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Authors: James Redfield

Tags: #Autoayuda, Aventuras, Filosofía

La décima revelación (26 page)

BOOK: La décima revelación
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Y, siguiendo el impulso de la evolución, nos dirigíamos juntos hacia grupos sociales más complejos, nos diferenciábamos en ocupaciones más diversas, superábamos una necesidad de derrotamos y conquistamos mutuamente, y por último instalábamos un proceso democrático a través del cual nuevas ideas podían ser compartidas y sintetizadas, y así avanzábamos hacia verdades mejores. En forma gradual, nuestra seguridad iba viniendo desde nuestro interior, a medida que avanzábamos de una expresión de lo divino en términos de dioses de la naturaleza, pasando por lo divino como un Dios padre externo a nosotros, hasta llegar a una expresión final del Espíritu Santo interior.

Se intuían y escribían textos sagrados que daban una expresión simbólica sentida de nuestra relación y el futuro con esa deidad única. Visionarios de oriente y occidente aclaraban que este Espíritu Santo estaba siempre, que siempre era accesible, que sólo aguardaba que se manifestara nuestra capacidad para arrepentimos y abrimos, para eliminar los bloqueos que impiden una comunión plena.

Con el tiempo, vimos que nuestro impulso a unificarnos y compartir se expandía hasta percibir una comunidad especial, una asociación más profunda con las otras personas que compartían un lugar geográfico particular del planeta, y el mundo humano empezaba a hacerse más sólido formando naciones-Estados políticos, cada uno con su punto de vista singular. Al poco tiempo se producía una explosión del comercio y el intercambio. Nacía el método científico y los descubrimientos resultantes iniciaban un período de preocupación económica y de gran expansión secular conocido como «revolución industrial».

Y una vez que desarrollábamos una red de relaciones económicas alrededor del mundo, empezábamos a despertar más y a recordar nuestra naturaleza espiritual plena. Las percepciones iban penetrando en la conciencia humana y daban a nuestra economía una forma compatible con la Tierra y, al fin, empezaban a salir de la última polarización de fuerzas para orientarse hacia una nueva visión espiritual del mundo en el planeta.

En ese momento miré a los demás. Sus caras revelaban que habían compartido esta visión de la historia de la Tierra. En una breve revelación, habíamos comprendido cómo había evolucionado la conciencia humana desde el comienzo de los tiempos hasta el momento presente.

De pronto el holograma enfocó la polarización en detalle. Todos los seres humanos de la Tierra se acantonaban con rapidez en dos posiciones conflictivas: una que tendía hacia una imagen vaga pero cada vez más clara de transformación, y la otra que se resistía por sentir que valores importantes contenidos en la vieja visión se perdían para siempre.

Vimos que en la dimensión de la Otra Vida se sabía que este conflicto constituía el mayor desafío tendiente a la espiritualización de la dimensión física, en especial si la polarización se volvía extrema. En ese caso, ambos bandos se atrincheraban en una proyección irracional del mal en el otro, o peor aún, podían creerles a los intérpretes literales de las profecías de los «tiempos finales» y empezar a pensar que el futuro venidero estaba más allá de su influencia y así darse por vencidos.

Para encontrar la Visión Global y resolver la polarización vimos que nuestra intención en la Otra Vida era discernir las verdades más profundas de estas profecías. Como ocurre con todas las escrituras, las visiones en Daniel y las Revelaciones eran intuiciones divinas que llegaban desde la Otra Vida al plano físico, y por lo tanto debíamos comprenderlas envueltas en el simbolismo de la mente del espectador, algo muy parecido al sueño. Las profecías imaginaban un fin de la historia humana en la Tierra; pero un «fin» que para los creyentes era muy diferente del probado por los no creyentes.

Veíamos que los del último grupo experimentaban un fin de la historia que empezaba con grandes catástrofes, desastres ambientales y economías que se derrumbaban. Entonces, en el punto máximo del miedo y el caos, aparecía un líder fuerte, el anticristo, que proponía restaurar el orden, pero sólo si los individuos aceptaban resignar sus libertades y llevar «la marca de la bestia» en sus cuerpos para participar en la economía automatizada. Luego, este líder fuerte se autodenominaba Dios y tomaba por la fuerza a todos los países que se resistían a su gobierno, primero declarando la guerra a las fuerzas del Islam, después a los judíos y cristianos, para echar al mundo entero en un feroz Armageddon.

Por otra parte, para los creyentes, los profetas de las Escrituras predecían un fin de la historia mucho más agradable. Manteniéndose fieles al espíritu, estos creyentes recibían cuerpos espirituales y eran transportados a otra dimensión llamada la nueva Jerusalén, pero podían salir de lo físico y volver. En un momento, durante la guerra. Dios retomaba para terminar la lucha, restablecer la Tierra e instalar mil años de paz durante los cuales no había enfermedad ni muerte y todo se transformaba, hasta los animales del mundo, que ya no comerían carne. En cambio, «el león se acostaba con el cordero».

Maya y Curtis me miraron y entonces Charlene alzó la vista; todos percibíamos, al unísono, el significado esencial de las profecías. Lo que recibían los que veían los tiempos finales era una intuición de que en nuestra época se abrían ante nosotros dos futuros bien diferenciados. Podíamos optar por consumimos en el Miedo, creyendo que el mundo avanza hacia una automatización estilo «Estado autoritario», la decadencia social y la destrucción última… o podíamos seguir el otro camino y consideramos los creyentes capaces de superar este nihilismo y abrimos a las vibraciones más altas del amor, donde eludimos el apocalipsis y podemos entrar en una nueva dimensión donde invitamos al espíritu, a través de nosotros, a crear la Utopía que imaginó el profeta de las escrituras.

Ahora veíamos por qué los que están en la Otra Vida consideran que nuestra interpretación de estas profecías es clave para resolver la polarización. Si decidimos que estas escrituras significan que la destrucción del mundo es inevitable, que está escrita de manera indeleble en el plan de Dios, el efecto de dicha creencia sería crear precisamente ese desenlace.

Resultaba obvio que debíamos elegir el camino del amor y la fe. Tal como había visto antes, la polarización sería grave. En la Otra Vida se sabía que cada bando representaba una parte de la verdad que podía integrarse y sintetizarse en la nueva visión espiritual del mundo. Más aún, vi que esta síntesis era una consecuencia natural de las Revelaciones mismas, en particular la Décima, y de los grupos especiales que empezaban a formarse en todo el mundo.

De pronto el holograma se adelantó en cámara rápida y sentí otra expansión de la conciencia. Supe que ahora avanzábamos un paso más en el proceso: el recuerdo real de cómo pensábamos convertimos en creyentes y realizar ese futuro utópico profetizado. Por fin estábamos recordando la Visión Global.

Al mirar, lo primero que vimos fue cómo se formaban en todo el planeta los grupos de la Décima Revelación, introducían la Visión Global, alcanzaban la masa crítica y luego aprendían a proyectar esta visión de tal modo que los bandos atrincherados de la polarización empezaban de inmediato a volverse más livianos y aflojarse al dejar atrás el miedo. Los controladores tecnológicos se veían especialmente afectados, se recordaban a sí mismos y abandonaban sus últimos esfuerzos por manipular la economía y tener el poder.

El resultado de la visión proyectada era una ola sin precedente de concientización y recuerdo, de cooperación y compromiso personal, y una virtual explosión de individuos inspirados, cada uno de los cuales empezaba a recordar por entero su Visión del Nacimiento y a seguir su senda sincrónica exactamente en la posición ocupacional correcta dentro de su cultura.

La escena pasó a imágenes de ciudades decadentes y familias rurales olvidadas. Aquí vimos que se formaba un nuevo consenso en cuanto a la forma de intervenir en el ciclo de la pobreza. La intervención dejaba de concebirse en términos de programas estatales o meramente en términos de educación y trabajos; el nuevo enfoque era profundamente espiritual pues las estructuras de la educación ya existían; lo que faltaba era la capacidad para liberarse del Miedo y superar las distracciones infernales montadas para evitar la ansiedad de la pobreza. En este sentido, vi que a cada familia y cada niño carentes los rodeaba una onda de solidaridad privada.

Oleadas de individuos empezaban a formar relaciones personales —empezando con los que veían a su familia todos los días—: comerciantes, profesores, policías de ronda, ministros. Este contacto se ampliaba luego con otros voluntarios que trabajaban como «hermanos mayores, hermanas mayores» y tutores, todos guiados por las intuiciones internas de ayudar, recordando su intención de realizar un cambio en su familia o en un niño. Y todos iban difundiendo las revelaciones y el mensaje crucial de que por dura que fuera la situación o por afianzados que estuvieran los hábitos autodestructivos, cada uno de nosotros podía despertar a un recuerdo de misión y propósito.

Mientras la difusión continuaba, los incidentes de crímenes violentos empezaron a disminuir en la cultura humana, pues —lo veíamos con claridad— las raíces de la violencia son siempre la frustración, la pasión y el miedo que deshumanizan a la víctima; comenzaba a alterar esta configuración mental una interacción creciente con los poseedores de esta conciencia superior. Vimos que surgía un nuevo consenso hacia el crimen, consenso que derivaba de la idea tradicional y del potencial humano. A corto plazo, hacían falta más prisiones e instalaciones de detención, pues se admitía la verdad tradicional de que devolver a los delincuentes a la comunidad demasiado rápido o dejar libres a los perpetradores para darles otra oportunidad reafirmaba el comportamiento y transmitía el mensaje de que el crimen era aceptable. Sin embargo, al mismo tiempo, vimos una integración de las revelaciones en el manejo directo de estas instalaciones que introducía una ola de participación privada con los encarcelados, lo cual modificaba la cultura del crimen e iniciaba la única rehabilitación que funciona: el contagio de recordar.

Al mismo tiempo, a medida que más gente despertaba, vi que millones de individuos se tomaban tiempo para intervenir en conflictos en todos los niveles de la cultura humana, pues todos íbamos alcanzando una nueva comprensión respecto de lo que se hallaba en juego. En cada situación donde un marido o una esposa se enojaba o atacaba al otro, o donde compulsiones adictivas o una necesidad desesperada de ganar aprobación llevaban al miembro de una pandilla juvenil a matar; o donde una persona se sentía tan restringida en su vida que engañaba, defraudaba o manipulaba a alguien para ganar; en todas esas situaciones siempre había habido alguien perfectamente ubicado para prevenir la violencia, pero que no había actuado.

Alrededor de este héroe potencial había tal vez docenas de otros amigos y conocidos que también habían fallado, porque no transmitían la información y las ideas capaces de crear un sistema de apoyo más amplio para que se produjera la intervención. Quizás en el pasado esta omisión podría haberse justificado, pero ya no.

Ahora aparecía la Décima Revelación y sabíamos que las personas que estaban en nuestra vida eran tal vez almas con las que habíamos tenido prolongadas relaciones a lo largo de muchas vidas y que ahora contaban con nuestra ayuda. O sea que estamos obligados a actuar, obligados a ser valientes. Ninguno de nosotros quiere un fracaso en su conciencia o tener que soportar una tortuosa Revisión de Vida en la que debamos observar las consecuencias trágicas de nuestra timidez.

Mientras las escenas pasaban a toda velocidad, vimos que esta conciencia floreciente motivaba la actividad también hacia los problemas sociales. Pude ver una imagen de los ríos y océanos del mundo, y otra vez observé una síntesis de lo viejo y lo nuevo que, pese a admitir la muchas veces caprichosa conducta de la burocracia gubernamental, también elevaba a un nuevo nivel de prioridad el deseo humano de salvaguardar el ambiente, iniciando una oleada de intervención privada.

Se adquiría la sabiduría de que, al igual que ocurre con el problema de la pobreza y la violencia, el delito de la contaminación siempre tiene espectadores complacientes. Las personas que por sí mismas nunca contaminaban el ambiente de manera consciente realizaban tareas conjuntas o sabían de otros cuyos proyectos o prácticas empresariales dañaban la biosfera del planeta.

Eran personas que en el pasado no habían dicho nada, quizá debido a la inseguridad del empleo o porque se sentían solas en su posición. Sin embargo, ahora, mientras despertaban y se daban cuenta de que se hallaban en la posición correcta para actuar, los vimos convocar a la opinión pública en contra de los contaminadores: los que arrojaban desechos industriales al océano en medio de la noche, los que quemaban el excedente de petróleo en el mar, los que usaban insecticidas prohibidos en sembradíos comerciales, los que dejaban los depuradores de gases afuera en una planta industrial entre una inspección y otra o que fraguaban los estudios sobre los peligros de una nueva sustancia química. Con independencia del delito, ahora había testigos «inspirados» que sentían el apoyo de las organizaciones populares que ofrecían recompensas por semejante información y que tomaban el teléfono y manifestaban el delito personalmente.

Asimismo, observamos que se exponían las prácticas ambientales de los gobiernos mismos, en especial las políticas respecto de las tierras públicas. Se descubría que durante años los organismos gubernamentales habían vendido derechos de minería y forestación en algunos de los lugares más sagrados de la Tierra, por debajo de los precios del mercado, como favores políticos y comisiones. Selvas y bosques majestuosos pertenecientes al pueblo habían sido increíblemente saqueados y diezmados en nombre del manejo forestal adecuado, como si plantar hileras de pinos reemplazara la diversidad de vida y la energía inherentes a un bosque de maderas duras que había madurado durante siglos.

No obstante, la conciencia espiritual emergente al fin provocaría la conclusión de esta desgracia. Vimos formarse una nueva coalición integrada por cazadores de la vieja visión y entusiastas nostálgicos de la historia y los que percibían los sitios naturales como portales sagrados. Esta coalición disparaba la alarma que salvaría las pocas selvas vírgenes que quedaban en Europa y Norteamérica y empezaban a proteger en mayor escala las selvas esenciales en las regiones tropicales del mundo. Se comprendía de una manera general que todo lugar bello debía ser salvado en beneficio de las generaciones futuras. Las fibras cultivadas reemplazaban el uso de los árboles para la madera y el papel; la tierra pública remanente quedaba a salvo de la explotación y se la utilizaba para satisfacer la demanda explosiva de visitar esas áreas impolutas y energetizantes de la naturaleza. Al mismo tiempo, al expandirse la intuición, la conciencia y el recuerdo, las culturas desarrolladas se volvían hacia los pueblos nativos del mundo con nuevos respeto y valoración, ansiosas por elaborar una redefinición mística del mundo natural.

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