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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Yihad Butleriana (20 page)

BOOK: La Yihad Butleriana
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Él la miró con aire paternal.

—Me has dicho muchas veces que procedo de una buena estirpe genética, cariño. Y no deseo a ninguna hechicera más. Prefiero quedarme contigo. —Bajó la voz, y la miró con un amor intenso, que ella fue incapaz de comprender—. Te entiendo mejor que tú, Zufa Cenva. Siempre insistente, siempre exigiendo más de lo que nadie puede dar. Nadie, ni siquiera tú, puede ser perfecta siempre.

Con un chillido prolongado final, la hechicera expulsó el feto deforme y monstruoso. Al ver la sangre, Venport pidió auxilio a gritos, y dos valientes comadronas entraron en la habitación. Una envolvió el feto en una toalla como si fuera un sudario, mientras la otra aplicaba calmantes naturales a la piel de Zufa. Venport fue a buscar los mejores fármacos que guardaba en su botiquín.

Por fin, tomó el feto en sus manos. Tenía la piel oscura y extrañas manchas, diseminadas por su cuerpo carente de miembros, que parecían ojos. Vio que el engendro se agitaba por última vez, y luego dejaba de moverse.

Lo envolvió en la toalla, sin hacer caso de la lágrima que escapaba de su ojo. Venport tendió el feto a una de las comadronas, sin decir nada. Lo llevarían a la selva, y nadie volvería a verlo.

La agotada hechicera sufría temblores incesantes. Estaba volviendo a la realidad. Y a la desesperación. El aborto le había provocado una profunda tristeza, que no tenía nada que ver con el programa de reproducción. Cuando recobró la visión, observó la destrucción que había causado en la estancia. Una demostración de debilidad, de falta de control.

Era su tercer aborto horripilante desde que había tomado a Venport como pareja. Estaba henchida de decepción y rabia.

—Te elegí por tu linaje, Aurelius —murmuró entre sus labios resecos—. ¿Cuál fue mi error?

Él la miró, inexpresivo, como curado de su pasión. —La genética no es una ciencia exacta. Zufa cerró los ojos.

—Fracasos, siempre fracasos.

Era la gran hechicera de Rossak, pero había soportado muchas decepciones. Zufa lanzó un suspiro de desagrado cuando pensó en su hija, sin querer creer que la fea enana era lo mejor que podía dar de sí.

Venport meneó la cabeza, serio e impaciente ahora que el peligro había pasado.

—Has tenido éxitos, Zufa. Lo que pasa es que no quieres reconocerlo.

La hechicera se obligó a descansar, a recuperarse. Con el tiempo, Zufa volvería a intentarlo, pero con otro hombre.

27

La investigación excesivamente organizada es confusa, y no produce nada nuevo.

T
IO
H
OLTZMAN
, carta a lord Niko Bludd

Cuando llegó a Poritrin, después de su primer viaje espacial, Norma Cenva se sintió fuera de lugar. Su forma diminuta llamaba la atención, pero estaba acostumbrada a que la gente la mirara con compasión. Existían diversas razas en los Planetas No Aliados, algunas de corta estatura. Ella solo quería impresionar a Tio Holtzman.

Antes de que Norma partiera de Rossak, su severa madre la había mirado con asombro despectivo. Zufa prefería creer que el brillante sabio había cometido una equivocación o había interpretado mal algún trabajo teórico de Norma. Esperaba que su hija volviera a casa al cabo de poco tiempo.

Aurelius Venport se había encargado de todos los trámites, y pagado de su bolsillo un camarote mejor del que Holtzman había ofrecido. Mientras su madre continuaba trabajando con las aprendizas de hechicera, Venport había acompañado a Norma hasta la estación espacial de Rossak. Le había regalado un ramo de flores secas, y le dio un casto abrazo antes de que la muchacha subiera a la nave.

—Todos los fracasados hemos de permanecer unidos.

Norma recordó aquel comentario cariñoso, pero al mismo tiempo inquietante, durante el largo viaje hasta Poritrin… Cuando la lanzadera aterrizó en la ciudad de Starda, Norma adornó su pelo castaño deslustrado con las flores secas de Venport, un toque de belleza que contrastaba con la fealdad de su cara ancha, cabeza grande y nariz redonda. Vestía una blusa holgada y pantalones cómodos, ambos hechos de fibras de helechos.

La muchacha solo llevaba una pequeña bolsa de viaje. Bajó por la rampa, ansiosa por conocer al científico que más admiraba, un pensador que la tomaba en serio. Había oído hablar en numerosas ocasiones de las proezas matemáticas de Holtzman, y haría lo posible por ayudarle. Esperaba no decepcionarle.

Escudriñó la multitud y reconoció de inmediato al eminente científico. Holtzman era un hombre maduro, bien afeitado y de pelo gris largo hasta los hombros. Sus manos y uñas estaban limpias, su indumentaria era impecable.

La recibió con una amplia sonrisa y los brazos abiertos.

—Bienvenida a Poritrin, señorita Cenva. —Holtzman apoyó ambas manos sobre sus hombros, a modo de saludo oficial. Si se sintió decepcionado al ver la estatura y las facciones poco agraciadas de Norma, no lo demostró—. Espero que hayáis traído consigo vuestra imaginación. —Indicó una puerta—. Hemos de trabajar mucho juntos.

La guió lejos de las miradas curiosas, y luego subieron a bordo de una limobarcaza que sobrevoló el río Isana.

—Poritrin es un planeta plácido, donde puedo dejar vagar mi mente y pensar en cosas susceptibles de salvar a la raza humana. —Holtzman sonrió con orgullo—. Espero que vos me ayudéis.

—Haré lo que pueda, sabio Holtzman.

—¿Qué más podría pedir?

La luz del atardecer pintaba de un tono amarillento las nubes que cubrían los cielos de Poritrin. La barcaza se deslizó sobre los arroyuelos que rodeaban islas y bancos de arena. Barcos cargados de cereales y otros productos surcaban el ancho río. El fértil Poritrin alimentaba a muchos planetas menos afortunados, y a cambio recibía materias primas, aparatos, productos manufacturados y esclavos humanos.

Algunos de los edificios más grandes del espaciopuerto eran barcos sobre pontones, anclados a las bases de riscos de piedra arenisca. Los tejados estaban compuestos por placas de metal azul plateado, fundido en las minas del norte.

El sabio señaló un risco que dominaba la ciudad de Starda, en cuyos edificios reconoció Norma la influencia de la arquitectura navacristiana clásica.

—Mis laboratorios se encuentran allí arriba. Edificios y almacenes, viviendas para mis esclavos y calculadores, así como mi hogar. Todo construido en el interior de esa doble aguja de roca.

El transporte se desvió hacia dos secciones de piedra, como dedos que se alzaran sobre el lecho del río. Norma vio ventanas de plaz, balcones cubiertos con toldos y una pasarela que comunicaba la bóveda de un chapitel con los edificios de otra torre.

Holtzman se sintió complacido de su asombro.

—Tenemos aposentos para ti, Norma, además de laboratorios privados y un equipo de ayudantes que se encargarán de efectuar los cálculos basados en tus teorías. Espero que les tengas siempre muy ocupados.

Norma le miró, perpleja.

—¿Habrá otras personas que se ocupen de los cálculos matemáticos?

—¡Por supuesto! —Holtzman se apartó el pelo de la cara y se ciñó el manto blanco—. Tú eres una persona de ideas, como yo. Queremos que desarrolles conceptos, pero sin preocuparte de llevarlos a la práctica. No deberías perder el tiempo en tediosos cálculos aritméticos. Cualquier persona más o menos preparada puede hacerlo. Para eso están los esclavos.

Cuando la barcaza se posó sobre un muelle de losas vidriadas, aparecieron criados para ocuparse del equipaje de Norma y ofrecer a ambos refrescos. Como un muchacho ansioso, Holtzman condujo a Norma hasta sus impresionantes laboratorios. Estaban llenos de relojes de agua y esculturas magnéticas, en las que orbitaban esferas siguiendo senderos eléctricos sin necesidad de cables o mecanismos de transmisión. Bocetos y dibujos a medio terminar cubrían tableros electrostáticos rodeados de cálculos sinuosos sin ninguna conclusión lógica.

Norma paseó la vista a su alrededor y cayó en la cuenta de que Holtzman había abandonado más conceptos de los que ella había creado en su vida. Aun así, muchos papeles y dibujos geométricos parecían un poco antiguos. La tinta estaba casi borrada y los papeles se curvaban en los bordes. Holtzman desechó los intrigantes objetos con un ademán desdeñoso.

—Simples juguetes, artilugios inútiles que guardo para divertirme. —Hundió un dedo en una de las bolas plateadas flotantes, lo cual propulsó los demás modelos de planetas a órbitas peligrosas, pues se pusieron a girar como cuerpos celestiales descontrolados—. A veces, jugueteo con ellos para inspirarme, pero por lo general solo consiguen que piense en otros juguetes, no en las armas de destrucción masiva que necesitamos para salvarnos de la tiranía de las máquinas.

Holtzman frunció el ceño y continuó.

—El hecho de que no pueda utilizar ordenadores sofisticados pone trabas a mi trabajo. Con el fin de efectuar los enormes cálculos necesarios para demostrar una teoría, no me queda otro remedio que confiar en las capacidades mentales humanas y esperar lo mejor del falible talento para el cálculo de gente adiestrada. Ven, voy a presentarte tus calculadores.

La guió hasta una sala bien iluminada, rodeada de ventanales. Contaba con numerosos bancos y mesas idénticos, ocupados por trabajadores que utilizaban calculadoras manuales. A juzgar por su ropa ordinaria y expresión alicaída, Norma dedujo que aquellos hombres y mujeres debían ser esclavos.

—Esta es la única manera de imitar las capacidades de una máquina pensante —explicó Holtzman—. Un ordenador es capaz de repetir miles de millones de operaciones. A nosotros nos cuesta más, pero con gente suficiente trabajando en comandita, efectuamos millones de cálculos sin ayuda. El único problema es que tardamos más.

Recorrió los estrechos pasillos que separaban a los calculadores, los cuales garrapateaban frenéticamente cifras y símbolos matemáticos en tablillas, comprobaban y volvían a comprobar las soluciones antes de pasárselas a su compañero de hilera.

—Hasta la operación matemática más complicada puede dividirse en una secuencia de pasos triviales. Cada uno de estos esclavos ha sido preparado para completar ecuaciones concretas, como en una línea de montaje. En conjunto, esta mente humana colectiva es capaz de llevar a cabo maravillas.

Holtzman inspeccionó la sala como si esperara que sus calculadores prorrumpieran en vítores. En cambio, siguieron estudiando su parte, ecuación tras ecuación, sin comprender ni el motivo ni el objetivo.

Norma sintió compasión por ellos, debido a que había sido despreciada y ninguneada durante tanto tiempo. Sabía que la esclavitud era algo normal en muchos planetas de la liga, así como en los planetas gobernados por las máquinas. No obstante, supuso que estos individuos preferían trabajar con la mente que como agricultores.

—Todos los calculadores están a tu disposición, Norma —dijo el sabio—, siempre que desarrolles una teoría que sea preciso verificar. El paso siguiente es construir prototipos para el desarrollo y análisis posterior. Tenemos muchos laboratorios e instalaciones experimentales, pero el trabajo más importante empieza aquí.

Se dio unos golpecitos en la frente.

Holtzman sonrió y bajó la voz.

—Siempre cabe la posibilidad de cometer errores, incluso gente de nuestra categoría. Si eso ocurre, hay que confiar en que lord Niko Bludd nos permita seguir trabajando para él.

28

Solo aquellas personas de miras estrechas no se dan cuenta de que la definición de imposible es falta de imaginación y estímulo.

S
ERENA
B
UTLER

En el salón principal de la mansión Butler, Xavier Harkonnen se removía inquieto en un sofá de brocado verde. Su uniforme no estaba pensado para acomodarse en muebles elegantes. Cuadros de antepasados Butler adornaban las paredes, incluido uno que parecía la caricatura de un caballero, con un fino bigotito y un tricornio.

Había aprovechado un momento de descanso para personarse en la casa y sorprender a Serena. Los criados le habían rogado que esperara. Octa, ruborizada, apareció al poco con un refresco. Aunque siempre la había visto como la hermana menor de Serena, Xavier se dio cuenta con sorpresa de que era una joven muy apetecible. Ahora que Serena acababa de prometerse, Octa debía estar soñando con casarse, si algún día superaba la adoración adolescente que sentía por él.

—Serena no te esperaba, pero vendrá enseguida. —Octa desvió la vista—. Está reunida con un grupo de hombres y mujeres de aspecto muy serio, ayudantes provistos de aparatos electrónicos y algunos miembros de la milicia. Algo relacionado con su trabajo en el Parlamento, me parece.

Xavier le dedicó una pálida sonrisa.

—Los dos tenemos muchos proyectos, pero vivimos tiempos difíciles.

Mientras Octa se dedicaba a ordenar libros y estatuillas en una estantería, Xavier pensó en la sesión del Parlamento que había presenciado dos días antes. Abatida por la trágica caída de Giedi Prime, Serena había intentado soliviantar a los representantes de los planetas más poderosos, con la esperanza de fraguar una operación de rescate. Siempre había deseado hacer algo. Ese era uno de los motivos por los que Xavier la quería tanto. Mientras otros aceptaban la derrota y vivían en el temor de que Omnius deseara proseguir sus conquistas, Serena quería salvar el mundo. Cualquier mundo.

Había hablado con apasionamiento en la sede provisional del Parlamento.

—¡No podemos abandonar a Giedi Prime! Las máquinas pensantes han burlado sus campos descodificadores, asesinado al magno, esclavizado al pueblo, y su presencia es cada día más numerosa. Tiene que haber supervivientes de la milicia local luchando tras las líneas enemigas, y sabemos que estaban a punto de concluir la construcción de otra estación generadora de escudo protector. ¡Tal vez pueda funcionar! Hemos de combatir antes de que las máquinas pensantes establezcan su propia infraestructura. Si esperamos, su defensa será inexpugnable.

—Por lo que sabemos, ya es inexpugnable —gruñó el representante de Colonia Vertree, un planeta industrial.

—Llevar la Armada a Giedi Prime sería un suicidio —añadió el representante de Zanbar—. Sin sus escudos descodificadores, no quedan defensas, y las máquinas nos aniquilarían en un enfrentamiento directo.

Serena agitó un dedo en dirección al nervioso público.

—No necesariamente. Si pudiéramos entrar en el planeta sin ser vistos y terminar el trabajo en el segundo complejo generador de escudo protector, con el fin de proyectar una nueva capa de campos descodificadores, podríamos interrumpir…

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