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Authors: James Redfield

Tags: #Autoayuda, Aventuras, Filosofía

La décima revelación (17 page)

BOOK: La décima revelación
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Igualmente inquietante era la práctica espiritual de la cultura. El materialismo de los cuatrocientos años anteriores había relegado el misterio de la vida y la muerte a un rincón. Para muchos, las iglesias y las sinagogas estaban llenas de rituales pomposos y carentes de sentido. La participación era más social que espiritual y los miembros estaban muy limitados por la idea de cómo podían ser percibidos y juzgados por sus pares observadores.

A medida que la visión avanzaba, vi que la tendencia de la nueva generación a analizar y juzgar surgió de una intuición profundamente asentada de que en la vida debía tenerse en cuenta mucho más que la vieja realidad material. La nueva generación percibió el nuevo significado espiritual más allá del horizonte y empezó a explorar otras religiones y puntos de vista espirituales menos conocidos. Por primera vez, las religiones orientales fueron comprendidas por muchos y sirvieron para validar la intuición masiva de que la percepción espiritual era una experiencia interna, un cambio en la conciencia que cambiaba para siempre el sentido personal de identidad y propósito. Asimismo, los escritos cabalísticos judíos y los místicos cristianos occidentales, como Meister Ekhart y Teilhard De Chardin, proporcionaron otras descripciones fascinantes de una espiritualidad más profunda.

Al mismo tiempo, nueva información afloraba a partir de las ciencias humanas —sociología, psiquiatría, psicología y antropología—, así como de la física moderna, que arrojaba nueva luz sobre la naturaleza de la conciencia humana y la creatividad. Esta acumulación de pensamiento, junto con la perspectiva aportada por Oriente, empezó a cristalizar de forma gradual en lo que más tarde se denominaría el «Momento del potencial humano», la creencia emergente de que los seres humanos aplicaban actualmente sólo una pequeña parte de su vasto potencial espiritual, físico y psicológico.

Observé el momento en que, después de varias décadas, esta información y la experiencia espiritual que produjo crecieron hasta convertirse en una «masa crítica» de conciencia, un salto a la conciencia desde el cual empezamos a formular una nueva visión de lo que era vivir una vida humana que incluía, en definitiva, una verdadera remembranza de las nueve revelaciones.

No obstante, mientras esta nueva visión cristalizaba, difundiéndose a través del mundo humano como un contagio de conciencia, muchos otros de la nueva generación empezaron a retirarse, alarmados por la creciente inestabilidad en la cultura que parecía corresponderse con la llegada del nuevo paradigma. Durante cientos de años, los sólidos acuerdos de la vieja visión del mundo habían mantenido un orden bien definido y hasta rígido para la vida humana. Todos los papeles estaban claramente definidos y cada uno conocía su lugar: por ejemplo, los hombres en el trabajo, las mujeres y los niños en la casa, las familias nucleares y genéticas intactas, una ética laboral ubicua. Se esperaba que los ciudadanos encontraran un lugar en la economía, que descubrieran el sentido en la familia y los hijos y supieran que el propósito de la vida era vivir bien y crear un mundo materialmente más seguro para la generación siguiente.

Luego llegó la ola de cuestionamiento, análisis y crítica de la década de los 60, y las normas inamovibles de pronto empezaron a derrumbarse. El comportamiento dejó de regirse por acuerdos fuertes. De pronto cada uno parecía facultado, liberado, libre de marcar su propio rumbo en la vida, de alcanzar esta idea nebulosa de potencial. En medio de este clima, lo que los demás pensaran dejó de ser el determinante real de nuestra acción y conducta; cada vez más, nuestro comportamiento pasó a ser determinado por cómo nos sentíamos en nuestro interior y por nuestra propia ética interna.

Para los que habían adoptado sinceramente un punto de vista más espiritual, caracterizado por la honestidad y el amor a los demás, la conducta ética no fue un problema. Pero sí resultaban preocupantes quienes habían perdido las pautas de vida exteriores sin haber formado todavía un código interno fuerte. Daban la impresión de caer en una tierra de nadie cultural donde todo parecía permitido: el crimen, las drogas y los impulsos adictivos de todo tipo, para no mencionar una pérdida de la ética del trabajo. Para colmo de males, muchos parecían usar los nuevos descubrimientos del movimiento del potencial humano para dar a entender que los criminales y los desviados no eran ni siquiera responsables de sus actos. Se los consideraba en cambio víctimas de una cultura opresiva que permitía descaradamente las condiciones sociales que modelaban esta conducta.

Seguí mirando y de pronto comprendí lo que veía: estaba formándose en el planeta una polarización de puntos de vista, en la cual los indecisos reaccionaban contra un punto de vista cultural que, en su opinión, llevaba al caos y la incertidumbre generalizados, quizás incluso a la desintegración total de su forma de vida.

En los Estados Unidos, sobre todo, un grupo cada vez mayor de personas se convencían de que enfrentaban algo que equivalía a una lucha de vida o muerte contra la permisividad y el liberalismo de los últimos veinticinco años, una guerra cultural, como la llamaron, en la que se hallaba en juego nada menos que la supervivencia de la civilización occidental. Vi que muchos consideraban que la causa estaba casi perdida y por eso defendían la acción extrema.

Frente a esta repercusión, vi que los defensores del potencial humano caían a su vez en una postura defensiva y temerosa, al sentir que muchas victorias duras ganadas en favor de los derechos individuales y la compasión social corrían peligro de ser avasalladas por la marea de conservadurismo. Muchos consideraban que esta reacción contra la liberación era un ataque de las fuerzas fortificadas de la ambición y la explotación, que ejercían presión en un último intento por dominar a los miembros más débiles de la sociedad.

Aquí vi claramente qué era lo que intensificaba la polarización: cada bando pensaba que el otro era una conspiración maligna.

Los defensores de la vieja visión del mundo ya no consideraban que el potencial humano era engañoso o ingenuo, sino que, de hecho, lo veían como parte de una conspiración más grande de socialistas omnipresentes, seguidores resistentes de la solución comunista que trataban de realizar justo lo que estaba produciéndose: la erosión de la vida cultural hasta el punto en que cualquier gobierno fuerte pudiera llegar y enderezar todo. Para ellos, esta conspiración utilizaba el miedo a la escalada criminal como excusa para registrar armas y desarmar en forma sistemática al pueblo, dando un control cada vez mayor a una burocracia centralizada que al fin supervisaría el movimiento de efectivo y tarjetas de crédito a través de conexiones realizadas con esa intención, explicando el mayor control de la economía electrónica como prevención del crimen o como una necesidad de cobrar impuestos o prevenir el sabotaje. Por último, tal vez sirviéndose de la estratagema de un desastre natural inminente, el Estado intervendría, confiscaría bienes y declararía la ley marcial.

A los defensores de la liberación y el cambio les parecía más probable justamente la situación contraria.

Frente a las victorias políticas de los conservadores, todo aquello para lo cual habían trabajado daba la impresión de desmoronarse ante sus ojos. Ellos también observaban el aumento del crimen violento y la degeneración de las estructuras familiares, sólo que, para ellos, la causa no era tanto la excesiva intervención del Estado, sino una intervención demasiado escasa y tardía.

En todos los países, el capitalismo le había fallado a toda una clase, y la razón era evidente: para los pobres no existía ninguna oportunidad de participar en el sistema. No había una educación eficaz. No había trabajo. Y en vez de ayudar, el Estado parecía dispuesto a echarse atrás, dejando de lado los programas contra la pobreza junto con todos los demás logros sociales ganados durante veinticinco años.

Vi con total claridad que, en medio de su creciente desencanto, los reformadores empezaban a creer lo peor: que el vuelco de la sociedad hacia la derecha sólo podía derivar de la mayor manipulación y el mayor control de los intereses empresariales adinerados del mundo. Estos intereses parecían estar comprando a los gobiernos y los medios de comunicación, y, a la larga, igual que en la Alemania nazi, dividían el mundo entre los que tienen y los que no, y las empresas más ricas hacían quebrar a las empresas pequeñas y controlaban cada vez más los bienes. Por cierto, había manifestaciones, pero sólo servían para seguirle el juego a la elite, que fortalecía su control policial.

Mi conciencia saltó de pronto a un nivel más alto y por fin entendí bien la polarización: grandes cantidades de personas parecían favorecer una perspectiva o la otra, y los dos bandos apostaban cada vez más a una guerra de buenos contra malos; ambos visualizaban al otro como autor de una gran conspiración.

En el fondo, ahora entendí la creciente influencia de los que proclamaban ser capaces de explicar este mal incipiente. Eran los analistas de los «tiempos finales» a los que antes había hecho referencia Joel. En la creciente agitación de la transición, estos intérpretes empezaban a aumentar su poder. En su opinión, las profecías de la Biblia debían entenderse literalmente y lo que veían en la incertidumbre de nuestro tiempo era el tan ansiado apocalipsis que se aprestaba a descender. Pronto se produciría la guerra santa abierta, en la cual los seres humanos se dividirían entre las fuerzas de las tinieblas y los ejércitos de la luz. Imaginaban la guerra como un conflicto físico real, rápido y sangriento, y para aquellos que sabían que venía, sólo una decisión era importante: estar del lado correcto cuando empezara la lucha.

No obstante, de manera simultánea, tal como había ocurrido con los otros giros significativos en la historia humana, vi, más allá del miedo y el atrincheramiento, las verdaderas Visiones del Nacimiento de los afectados.

Resultaba obvio que todos los que estábamos a ambos lados de la polarización habíamos llegado a la dimensión física con la intención de que dicha polarización no fuera tan intensa. Queríamos una transición suave de la vieja visión materialista del mundo a una nueva visión espiritual, y queríamos una transformación en la que se reconociera e integrara en el nuevo mundo que emergía lo mejor de las antiguas tradiciones.

Vi que esta belicosidad cada vez mayor era una aberración provocada no por una intención sino por el Miedo.

Nuestra visión original era que la ética de la sociedad humana se mantendría y que al mismo tiempo cada persona se liberaría por entero y el medio ambiente estaría protegido; que se conservaría y a la vez se transformaría la creatividad económica introduciendo un propósito espiritual dominante. Más aún, que esta conciencia espiritual podía descender al mundo e iniciar una utopía de una manera que simbólicamente cumpliera con las escrituras de los tiempos finales.

De pronto mi conciencia se amplió aún más y Justo después de observar la Visión del Nacimiento de Maya, casi pude vislumbrar esta comprensión espiritual superior, la imagen completa del lugar al que se dirigía la historia humana a partir de ese momento, cómo podíamos lograr esta conciliación de puntos de vista y seguir adelante hasta cumplir con nuestro destino humano. Entonces, igual que antes, empezó a darme vueltas la cabeza y me desconcentré; no pude alcanzar el nivel de energía necesario para captarlo.

La visión empezó a desaparecer y, esforzándome por mantenerla, vi la situación actual una última vez.

Obviamente, sin la influencia mediadora de la Visión Global, la polarización del Miedo seguiría acelerándose.

Vi que los dos bandos se endurecían y sus sentimientos se intensificaban cuando ambos empezaban a pensar que el otro no sólo estaba equivocado, sino que era malvado y venal… cómplice del mismísimo diablo.

Después de un momento de mareo y una sensación de movimiento rápido, miré a mi alrededor y vi a Wil a mi lado. Me miró y luego echó un vistazo a la oscuridad grisácea en que nos hallábamos, con expresión preocupada. Nos trasladamos a otro lugar.

—¿Pudiste ver mi visión de la historia? —pregunté. Volvió a mirarme y asintió.

—Lo que acabamos de ver es una interpretación nueva y espiritual de la historia, propia, en cierto sentido, de tu visión cultural, pero sumamente reveladora. Nunca había visto algo así. Esto tiene que ser parte de la Décima, una visión clara de la búsqueda humana tal como se ve en la Otra Vida. Estamos comprendiendo que todos nacemos con una intención positiva, tratando de traer a lo físico algo más del conocimiento contenido en la Otra Vida. ¡Todos! La historia empezó un largo proceso de despertar. Cuando nacemos a lo físico, lógicamente chocamos con el problema de avanzar en forma inconsciente y de tener que socializar y entrenamos en la realidad cultural de la época. Después de esto, lo único que podemos recordar son esos sentimientos esenciales, esas intuiciones para hacer ciertas cosas. Pero tenemos que combatir sin cesar el Miedo. Muchas veces es tan grande que no podemos concretar lo que pensábamos, o lo distorsionamos de alguna manera. Pero todos, repito, todos venimos con las mejores intenciones.

—¿Entonces dé veras piensas que un asesino en serie puede haber venido a hacer algo bueno?

—Originalmente, sí. Toda matanza es ira y golpes furiosos como manera de superar un sentimiento interior de miedo y desamparo.

—No sé —dije—. ¿Algunas personas no son intrínsecamente malas?

—No, sólo se enloquecen por el Miedo y cometen errores espantosos. Y, al final deben asumir la plena responsabilidad de esos errores. Pero lo que hay que entender es que estos actos horribles son causados, en parte, por nuestra propia tendencia a suponer que algunas personas son naturalmente malas. Ésa es la visión equivocada que fomenta la polarización. Ninguno de los dos lados puede creer que los seres humanos actúen de la forma en que lo hacen sin ser intrínsecamente malos, y por eso se deshumanizan y alienan cada vez más entre ellos. Como consecuencia esto incrementa el miedo, y así aflora lo peor de cada individuo. Volvió a mirar para otro lado, como distraído.

—Cada bando piensa que el otro está envuelto en una conspiración de gran envergadura —agregó—, epítome de todo lo negativo.

Noté que volvía a mirar a lo lejos y cuando seguí sus ojos y también enfoqué el ambiente, empecé a captar una sensación ominosa de penumbra y presentimiento.

—Creo que no podemos traer la Visión Global ni resolver la polarización hasta no entender la verdadera naturaleza del mal y la auténtica realidad del Infierno.

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