La interpretación del asesinato (54 page)

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Authors: Jed Rubenfeld

Tags: #Novela, Policíaca, Histórica

BOOK: La interpretación del asesinato
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—Y Banwell se obsesionó con Nora —dije yo.

—Eso parece. Ella tenía entonces… unos catorce años, pero a él le entra la obsesión de que tiene que poseerla. Y entonces sucede: sus obreros están trabajando en la casa y de pronto encuentran un antiguo pasadizo subterráneo que va desde una de las habitaciones de la segunda planta hasta el cobertizo del jardín trasero. Al parecer los Acton ignoran su existencia. Pero están fuera de la ciudad, y Banwell no les dice nada. El pasadizo se arregla y él tiene acceso a él desde el callejón trasero de la casa. Y ni siquiera tiene que entrar en el terreno de los Acton. En el diseño de la casa asigna a Nora la habitación del pasadizo, que pasará a ser su dormitorio. Le he preguntado si su plan era entrar una noche en el dormitorio de Nora y violarla. Y ¿sabe lo que ha hecho? Reírseme en la cara. Según él, jamás ha violado a nadie. Todas lo deseaban. En el caso de Nora, piensa que va a seducirla, y necesita un modo de entrar y salir de la casa sin que los Acton se enteren. Pero creo que Nora no estaba por la labor.

—Y le rechazó —dije.

—Eso es lo que nos ha dicho Banwell. Jura que jamás la ha tocado. Que jamás ha utilizado el pasadizo hasta esta semana. Creo que le disgustó muchísimo ese rechazo. Quizá ninguna chica lo había rechazado antes.

—Quizá —dije—. Puede que estuviera enamorado de ella.

—¿Eso cree?

—Sí. lo creo. Y Clara decidió conseguírsela.

—¿Cómo pensaba hacerlo? —preguntó Littlemore.

—Creo que lo que de veras intentó fue que Nora se enamorara
de ella
.

—¿Qué? —dijo Littlemore.

No respondí.

—Yo no entiendo de
eso
—continuó Littlemore—, pero le contaré lo siguiente: Banwell dice que lo de que Nora hiciera el papel de Elizabeth Riverford fue idea de Clara. Cuando levanta el Balmoral. construye otro pasadizo, pero éste conectado a su propio estudio. El apartamento al que conduce al otro extremo será su nido de amor. Lo decora como a él le gusta: una gran cama de latón, sábanas de seda, todo tipo de lujos. Llena el armario con lencería y pieles. Pone un par de trajes suyos, también, pero en un armario diferente que cierra con llave. Sólo hace muy poco tiempo, si hemos de creer a Banwell, Clara le dice que Nora ha aceptado por fin. La idea es que Nora alquile el apartamento con nombre falso y acuda a reunirse con él siempre que pueda. No sé qué puede haber de cierto en todo esto. No he querido preguntárselo a Nora.

Yo ya lo sabía. Nora me lo había contado todo la noche anterior. mientras esperábamos a la policía.

Un día de julio, Clara, con los ojos llenos de lágrimas, le dijo a Nora que ya no podía soportar más su matrimonio. George la azotaba y violaba casi noche tras noche. Temía por su vida, pero no podía dejarle porque si lo hacía la mataría.

Nora estaba aterrorizada, pero Clara le dijo que nadie podía hacer nada para ayudarla. Sólo una cosa podría salvarla, pero era algo imposible. Clara conocía a un hombre que ocupaba un alto puesto en la policía, se refería a Hugel, por supuesto. Clara lo había conocido cuando ella y Nora «ayudaban» a una familia emigrante cuya hija había muerto. Según Clara, le reveló su angustiosa situación a Hugel. Éste se apiadó de ella, pero le dijo que la ley se encontraba inerme ante estas cosas, porque el esposo tiene el derecho legal de violar a la esposa. Cuando, sin embargo, Clara añadió que George violaba también a otras chicas, a cuyas familias pagaba para comprar su silencio, y una de las cuales, como mínimo, había sido asesinada, el
coroner
había montado en cólera. Al parecer explicó que lo único que podían hacer era una cosa: escenificar un asesinato.

Debía encontrarse a una joven muerta en el apartamento que George tenía para sus amantes. Debía parecer que había muerto a manos suyas. Era factible, porque él, el
coroner
, le administraría un fármaco que la haría pasar por muerta, y él mismo certificaría tal muerte en calidad de médico forense. Una «prueba» que dejarían en el lugar del crimen identificaría como asesino a Banwell. Clara le comunicó a Nora el plan urdido con el
coroner
.

Nora recuerda haber quedado anonadada ante la audacia del plan. Y le preguntó a Clara si era realmente posible llevarlo a cabo.

Clara le respondió que no. Jamás podría pedirle a nadie que desempeñara el papel de amante y víctima ficticia. No le quedaba otro remedio, por tanto, que afrontar su destino de violación y maltrato.

Fue entonces cuando Nora se prestó a hacerlo ella.

Clara simuló quedarse de piedra ante el ofrecimiento. Rotundamente no, respondió. La joven que haría de víctima tendría que aceptar los daños que ello implicaría. Nora le preguntó a Clara si por daños se refería a violación. Por supuesto que no, le respondió Clara; pero la víctima tendría que dejar que se le atara una cuerda o cordón al cuello, y que incluso se le dejara en él una o dos marcas. Nora insistió en que lo haría. Al final Clara fingió acceder, y siguieron adelante con el plan. Nora no sabía muy bien lo que había sucedido en el Balmoral el domingo por la noche, pues el
coroner
le había inducido una catalepsia mediante una fuerte droga. Recordaba, sin embargo, que Clara le había dicho que no gritara, y también que a partir de entonces olvidara su nombre falso. El resto era confuso.

Le expliqué todo esto a Littlemore.

—Sé lo que sucedió después —dijo Littlemore—. Cuando Nora despierta el lunes por la mañana, está en el depósito de cadáveres con Hugel. Éste le comunica la mala noticia: la corbata que él debía haber encontrado en la escena del crimen, la corbata de seda y el alfiler con el monograma de Banwell que debían probar que él era el culpable, habían desaparecido. Era obvio que Banwell había entrado en el apartamento por el pasadizo en cuanto se enteró del «asesinato». Tenía que sacar de él rápidamente su ropa, para que no lo relacionaran con la señorita Riverford.

—Pero Banwell estaba fuera de la ciudad el domingo por la noche. Y en compañía del alcalde —dije—. ¿No lo sabía Hugel?

—Nadie lo sabía. Se suponía que Banwell iba a cenar en la ciudad. El plan de ir con el alcalde a Saranac le había surgido a última hora. Todo muy en secreto. No hubo forma de que Clara lo supiera de antemano, porque en la residencia campestre de los Banwell no hay teléfono. Así que Clara se escabulle de Tarry Town aquella noche, lo prepara todo con Nora a eso de las nueve, y vuelve al campo en su coche. Le dijo a Hugel que fijara la hora de la muerte entre medianoche y las dos, porque se suponía que Banwell tenía que estar en casa a esa hora.

»Pero Banwell vio su corbata a la mañana siguiente en el lugar del «crimen», y se la llevó antes de la llegada de Hugel.

»Muy bien. Sin la corbata, Hugel está en un atolladero. y no puede ponerse en comunicación con Clara. Así que decide que tiene que montar otra falsa agresión, en cuyo escenario dejará otra prueba de cargo. Hay que condenar a Banwell, ¿no es cierto? Es el trato que ha hecho con Clara. Ella le ha pagado diez mil dólares por adelantado, y le pagará otros treinta mil si Banwell es condenado por asesinato. Pero algo sale mal también esta vez. No sé qué. Y Hugel cierra el pico.

Ahora era yo quien de nuevo podía llenar los huecos en blanco. Nora había seguido adelante con la segunda «agresión» porque aún quería salvar a Clara y porque no sabía de qué otra forma podía explicar las heridas con las que había despertado. En esta segunda «agresión», el
coroner
no haría más qué atarla y dejarla en el lecho. No iba a herirla más. Y no lo hizo. (Por eso Nora no fue capaz de responder a mis preguntas de ayer. Le pregunté si algún
hombre
la había azotado. Tenía miedo de contarme la verdad, porque Clara le había jurado que Banwell la mataría si llegaba a saber la verdad.) Pero cuando el
coroner
la ató, se puso muy alterado. Se quedó mirándola fijamente. Sudaba, y parecía tener problemas para tragar saliva. Pero siguió ajustándole la cuerda alrededor de las muñecas. Y no se marchaba. Y luego se frotó contra ella.

—Al parecer su
coroner
perdió el control de sí mismo —dije, sin entrar en más detalles—. Nora gritó.

—Y a Hugel le entró el pánico, ¿no es eso? —dijo Littlemore—. Escapa por la trasera de la casa. Tiene el alfiler de corbata de Banwell: pretendía dejarlo en el dormitorio. Pero estaba tan asustado que olvidó hacerlo. Así que lo tiró en el jardín, pensando que lo encontraríamos cuando rastreáramos el lugar centímetro a centímetro.

Tras la huida del
coroner
, Nora no supo qué hacer. El
coroner
, se suponía, tenía que haberla dejado inconsciente, pero había salido precipitadamente y no le había administrado el narcótico. Sin saber qué hacer, Nora fingió no poder hablar ni recordar nada de lo sucedido. Su pérdida de voz de hacía tres años y su amnesia —real, si bien parcial de la noche anterior le dieron la idea.

—¿Por qué arrojó Banwell el baúl al río? —pregunté.

—Estaba en un aprieto —dijo Littlemore—. Piénselo. Si nos permitía rastrear todo lo que había en el apartamento, sabía que lo encontraríamos y acabaría entre rejas por asesinato. Pero no podía decirnos que Elizabeth era Nora. Aun en el caso de que lo creyéramos, se armaría un escándalo enorme y también daría con sus huesos en la cárcel por corrupción de menores. Así que le dijo al alcalde que mandaría las cosas de la señorita Riverford a Chicago, a su familia. Las metió en un baúl y bajó con él al cajón. Pensó que era el sitio perfecto, pero se topó con Malley.

—Casi nos engaña —dije.

—¿Con lo de Malley?

—No. Cuando…, cuando le hizo las quemaduras a Nora. El solo pensamiento me hizo sentir que había matado al cónyuge equivocado de los Banwell.

—Sí —dijo Littlemore—. Quería hacemos creer que Nora estaba loca y se había hecho las heridas ella misma. Creía que si lograba que nos tragáramos esto, se libraría de la cárcel. Poco importaba lo que Nora dijera: nadie la creería.

—¿Qué le hizo volver para mataría anoche? —pregunté.

—Nora le mandó a Clara una carta —respondió Littlemore—. Le decía que iba a contarle a la policía todo lo que Banwell le había hecho a Clara, y a las demás chicas, las emigrantes. Al parecer Banwell se las arregló para leerla.

—Me pregunto si se la enseñó la propia Clara —dije.

—Puede ser. Pero entonces Hugel llama a la puerta. Banwell, que está en el apartamento, empieza a atar cabos. Aquella noche, pues, ata a Clara para dejada fuera de la circulación el tiempo necesario y se dirige a casa de los Acton. Es entonces cuando doy con el pasadizo secreto del Balmoral. Dios, Clara era buena, muy buena… Me dice que su marido se ha ido a matar a Nora, pero hace como que soy yo quien se lo sonsaca. No creo que en aquel momento fuera consciente de que Nora no estaba en su casa. Y ¿cómo averiguó Clara que Nora estaba en el hotel?

—Porque Nora la llamó —dije—. ¿Qué me dice del chino?

—¿Leon? Jamás lo encontrarán —respondió Littlemore—. Hoy he tenido una larga conversación con el señor Chong. Me ha contado que el primo Leon fue a verle hace un mes, y le dijo que había un tipo muy rico que les pagaría un buen dinero por recoger un baúl y hacerlo desaparecer para siempre. Aquella noche, los dos hombres van al Balmoral, y luego suben a un coche de alquiler y llevan el baúl al cuarto de Leon. Al día siguiente, Leon hace las maletas. «¿Adónde vas?», le pregunta Chong. «A Washington», le responde Leon. «y luego vuelvo a China». Chong se pone nervioso. «¿Qué hay en ese baúl?», pregunta. «Mira dentro», le responde Leon. Así que Chong lo abre, y ve el cadáver de una de las novias de Leon. Chong se altera; le dice a su primo que la policía va a creer que el que la ha matado es él, Leon. Éste se echa a reír y dice que eso es exactamente lo que la policía tiene que pensar. Le dice también a Chong que se presente en el Balmoral al día siguiente, porque van a ofrecerle un puesto de trabajo estupendo. Chong se entusiasma al respecto. Imagina que a Leon le han pagado una fortuna por lo que está haciendo; de otra manera no podría volver a China. Así que, como buen chino, Chong pide dos trabajos en lugar de uno, y Leon lo arregla con Banwell para que así sea.

Llegamos al hotel, ambos sumidos en nuestros propios pensamientos.

Littlemore dijo:

—Una cosa. ¿Por qué Clara se tomó tanto trabajo en conseguir a Nora para Banwell si tenía tantos celos de ella? Eso no encaja.

—Bueno, no sé… —dije yo, apeándome del coche—. Hay gente que necesita hacer realidad aquello que más le atormenta.

—¿De veras?

—Sí.

—¿Por qué? —preguntó Littlemore.

—No tengo ni idea, detective. Es un misterio no resuelto.

—Eso me recuerda algo: ya no soy un simple detective —dijo Littlemore—. El alcalde me ha nombrado teniente.

Sábado por la noche. Una lluvia torrencial caía sobre todo el grupo —Freud, un Jung visiblemente incómodo, Brill, Ferenczi, Jones y yo— en el puerto de South Street. Mientras cargaban nuestro equipaje en el barco que nos llevaría de Nueva York a Fall River, adonde llegaríamos al día siguiente, Freud me llevó a un lado.

—¿No viene con nosotros? —dijo desde la cúpula de su paraguas hacia la cúpula del mío.

—No, señor. El cirujano dice que no debo viajar en unos días.

—Ya, entiendo —respondió Freud con escepticismo—. Y Nora se queda aquí en Nueva York, claro.

—Sí, señor —dije.

—Pero también se trata de algo más, ¿no? —dijo Freud, acariciándose la barba.

Preferí cambiar de tema.

—¿Cómo le va con el doctor Jung, señor, si me permite la pregunta? —Tenía noticia, y Freud sabía que la tenía, de la conversación insólita que ambos habían mantenido la noche anterior.

—Mejor —respondió Freud—. ¿Sabe?, creo que Jung tenía celos de usted.

—¿De mí?

—Sí —dijo Freud—. Al final he caído en la cuenta de que se tomó como una traición que lo eligiera a usted en lugar de a él para que se hiciera cargo del psicoanálisis de Nora. Cuando le expliqué que lo designé a usted sólo porque vive aquí, las cosas entre nosotros mejoraron de inmediato. —Miró hacia la lluvia—. Pero la cosa no va a durar. No mucho.

—No entiendo a la señora Banwell, doctor Freud —dije—. No entiendo lo que sentía por la señorita Acton.

Freud se quedó pensativo.

—Bien, Younger, usted resolvió el misterio. Algo muy meritorio.

—Usted lo ha resuelto, señor. Anoche me advirtió de que la amistad de Clara con Nora no era enteramente inocente. Pero lo cierto es que no entiendo a Clara Banwell. No entiendo su motivación.

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