Cif miró fijamente adelante y esta vez creyó ver, flotando al nivel de los ojos, una máscara amarilla fosforescente como la que había visto que el Ratonero llevaba en el sueño que tuvo la primera noche del frío. Era una imagen tenue pero parecía estar allí realmente.
Dejó caer la paleta, retiró la mano de la bolsa y hundió los dedos enguantados en la pared arenosa donde se veía la máscara. Ésta siguió allí, sin desvanecerse u oscilar, pero se hizo más brillante. Los óvalos negros que tenía por ojos parecían mirarla imperiosamente.
—Descubre la lámpara —logró decir, sobreponiéndose a su emoción.
Rill obedeció, sin confianza en sí misma para hacer preguntas. La luz blanca iluminó de nuevo el túnel y reveló a Cif contemplando fijamente la pared frontal. Rill ya no pudo contenerse.
—¿Crees que...? —preguntó con voz trémula.
—Pronto lo sabremos —replicó la otra.
Introdujo la mano enguantada en la pared arenosa del túnel al nivel de su mentón, la hizo girar a uno y otro lado, adelante y atrás y palpó a su alrededor antes de retirarla. (Cayó una lluvia de pequeños terrones y granos de arena.) Repitió esta acción dos veces, pero en la segunda ocasión se detuvo con la mano todavía introducida en la arena.
Sus dedos enguantados habían encontrado y ahora estaban desenterrando dos hileras semicirculares de piezas duras con una brecha de media pulgada entre ellas.
Humedeciéndose los labios con la lengua y guiándolos con las manos enguantadas alzadas junto a las mejillas, los presionó contra el seco y granuloso par de labios que enmarcaban las hileras de piezas situadas delante de sus propios dientes y casi tocándolos.
Exhalando primero una bocanada de aire, deslizó la punta húmeda de su lengua por el interior de los labios secos que presionaban los suyos, repitió esa tierna acción y luego inhaló.
Sus fosas nasales y la parte delantera de su boca se llenaron del excitante olor acre del Ratonero Gris, familiar para ella tras una larga temporada de relación amorosa.
Se echó a temblar, conmocionada al darse cuenta de que tenía entre las manos el precioso rostro del Ratonero que había regresado de la tumba.
Exhaló a un lado aquel aliento milagroso, aspiró de nuevo a través de la boca de la serpiente, volvió a oprimir con sus labios los todavía secos de su amante e insufló en ellos el aire con suavidad, rogando para que retuviera las propiedades curativas de la serpiente.
—Querida mía —le oyó decir en voz baja y ronca.
Ella comprendió que le estaba mirando a los ojos, pero la proximidad era tal que se fundían en uno solo.
—Ojos de búho —replicó ella tontamente, recordando el nombre que en sus juegos amorosos habían dado a ese fenómeno de la fusión de ambos ojos en uno solo. Entonces su mente volvió a la situación en que se encontraban y dijo—: Querida Rill, nuestro capitán ha vuelto. Está en mis brazos y le estoy proporcionando aire. Te ruego que te apliques al trabajo, caves y apartes la tierra que rodea su cuerpo, acelerando la liberación de su terrible confinamiento.
—Te estaré muy agradecido, Rill, puedes estar segura —dijo el Ratonero en voz también baja pero bastante menos ronca.
La prostituta y bruja obedeció, al principio con cautela, pero luego al darse cuenta de la cantidad de tierra que era preciso mover, con más brío. Encontró la paleta que había dejado caer Cif y la usó para aumentar el alcance primero de la mano derecha y luego de la izquierda mutilada, para la que era mayor la ventaja que proporcionaba.
Entretanto Cif continuaba eliminando tierra de las mejillas del Ratonero mientras alternativamente le besaba y le insuflaba aire. Sus manos se iban aproximando a la nuca del hombre sepultado, y cada movimiento iba liberando más los márgenes de las cuencas de sus ojos y las orejas.
El Ratonero dijo:
—Mantendré los ojos cerrados, Cif, salvo cuando me digas que los abra —y se sintió lo bastante audaz para añadir—: ¿Y serías un poco más generosa con tu perfumada saliva, querida? Es decir, si te sobra. Llevo dos días enteros (¿o tal vez tres?) sin refresco, salvo la humedad que he lamido de las piedras o he pedido por favor a las lombrices transeúntes.
—Yo la tengo —dijo Rill cándidamente—. He estado mascando menta durante la última media hora, las hojas más pequeñas.
—Eres una auténtica bruja, querida Rill —comentó Cif maliciosamente.
En aquel momento Skor, el lugarteniente de Fafhrd, apareció detrás de Rill, llenando el túnel con su cuerpo alto y encorvado, e informó a Cif como encargada de la excavación:
—El capitán ha regresado de dondequiera que haya estado ayer y anoche, señora. Creo que han ocurrido cosas extrañas, algunas de ellas en el cielo. Acaba de llegar en carreta con la señora Afreyt y les acompañan la niña Brisa y esa camarera de a bordo ilthmareña.
Entonces reparó en lo que estaba sucediendo en el túnel, reconoció el rostro del Ratonero y se quedó mudo. (Más tarde intentó describir lo que había visto a Skullick y Pshawri: «Le estaba besando a través de la arenisca, como os lo digo, besándole y acariciándole, y realizaba una magia poderosa, tanto si ella lo sabía como si no. Entretanto su hermana bruja realizaba una brujería parecida sobre la mitad inferior de su cuerpo. Nuestros capitanes son afortunados al disfrutar del favor de unas mujeres tan poderosas».)
Cif volvió la cabeza hacia él y se enderezó, sacando al Ratonero de la pared frontal del túnel. Estos movimientos ocasionaron una lluvia de escombros arenosos.
—También aquí han ocurrido cosas, como puedes ver —dijo vivamente—. Ahora escucha, Skor. Vuelve arriba y diles a la señora Afreyt y el capitán Fafhrd que deseo hablar con ellos aquí abajo. Pero no les digas, ni a ellos ni a nadie, que se ha producido el extraño retomo del capitán Ratonero, pues de lo contrario todo el mundo se amontonará aquí para verle y celebrar el milagro.
—Eso es bastante cierto —convino el hombre alto de cabello ralo, haciendo cuanto podía por parecer racional.
—Haz como te dice, Skor —terció el Ratonero—. Hay sabiduría en sus palabras.
—Y tú no vuelvas aquí, ¿de acuerdo? —siguió diciendo Cif—. toma el mando ahí arriba, mantén el orden y haz que el dragón siga respirando. —Señaló con la cabeza la pulsante tubería blanca de piel de serpiente—. Aquí tienes. Coge el anillo de mando de mis dedos y póntelo en el pulgar—. Tendió la mano en la que llevaba el anillo de Fafhrd. El hombre obedeció. Entonces Cif tuvo otra idea—: Haz que bajen también las niñas Dedos y Brisa, o de lo contrario crearán discordia cuando estés tan ocupado.
—Te escucho y obedezco —respondió Skor, haciendo una reverencia antes de volverse y alejarse rápidamente.
—Esa última idea tuya ha estado inspirada, querida —comentó el Ratonero jovialmente, volviéndose de Rill a Cif—. ¿Discordia? ¡Sí, por cierto!, pues resulta que Dedos, la camarera de a bordo ilthmareña, es la asesina enviada para eliminar a su padre, Fafhrd, mediante el recitado de un exótico hechizo de muerte... enviada por nuestro viejo enemigo Quarmal, señor de Quarmall, cuando supe esta mañana cuando desayunaba allí a base de rocío de gruta, pan de gusano berbiquí y vino de setas... mientras espiaba la guarida más secreta de Quarmal.
—¿Dedos es hija de Fafhrd? —dijo Rill—. Lo sospeché desde el principio. Tienen un parecido facial definitivo, y hay algo en el porte frío de esa chica...
El Ratonero asintió con vehemencia.
—Aunque, para ser justos con Dedos, no creo que supiera lo que estaba haciendo... El viejo Quarmal la hipnotizó a conciencia. Por suerte, al mismo tiempo aprendí la manera de frustrar sus hechizos (era tan fácil y, a la vez, tan difícil como chascar los dedos) observando cómo impedía en el último momento que su hijo Igwarl fuese asesinado por la hermana de éste, Issa, a la que había hipnotizado con fines instructivos. (Ese viejo convierte en una verdadera religión la traición y la desconfianza.) Si no hubiera estudiado su manera de chascar los dedos a fin de poder repetirla a la perfección, Fafhrd habría muerto inexorablemente a manos de su hija y sin que la pobre tuviera la menor idea de lo que hacía. En cambio, a juzgar por lo que dice Skor, mi camarada goza de una perfecta salud.
—Por los dioses —observó Cif—, te las has ingeniado para mantenerte activo en el subsuelo, ¿no es cierto?
—Sabes más sobre el peor lado de la naturaleza humana que cualquiera de los hombres que conozco —terció Rill—, o que cualquier mujer, desde luego.
El Ratonero se encogió de hombros, como si se disculpara, y ese cómico gesto hizo que se mirase, a sí mismo y a sus ropas, por primera vez desde que saliera cíe la pared.
Su reacción movió a Cif y Rill a hacer lo mismo.
El jubón gris, que había sido de tela fuerte y gruesa la última vez que ellas lo "vieron, se había vuelto fino como la gasa y transparente, mientras que su piel expuesta parecía haber sido restregada con piedra pómez.
Como si en su travesía subterránea hubiera soportado durante horas una tormenta de arena, sufriendo el desgaste que era previsible durante un viaje a Quarmall. La peculiaridad de todo aquello les dejó estupefactos.
En aquel momento Fafhrd apareció en el túnel, seguido de cerca por Dedos y Afreyt, mientras la jubilosa Brisa cerraba la retaguardia. El norteño llevaba una chaqueta de invierno con capucha echada hacia atrás que revelaba su cuero cabelludo bien afeitado.
—Sabía que te habían encontrado —dijo excitado—. Lo leí en el semblante de Skor cuando nos comunicó la llamada de Cif. Pero creo que ha engañado a los demás. Sin duda ha sido una buena idea mantenerlo un rato en secreto. Hay cosas que decir antes de enfrentarnos a una celebración. Parece ser que te debo la vida, viejo amigo..., y mi hija también su memoria. Oye, bribón, ¿cómo aprendiste el truco de los chasquidos de dedos de Quarmal?
—¿Cómo iba a ser? Viajando por el subsuelo hasta su ciudad subterránea, naturalmente, y espiándole —replicó jovialmente el Ratonero—, O bien lo hice físicamente, o bien mi espíritu lo hizo en sueños. Si sus gusanos berbiquíes llegaron hasta mí, y creo que lo hicieron, parece más probable lo primero.
—Ah, bueno —dijo Fafhrd filosóficamente—. Los gusanos berbiquíes no matan, sólo hacen daño.
—Y sólo si estás despierto cuando penetran en ti —añadió Dedos en tono consolador—. Pero de veras, tío Ratonero, te estoy enormemente agradecida por haber salvado la vida de mi padre y a mí del parricidio y la locura.
—¡Bueno, bueno, chiquilla! —dijo el Ratonero—. Basta de melodrama. Te creo y te pido perdón por mis dudas anteriores. Ciertamente eres hija de Friska, quien rechazó todos mis esfuerzos por seducirla, los cuales, que recuerde, no fueron pocos ni inhábiles.
—Te creo —le aseguró Dedos—. Como ella me ha dicho a menudo, tus intentos de seducción fueron responsables de que su amiga (y tu amante, tío Ratonero) Ivivis se separase del grupo que huyó a Tovilyis y persuadiera a mi madre para que también lo dejara y me tuviera allí.
—Realmente tenía la intención de conseguir oro, regresar a Tovilyis y reunirme con ella —se disculpó Fafhrd—. Pero algo se interponía siempre, en general la falta de oro.
—Friska nunca te culpó —afirmó Dedos—. Siempre salía en tu defensa cuando la tía Ivivis te convertía en el blanco de sus diatribas. La tía decía: «Debería haberse quedado contigo y dejado que ese engreído pisaverde se marchara solo», y mi madre respondía: «Eso habría sido confiar demasiado. Recuerda que son camaradas de toda la vida».
—Friska era siempre muy indulgente —confesó Fafhrd—. Lo mismo que Dedos lo es contigo, Ratonero —añadió, agitando un dedo bajo la nariz de su camarada—, ¿Te das cuenta de que ese terrible chasquido de dedos que me salvó la vida casi acabó con Dedos al mismo tiempo? La dejó estirada sin sentido en el banco donde te habíamos visto emerger de la tierra como un topo pálido y vengativo... También yo quedé inconsciente y tendido sobre mi hija en el banco, como Afreyt puede atestiguar, pues se pasó un cuarto de hora tratando de descubrir en nosotros el menor signo de vida.
—Eso es muy cierto, señores —confirmó la alta rubia, centelleantes los ojos de color violeta—. Le insuflé aire durante todo ese tiempo hasta que Fafhrd volvió en sí. Entretanto, Brisa, que se había despertado y había bajado a la bodega fortuitamente, prestó un servicio similar a Dedos.
—Sí, eso hice —dijo la niña—, y cuando volviste en ti, bestia, me mordiste la nariz, como un gatito ingrato y confundido.
—Deberías haberme zurrado —dijo hipócritamente la muchacha de Ilthmar.
—Recordaré eso a la primera oportunidad —le amenazó Brisa con malicia.
—A ese respecto, yo mismo perdí la conciencia por completo en el momento culminante —afirmó el Ratonero, volviendo al juego—. Era mucho lo que dependía de hacer a la perfección esos chasquidos de dedos el viejo Quarmal, cada uno algo más fuerte que el anterior. Eso consumió todas mis energías, de manera que, una vez finalizada mi tarea, volví a hundirme en la tierra como un fantasma moribundo, y me transportó aquí la potencia, sea la que fuere, que ha guiado mi largo viaje, donde esperé el beso reanimador de Cif.
Y lentamente sacudió la
cabeza
de un lado a otro, alzando las cejas y separando un poco las manos, en un gesto de admiración ante el milagro incomprensible.
Entonces, relajando un poco su postura (pareció que todos los presentes en el túnel exhalaban un leve suspiro), se volvió sonriente a Fafhrd y le preguntó:
—Pero ahora dime, viejo amigo, ¿cómo llegaste a perder el pelo? Y de una manera tan absoluta, a juzgar por las zonas de tu
cuerpo que puedo ver. Durante mis viajes subterráneos he perdido algo de piel (y presumiblemente de pelo) a causa de la fricción con arena, grava, arcilla y piedra. Mis prendas ciertamente han sufrido una disminución, como se ve claramente. Pero tú, amigo mío, no tienes esa excusa.
—Permíteme que te responda a eso —dijo Afreyt con tal resolución que nadie ni siquiera Fafhrd, pareció inclinado a impedírselo. Aspiró hondo y se dirigió, principalmente al Ratonero Gris (aunque todos la oyeron, pues habló muy claramente) el siguiente parlamente notablemente extenso—: Querido capitán Ratonero, cuando te hundiste por primera vez en la tierra la noche de los Sátiros y la segunda de la llegada del frío, fue el capitán Fafhrd quien nos ordenó cavar en la colina cíe la Diosa para buscarte. No todos estuvimos de acuerdo con esa idea, pero cuando la excavación proporcionó pruebas de tu paso (tu capucha, tu daga Garra de Gato, etcétera) lógicamente nos vimos obligados a rectificar. El trabajo iniciado entonces ha culminado ahora con el rescate del capitán Ratonero, realizado por las señoras Cif y Rill, tras una milagrosa supervivencia subterránea. ¡Tocios los honores para el capitán Fafhrd por haber puesto los cimientos de este logro maravilloso!