La Hermandad de las Espadas (45 page)

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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

BOOK: La Hermandad de las Espadas
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Brisa empezó a aplaudir, pero nadie más la imitó, y cuando Dedos hizo un gesto negativo con la cabeza a las otras niñas, la muchacha dejó de hacerlo. Afreyt reanudó su extenso parlamente, haciendo caso omiso de la interrupción.

—Creo que fue en ese momento cuando empezó a ser evidente, vagamente al principio, que una potencia sobrenatural, o más de una, intervenía en los acontecimientos.

»Con respecto al capitán Ratonero, la tarea de zahones llevada a cabo por la señora Cif y el lugarteniente Pshawri parecía indicar que el Ratonero se movía bajo tierra a velocidades inverosímiles, recorriendo increíbles distancias mucho más allá de los límites de esta excavación, e incluso extendiéndose por debajo del Mar Exterior.

«Además, otra acción asombrosa ha ocurrido esta mañana en la bodega en casa de la señora Cif y de la que Dedos y yo hemos sido testigos: el Ratonero ha salvado a Fafhrd de un horrendo y exótico hechizo de muerte, empleando una información que difícilmente podría haber obtenido en ningún lugar de Nehwon, salvo en la sepultada Quarmall.

Y dirigió una mirada ardiente, casi acusadora, al Ratonero.

Brisa separó las manos para aplaudir de nuevo, pero entonces hizo una mueca a Dedos y se contuvo.

El Ratonero aguantó la dura mirada un momento más y luego dijo en tono de disculpa:

—Lo lamento, señora Afreyt, pero no puedo satisfacer plenamente tu curiosidad sobre lo lejos que fui o lo que hice bajo el suelo. Lo más que recuerdo es que chupaba guijarros para mitigar la sed y respiraba del modo más somero para usar lo mejor posible el aire que encontraba entre la tierra (a menudo tenía que habérmelas con gases mefíticos) y meditaba sobre mis pecados y los ajenos (estos últimos muy interesantes). Por lo demás, parece ser que he dormido mucho (algo, sin duda, muy conveniente, puesto que reducía mi consumo de aire) y he tenido algunos sueños notables. Así pues, por favor, señora Afreyt, continúa con tu fascinante reconstrucción hipotética de lo que nos ha sucedido en los dos últimos y misteriosos días..., sin olvidarte de terminar con una explicación de la pérdida capilar de Fafhrd. Por cierto, creo que ésa era la pregunta que te proponías responder en primer lugar.

—Así es —dijo ella—. Bien, capitán Ratonero, de la misma manera que un elemento sobrenatural ha influido en tus movimientos subterráneos permitiéndote desplazarte a lugares lejanos a velocidades fantásticas y causar un considerable desgaste... —miró su jubón transparente—, un elemento similar empezó a influir en Fafhrd, aunque actuaba en la dirección opuesta, no en el subsuelo sino en el aire.

»Bien entrada la noche de los Sátiros, se emborrachó y en ese estado se encaminó a Puerto Salado con las primeras luces del alba. En apoyo de esta parte del relato tenemos la evidencia proporcionada por las niñas Brisa y Decios, que le siguieron. Le vieron nadar a través de la niebla y luego remontarse al cielo en espirales cada vez más amplias.

»En algún lugar elevado por encima de Puerto Salado se desnudó (para echar lastre, según me ha dicho) y arrojó las botas, el cinto, la bolsa, el brazalete y otros objetos, que cayeron sobre los tejados y las copas de los árboles, de donde los recogieron y me los trajeron ayer. Constituyen una serie de objetos parecida a la que el capitán Ratonero dejó detrás de sí cuando viajaba a través de la tierra.

»Para el resto de mi relato debo depender principalmente del testimonio de su actor principal, que me ha dado hoy a primera hora, tras recuperarse de la ruptura del hechizo por parte del Ratonero.

»En resumen, poco después de que hubiera echado lastre, el capitán Fafhrd fue recogido por una chalupa nubosa capitaneada por la reina Frix de Arilia, su amante en otro tiempo, y tripulada por un grupo de sus notorias damas. Como Fafhrd aún se hallaba bajo la influencia del alcohol, fue fácilmente engatusado para participar en una orgía, en el curso de la cual le afeitaron completamente con el pretexto de incrementar su placer.

—La mitad de las razas civilizadas de Nehwon creen firmemente en eso y actúan en consecuencia —comentó Dedos—. Consideran todo el pelo como una desfiguración, y la única excepción son las pestañas.

—¡No me vengas con historias de puta vieja! —exclamó acremente Afreyt, centelleantes sus ojos violeta—. ¡Y no te atrevas a instruirnos en las costumbres sexuales de las llamadas razas civilizadas, princesa camarera de a bordo! ¡Hasta ahora me he sentido inclinada a perdonarte todo el mal en el que te has visto mezclada inocentemente, pero no me costaría mucho cambiar de idea y darte la zurra que has pedido!

La muchacha bajó los ojos, se dio un golpecito de reprobación en los labios con las puntas de los dedos, se cubrió la boca con la palma e hizo una breve reverencia de sumisión. Brisa le dio un codazo subrepticio por encima de las caderas, donde el costado es blando.

—Pero ¿es eso cierto, viejo amigo? —preguntó el Ratonero a Fafhrd en tono de preocupación—. Perdóname, señora Afreyt, pero estoy un tanto escandalizado.

—Me conformo con la explicación que da Afreyt de mi caso —dijo Fafhrd impasiblemente— y le estoy agradecido por ahorrarme el mal trago de contarlo yo mismo.

—En ese caso —replicó el Ratonero—, puesto que estamos hablando tan libremente, sácanos de esta duda: ¿aumenta, en efecto, el afeitado la delicia carnal? ¿Ha sido así en tu caso por lo menos?

—Ésa no es una cuestión adecuada para comentarla en público —respondió Fafhrd con cierta gazmoñería—. Pregúntamelo en privado y quizás te dé una respuesta.

Afreyt dirigió una dulce mirada al Ratonero y asintió brevemente antes de proseguir con su explicación.

—En algún momento durante las licenciosas actividades nocturnas a bordo del burdel aéreo de la reina Frix, Fafhrd perdió el conocimiento, pero no hay manera de saber si fue debido a un exceso de placer carnal o al aguardiente, la adormidera y otras drogas que pueden haberle administrado.

«Poco antes del amanecer, la abominable chalupa nubosa aterrizó en la Isla de la Escarcha, en el cabo entre Puerto Salado y el Maelstrom, y Fafhrd fue objeto de un funeral burlón observado en secreto por su hija, perdida hace largo tiempo, Dedos.

La muchacha, todavía con los ojos bajos, hizo dos rápidos movimientos afirmativos con la cabeza.

—Con una ceremonia irónica y música suave —siguió diciendo Afreyt—, dejaron a Fafhrd en el suelo, abandonado, sobre una cama de hongos recién brotados húmedos de rocío, desnudo bajo el frío del alba con excepción de unas cintas con los colores de las prendas interiores de las putas de Frix atadas burlonamente alrededor de su miembro fláccido, su lacia Vara de Eros.

—Recuerdos de los amantes —explicó Dedos—, una costumbre observada en... —empezó a decir, pero se interrumpió—. Oh, perdóname, señora Afreyt, no tenía intención de decir nada, me he dejado llevar...

—Me alegra oírte decir eso —observó la mujer en tono neutro—. Cuando se marcharon las siniestras juerguistas, la primera acción de Dedos fue cubrir decentemente a su padre con la bata que había traído y luego guiarle, porque él aún se encontraba en estado hipnótico, hasta el domicilio de Cif, donde llevó a cabo el intento, hipnóticamente inducido, de quitarle la vida, providencialmente frustrado por la oportunísima aparición del Ratonero, como estoy segura de que todos sabéis ya.

—Sí, ciertamente, ya hemos oído demasiado al respecto —dijo modestamente el menudo héroe de gris. Entonces se inclinó ante la mujer—: Gracias, señora Afreyt, por responder a mis preguntas tan ampliamente como has podido, estoy seguro de ello. —A continuación se dirigió a Fafhrd—: Y ahora, viejo amigo, ¿no podrías añadir unas palabras a tu propia cosecha, como para envolver el asunto y dejarlo bien empaquetado, por así decirlo?

Fafhrd apoyó las manos en las caderas y replicó:

—Escucha, hombrecillo, esta tontería ya dura demasiado. Recuerdo algo que dijiste el invierno pasado, cuando te dimos una cena en la taberna del naufragio para celebrar el éxito de tu travesía comercial a No—Ombrulsk. Cif bromeaba contigo acerca de tu relación erótica (servidumbre y disciplina, etcétera) con la diablesa marina simorgyana Ississi, que casi os hundió a ti y al
Halcón Marino.
Respondiste a sus bromas... virilmente, me pareció (te ruborizaste), diciendo que habías intentado algo que estaba más allá de tus poderes. Bien, lo mismo intenté yo, lo confieso sin ambages, en ese asunto de Frix y las damas. ¡Conocí la derrota total en un mar de placer! ¡Así pues, no insistamos más en ello! ¡Basta por hoy! Lo siento, Afreyt, pero era preciso decirlo.

—También yo lo creo así. Serenémonos todos.

—Antes de que nuevas sorpresas enciendan de nuevo nuestro interés —intervino Rill, que estaba de pie a espaldas del Ratonero en la sección del túnel un tanto atestada.

Sus palabras fueron proféticas, pues en aquel momento Pshawri, que venía del pozo, se acercó al grupo. Todavía estaba casi desnudo para correr, con sólo un taparrabos, el cinto y una bolsa. Llevaba sobre un brazo una túnica que le habían dado arriba pero no se había puesto. Cuando vio al Ratonero, el rostro fatigado del lugarteniente se iluminó extraordinariamente, pero fue a Cif a quien dirigió primero la palabra.

—Señora —le dijo, inclinando la cabeza—, a medianoche, siguiendo tus instrucciones, arrojé al lago de lava de Fuego oscuro el talismánico Apaciguador del Torbellino que recogí en el fondo del Maelstrom y con el que hicimos un péndulo de zahorí para buscar al capitán Ratonero. Se produjo una erupción de la que pude escapar por poco, compitiendo con el posterior cambio de tiempo y perdiendo del todo. Cuando crucé el cabo observé que el Maelstrom se había calmado una vez más.

—Esa noticia es magnífica, valiente lugarteniente —replicó Cif, excitada. Entonces, volviéndose al Ratonero, que había fruncido el ceño, se apresuró a meter una mano en su bolsa—. Antes de que digas nada, capitán, aquí hay algo que deberías leer.

El Ratonero desdobló la arrugada hoja escrita en tinta violeta, pero no llegó muy lejos antes de que hiciera un gesto a Fafhrd para que leyera la carta de Freg con él. Así pues, lo hicieron uno al lado del otro y línea tras línea.

Cuando llegaron a la mención de lo tramposo que era el Ratonero, Fafhrd musitó:

—Siempre sospeché que la intimidabas, perro.

—Alégrate —replicó su camarada— Por lo menos reconoce tu superioridad moral.

—¿Es eso mi rudeza o mi amor? —gruñó el hombretón.

Y cuando llegaron a las «tríadas de lunares», Rill, que había estado mirando furtivamente, no se resistió a tocar con tres dedos los tres lunares en el hombro que se veían claramente a la luz de la lámpara de leviatán a través del desgastado tejido, reducido a una gasa, del jubón del Ratonero. Cuando él la miró furibundo, la mujer se echó a reír y dijo:

—Mira los compañeros de estos en el costado de Pshawri. Aquí estamos demasiado apretados para ocultar nada.

Afreyt tomó la túnica del brazo de Pshawri y la alzó para que se la pusiera, diciéndole:

—También yo te doy las gracias, lugarteniente.

Él le expresó también su agradecimiento y dejó que le ayudara a ponerse la túnica.

Finalizada la lectura, el Ratonero miró inquisitivamente a Pshawri durante un largo momento.

—¿Aún quieres trabajar para mí, hijo, ahora que soy tu padre? Supongo que podría recompensarte de alguna manera, si así lo decides.

—Con toda certeza, señor —respondió el joven.

El Ratonero abrió los brazos y se abrazaron, con mucha formalidad para empezar.

—Vamos —dijo Cif, pasando por su lado—. Es hora de que demos a los otros la buena noticia.

La siguieron, y a lo largo del camino el Ratonero admiró el sistema de ventilación con las pieles de serpiente y siguió alabando el pozo y el mecanismo para subir y bajar.

A mitad de la ruta, en el suelo del pozo, apareció Mikkidu con una de las batas grises del Ratonero. Éste se la puso y le dio las gracias, luego subió al cubo y le izaron.

Fafhrd emergió del túnel seguido de Afreyt y los demás. Se cubrió la
cabeza
afeitada con la capucha y luego subió rápidamente por la escalera de estaquillas.

Cuando el Ratonero apareció en lo alto, sus hombres, desordenadamente reunidos, prorrumpieron en vítores. Los de Fafhrd se les unieron y redoblaron sus gritos cuando su capitán apareció a la vista detrás del Ratonero. Cuando remitió el griterío, pudieron intercambiar algunas palabras en privado. El sol de un mediodía de verano tardío brillaba desde su lugar bajo en el sur.

ratonero (señalando el montículo de tierra excavada cerca de donde estaban): Mikkidu me ha dicho que se habla de rebautizar la colina de la Diosa (anteriormente colina del Patíbulo) y llamarla colina del Ratonero.

fafhrd (con una pizca de enojo): Vaya, eso sí que es aprovechar el tiempo.

ratonero: ¿Debería sugerir monte Faf—Rat?

fafhrd: Olvídalo. Debo confesar que pareces notablemente en forma tras tu estancia increíblemente bajo tierra.

ratonero: Pues no me siento así. Me he extinguido gradualmente tantas veces ahí abajo que dudo de que jamás vuelva a confiar en la vida.

fafhrd: Pero cada vez que te extinguías renacías. Al contrario, creo que te has convertido en el mejor amigo de la Muerte.

ratonero: Ésa es una distinción muy dudosa. Estoy cansado de matar.

fafhrd: Estamos de acuerdo. Decios es una joya. Se presentó en el momento oportuno para rescatarme del aburrimiento.

ratonero: Yo soy doblemente afortunado, pues he podido instruir a mi hijo incluso antes de saber que lo tenía.

fafhrd: Creo que podemos esperar más de estos extravíos.

ratonero: ¡Ni lo sueñes!

29

Aquel día el principal tema de chismorreo en la Tierra de los Dioses fue la misteriosa desaparición de la molesta y forastera divinidad Loki. Una de las pocas deidades que conocían la verdadera explicación era el dios aracnoide Mog.

La Muerte había tenido el antojo de buscar a Mog para informarle de la prolongada supervivencia de su principal fiel, el Ratonero Gris, que había estado sometido a la maldición de Loki, y para jactarse un poco de las mañas con que lo había conseguido, pues incluso la Muerte es vana.

—En realidad —confesó la Muerte—, quien ha confinado a Loki firmemente en el lago de lava no ha sido otro que el hijo del Ratonero Gris, quien también promete convertirse en un personaje muy útil para mí.

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