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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

Espadas y magia helada (29 page)

BOOK: Espadas y magia helada
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Pero antes de que todo esto se abatiera sobre el
Pecio,
el Ratonero y algunos otros, aferrados a barandillas o mástiles, con los ojos escocidos por el agua salada, habían visto ascender desde el mismo centro del remolino, un momento antes de que las aguas se alisaran, algo parecido al extremo de un arco iris negro, o un chorro de agua delgado y curvo, de una altura inverosímil, que dejó un agujero tras de sí (como más tarde algunos afirmaron haber visto) en las nubes oscuras, y a través del cual
algo
enloquecedor y poderoso se había desvanecido para siempre de sus mentes, sus seres y de todo Nehwon.

El Ratonero, su tripulación y las mujeres que les acompañaban se afanaron para salvarse, con el
Pecio,
en medio del océano embravecido y bajo un vendaval que había cambiado por completo de dirección y ahora soplaba desde el oeste, acarreando el espeso humo negro de Fuego Oscuro hacia ellos. A su alrededor otros barcos luchaban también en aquella confusión de olas y viento, que cubría varias leguas cuadradas y que fue serenándose gradualmente. Los pesqueros y los queches, algo mayores, con sus aparejos más manejables, así como el
Pecio
y el
Halcón Marino,
pudieron navegar hacia el sudoeste contra el viento y poner rumbo a Puerto Salado. Las galeras mingolas, con sus velas cuadradas, sólo podían correr por delante del viento (el mar agitado impedía usar los remos), alejándose del caos de la terrible isla, cuyo humo negro les perseguía, y enloquecía de miedo a sus caballos empapados. Algunas de aquellas naves debían de haberse hundido, pues el
Pecio
recogió del agua a dos mingoles, pero éstos no estaban seguros de si se había caído por la borda o si sus barcos se habían perdido, y su estado era demasiado lastimoso para considerarlos enemigos. Más tarde, el sonriente y sereno Ourph les ofreció sopa caliente, mientras el viento del oeste limpiaba el cielo. (Con respecto a los vientos, en el momento decisivo el del oeste se había desplazado al sur y soplaba a lo largo de la costa oriental de la isla, y el del este lo había hecho al norte, alejándose de toda la costa occidental, mientras que el cinturón de la tormenta entre uno y otro había girado un poco en el sentido de las agujas del reloj, produciendo violentos torbellinos en las Tierras de la Muerte.)

En el mismo instante en que el Ratonero disparaba su honda, Fafhrd se encontraba en el muro de turba de Puerto Frío encarado al mar, enfrentándose a la flota de los mingoles oscuros, que se aproximaba a la playa. El norteño blandía su espada, no como un gesto bárbaro de desafío, sino como parte de una demostración cuidadosamente meditada y llevada a cabo con la esperanza de asustar a los mingoles marinos, aun cuando admitía, sólo para sus adentros, que era una esperanza remota. Poco antes, cuando las tres naves de la
avanzada
mingola
habían
vuelto a hacerse a la mar, no mostraron la menor intención de ir a reunirse con su flota o esperarla, aunque sin duda debieron de avistar sus velas, sino que se alejaron remando briosamente hacia el sur hasta perderse de vista. Eso hizo que Fafhrd se preguntara si algo les había atemorizado y no querían enfrentarse a ello de nuevo, ni siquiera con el apoyo del resto de su flota. A este respecto, recordó especialmente los gritos de angustia y temor de los mingoles cuando los isleños de Groniger llegaron a lo alto de la cuesta y aparecieron ante su vista. Afreyt le había confesado que durante la larga marcha terrestre aquellos paisanos suyos habían llegado a parecerle monstruosos y, por alguna razón, más voluminosos, y el norteño tuvo que admitir que a él le habían causado la misma impresión. Y si a ellos les parecían más grandes y monstruosos, cuánto más no se lo parecerían a los mingoles...

Así pues, Fafhrd y Afreyt habían puesto en práctica sus pensamientos, haciendo sugerencias y dando órdenes, complementados con intimidaciones y lisonjas cuando era necesario, y como resultado los refuerzos de Groniger fueron situados a intervalos de veinte pasos en una larga línea que empezaba muy arriba en el glaciar y continuaba a lo largo de las murallas de Puerto Frío, por la cuesta, extendiéndose a lo largo de casi una legua al sur del poblado. Cada isleño blandía su pica u otra arma, y entre ellos estaban apostados los defensores de Puerto Frío (sus paisanos, aunque carecían de su aura de monstruosidad) y los guerreros de Fafhrd, los cuales aumentaban su número y también ayudaban a mantener a los isleños de Puerto Salado en sus puestos, de los que aún tenían una tendencia de sonámbulos o autómatas a marcharse. En el centro de las anchas murallas de Puerto Frío, flanqueada por Groniger y otro portador de pica, descansaba la litera de Odín, con el patíbulo encima, como en las Tierras de la Muerte, mientras que a su alrededor permanecían Fafhrd, Afreyt y las tres muchachas, estas últimas agitando sus mantos rojos, atados a largos palos, como banderas. (Fafhrd había dicho que utilizaran todo cuanto pudiera surtir efecto, y las niñas estaban deseosas de participar en la demostración.) Afreyt había tomado una lanza prestada y Fafhrd agitaba alternativamente su espada y los cordones de los cinco lazos corredizos alrededor de su mano izquierda, amenazando a las naves mingolas que se acercaban al puerto. Groniger y los demás isleños entonaban a gritos el cántico de Brisa (o de Odín): «¡A muerte! ¡Matemos a los mingoles! ¡A sangre y fuego! ¡Mueran los héroes!».

Y entonces, en el mismo momento en que, como hemos dicho, en el otro lado de la isla el Ratonero disparaba su honda, los remolinos producidos por la inversión de los vendavales avanzaron hacia el norte, azotando los mantos rojos, los cielos se oscurecieron y se oyó el retumbar de Luz Infernal, que entraba en erupción como si se solidarizara con Fuego Oscuro. El mar estaba revuelto, y pronto cayó sobre las aguas una lluvia de materiales de erupción, grandes rocas que se precipitaban sobre las olas como cañonazos. La flota de los mingoles oscuros emprendía la retirada mar adentro, impulsada por el viento que ahora soplaba desde la orilla, alejándose de la terrible costa en llamas que parecía protegida por una muralla de gigantes más altos que los árboles y por todos los poderes de los cuatro elementos. Y el humo de Luz Infernal se extendía por encima de ellos como un manto.

Pero antes de que sucediera todo esto, de hecho en el mismo instante en que, a cien leguas al este, un arco iris o chorro de agua negro brotaba hacia el cielo desde el centro del remolino, la litera de Odín empezó a balancearse sobre la muralla y el pesado patíbulo a contorsionarse y levantarse, como una paja o la aguja de una brújula que respondiera a un magnetismo desconocido. Afreyt gritó al ver que la mano izquierda de Fafhrd se volvía negra ante sus ojos, y el norteño lanzó un alarido de dolor al sentir que los lazos trenzados y decorados con flores por Mayo se tensaban implacables alrededor de su muñeca como otros tantos cables de acero, contrayéndose más y más profundamente entre los huesos del brazo y los de la muñeca, cortando piel y carne, seccionando cartílago, tendones y todos los tejidos más blandos, mientras una fuerza brutal tiraba de la mano hacia arriba. Las cortinas de la litera se alzaron verticalmente y el patíbulo quedó erguido y vibró. De súbito, algo negro y brillante salió disparado hacia las nubes, arrastrando consigo la mano cercenada de Fafhrd y todos los lazos corredizos. Seguidamente, las cortinas volvieron a su posición normal y el patíbulo se desplomó desde el muro. Fafhrd se quedó mirando estupefacto la sangre que brotaba del muñón en que terminaba su brazo izquierdo. Dominando su horror, Afreyt cerró los dedos sobre las arterias sangrantes y ordenó a Mayo, que estaba más cerca, que cogiera un cuchillo y cortara la falda de su vestido blanco para hacer vendas. La muchacha actuó rápidamente, y con los jirones de tela, usados como tampón al tiempo que como ataduras, Afreyt envolvió la terrible herida de Fafhrd en su propia sangre y restañó el flujo. Él observó todo esto con el rostro blanco como la misma tela, y una vez vendado musitó:

—Cabeza por
cabeza y
mano por mano.

Y Afreyt replicó vivamente:

—Mejor una mano que una
cabeza... o
cinco.

En su incómoda esfera, Khahkht del Hielo Negro golpeó las curvas paredes enfurecido e intentó raspar del mapa la Isla de la Escarcha. Restregó las fichas que representaban a Fafhrd, el Ratonero y los demás entre sus córneas y negras palmas, y buscó frenéticamente las fichas correspondientes a los dos dioses intrusos..., pero habían desaparecido. Entretanto en el lejano Stardock, el príncipe mutilado Faroomfar dormía con más facilidad, sabiéndose vengado.

Dos meses después de los acontecimientos narrados, Afreyt daba una modesta cena a base de pescado en su casa de aleros bajos y paredes de color violeta, en el extremo norte de Puerto Salado. Los invitados eran Groniger, Skor, Pshawri, Rui, el viejo Ourph y, naturalmente, Cif, el Ratonero Gris y Fafhrd..., el mayor número de comensales que su mesa podía acoger sin excesivo hacinamiento. El motivo del banquete era la partida del Ratonero al día siguiente en el
Halcón Marino,
junto con Skor, los mingoles, Mikkidu y otros tres miembros de su tripulación original, en una expedición mercantil a No—Ombrulsk con mercancías seleccionadas (compradas, o adquiridas por otros medios) principalmente por Cif y él mismo. Los dos héroes tenían una apremiante necesidad de dinero para abonar los derechos de atraque de sus naves, los sueldos de las tripulaciones y cubrir muchos otros gastos, mientras que las dos damas no estaban en mejores condiciones, pues adeudaban al consejo, del que sin embargo seguían siendo miembros, sumas que todavía estaban por determinar. Fafhrd no tuvo que desplazarse para asistir a la cena, pues era huésped de Afreyt mientras convalecía de su mutilación..., de la misma manera que el Ratonero se alojaba en casa de Cif sin ninguna excusa en particular.

Los isleños, de costumbres bastantes rígidas, se mostraron escandalizados por este arreglo, pero los cuatro interesados les hicieron caso omiso.

Durante la cena, que consistió en sopa de ostras, salmón al horno con puerros y hierbas de la isla, tartas de maíz confeccionadas con el costoso grano de Lankhmar, y vino ligero de Ilthmar, la conversación giró en torno a las recientes erupciones volcánicas y los acontecimientos concomitantes y meramente coincidentes, así como sus consecuencias, en particular la escasez generalizada de dinero. El terremoto y los incendios resultantes habían ocasionado algunos daños en Puerto Salado. El consejo había sobrevivido, pero la taberna El Arenque Salado se quemó por completo, junto con su Guarida de la Llama. («Loki era claramente un dios destructivo —observó Ratonero—, sobre todo cuando tenía ocasión de practicar con su especialidad, el fuego.». «Era un fantasma desabrido», opinó Groniger.) En Puerto Frío se habían hundido tres tejados de turba, pero por fortuna en las casas no hubo desgracias personales, pues en aquellos momentos todo el mundo participaba en la demostración defensiva. Al día siguiente, los isleños de Puerto Salado iniciaron su viaje de regreso, utilizando la litera para transportar a Fafhrd. («Así pues, algún mortal la ha usado, aparte de las niñas», observó Afreyt. «Era un vehículo inquietante, parecía hechizado —admitió Fafhrd—; claro que mi estado era febril.»)

Pero fue la escasez de capital, y los artificios utilizados para remediarla, el tema principal de la conversación. Skor había encontrado trabajo para él y los demás guerreros, ayudando a los isleños a acarrear madera desde la playa de los Huesos Blanqueados, pero había poco material, pues no se había producido el naufragio de naves mingolas previsto, y la tarea no duró mucho. Fafhrd habló de tripular el
Pecio,
con algunos de sus hombres, y traer de Ool Plerns una carga de madera natural. («Hazlo cuando estés totalmente recuperado», le dijo Afreyt.) Los hombres del Ratonero se habían dedicado a la pesca bajo las órdenes de Pshawri, y habían podido alimentar a ambas tripulaciones y, en ocasiones, disponer de un pequeño excedente de pescado para venderlo. Extrañamente, o quizá no tanto, las capturas monstruosas de pescado se habían estropeado, pese a la diligencia con que lo salaron; hedían peor que las medusas muertas y hubo que quemarlo. (Cif comentó: «Ya os dije que esa repentina abundancia de pescado se debió a las artes mágicas de Khahkht..., y así, en cierto sentido, era un pescado fantasma, contaminado por su contacto, por muy fresco y sabroso que pareciera.») Ella y Afreyt habían vendido el
Duende
a Rill e Hilsa por una buena suma. Sorprendentemente, la aventura de las dos profesionales a bordo del
Pecio
les había aficionado a la vida marinera, y ahora se ganaban la vida como pescadoras, aunque a veces practicaban su antiguo oficio en sus horas libres. Aquella misma noche Hilsa había salido a pescar con la madre Grum. Los tiempos eran duros incluso para el enemigo. Dos de las tres galeras mingolas de avanzada que se dirigieron a remo hacia el sur tocaron en Puerto Salado tres semanas después, con sus tripulaciones al borde de la extenuación. Primero les habían azotado grandes tormentas y luego se encontraron con una calma chicha en las peores condiciones, pues habían huido sin aprovisionarse. La tripulación de una de las naves se vio obligada a comerse el caballo sagrado de la proa, mientras que la del otro barco perdió hasta tal punto su fanático orgullo, junto con su furia, que vendieron su propio caballo al «alcalde» Bomar, el cual quería ser el primer isleño (o «extranjero») en poseer un caballo, pero sólo consiguió romperse el cuello en su primer intento de montarlo. («Era un hombre arrogante —comentó Pshawri—. Intentó arrebatarme el mando del
Halcón Marino.»)

Groniger afirmó que la Isla de la Escarcha, y principalmente su consejo, estaba tan arruinada como todo el mundo. El fanfarrón jefe del puerto, al parecer más empecinado y escéptico que nunca tras su única experiencia con los encantamientos y lo sobrenatural, se mostró muy estricto con Afreyt y Cif, y reconvino muy seriamente a esta última por los desembolsos a expensas del tesoro isleño para la defensa de la isla. (En realidad era el mejor amigo que las dos damas tenían en el consejo, pero el hombre debía mantener su tradicional actitud áspera.)

—Y luego está el cubo de oro del juego limpio —recordó acusadoramente a Cif—, ¡desaparecido para siempre!

La joven sonrió. Afreyt sirvió los postres, aunque era temprano, pero habían decidido terminar pronto la reunión, a fin de descansar para la partida al día siguiente.

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