Read Ensayo sobre la lucidez Online
Authors: José Saramago
Lo que la bomba no había conseguido lo hizo la pacífica manifestación. Asustados, inquietos, los votantes indefectibles de los partidos de la derecha y del medio, ppd y pdm, reunieron a sus respectivos consejos de familia y decidieron, cada uno en su castillo, pero unánimes en la deliberación, abandonar la ciudad. Consideraban que la nueva situación creada, una nueva bomba que mañana podría explotar contra ellos, y la calle impunemente tomada por el populacho, debería conducir forzosamente a que el gobierno revisara los parámetros rigurosos que había establecido en la aplicación del estado de sitio, en especial la escandalosa injusticia que significaba englobar en el mismo duro castigo, sin distinción, a los amantes firmes de la paz y a los declarados fautores del desorden. Para no lanzarse a la aventura a ciegas, algunos, con relaciones en la esfera del poder, intentaron sondear por teléfono la disposición del gobierno en cuanto a las posibilidades de autorización, expresa o tácita, que permitiera la entrada en el territorio libre de aquellos que, con vastos motivos, ya comienzan a designarse a sí mismos los encarcelados en su propio país. Las respuestas recibidas, por lo general vagas y en algunos casos contradictorias, aunque no permitían extraer conclusiones seguras sobre el ánimo gubernamental en la materia, fueron suficientes para considerar como hipótesis válida la de que, observadas ciertas condiciones, pactadas ciertas compensaciones materiales, el éxito de la evasión, aunque sólo relativo, aunque no pudiendo contemplar a todos los postulantes, era, por lo menos, concebible, es decir, se podía alimentar alguna esperanza. Durante una semana, en secreto absoluto, el comité organizador de las futuras caravanas de automóviles, formado en igual número por militantes de distintas categorías de ambos partidos y con la asistencia de consultores delegados de los diversos institutos morales y religiosos de la ciudad, debatió y finalmente aprobó un audaz plan de acción que, en memoria de la famosa retirada de los diez mil, recibió, a propuesta de un erudito helenista del partido del medio, el nombre de jenofonte. Tres días, no más, les fueron concedidos a las familias candidatas a la migración para que decidiesen, lápiz en mano y lágrima en el ojo, lo que deberían llevar y lo que tendrían que dejar. Siendo el género humano lo que ya sabemos que es no podían faltar los caprichos egoístas, las distracciones fingidas, las llamadas alevosas a fáciles sentimentalismos, las maniobras de engañosa seducción, pero también hubo casos de admirables renuncias, de esas que todavía nos permiten pensar que si perseveramos en esos y otros gestos de meritoria abnegación, acabaremos cumpliendo con creces nuestra parte en el proyecto monumental de la creación. Fue la retirada concertada para la madrugada del cuarto día, y vino a caer en una noche de lluvia, pero eso no era un contratiempo, todo lo contrario, daría a la migración colectiva un toque de gesta heroica para recordar e inscribir en los anales familiares, como clara demostración de que no todas las virtudes de la raza se han perdido. No es lo mismo que una persona viaje en un coche, tranquilamente, con la meteorología en reposo, que tener que llevar los limpiaparabrisas trabajando como locos para apartar las desmesuradas cortinas de agua que le caen del cielo. Una cuestión complicada, que sería debatida minuciosamente por el comité, fue la que puso sobre la mesa el problema de cómo reaccionarían a la fuga en bloque los defensores del color blanco, vulgarmente conocidos por blanqueros. Es importante tener presente que muchas de estas preocupadas familias viven en edificios donde también habitan inquilinos de la otra margen política, los cuales, en una acción deplorablemente revanchista, podrían, esto por emplear un término suave, dificultar la salida de los retirantes, si no, dicho más rudamente, impedirla del todo. Pincharán los neumáticos de los coches, decía uno, Levantarán barricadas en los rellanos, decía otro, Trabarán los ascensores, acudía un tercero, Meterán silicona en las cerraduras de los coches, reforzaba el primero, Nos reventarán el parabrisas, aventuraba el segundo, Nos agredirán cuando pongamos el pie fuera de casa, avisaba el segundo, Retendrán al abuelo como rehén, suspiraba otro como si inconscientemente lo desease. La discusión proseguía, cada vez más encendida, hasta que alguien recordó que el comportamiento de tantos millares de personas a lo largo de todo el recorrido de la manifestación había sido, desde cualquier punto de vista, correctísimo, Yo diría que hasta ejemplar, y que, por consiguiente, no parece que haya razones para recelar que las cosas sean ahora de manera diferente, Para colmo, estoy convencido de que va a ser un alivio para ellos verse libres de nosotros, Todo eso está muy bien, intervino un desconfiado, los tipos son estupendos, maravillosos de cordura y civismo, pero hay algo de lo que lamentablemente nos estamos olvidando, De qué, De la bomba. Como ya quedó dicho en la página anterior, este comité, de salvación pública, como a alguien se le ocurrió denominarlo, nombre en seguida rebatido por más que justificadas razones ideológicas, era ampliamente representativo, lo que significa que en esa ocasión había unas dos buenas decenas de personas sentadas alrededor de la mesa. El desconcierto fue digno de verse. Todos los demás asistentes bajaron la cabeza, después una mirada reprensora redujo al silencio, durante el resto de la reunión, al temerario que parecía desconocer una regla de conducta básica en sociedad, la que enseña que es de mala educación hablar de la cuerda en casa del ahorcado. El embarazoso incidente tuvo una virtud, puso a todo el mundo de acuerdo sobre la tesis optimista que había sido formulada. Los hechos posteriores les darían la razón. A las tres en punto de la madrugada del día marcado, tal como hiciera el gobierno, las familias comenzaron a salir de casa con sus maletas y sus maletones, sus bolsas y sus paquetes, sus gatos y sus perros, alguna tortuga arrancada al sueño, algún pececito japonés de acuario, alguna jaula de periquitos, algún papagayo en su percha. Pero las puertas de los otros inquilinos no se abrieron, nadie se asomó a la escalera para gozar con el espectáculo de la fuga, nadie hizo chascarrillos, nadie insulto, y si nadie se asomó a las ventanas para ver las caravanas en desbandada no fue porque estuviera lloviendo. Naturalmente, siendo el ruido tal, imagínese, salir a la escalera arrastrando toda aquella tralla, los ascensores zumbando al subir, zumbando al bajar, las recomendaciones, las súbitas alarmas, Cuidado con el piano, cuidado con el servicio de té, cuidado con la vajilla de plata, cuidado con el retrato, cuidado con el abuelo, naturalmente, decíamos, los inquilinos de las otras casas se habían despertado, sin embargo ninguno de ellos se levantó de la cama para acechar por la mirilla de la puerta, solamente se decían unos a otros bien cobijados en sus camas, Se van.
Regresaron casi todos. A semejanza de lo que dijo hace días el ministro del interior cuando tuvo que explicarle al jefe de gobierno las razones de la diferencia de potencia entre la bomba que se había mandado poner y la bomba que efectivamente explotó, también en este caso de la migración se verificó una falta gravísima en la cadena de transmisión de las órdenes. Como la experiencia no se ha cansado de demostrarnos tras examen ponderado de los casos y sus respectivas circunstancias, no es infrecuente que las víctimas tengan su cuota de responsabilidad en las desgracias que se les vienen encima. Tan ocupados anduvieron con las negociaciones políticas, ninguna de ellas, como no tardará en demostrarse, celebrada en los niveles decisorios más adecuados a la perfecta consecución del plan jenofonte, los atareados notables del comité se olvidaron, o ni tal cosa les llegó a pasar por la cabeza, de comprobar si el frente militar estaba avisado de la evasión y, lo que no era menos importante, de los ajustes necesarios. Algunas familias, ni media docena, todavía consiguieron atravesar la línea en uno de los puestos fronterizos, pero eso fue porque el joven oficial que se encontraba al mando se dejó convencer no sólo por las reiteradas declaraciones de fidelidad al régimen y limpieza ideológica de los fugitivos, sino también por las insistentes afirmaciones de que el gobierno era conocedor de la retirada y la había aprobado. No obstante, para salir de las dudas que de repente le asaltaron, telefoneó a dos de los puestos próximos, donde los colegas tuvieron la caridad de recordarle que las órdenes dadas al ejército, desde el comienzo del bloqueo, eran de no dejar pasar alma viva, aunque fuese para salvar al padre de la horca o dar a luz al niño en la casa del campo. Angustiado por haber tomado una decisión errada, que ciertamente sería considerada como desobediencia flagrante y tal vez premeditada a las órdenes recibidas, con consejo de guerra y la más que probable licencia final, el oficial gritó que bajasen inmediatamente la barrera, bloqueando así la kilométrica caravana de coches y furgonetas cargados hasta los topes que se extendía a lo largo de la carretera. La lluvia seguía cayendo. Excusado será decir que, de súbito conscientes de sus responsabilidades, los miembros del comité no se quedaron de brazos cruzados, esperando que el mar rojo se les abriera de par en par. Teléfono móvil en ristre se pusieron a despertar a todas las personas influyentes que, según sus noticias, podían ser arrancadas del sueño sin reaccionar con demasiada violencia, y es bien posible que el complicado caso se hubiera resuelto de la mejor manera para los afligidos fugitivos de no ser por la feroz intransigencia del ministro de defensa, que simplemente decidió frenar en seco, Sin mi orden nadie pasa, dijo. Como de lo dicho se deduce, el comité se había olvidado de él. Se podrá decir que un ministro de defensa no es todo, que por encima de un ministro de defensa se sitúa un primer ministro a quien el susodicho debe acatamiento y respeto, que más arriba todavía está el jefe de estado a quien iguales si no mayores acatamiento y respeto se deben, aunque, la verdad sea dicha, en lo que a éste concierne, en la mayoría de los casos es sólo de puertas para fuera. Y tanto es así que, después de una dura batalla dialéctica entre el primer ministro y el ministro de defensa, donde las razones de un lado y de otro zumbaban como fuego cruzado, el ministro acabó rindiéndose. Contrariado, sí, de pésimo humor, sí, pero cedió. Como es lógico querrá saberse qué argumento decisivo, de esos sin respuesta, habrá utilizado el primer ministro para reducir a la obediencia al recalcitrante interlocutor. Fue simple y fue directo, Querido ministro, dijo, ponga esa cabeza a trabajar, imagine las consecuencias mañana si cerramos hoy las puertas a personas que nos votaron, Que yo recuerde, la orden emanada del consejo de ministros fue no dejar pasar a nadie, Lo felicito por su excelente memoria, pero las órdenes, de vez en cuando, hay que flexibilizarlas, sobre todo si de esto se saca ventaja, que es precisamente lo que sucede ahora, No lo entiendo, Yo se lo explico, mañana, resuelto este desbarajuste, aplastada la subversión y serenos los ánimos, convocaremos nuevamente elecciones, es así o no, Claro, Usted cree que podríamos estar seguros de que las personas que hubiéramos repelido volverían a votarnos, Lo más probable es que no votasen, Pero nosotros necesitamos esos votos, recuerde que el partido del medio nos pisa los talones, Comprendo, Siendo así, dé ordenes, por favor, para que dejen pasar a la gente, Sí señor. El primer ministro colgó el teléfono, miró el reloj y le dijo a su esposa, parece que todavía podré dormir hora y media o dos horas, y añadió, Me parece que este tipo tendrá que hacer las maletas en la próxima remodelación del gobierno, No deberías permitir que te faltasen al respeto, dijo su querida mitad, Nadie me falta al respeto, querida, lo que pasa es que abusan de mi buen talante, eso es, Que viene a significar lo mismo, remató ella, apagando la luz. El teléfono volvió a sonar cuando no habían transcurrido ni cinco minutos. Era otra vez el ministro de defensa, Perdone, no quería interrumpir su merecido descanso, pero infelizmente no hay otro remedio, Qué pasa ahora, Un pormenor importante que antes no contemplamos, Qué pormenor es ése, preguntó el primer ministro, sin disimular el asomo de impaciencia que le causó el plural, Es muy simple y muy importante, Siga, siga, no me haga perder tiempo, Me pregunto si podemos tener la seguridad de que toda la gente que quiere entrar es de nuestro partido, me pregunto si debemos considerar suficiente que afirmen haber votado en las elecciones, me pregunto si entre las centenas de vehículos detenidos en las carreteras no habrá algunos con agentes de subversión dispuestos a infectar con la peste blanca la parte todavía no contaminada del país. El primer ministro sintió que el corazón se le encogía al percatarse de que había sido sorprendido en falta, Se trata de una posibilidad a tener en cuenta, murmuró, Precisamente por eso le he vuelto a llamar, dijo el ministro de defensa dando otra vuelta al garrote. El silencio que sucedió a estas palabras demostró una vez más que el tiempo no tiene nada que ver con lo que de él nos dicen los relojes, esas máquinas fabricadas a base de ruedecillas que no piensan y de muelles que no sienten, desprovistas de un espíritu que les permitiría imaginar que cinco insignificantes segundos escandidos, el primero, el segundo, el tercero, el cuarto, el quinto, fueron una agónica tortura a un lado y un remanso de sublime gozo al otro. Con la manga del pijama de rayas, el primer ministro se secó el sudor que le corría por la frente, después eligiendo cuidadosamente las palabras, dijo, De hecho, el asunto está exigiendo un abordaje diferente, una valoración ponderada que le dé una vuelta completa al problema, restar importancia a ciertos aspectos es un error, Ésa es también mi opinión, Cómo está la situación en este momento, preguntó el primer ministro, Muchos nerviosismo de un lado a otro, en algunos puestos ha sido necesario disparar al aire, Tiene alguna sugerencia que hacerme como ministro de defensa, En condiciones de maniobra mejores que éstas mandaría cargar, pero con todos los automóviles embotellando las carreteras es imposible, Cargar, cómo, Por ejemplo, haría avanzar los tanques, Muy bien, y cuando los tanques tocasen con el hocico el primer coche, ya sé que los tanques no tienen hocico, es una manera de hablar, en su opinión, qué cree que sucedería, Lo normal es que las personas se asusten al ver un tanque avanzando hacia ellas, Pero, según acabo de oír de su boca, las carreteras están bloqueadas, Sí señor, Luego no sería fácil para el coche de delante volver atrás, No señor, sería muy difícil, pero, de una manera u otra, si no los dejamos entrar, tendrán que hacerlo, Pero no en la situación de pánico que un avance de tanques con cañones apuntando provocaría, Sí señor, En suma, no tiene ninguna idea para resolver la dificultad, remachó el primer ministro, ya seguro de que había retomado el mando y la iniciativa, Lamento tener que reconocerlo, señor primer ministro, En cualquier caso, le agradezco que haya llamado mi atención sobre un aspecto del asunto que se me había escapado, Eso le puede pasar a cualquiera, Sí, a cualquiera sí, pero no debería haberme pasado a mí, Usted tiene tantas cosas en la cabeza, Y ahora voy a tener una más, resolver un problema para el cual el ministro de defensa no ha encontrado salida, Si así lo entiende, pongo el cargo a su disposición, No creo haber oído lo que ha dicho, y no creo que quiera oírlo, Sí señor primer ministro. Hubo otro silencio, éste mucho más breve, tres segundos nada más, durante los cuales el gozo sublime y la tortura agónica comprendieron que habían intercambiado el asiento. Otro teléfono sonó en el dormitorio. La mujer atendió, preguntó quién hablaba, después susurró al marido, al mismo tiempo que tapaba el micrófono, Es el de interior. El primer ministro le hizo señal de que esperase, después ordenó al ministro de defensa, No quiero más tiros al aire, quiero la situación estable en tanto no se tomen las medidas necesarias, haga saber a la gente de los primeros coches que el gobierno se encuentra reunido estudiando la situación, que en poco tiempo espera presentar propuestas y directrices, que todo se resolverá en bien de la patria y de la seguridad nacional, insista en estas palabras, Me permito recordarle, señor primer ministro, que los coches se cuentan por centenares, Y qué, No podemos hacer llegar ese mensaje a todos, No se preocupe, si lo saben los primeros de cada puesto, ellos se encargarán de hacerlo llegar, como un rastro de pólvora, hasta el fin de la columna, Sí señor, Manténgame al corriente, Sí señor. La conversación siguiente, con el ministro de interior, iba a ser diferente, No pierda el tiempo diciéndome lo que ha pasado, ya estoy informado, Quizá no le hayan dicho que el ejército ha disparado, No volverá a disparar, Ah, Ahora es necesario hacer que esa gente vuelva atrás, Si el ejército no lo ha conseguido, No lo ha conseguido ni podía conseguirlo, por supuesto no querrá que el ministro de defensa dé orden de que los tanques avancen, Claro que no, señor primer ministro, A partir de este momento, la responsabilidad es suya, La policía no sirve para esto y yo no tengo autoridad sobre el ejército, No estaba pensando en sus policías ni en nombrarle jefe del alto estado mayor, Me temo que no lo entiendo, señor primer ministro, Saque de la cama a su mejor redactor de discursos, póngalo a trabajar bajo su supervisión, y mientras tanto diga a los medios de comunicación que el ministro del interior hablará por la radio a las seis, la televisión y los periódicos se quedan para después, lo importante en este caso es la radio, Son casi las cinco, señor primer ministro, No necesita decírmelo, tengo reloj, Perdone, sólo quería mostrarle lo ajustado del tiempo, Si su escritor no es capaz de organizar treinta líneas en un cuarto de hora, con o sin sintaxis, lo mejor es que lo eche a la calle, Y qué tendrá que escribir, Cualquier argumentación que convenza a esa gente para que vuelva a casa, que le inflame los bríos patrióticos, diga que es un crimen de lesa patria dejar la capital abandonada en manos de las hordas subversivas, diga que todos los que votaron a los partidos que estructuran el actual sistema político, incluido, porque no se puede evitar la referencia, el partido del medio, nuestro directo competidor, constituyen la primera línea de defensa de las instituciones democráticas, diga que los lares que dejaron desamparados serán asaltados y saqueados por las hordas insurrectas, no diga que nosotros los asaltaremos si fuera necesario, Podríamos añadir que cada ciudadano que decida regresar a casa, cualquiera que sea su edad y su condición social, será considerado por el gobierno como un fiel propagandista de la legalidad, Propagandista no me parece muy apropiado, es demasiado vulgar, demasiado comercial, además la legalidad ya goza de suficiente propaganda, hablamos de ella todos los días, Entonces, defensores, heraldos o legionarios, Legionarios es mejor, y suena fuerte, marcial, defensores sería un término sin tesura, daría una idea negativa, de pasividad, heraldos huele a edad media, mientras que la palabra legionarios sugiere inmediatamente acción combativa, ánimo atacante, además, como sabemos, es un vocablo de sólidas tradiciones, Espero que la gente de la carretera pueda oír el mensaje, Querido amigo, parece que despertarse demasiado temprano le obnubila la capacidad perceptiva, yo apostaría mi cargo de primer ministro a que en este momento todas las radios de los coches están encendidas, lo que importa es que la noticia de la comunicación al país sea anunciada ya y repetida cada minuto, Me temo, señor primer ministro, que el estado del espíritu de todas esas personas no será proclive a dejarse convencer, si les decimos que se va a leer una comunicación del gobierno, lo más seguro es que piensen que los autorizamos a pasar, las consecuencias de la decepción pueden ser gravísimas, Es muy simple, su redactor de arengas va a tener que justificar el pan que come y todo lo demás que le pagamos, que él se las componga con el léxico y la retórica, Si usted me permite exponerle una idea que se me acaba de ocurrir ahora mismo, Expóngala, pero le recuerdo que estamos perdiendo tiempo, ya pasan cinco minutos de las cinco, La comunicación tendría mucha más fuerza persuasiva si la hiciera el propio primer ministro, Sobre eso no tengo la menor duda, En ese caso, por qué no, Porque me reservo para otra circunstancia, una que esté a mi altura, Ah, sí, creo comprender, Mire, es una mera cuestión de sentido común, o, digamos, de gradación jerárquica, así como sería ofensivo para la dignidad de la suprema magistratura de la nación poner al jefe del estado pidiéndoles a unos cuantos conductores que desbloqueen las carreteras, también este primer ministro deberá ser protegido de todo cuanto pueda trivializar su estatuto de superior responsable de la gobernación, Lo estoy viendo, Menos mal, es señal de que ha despertado completamente, Sí señor primer ministro, Y ahora al trabajo, como muy tarde a las ocho esas carreteras tienen que estar despejadas, la televisión que salga con los medios terrestres y aéreos de que dispone, quiero que el país entero vea el reportaje, Sí señor, haré lo que pueda, No hará lo que pueda, hará lo necesario para que los resultados sean los que le acabo de exigir. El ministro del interior no tuvo tiempo para
responder, el teléfono había sido colgado. Así me gusta oírte hablar, dijo la mujer, Cuando me tocan las narices, Y qué harás si no consigue resolver el problema, Que haga las maletas, Como el de defensa, Exacto, No puedes estar destituyendo ministros como si fuesen empleadas domésticas, Son empleadas domésticas, Sí, pero después no te queda más remedio que meter a otras, Ésa es una cuestión para pensar con calma, Pensar, qué, Prefiero no hablar de eso ahora, Soy tu mujer, nadie oye, tus secretos son mis secretos, Quiero decir que, teniendo en cuenta la gravedad de la situación, a nadie le sorprendería que decidiera asumir las carteras de defensa y de interior, de esa manera la situación de emergencia nacional se reflejaría en las estructuras y en el funcionamiento del gobierno, es decir, para una coordinación total, una centralización total, ésa podría ser la consigna, Sería un riesgo tremendo, ganar todo o perderlo todo, Sí, pero si se consigue triunfar en una acción subversiva que no ha tenido parangón en ningún tiempo ni en ningún lugar, una acción subversiva que ha alcanzado de lleno al órgano más sensible del sistema, el de la representación ciudadana, entonces la historia me reservaría un lugar imborrable, un lugar para siempre único, como salvador de la democracia, Y yo sería la más orgullosa de las esposas, susurró la mujer, arrimándosele serpentinamente como si de súbito hubiese sido tocada por la varita mágica de una voluptuosidad singular, mezcla de deseo carnal y de entusiasmo político, pero, el marido, consciente de la gravedad de la hora y haciendo suyas las duras palabras del poeta, ¿Por qué te lanzas a los pies / de mis botas bastas? / ¿Por qué sueltas ahora tu cabello perfumado / y abres traidoramente tus brazos suaves? / Yo no soy más que un hombre de manos bastas / y corazón que mira a un lado / que si es necesario / te pisará para pasar / te pisará, bien lo sabes, apartó a un lado bruscamente la ropa de la cama y dijo, Voy a seguir el desarrollo de las operaciones desde el despacho, tú duerme, descansa. Pasó por la cabeza de la mujer el rápido pensamiento de que, en situación tan crítica como la presente, cuando un apoyo moral valdría su peso en oro si peso tuviera un apoyo solamente moral, el código, libremente aceptado, de las obligaciones conyugales básicas, en el capítulo de socorros mutuos, determinaba que se levantara inmediatamente y preparara, con sus propias manos, sin llamar al servicio, un té reconfortante con su competente aderezo alimenticio de pastas, sin embargo, despechada, frustrada, con la naciente voluptuosidad casi desmayada, se volvió hacia el otro lado y cerró firmemente los ojos, con la vaga esperanza de que el sueño todavía fuese capaz de aprovechar los restos y con ellos organizar una pequeña fantasía erótica privada. Ajeno a las desilusiones que había dejado tras de sí, vistiendo sobre el pijama de rayas un batín de seda ornamentado de motivos exóticos, con pagodas chinas y elefantes dorados, el primer ministro entró en su despacho, encendió todas las luces y, sucesivamente, conectó el aparato de radio y la televisión. La pantalla de la televisión mostraba la carta de ajuste, todavía era demasiado temprano para el inicio de la emisión, pero en las emisoras de radio ya se hablaba animadamente del embotellamiento monstruoso en las carreteras, se opinaba sobre lo que a todas luces parecía constituir una tentativa en masa de evasión de la desafortunada cárcel en que la capital por su mala cabeza se había convertido, aunque no faltaban también comentarios sobre la más que previsible circunstancia de que tal tapón circulatorio, por su dimensión fuera de lo común, haría imposible el acceso de los grandes camiones que todos los días transportaban víveres a la ciudad. No sabían aún estos comentaristas que los dichos camiones estaban retenidos, por orden militar, a tres kilómetros de la frontera. Haciéndose transportar en motos, los reporteros radiofónicos preguntaban a lo largo de las columnas de automóviles y furgonetas, y confirmaban que efectivamente se trataba de una acción colectiva organizada de pies a cabeza, familias enteras reunidas que escapaban de la tiranía, de la atmósfera irrespirable que las fuerzas de la subversión habían impuesto en la capital. Algunos de los jefes de familia se quejaban del retraso, Estamos aquí hace casi tres horas y la fila no se ha movido ni un milímetro, otros sospechaban alguna traición, Nos garantizaron que podríamos pasar sin problemas, y he aquí el brillante resultado, el gobierno ha puesto pies en polvorosa, se ha ido de vacaciones y nos ha dejado entregados a las fieras, ahora que teníamos la oportunidad de salir tiene la poca vergüenza de darnos con la puerta en la cara. Había crisis de nervios, niños llorando, ancianos pálidos por la fatiga, hombres exaltados que se habían quedado sin tabaco, mujeres extenuadas que intentaban poner algún orden en el desesperado caos familiar. Los ocupantes de uno de los coches intentaron dar media vuelta y regresar a la ciudad, pero fueron obligados a desistir ante la sarta de insultos e improperios que se les vino encima, Cobardes, ovejas negras, blanqueros, cabrones de mierda, infiltrados, traidores, hijos de puta, ahora sabemos por que estáis aquí, venís a desmoralizar a las personas decentes, si creéis que os vamos a dejar salir, estáis locos, si es necesario se pinchan las ruedas, a ver si aprendéis a respetar el sufrimiento ajeno. El teléfono sonó en el despacho del primer ministro, podía ser el ministro de defensa, o el de interior, o el presidente. Era el presidente. Qué pasa, por qué no he sido informado a su debido tiempo de la barahúnda que se ha armado en las salidas de la capital, preguntó, Señor presidente, el gobierno tiene la situación controlada, en poco tiempo el problema estará resuelto, Sí, pero yo debería haber sido informado, se me debe esa atención, Consideré, y asumo personalmente la responsabilidad de la decisión, que no había motivo para interrumpir su sueño, de todos modos pensaba telefonearle dentro de veinte minutos, media hora, repito, asumo toda la responsabilidad, señor presidente, Bueno, bueno, le agradezco la intención pero, si no se diese el caso de que mi mujer tiene el saludable hábito de levantarse temprano, el jefe de estado estaría durmiendo mientras el país arde, No arde, señor presidente, ya han sido tomadas todas las medidas convenientes, No me diga que va a bombardear las columnas de vehículos, Como ha tenido tiempo de saber, no es ése mi estilo, señor presidente, Era una manera de hablar, evidentemente nunca pensé que cometiese semejante barbaridad, Muy pronto la radio anunciará que el ministro del interior se dirigirá al país a las seis, ahí está, ahí está, están emitiendo el primer anuncio y habrá otros, lo tenemos todo bajo control, señor presidente, Reconozco que ya es algo. Es el principio del éxito, señor presidente, estoy convencido, firmemente convencido, de que vamos a hacer que toda esta gente regrese en paz y en buen orden a sus casas, Y si no lo consigue, Si no lo conseguimos, el gobierno en bloque presentará su dimisión, No me venga con ese truco, sabe tan bien como yo que, en la situación en que el país se encuentra, no podría, aunque quisiera, aceptar su dimisión. Así es, pero tenía que decírselo, Bien, ahora que ya estoy despierto, no se olvide de irme comunicando lo que vaya sucediendo. Las radios insistían, Interrumpimos una vez más la emisión para informar de que el ministro del interior leerá a las seis horas un comunicado al país, repetimos, a las seis horas el ministro del interior hará una comunicación al país, repetimos, hará al país una comunicación el ministro del interior a las seis horas, repetimos, una comunicación al país hará el ministro del interior a las seis horas, la ambigüedad de esta última fórmula no le pasó desapercibida al primer ministro que, durante unos cuantos segundos, sonriendo para sus adentros, se entretuvo imaginando cómo diablos conseguiría una comunicación hacer un ministro del interior. Tal vez hubiera podido llegar a alguna conclusión provechosa para el futuro si de repente la carta de ajuste del televisor no hubiese desaparecido de la pantalla para dar lugar a la habitual imagen de la bandera oscilando en la punta del mástil, perezosamente, como quien acaba de despertarse, mientras el himno hacía retumbar sus trombones y sus tambores, con algún trino de clarinete por medio y algunos convincentes eructos de bombardino. El locutor que apareció tenía el nudo de la corbata torcido y mostraba cara de pocos amigos, como si acabara de ser víctima de una ofensa que no estaba dispuesto a perdonar ni olvidar tan pronto, Considerando la gravedad del momento político y social, dijo, y atendiendo al sagrado derecho del país a una información libre y plural, iniciamos hoy nuestra emisión antes de hora. Como muchos de los que nos escuchan, acabamos de tomar conocimiento de que el ministro del interior hablará por la radio a las seis, previsiblemente para expresar la actitud del gobierno ante el intento de salida de la ciudad por parte de muchos de sus habitantes. No cree esta televisión haber sido objeto de una discriminación intencionada, pensamos más bien que sólo una inexplicable desorientación, inesperada en personalidades políticas tan experimentadas como las que forman el actual gobierno de la nación, ha llevado a que esta televisión sea olvidada. Por lo menos, aparentemente. Podría argumentarse con la hora relativamente matutina en que la comunicación se va a realizar, pero los trabajadores de esta casa, en todo su largo historial, han dado pruebas suficientes de abnegación personal, de dedicación a la causa pública y del más extremo patriotismo para verse ahora relegados a la humillante condición de informadores de segunda mano. Tenemos confianza en que, hasta la hora prevista para la comunicación anunciada, todavía sea posible llegar a una plataforma de acuerdo que, sin quitarles a nuestros colegas de la radio pública lo que ya les ha sido concedido, se restituya a esta casa lo que por mérito propio le pertenece, es decir, el lugar y las responsabilidades de primer medio informativo del país. Mientras aguardamos ese acuerdo, y esperamos tener noticias de él en cualquier momento, informamos de que un helicóptero de la televisión está levantando el vuelo en este preciso instante para ofrecer a nuestros telespectadores las primeras imágenes de las enormes columnas de vehículos que, cumpliendo un plan de retirada al que, según hemos podido saber, le fue dado el evocador e histórico nombre de jenofonte, se encuentran inmovilizadas en las salidas de la capital. Felizmente, ha cesado hace más de una hora la lluvia que durante toda la noche fustigó las sacrificadas caravanas. No falta mucho para que el sol se levante del horizonte y rompa las sombrías nubes. Ojalá que su aparición consiga retirar las barreras que, por motivos que no logramos comprender, aún impiden que esos nuestros corajudos compatriotas alcancen la libertad. Por el bien de la patria, así sea. Las imágenes siguientes mostraban al helicóptero ya en el aire, después, tomado desde arriba, el pequeño espacio del helipuerto de donde acababa de despegar, y luego la primera visión de tejados y calles próximas. El jefe del gobierno posó la mano derecha sobre el teléfono. No esperó ni un minuto. Señor primer ministro, comenzó el ministro del interior, Ya sé, ya sé, cometimos un error, Ha dicho cometimos, Sí, cometimos, porque si uno se equivoca y el otro no corrige, el error es de ambos, No tengo su autoridad ni su responsabilidad, señor primer ministro, Pero ha tenido mi confianza, Qué quiere que haga, Hablará en la televisión, la radio transmitirá en simultáneo y la cuestión queda zanjada, Y dejamos sin respuesta la impertinencia de los términos y el tono con que los señores de la televisión han tratado al gobierno, La recibirán a su tiempo, no ahora, después yo me encargaré de ellos, Muy bien, Ya tiene la comunicación, Sí señor, quiere que se la lea, No merece la pena, me reservo para el directo, Me tengo que ir, el tiempo se me ha echado encima, Ya saben que usted va a ir, preguntó con extrañeza el primer ministro, Le encargué a mi secretario de estado que negociara con ellos, Sin mi conocimiento. Sabe mejor que yo que no teníamos alternativa, Sin mi aprobación, repitió el primer ministro, Le recuerdo que tengo su confianza, han sido sus palabras, además, si uno erró y otro corrigió, el acierto es de ambos, Si a las ocho esto no está resuelto, aceptaré su inmediata dimisión, Sí señor primer ministro. El helicóptero volaba bajo sobre una de las columnas de coches, las personas gesticulaban en la carretera, debían de decirse unas a otras, Es la televisión, es la televisión, y que fuera la televisión esa pasarola giratoria era, para todos, la garantía segura de que el impasse estaba apunto de resolverse. La televisión ha llegado, decían, es buena señal. No lo fue. A las seis en punto, ya con una leve claridad rósea en el horizonte, la voz del ministro del interior comenzó a oírse en las radios de los coches, Queridos compatriotas, queridas compatriotas, el país ha vivido en las últimas semanas la que es sin duda la más grave crisis de cuantas la historia de nuestro pueblo registra desde el alborear de la nacionalidad, nunca como ahora ha sido tan imperiosa la necesidad de una defensa a ultranza de la cohesión nacional, algunos, una minoría comparada con la población del país, mal aconsejados, influidos por ideas que nada tienen que ver con el correcto funcionamiento de las instituciones democráticas vigentes y con el respeto que se les debe, se vienen comportando como enemigos mortales de esa cohesión, por eso sobre la pacífica sociedad que hemos sido flota hoy la amenaza terrible de un enfrentamiento civil de consecuencias imprevisibles para el futuro de la patria, el gobierno fue el primero en comprender la sed de libertad expresada en la tentativa de salida de la capital llevada a cabo por aquellos a quienes siempre ha reconocido como patriotas de la más pura estirpe, esos que en las circunstancias más adversas han actuado, ya sea con el voto, ya sea con el ejemplo de su vida día a día, como auténticos e incorruptibles defensores de la legalidad, así reconstituyendo y renovando lo mejor del viejo espíritu legionario, honrando, en el servicio del bien cívico, sus tradiciones, al dar la espalda decididamente a la capital, sodoma y gomorra reunidas en nuestro tiempo, han demostrado un ánimo combativo merecedor de todos los loores y que el gobierno reconoce, sin embargo, considerando el interés natural en su globalidad, el gobierno cree, y en ese