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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Yihad Butleriana (19 page)

BOOK: La Yihad Butleriana
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Los famosos artistas salusanos ataron cintas a los arbustos del patio y dieron una exhibición de bailes populares. Las mujeres sujetaron su pelo con peinetas enjoyadas, ataviadas con vestidos blancos bordados. Las faldas volaban como remolinos alrededor de su cintura, mientras apuestos caballeros revoloteaban a su alrededor como pavos reales en celo. La melancólica música de los balisets se prolongó hasta la tarde.

Xavier y Serena vestían trajes impresionantes, dignos de un oficial militar y la inteligente hija del virrey de la liga. Pasearon entre los invitados, y tuvieron buen cuidado de llamar a cada uno por su nombre. La pareja degustó vinos de calidad aportados por los delfines de cada casa. Xavier, que ya no podía captar los matices de las cosechas, procuró no emborracharse demasiado. La perspectiva de su inminente matrimonio le aturdía.

La hermana menor de Serena, Octa, dos años más joven, parecía igualmente emocionada. Con su largo pelo color castaño adornado con acianos, Octa estaba fascinada por el prometido de su hermana, y fantaseaba con la posibilidad de contraer matrimonio algún día con otro oficial joven y apuesto.

Para sorpresa de todos, la madre de Serena, Livia, fue a pasar el fin de semana a la mansión de los Butler. La esposa de Manion salía en contadas ocasiones de la Ciudad de la Introspección, un retiro donde vivía alejada de las preocupaciones y pesadillas del mundo terrenal. El recinto espiritual, propiedad de los Butler, había sido fundado para estudiar y meditar sobre el Zen Hekiganshu de III Delta Pavonis, el Tawrah y el Zbur talmúdico, incluso el ritual Obeah. Bajo la protección de los Butler, la Ciudad había llegado a ser algo que sus similares no habían conocido durante milenios.

Xavier no había visto con frecuencia a la madre de Serena, sobre todo en los últimos años. Con su piel bronceada y rostro enjuto, Livia Butler era una belleza. Se alegraba del compromiso de su hija, y daba la impresión de que disfrutaba bailando con su jovial marido, o sentada a su lado a la mesa del banquete. No parecía una mujer que hubiera renunciado al mundo.

Años antes, muchas familias nobles habían envidiado el sólido matrimonio de Livia y Manion. Serena era su hija mayor, pero también tenían dos gemelos, dos años más pequeños: la tranquila y tímida Octa, y un chico inteligente y sensible, Fredo. Mientras Serena se dedicaba al estudio de las ciencias políticas, los gemelos crecieron muy unidos, pues ninguno albergaba las aspiraciones de su hermana mayor.

Fredo estaba fascinado por los instrumentos musicales, las canciones folclóricas y las tradiciones de los planetas más importantes del Imperio Antiguo. Aprendió música y poesía, mientras que Octa se decantó por la pintura y la escultura. En la sociedad salusana, se respetaba en grado sumo a los artistas y la gente creativa, a los que se admiraba tanto como a los políticos.

Pero a la edad de catorce años, Fredo murió de una enfermedad galopante. Había ido adelgazando a cada mes que pasaba, y sus músculos se atrofiaron. Su sangre no se coagulaba, y su estómago era incapaz de retener nada. Los médicos salusanos nunca habían visto algo semejante. El virrey Butler pidió ayuda a la liga, desesperado.

Los hombres de Rossak ofrecieron ciertos fármacos experimentales, procedentes de sus selvas ricas en hongos. Livia insistió en probarlo todo. Por desgracia, el muchacho reaccionó mal al tercer fármaco de Rossak, una reacción alérgica que hinchó su garganta. Fredo sufrió una serie de convulsiones y dejó de respirar.

Octa había llorado la muerte de su hermano, y llegó a temer por su vida. Al fin, dictaminaron que la enfermedad de Fredo era de tipo genético, lo cual significaba que sus hermanos también podían contraer la misma dolencia. Octa cuidó de su salud y vivió cada día en el temor de que su vida terminaría igual que la de su hermano, lenta y dolorosamente.

Serena, siempre optimista, intentó consolar y alentar a su hermana. Aunque ninguna de ambas hermanas mostró síntomas de la cruel enfermedad, Octa abandonó sus actividades artísticas y se convirtió en un ser sosegado y meditabundo. Era una adolescente frágil, aferrada a la esperanza de que algo iluminara su vida.

Aunque su marido era un político brillante, y su importancia aumentaba a cada día que pasaba, Livia se había retirado de la vida pública y apenas abandonaba su retiro espiritual, donde se concentraba en materias filosóficas y religiosas. Donaba importantes cantidades para la construcción de centros de meditación, templos y bibliotecas. Después de dedicar incontables noches a conversar con la pensadora Kwyna, Livia se convirtió en la abadesa del monasterio.

Después de la tragedia, Manion Butler se había entregado en cuerpo y alma a trabajar por la liga, mientras Serena se sentía abrumada por un peso creciente y se fijaba objetivos más importantes. Si bien no pudo hacer nada por ayudar a su hermano, deseaba aliviar el sufrimiento del prójimo siempre que pudiera. Se dedicó a la política, obsesionada por la abolición de la esclavitud, práctica habitual en los planetas de la liga, y trabajó por descubrir una forma de vencer a las máquinas pensantes. Nadie la había acusado jamás de falta de perspectiva o energía…

Aunque vivían separados, Manion y Livia Butler continuaban siendo los pilares de la sociedad salusana, orgullosos de los logros mutuos. No estaban divorciados, ni separados desde un punto de vista emocional…, pero seguían caminos diferentes. Xavier sabía que la madre de Serena volvía de vez en cuando para yacer con su marido, y gustaba de pasar el fin de semana con sus hijas. Pero siempre regresaba a la Ciudad de la Introspección.

El compromiso de Serena era un acontecimiento lo bastante importante para que su madre saliera a la luz pública. Después de que Xavier bailara con su prometida cuatro veces seguidas, Livia insistió en compartir una pieza con su futuro yerno.

Más tarde, durante un prolongado concierto acústico de baladas interpretadas por juglares salusanos, Xavier y Serena desaparecieron, mientras Livia lloraba a moco tendido, cuando recordó que Fredo había deseado ser músico. Manion, sentado al lado de su esposa, la mecía con dulzura.

Xavier y Serena ya estaban hartos de saludar a invitados, degustar vino y comida, de hacer el paripé. Reían todas las bromas, fueran sutiles o groseras, con el fin de no ofender a las familias importantes. A estas alturas, ansiaban pasar unos momentos a solas.

Por fin, huyeron por los pasillos de la mansión, hasta llegar a un pequeño estudio situado junto a la sala del Sol Invernal. En invierno, la luz del sol teñía de arco iris oblicuos esta estancia. La familia Butler siempre desayunaba aquí en invierno, mientras contemplaban el sol naciente. Era un lugar que traía muchos recuerdos a Serena.

Se acurrucó con Xavier en el gabinete y le besó. Él le acarició el pelo y la besó a su vez, ansioso por poseerla.

Cuando oyeron pasos apresurados en el pasillo, los amantes guardaron silencio, pero Octa les descubrió con facilidad. Ruborizada, apartó la vista.

—Tenéis que volver a la sala de banquetes. Padre está a punto de servir el postre. Además, está a punto de llegar un mensajero extraplanetario.

—¿Un mensajero? —Xavier casi se puso firmes—. ¿De dónde?

—Fue a Zimia para solicitar audiencia al Parlamento, pero como casi todos los nobles han venido al banquete, viene hacia aquí.

Xavier ofreció un brazo a cada hermana.

—Vamos a ver qué nos quiere comunicar ese mensajero —dijo, en un tono frívolo forzado—. Al fin y al cabo, no he comido casi nada. Un plato de crema tostada y otro de huevos garrapiñados no me sentarían nada mal.

Octa rió, pero Serena le miró con expresión burlona. —Supongo que tendré que resignarme a vivir con un marido obeso.

Entraron en la sala, donde los invitados estaban dando cuenta de una extensa selección de postres. Manion y Livia brindaron por la pareja.

Xavier sorbió su vino y detectó cierta preocupación en los gestos del virrey. Todo el mundo fingía indiferencia por las noticias que podía comunicar el mensajero, pero en cuanto se oyó un golpe en la puerta, toda actividad cesó. El propio Manion Butler fue a abrir la puerta, e indicó al hombre que entrara.

No era un correo oficial. Tenía la mirada extraviada y el uniforme desaliñado, como indiferente al protocolo y las apariencias. Xavier reconoció la insignia de la milicia local de Giedi Prime. Como otros uniformes de la liga, exhibía el sello dorado de la humanidad libre en la solapa.

—Os traigo graves noticias, virrey Butler. La nave más veloz me ha traído a vuestro hogar.

—¿Qué sucede, joven?

La voz del virrey traslucía temor.

—¡Giedi Prime ha caído en poder de las máquinas pensantes! —El oficial alzó la voz para hacerse oír por encima de los gritos incrédulos de los invitados—. Los robot y los cimeks descubrieron un fallo en nuestras defensas y destruyeron nuestros escudos descodificadores. Gran parte de la población ha sido exterminada, y los supervivientes esclavizados. Un nuevo Omnius ya ha sido activado.

La gente prorrumpió en gritos de dolor. Xavier aferró la mano de Serena con tal fuerza que tuvo miedo de hacerle daño. Estaba petrificado de estupor.

Acababa de llegar de Giedi Prime, había inspeccionado las defensas en persona. Sí, solo pensaba en terminar su gira de inspección para volver con Serena. ¿Había pasado por alto algún defecto? Cerró los ojos, mientras las preguntas y los comentarios incrédulos se sucedían. ¿Había sido culpa de él? ¿Un simple error, la impaciencia de un joven enamorado, había provocado la caída de todo un planeta?

Manion Butler apoyó ambas manos sobre la mesa para no perder el equilibrio. Livia posó la mano sobre el hombro de su marido, con el fin de brindarle su apoyo silencioso. La mujer cerró los ojos, y movió los labios como si rezara.

El virrey habló.

—Otro mundo libre conquistado por los Planetas Sincronizados, y una de nuestras plazas fuertes. —Se enderezó y respiró hondo—. Debemos convocar de inmediato un consejo de guerra, y llamar a todos los representantes. —Dirigió una mirada significativa a Serena—. Daremos la bienvenida a cualquiera que desee hablar en nombre de los Planetas No Aliados y desee sumarse a la lucha.

26

Todo elemento del universo contiene defectos, incluidos nosotros. Ni siquiera Dios alcanza la perfección en Sus creaciones. Solo la humanidad defiende tamaña arrogancia.

P
ENSADORA
K
WYNA
, archivos de
la Ciudad de la Introspección

Sus chillidos resonaban en las silenciosas ciudades de los riscos que dominaban la selva púrpura. Zufa Cenva estaba tumbada en un jergón de su habitación. Gritaba de dolor, con los dientes apretados y los ojos vidriosos.

Sola. Nadie osaba acercarse a una hechicera de Rossak presa del delirio.

Una cortina metálica que hacía las veces de puerta vibraba por obra de una fuerza telequinética invisible. Los estantes de las paredes se estremecían después de las explosiones psíquicas de Zufa. Potes y recuerdos caían al suelo.

Tenía el largo pelo blanco desgreñado, sacudido por la energía interna. Sus manos pálidas aferraban los lados del jergón como garras. Si alguna mujer se hubiera acercado a calmarla, Zufa le habría arañado la cara y arrojado contra la pared con su fuerza mental.

Volvió a chillar. La hechicera ya había sufrido abortos en anteriores ocasiones, pero nunca uno tan doloroso y desgarrador. Maldijo en silencio a Aurelius Venport.

La columna vertebral de Zufa se estremeció, como si alguien le hubiera aplicado una descarga eléctrica. Delicados objetos decorativos flotaron en el aire, como suspendidos de cables invisibles, y luego salieron disparados en todas direcciones, hasta romperse en mil pedazos. Un jarrón de flores secas estalló en llamas blancas.

Jadeó cuando su cuerpo sufrió todo tipo de calambres y atenazó sus músculos abdominales. Daba la impresión de que aquel feto quería matarla antes de que pudiera expulsarlo del útero.

¡Otro fracaso! Tenía tantas ganas de dar a luz una verdadera hija, una sucesora que guiara a sus hermanas hechiceras hacia nuevas cumbres de poder mental. El índice genético la había engañado una vez más. ¡Maldito fuera Venport y sus defectos! Tendría que haberle abandonado mucho tiempo antes.

Zufa, loca de dolor y desesperación, tuvo ganas de matar al hombre que la había inseminado, pese a que era ella quien había insistido en quedarse embarazada. Había efectuado los cálculos de linaje con suma atención, examinado los genes una y otra vez. Procrear con Venport tendría que haber dado como resultado una progenie de clase superior.

Nada parecido a esto.

Descargas telepáticas resonaron en los pasillos, y las mujeres de Rossak huyeron presa del terror. Entonces, vio a Aurelius Venport en el umbral, con expresión preocupada.

Pero Zufa sabía que era un falsario.

Venport, indiferente a su suerte, entró en la habitación, un modelo de paciencia, preocupación y tolerancia. Las descargas mentales de su amante rebotaban de una pared a otra del dormitorio, derribaban muebles. Con intención de desairarle, la hechicera destrozó un conjunto de diminutas esculturas que él le había regalado durante su noviazgo y análisis genético.

Siguió avanzando, como inmune a sus estallidos de ferocidad. Desde el pasillo, voces apagadas le aconsejaron precaución, pero él hizo caso omiso. Se acercó al jergón, con una sonrisa que proyectaba compasión y comprensión.

Venport se arrodilló al lado de la cama, acarició su mano sudorosa. Susurró estupideces en su oído. La hechicera no podía comprender sus palabras, pero agarró sus dedos con la esperanza de romperlos. No obstante, el hombre no se dejó intimidar.

Zufa lanzó acusaciones de traición.

—¡Leo tus pensamientos! Sé que solo piensas en ti.

Su imaginación concebía estratagemas, que atribuía a la mente tortuosa de Venport. Si la gran Zufa Cenva ya no le protegía, ¿quién le cuidaría como a un animal doméstico? ¿Quién le querría? Dudaba de que fuera capaz de cuidar de sí mismo.

Y después se preguntó, con mayor temor,
¿o sí podía?

Venport había enviado a Norma a Poritrin, a espaldas de Zufa, como convencido de que un hombre como Tio Holtzman deseaba trabajar con su hija. ¿Qué estaba tramando? Apretó los dientes, con el deseo de demostrar que comprendía sus intenciones. Sus amenazas surgieron entre jadeos.

—¡No puedes… dejarme morir, bastardo! ¡Nadie más… te… acogería!

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