos hojas de papel blanco debajo de la agenda del pergamino utilizado a menudo por los correos de la liga. Eso debía ser lo que Aurelius deseaba que encontrara.

Acercó un taburete a la mesa y se subió. Vio el encabezado de la primera hoja: un documento oficial de Poritrin. Intrigada, y temerosa de que su madre apareciera de un momento a otro, pasó las páginas y se quedó atónita al leer en letras negras
TIO HOLTZMAN
.

¿Por qué motivo habría escrito el gran inventor una carta a su madre? La muchacha se inclinó y leyó la línea de saludo:
Querida Norma Cenva
. Leyó el mensaje, y luego lo releyó con una mezcla de placer e ira.
¡Tio Holtzman quiere que vaya a aprender con él a Poritrin! ¿Piensa que soy brillante? No puedo creerlo.

¡Su propia madre había intentado ocultar, o al menos retrasar, el mensaje! Zufa no había dicho nada, tal vez incapaz de creer que el sabio quisiera algo de su hija. Por suerte, Aurelius se lo había dicho.

Norma corrió al distrito comercial de la población. Encontró a Venport en un salón de té, concluyendo una reunión con un mercader de aspecto zarrapastroso. Cuando el hombre de piel oscura se levantó de su asiento, Norma ocupó su lugar.

Venport le sonrió con afecto.

—Pareces nerviosa, Norma. Habrás encontrado la carta del sabio Holtzman.

La joven dejó el pergamino sobre la mesa.

—¡Mi madre intentó impedir que viera su oferta!

—Zufa es una mujer enloquecedora, lo sé, pero has de procurar comprenderla. Como ninguno de nosotros somos capaces de hacer las cosas que más valora, Zufa no tiene en cuenta nuestras capacidades. Sí; es consciente de tu talento para las matemáticas, Norma, y sabe que yo soy un hombre de negocios competente, pero eso carece de importancia para ella.

Norma se removió en el asiento, sin querer conceder a su madre el beneficio de la duda.

—Entonces, ¿por qué escondió esta carta? Venport rió.

—La atención que recibiste debió avergonzarla. —Apretó su mano—. No te preocupes, intervendré si tu madre intenta impedirlo. De hecho, como está tan atareada con las demás hechiceras, no veo cómo podría oponerse si yo me ocupo del papeleo en tu nombre.

—¿Lo harías? ¿Y si mi madre…?

—Deja que yo me ocupe de todo. Ya me las arreglaré con ella. —Dio un abrazo a Norma—. Creo en tus capacidades.

Aurelius Venport envió una carta de respuesta al famoso inventor, en la que accedía al traslado de Norma. La joven estudiaría con él en Poritrin y le ayudaría en sus laboratorios. Para Norma, era la oportunidad de su vida.

Si se marchaba, su madre ni siquiera se daría cuenta.

23

El hogar puede estar en cualquier sitio, porque forma parte de uno mismo.

Dicho zensunni

Incluso en pleno desierto, azotado por el viento, la suerte no abandonaba a Selim. La supervivencia se convirtió en un juego prodigioso.

Dejó tras de sí al gusano muerto y trató de encontrar una gruta o una hondonada entre las rocas, donde poder refugiarse de la tormenta inminente. Selim, muerto de sed, buscó a su alrededor señales de habitáculos humanos, aunque dudaba que ningún hombre hubiera pisado parajes tan alejados.

Desde luego, ninguno había vivido para contarlo.

Después de vagar de planeta en planeta, los zensunni habían llegado a Arrakis, donde se dispersaron y fundaron diversos poblados, muy alejados entre sí.

Durante varias generaciones, habían vivido a duras penas del desierto, pero solo muy de vez en cuando se aventuraban fuera de sus zonas protegidas, temerosos de los gusanos gigantes.

El gusano de arena había arrastrado a Selim muy lejos del espaciopuerto, muy lejos de los recursos vitales que hasta los zensunni más avezados necesitaban. Sus perspectivas de sobrevivir parecían muy limitadas.

Por ello, cuando se topó con una antigua estación de experimentos botánicos, no dio crédito a su buena suerte. Sin duda, era signo de Budalá. ¡Un milagro!

Se quedó inmóvil ante el recinto abovedado erigido por ecologistas olvidados que habían estudiado Arrakis. Tal vez científicos del Imperio Antiguo habían vivido aquí y recogido datos durante la estación de las tormentas. La tosca estructura consistía en varios edificios bajos construidos en la roca, medio ocultos por el tiempo y la arena impulsada por el viento.

Mientras la tormenta le aguijoneaba con granos de arena, Selim paseó alrededor de la estación abandonada. Vio veletas inclinadas, recolectores de viento mellados y otros instrumentos destinados a recoger datos que parecían averiados. Lo más importante, descubrió una puerta de entrada.

Selim buscó una forma de entrar con sus manos y brazos doloridos por el largo viaje a lomos del gusano. Apartó polvo y arena, en busca de una especie de mecanismo manual, pues las baterías ya habrían perecido. Necesitaba entrar en el refugio antes de que la tormenta cayera sobre él con toda su intensidad.

Selim había oído hablar de lugares semejantes. Aventureros zensunni habían encontrado y saqueado algunos. Estas estaciones autónomas habían sido construidas en Arrakis en los días de gloria de la humanidad, antes de que las máquinas pensantes tomaran el poder, antes de que los refugiados budislámicos huyeran para salvarse. Esta instalación automatizada debía contar mil años, y tal vez más. Pero en el desierto, donde el entorno no cambiaba durante milenios, el tiempo discurría a una velocidad diferente.

Selim localizó por fin el mecanismo que controlaba la puerta. Tal como temía, las células de energía habían perecido, y tan solo proporcionaron una chispa que abrió la puerta unos centímetros.

El viento aullaba. La arena levantada por el viento colgaba como niebla en el horizonte y ocultaba el sol. El polvo aguijoneaba sus orejas y cara, y Selim sabía que pronto se convertiría en una lluvia mortal.

Cada vez más desesperado, hincó el colmillo en la hendidura y lo utilizó como palanca. La abertura se ensanchó un poco, pero no lo suficiente. Surgió un chorro de aire frío del interior. Utilizó los músculos doloridos de sus brazos, apoyó los pies contra la roca para aplicar todo el peso de su cuerpo y empujó la palanca improvisada.

La puerta se abrió con un postrer gruñido de resistencia. Selim rió y tiró el colmillo curvo dentro, que chocó contra el suelo con un ruido metálico. Entró en la estación, al tiempo que oía el rugido de la tormenta cada vez más fuerte. Estaba encima de él.

Estorbado por el viento y la arena proyectada, Selim agarró el borde de la puerta y empujó con fuerza. La arena que penetraba cayó por una rejilla del suelo a un receptáculo. Tenía que darse prisa. El viento se calmó apenas un segundo, pero fue suficiente. Cerró la puerta y se encontró a salvo de la tormenta.

A salvo…, algo increíble. Rió de su buena suerte, y después rezó una oración de agradecimiento, más sincera que ninguna otra de su vida. ¿Cómo podía dudar de semejante bendición?

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