Read Ensayo sobre la lucidez Online
Authors: José Saramago
El presidente de la república posó lentamente la hoja de papel sobre la mesa de trabajo y, después de un breve silencio, le preguntó al jefe de gabinete, Cuántas personas tienen conocimiento de esto, Nadie más, aparte del secretario que abrió y registró la carta, Es persona de confianza, Supongo que podemos confiar en él, señor presidente, es del partido, pero sería conveniente que alguien le hiciera comprender que la más leve indiscreción por su parte le podría costar muy cara, si me permite la sugerencia, el aviso habría que hacerlo directamente, Por mí, No, señor presidente, por la policía, una simple cuestión de eficacia, se llama al hombre a la sede central, el agente más bruto lo mete en una sala de interrogatorio y se le pega un buen susto, No me cabe duda de la bondad de los resultados, pero veo ahí una grave dificultad, Cuál, señor presidente, Antes de que el asunto llegue a la policía todavía tendrán que pasar unos días, y entre tanto, el tipo puede irse de la lengua, se lo cuenta a la mujer, a los amigos, incluso es capaz de hablar con un periodista, en suma, que derrame el caldo, Tiene razón, señor presidente, la solución seria mandarle un recado al director de la policía, me encargaré de eso con mucho gusto, si le parece bien, Ponerle un cortocircuito a la cadena jerárquica del gobierno, saltarnos al primer ministro, ésa es su idea, No me atrevería si el asunto no fuese tan serio, señor presidente, Querido amigo, en este mundo y otro no hay, que nos conste, todo acaba sabiéndose, confío en usted cuando me dice que el secretario le merece confianza, pero ya no podría decir lo mismo del director de la policía, imagínese que anda en contubernio con el ministro del interior, posibilidad por otra parte más que probable, Imagine el problema que se nos plantearía, el ministro del interior pidiendo cuentas al primer ministro por no poder pedírmelas a mí, el primer ministro queriendo saber si pretendo sobrepasar su autoridad y sus competencias, en pocas horas sería público lo que pretendemos mantener en secreto. Tiene razón una vez más, señor presidente, No diré, como el otro, que nunca me equivoco y raramente tengo dudas, pero casi, casi, Qué haremos entonces, señor presidente, Tráigame aquí al hombre, Al secretario, Sí, ese que conoce la carta, Ahora, De aquí a una hora puede ser demasiado tarde. El jefe del gabinete utilizó el teléfono interno para llamar al funcionario, Inmediatamente al despacho del señor presidente, rápido. Para recorrer los distintos pasillos y las varias salas suelen ser necesarios por lo menos unos cinco minutos, pero el secretario apareció en la puerta al cabo de tres. Venía sofocado y le temblaban las piernas. Hombre no necesitaba correr, dijo el presidente mostrando una sonrisa bondadosa, El jefe de gabinete me dijo que viniera rápido, señor presidente, jadeó el hombre, Muy bien, le mandé llamar a causa de esta carta, Sí señor presidente, La ha leído, claro, Sí señor presidente, Recuerda lo que está escrito en ella, Más o menos, señor presidente, No use ese género de frases conmigo, responda a la pregunta, Sí señor presidente, la recuerdo como si la acabara de leer en este momento, Piensa que podría hacer un esfuerzo para olvidar su contenido, Sí señor presidente, Piense bien, debe saber que no es lo mismo hacer el esfuerzo que olvidar, No señor presidente, no es lo mismo, Por tanto, el esfuerzo no debe bastar, será necesario algo más, Empeño mi palabra de honor, He estado a punto de repetirle que no use ese género de frases, pero prefiero que me explique qué significado real tiene para usted, en el presente caso, eso a que románticamente llama empeñar su palabra de honor, Significa, señor presidente, la declaración solemne de que de ninguna manera, suceda lo que suceda, divulgaré el contenido de la carta, Está casado, Si señor presidente, Voy a hacerle una pregunta, Y yo le responderé, Suponiendo que revelara a su mujer, y sólo a ella, la naturaleza de la carta, estaría, en el sentido riguroso del término, divulgándola, me refiero a la carta, evidentemente, no a su mujer, No señor presidente, divulgar es difundir, hacer público, Aprobado, compruebo con satisfacción que los diccionarios no le son extraños, No se lo diría ni a mi propia mujer, Quiere decir que no le contará nada, A nadie, señor presidente, Me da su palabra de honor, Disculpe, señor presidente, ahora mismo, Imagínese, olvidarme de que ya me la había dado, si se me vuelve a borrar de la memoria el jefe de mi gabinete se encargará de recordármelo, Sí señor, dijeron las dos voces al mismo tiempo. El presidente guardó silencio durante algunos segundos, después preguntó, Supongamos que voy a ver lo que escribió en el registro, puede evitarme que me levante de este sillón y decirme qué encontraría, Una única palabra, señor presidente, Debe de tener una extraordinaria capacidad de síntesis para resumir en una sola palabra una carta tan extensa como ésta, Petición, señor presidente, Qué, Petición, la palabra que consta en el registro, Nada más, Nada más, Pero así no se puede saber de qué trata la carta, Fue justamente lo que pensé, señor presidente, que no convenía que se supiera, la palabra petición sirve para todo. El presidente se recostó complacido, sonrió con todos los dientes al prudente secretario y dijo, Debía haber comenzado por ahí, hubiera evitado empeñar algo tan serio como la palabra de honor, Una cautela garantiza la otra, señor presidente, No está mal, no señor, no está mal, pero de vez en cuando eche un vistazo al registro, no sea que a alguien se le ocurra añadir algo a la palabra petición, La línea está cerrada, señor presidente, Puede retirarse, A sus órdenes, señor presidente. Cuando la puerta se cerró, el jefe de gabinete dijo, Tengo que confesar que no esperaba que él fuese capaz de tomar una iniciativa así, creo que nos acaba de dar la mejor prueba de que es merecedor de toda nuestra confianza, Tal vez de la suya, dijo el presidente, no de la mía, Pero pienso, Piensa bien, querido amigo, pero al mismo tiempo piensa mal, la diferencia más segura que podríamos establecer entre las personas no es dividirlas en listas y estúpidas, sino en listas y demasiado listas, con las estúpidas hacemos lo que queremos, con las listas la solución es colocarlas a nuestro servicio, mientras que las demasiado listas, incluso cuando están de nuestro lado, son intrínsecamente peligrosas, no lo pueden evitar, lo más curioso es que con sus actos continuamente nos están diciendo que tengamos cuidado con ellas, por lo general no prestamos atención a los avisos y después tenemos que aguantarnos con las consecuencias, Entonces quiere decir, señor presidente, Quiero decir que nuestro prudente secretario, ese funámbulo del registro capaz de transformar en simple petición una carta tan inquietante como ésta, no tardará en ser llamado por la policía para que le metan el susto que aquí entre nosotros le habíamos prometido, él mismo lo dijo sin imaginarse el alcance de las palabras, una cautela garantiza la otra, Siempre tiene razón, señor presidente, sus ojos ven muy lejos, Si, pero el mayor error de mi vida como político fue permitir que me sentaran en este sillón, no comprendí a tiempo que sus brazos tienen cadenas, Es la consecuencia de que el régimen no sea presidencialista, Así es, por eso no me dejan nada más que cortar cintas y besar a niños, Ahora tiene en sus manos un as, En el momento en que se lo entregue al primer ministro, el triunfo será suyo, yo no habré sido nada más que el cartero, Y en el momento en que él se lo entregue al ministro del interior, pasará a ser de la policía, la policía es quien está en el extremo de la cadena de montaje, Ha aprendido mucho, Estoy en una buena escuela, señor presidente, Sabe una cosa, Soy todo oídos, Vamos a dejar al pobre diablo en paz, a lo mejor, yo mismo, cuando llegue a casa, o esta noche en la cama, le cuento a mi mujer lo que dice la carta, y usted, querido jefe de gabinete, hará probablemente lo mismo, su mujer lo mirará como a un héroe, el maridito querido que conoce los secretos y las mallas que teje el estado, que bebe lo más fino, que respira sin máscara el olor pútrido de las alcantarillas del poder, Señor presidente, por favor, No me haga caso, creo que no soy tan malo como los peores, pero de vez en cuando me salta la consciencia de que eso no es suficiente, y entonces el alma me duele mucho más de lo que sería capaz de decirle, Señor presidente, mi boca está y estará cerrada mía también, y la mía también, pero hay ocasiones en que me pongo a imaginar lo que podría ser este mundo si todos abriésemos las bocas y no callásemos mientras, Mientras qué, señor presidente, Nada, nada, déjeme solo.
Menos de una hora había pasado cuando el primer ministro, convocado con carácter de urgencia al palacio, entró en el despacho. El presidente le hizo señas de que se sentara y le pidió, mientras extendía la carta, Lea esto y dígame qué le parece. El primer ministro se acomodó en el sillón empezó a leer. Debía de ir a mitad de la carta cuando levantó la cabeza con una expresión interrogante, como la de quien tiene dificultad para comprender lo que le acaban de decir, luego prosiguió y, sin interrupciones ni otras manifestaciones gestuales concluyó la lectura. Un patriota cargado de buenas intenciones, dijo, y al mismo tiempo un canalla, Por qué un canalla, preguntó el presidente, Si lo que narra aquí es cierto, si esa mujer, suponiendo que exista, realmente no se quedó ciega y a los otros seis en aquella desgracia, no hay que excluir la posibilidad de que el autor de esta carta le deba la fortuna de estar vivo, quién sabe si mis padres también lo estarían hoy si hubieran tenido la suerte de encontrarla, Ahí se dice que asesinó a alguien, Señor presidente, nadie sabe cuántas persono fueron muertas durante aquellos días, se decidió que todos los cadáveres encontrados eran producto de accidentes o de causas naturales y se puso una as losa sobre el asunto, Hasta las losas más pesadas pueden ser removidas, Así es, señor presidente, pero mi opinión es que dejemos esta losa donde está, supongo que no hay testigos presenciales del crimen, y si en aquel momento los hubo, no eran nada más que ciegos entre ciegos, sería un absurdo, un disparate, conducir a esa mujer hasta los tribunales por un crimen que nadie la vio cometer y del que no existe cuerpo del delito, El autor de la carta afirma que ella mató, Sí, pero no dice que fuera testigo del crimen, además, señor presidente, vuelvo a decir que la persona que ha escrito esta carta es un canalla, Los juicios morales no vienen al caso, Ya lo sé, señor presidente, pero siempre puede uno desahogarse. El presidente tomó la carta, la miró como si no la viera y preguntó, Qué piensa hacer, Por mi parte, nada, respondió el primer ministro, este asunto no tiene ni una punta por donde agarrarlo, Mire que el autor de la carta insinúa la posibilidad de que haya relación entre el hecho de que esa mujer no perdiera la vista y la masiva votación en blanco que nos condujo a la difícil situación en que nos encontramos, Señor presidente, algunas veces no hemos estado de acuerdo el uno con el otro, Es lógico, Sí, es lógico, tan lógico como el que no me quepa la menor duda de que su inteligencia y su sentido común, que respeto, se nieguen a aceptar la idea de que una mujer, por el hecho de no haber cegado hace cuatro años, sea hoy la responsable de que unos cuantos cientos de miles de personas, que nunca oyeron hablar de ella, hayan votado en blanco cuando fueron convocados electoralmente, Dicho así, No hay otra manera de decirlo, señor presidente, mi opinión es que se archive esa carta en la sección de los escritos alucinados, que se ignore el asunto y sigamos buscando soluciones para nuestros problemas, soluciones reales, no fantasías o despechos de un imbécil, Creo que tiene razón, me he tomado demasiado en serio una sarta de tonterías y le he hecho perder su tiempo, pidiéndole que viniese a hablar conmigo, No tiene importancia, señor presidente, mi tiempo perdido, si lo quiere llamar así, ha estado más que compensado por el hecho de haber llegado a un acuerdo, Me complace mucho reconocerlo y se lo agradezco, Le dejo entregado a su trabajo y regreso al mío. El presidente iba a extender la mano para despedirse cuando, bruscamente, sonó el teléfono. Levantó el auricular y oyó a la secretaria, El señor ministro del interior desea hablarle, señor presidente, Póngame en comunicación con él. La conversación fue pausada, el presidente iba escuchando, y, a medida que los segundos pasaban, la expresión de su rostro mudaba, algunas veces murmuró Sí, en una ocasión dijo Es un asunto a estudiar, y finalizó con las palabras Hable con el primer ministro. Colgó el teléfono, Era el ministro del interior, dijo, Qué quería ese simpático hombre, Recibió una carta redactada en los mismos términos y está decidido a iniciar una investigación, Mala noticia, Le he dicho que hablara con usted, Le he oído, pero sigue siendo una mala noticia, Por qué, Si conozco bien al ministro del interior, y creo que pocos lo conocen tan bien como yo, a estas horas ya habrá hablado con el director de la policía, Párelo, Lo intentaré pero me temo que será inútil, Use su autoridad, Para que me acusen de bloquear una investigación sobre hechos que afectan a la seguridad del estado, precisamente cuando todos sabemos que el estado se encuentra en grave peligro, es eso, señor presidente, preguntó el primer ministro, y añadió, Usted sería el primero en retirarme su apoyo, el acuerdo a que llegamos no habría pasado de una ilusión, ya es una ilusión, puesto que no sirve para nada. El presidente hizo un gesto afirmativo con la cabeza, después dijo, Hace poco, mi jefe de gabinete, a propósito de esta carta, soltó una frase bastante ilustrativa, Qué le dijo, Que la policía es quien está en el extremo de la cadena de montaje, Le felicito, señor presidente, tiene un buen jefe de gabinete, sin embargo sería conveniente ponerlo en aviso de que hay verdades que no conviene decir en voz alta, El despacho está insonorizado, Eso no significa que no le hayan escondido por aquí algunos micrófonos, Voy a mandar que hagan una inspección, En todo caso, señor presidente, le ruego que crea, si acaban encontrándolos, que no fui yo quien ordenó que los pusieran, Buen chiste, Es un chiste triste, Lamento, querido amigo, que las circunstancias lo hayan metido en este callejón sin salida, Alguna salida tendrá, aunque es cierto que en este momento no la veo, y volver atrás es imposible. El presidente acompañó al primer ministro a la puerta, Es extraño, dijo, que el hombre de la carta no le haya escrito también a usted, Debe de haberlo hecho, lo que pasa es que, por lo visto, los servicios de secretaria de la presidencia de la república y del ministerio del interior son más diligentes que los del primer ministro, Buen chiste, No es menos triste que el otro, señor presidente.
La carta dirigida al primer ministro, que al fin la hubo, tardó dos días en llegar a sus manos. Inmediatamente se dio cuenta de que el encargado de registrarla había sido menos discreto que el de la presidencia de la república, confirmándose así la solvencia de los rumores que circulaban desde hacía dos días, los cuales, a su vez, o eran resultado de una indiscreción entre funcionarios que se sitúan en la mitad del escalafón, ansiosos de demostrar que contaban, es decir, que estaban en el secreto de los dioses, o fueron lanzados deliberadamente por el ministerio del interior como modo de cortar de raíz cualquier eventual veleidad de oposición o simple obstrucción simbólica por parte del primer ministro a la investigación policial. Restaba todavía la suposición que llamaremos conspirativa, es decir, que la conversación supuestamente sigilosa entre el primer ministro y su ministro del interior, en el crepúsculo del día en que aquél fue llamado a la presidencia, hubiese sido mucho menos reservada de lo que es licito esperar de unas paredes acolchadas, las cuales, quién sabe si no ocultarían unos cuantos micrófonos de última generación, de esos que sólo un perdiguero electrónico del más selecto pedigrí conseguiría olfatear y rastrear. Sea como sea, el mal ya no tiene remedio, los secretos de estado realmente están en horas amargas, no hay quien los defienda. Tan consciente de esta deplorable certeza es el primer ministro, tan convencido está de la inutilidad del secreto, sobre todo cuando ya ha dejado de serlo, que, con el gesto de quien observa el mundo desde muy alto, como diciendo Lo sé todo, no me fastidien, dobló lentamente la carta y se la guardó en uno de los bolsillos interiores de la chaqueta, Viene directamente de la ceguera de hace cuatro años, me la guardo, dijo. El aire de escandalizada sorpresa del jefe de gabinete le hizo sonreír, No se preocupe, querido amigo, por lo menos existen otras dos cartas iguales, eso sin hablar de las muchas y más que probables fotocopias que ya andarán circulando por ahí. La expresión de la cara del jefe de gabinete se volvió de repente desatenta, desentendida, como si no hubiera comprendido bien lo que había oído, o como si la conciencia se le hubiese presentado de sopetón en el camino, acusándole de cualquier antigua, si no recientísima, fechoría practicada. Puede retirarse, le llamaré cuando le necesite, dijo el primer ministro, levantándose del sillón y dirigiéndose a una de las ventanas. El ruido de abrirla cubrió el de cerrar la puerta. Desde allí poco más se veía que una sucesión de tejados bajos. Sintió la nostalgia de la capital, del tiempo feliz en que los votos eran obedientes al mando, del monótono pasar de las horas y de los días entre la pequeñoburguesa residencia de los jefes de gobierno y el parlamento de la nación, de las agitadas y a veces joviales y divertidas crisis políticas que eran como hogueras de duración prevista e intensidad vigilada, casi siempre fingiendo que, y con las que se aprendía tanto a decir la verdad como a hacerla coincidir, punto por punto, si era útil, con la mentira, de la misma manera que el revés, con toda naturalidad, es el otro lado del derecho. Se preguntó a sí mismo si la investigación habría empezado ya, se detuvo especulando sobre si los agentes que participarían en la acción policial serían de esos que infructuosamente permanecieron en la capital con la misión de captar informaciones y elaborar dictámenes, o si el ministro del interior habría preferido enviar a la misión gente de su más directa confianza, de la que se encuentra al alcance de la vista y a mano de sementera, y que, quién sabe, seducida por el aparatoso ingrediente de aventura cinematográfica que sería una travesía clandestina al bloqueo, se deslizaría puñal en cinto bajo los alambres de púas, engañando con insensibilizadores magnéticos los temibles sensores electrónicos, y emergería al otro lado, en el campo enemigo, rumbo al objetivo, como topos dotados de gafas de visión nocturna y agilidad gatuna. Conociendo al ministro del interior tan bien como lo conocía, un poco menos sanguinario que drácula pero más teatral que rambo, ésta sería la modalidad de acción que ordenaría adoptar. No se equivocaba. Ocultos entre unos matorrales que casi bordean el perímetro del cerco, tres hombres aguardan que la noche se torne madrugada. Sin embargo, no todo lo que había fantaseado libremente el primer ministro desde la ventana de su despacho corresponde a la realidad que se ofrece ante nuestros ojos. Por ejemplo, estos hombres están vestidos de paisano, no llevan al cinto ningún puñal, y el arma que portan en funda es simplemente la pistola a la que se da el tranquilizador nombre de reglamentaria. En cuanto a los temibles insensibilizadores magnéticos, no se ve por aquí, entre los diversos aparatos, nada que sugiera tan decisiva función, lo que, pensándolo mejor, podría significar sólo que los insensibilizadores magnéticos no tienen, a caso hecho, el aspecto de insensibilizador magnético. No tardaremos en saber que, a la hora acordada, los sensores electrónicos en este tramo de cerco permanecerán desconectados durante cinco minutos, tiempo considerado más que suficiente para que tres hombres, uno a uno, sin prisas ni precipitaciones, traspasen la alambrada de púas que, para ese fin, hoy ha sido adecuadamente cortada, evitándose así enganches en los pantalones y arañazos en la piel. Los zapadores del ejército acudirán a repararla antes de que los róseos dedos de la aurora agucen de nuevo, mostrándolas, las amenazadoras púas durante tan breve tiempo inofensivas, y también los rollos enormes de alambre extendidos a lo largo de la frontera, a un lado y a otro. Los tres hombres ya han pasado, va delante el jefe, que es el más alto, y en fila india atraviesan un prado cuya humedad rezuma y gime bajo los zapatos. En una carretera secundaria, a unos quinientos metros de allí, espera el automóvil que los llevará en el sigilo de la noche hasta su destino en la capital, una falsa empresa de seguros & reaseguros que la falta de clientes, tanto locales como del exterior, todavía no ha logrado que quiebre. Las órdenes que estos hombres recibieron directamente de la boca del ministro del interior son claras y terminantes, Tráiganme resultados y yo no les preguntaré con que medios los han obtenido, No portan ninguna instrucción escrita, ningún salvoconducto que los cubra y que puedan exhibir como defensa o justificación si sucede algún contratiempo inesperado, no estando excluida, por tanto, la posibilidad de que el ministerio los abandone simplemente a su suerte si cometen alguna acción susceptible de perjudicar la reputación del estado y la pureza inmaculada de sus objetivos y procesos. Son, estos tres hombres, como un comando de guerra arrojado en territorio enemigo, aparentemente no se encuentran razones para pensar que van a arriesgar sus vidas, pero todos tienen consciencia de los recovecos de una misión que exige talento en el interrogatorio, flexibilidad en la estrategia, rapidez en la ejecución. Todo en grado máximo. No creo que tengan que matar a nadie, dijo el ministro del interior, pero si, en una situación difícil, consideran que no hay otra salida, no lo duden, yo me encargaré de resolver el asunto con la justicia, Cuya cartera ha sido asumida recientemente por el primer ministro, se atrevió a observar el jefe del grupo. El ministro del interior hizo como que no había oído, se limitó a mirar fijamente al inoportuno, que no tuvo otro remedio que desviar la vista. El coche ha entrado en la ciudad, se detiene en una plaza para cambiar de conductor, y finalmente después de dar treinta vueltas para despistar a cualquier improbable perseguidor, los deja en la puerta del edificio de oficinas donde la empresa de seguros & reaseguros se encuentra instalada. El portero no apareció para saber quién entraba a hora tan inusuales en la rutina del edificio, es de suponer que alguien con buenas palabras lo persuadió en la tarde de de ayer para irse a la cama temprano, aconsejándole que no se despegara de las sábanas, aunque el insomnio no le dejara cerrar los ojos. Los tres hombres subieron en ascensor hasta el piso catorce, giraron por un pasillo a la izquierda, después otro a la derecha, un tercero a la izquierda, por fin llegaron a las instalaciones de la providencial, s.a., seguros & reaseguros, conforme cualquiera puede leer en la placa de la puerta, en letras negras sobre una chapa rectangular de latón mate, fijada con clavos de cabeza en tronco de pirámide en el mismo metal. Entraron, uno de los subalternos encendió la luz, el otro, cerró la puerta y puso la de seguridad. Entre tanto el jefe daba una vuelta por las instalaciones, verificaba conexiones, enchufaba aparatos, entraba en la cocina, en los dormitorios y en los cuartos de baño, abría la puerta del compartimento destinado a archivo, pasaba los ojos rápidamente por las diversas armas que se guardaban al mismo tiempo que respiraba el olor familiar a metal y lubricante, mañana inspeccionará todo esto, pieza por pieza, munición por munición. Llamó a los auxiliares, se sentó y les mandó sentarse, Esta mañana, a las siete, dijo, dará comienzo el trabajo de seguimiento del sospechoso, noten que si le llamo sospechoso no es tanto para simplificar la comunicación entre nosotros, que se sepa no ha cometido ningún crimen, sino porque no conviene, por razones de seguridad, que su nombre sea pronunciado, al menos en estos primeros días, añado asimismo que con esta operación, que espero que no se prolongue más allá de una semana, lo que pretendo en primer lugar es obtener un cuadro de los movimientos del sospechoso en la ciudad, dónde trabaja, por dónde anda, con quién se encuentra, es decir, la rutina de una averiguación primaria, el reconocimiento del terreno antes de pasar al abordaje directo, Dejamos que se dé cuenta de que está siendo seguido, preguntó el primer ayudante, No en los cuatro primeros días, pero después, sí, quiero verlo preocupado, inquieto, Habiendo escrito la carta estará esperando que alguien aparezca en su busca. Lo buscaremos nosotros cuando llegue el momento, lo que quiero, y ya se las arreglarán para que así suceda, es que tema ser seguido por quienes él ha denunciado, Por la mujer del médico, Por la Mujer, no, claro, por sus cómplices, los del voto en blanco, No estaremos yendo demasiado deprisa, preguntó el segundo ayudante, todavía no hemos comenzado el trabajo y ya estamos hablando de cómplices, Lo que hacemos es trazar un esbozo, un simple esbozo y nada más, quiero colocarme en el punto de vista del tipo que escribió la carta y, desde ahí, intentar ver lo que él ve, Sea como sea, una semana de seguimiento parece demasiado tiempo, dijo el primer ayudante, si trabajamos bien, al cabo de tres días lo tendremos a punto de caramelo. El jefe frunció el ceño, iba a decir Una semana, dije que será una semana, y será una semana, pero le vino a la memoria el ministro del interior, no recordaba si le había reclamado expresamente resultados rápidos, pero, siendo ésta la exigencia que más veces se oye salir de la boca de los directores, y no habiendo motivo para pensar que el caso presente pudiese ser una excepción, todo lo contrario, no mostró más renuencia en aceptar el periodo de tres días, que la que se considera normal en la relación entre un superior y un subordinado, porque, al fin y al cabo, son escasas las veces en que el que manda se ve obligado a ceder ante las razones del que las obedece. Disponemos de fotografías de todos los adultos que residen en el edificio, me refiero, claro está, a los de sexo masculino, dijo el jefe, y añadió, sin que nadie le preguntara, una de ellas corresponde al hombre que buscamos, Mientras no lo hayamos identificado, ningún seguimiento podrá iniciarse, aclaró el primer ayudante, Así es, condescendió el jefe, pero en todo caso, a las siete estarán estratégicamente colocados en la calle donde vive para seguir a los dos hombres que parezcan más cercanos al tipo de persona que escribió la carta, comenzaremos por ahí, la intuición, el faro policial, para algo ha de servir, Puedo dar mi opinión, preguntó el segundo ayudante, Hable, A juzgar por el tono de la carta, el tipo debe ser un rematado hijo de puta. Y eso qué significa, preguntó el primer ayudante, que tenemos que seguir a todos los que tengan cara de hijos de puta, y añadió, La experiencia me ha enseñado que los hijos de puta peores son los que no tienen aspecto de serlo, Realmente, habría sido mucho más lógico ir a los servicios de identificación y hacer una copia de la fotografía de ese tipo, se ganaría tiempo y se ahorraría trabajo. El jefe decidió cortar, Presumo que no estarán pensando enseñarle el padrenuestro y la salve a la madre superiora, si no se ha ordenado esa diligencia es para no levantar sospechas que podrían abortar la operación, Perdone, jefe, me permito discrepar, dijo el primer ayudante, todo indica que el tipo está ansioso por vaciar el saco, incluso creo que si supiese dónde nos encontramos estaría en este momento llamando a la puerta, Supongo que sí, respondió el jefe conteniendo la irritación que le estaba produciendo lo que tenía todos los visos de critica demoledora del plan de acción, pero nos conviene conocer lo máximo sobre él antes de llegar al contacto directo, Tengo una idea, dijo el segundo ayudante, Otra, preguntó con malos modos el jefe, Le garantizo que ésta es buena, uno de nosotros se disfraza de vendedor de enciclopedias y de esa manera puede ver quién aparece en la puerta, Ese truco del vendedor de enciclopedias ya tiene la barba blanca, dijo el primer ayudante, además, son las mujeres quienes generalmente suelen abrir la puerta, sería una excelente idea si nuestro hombre viviera solo, pero, si no recuerdo mal lo que dice la carta, está casado, Pues la hemos fastidiado, exclamó el segundo ayudante. Se quedaron en silencio, mirándose unos a otros, los dos ayudantes conscientes de que ahora lo mejor sería esperar a que el superior tuviera una idea propia. En principio, estaban dispuestos a aplaudirla aunque hiciera aguas por todas partes. El jefe sopesaba todo cuanto había dicho antes, intentaba encajar las diversas sugerencias con la esperanza de que del casual ajuste de las piezas del puzzle pudiera surgir algo tan inteligente, tan holmenesco, tan poirotiano, que obligase a los sujetos a sus órdenes a abrir la boca de puro pasmo. Y, de repente, como si las escamas se le hubiesen caído de los ojos, vio el camino, Las personas, dijo, salvo incapacidad física absoluta, no están siempre dentro de casa, van a sus trabajos, de compras, a pasear, así que mi idea consiste en entrar en la casa donde el tipo vive cuando no
haya nadie, la dirección viene escrita en la carta, ganzúas no nos faltan, hay siempre fotos sobre los muebles, identificaremos al tipo en el conjunto de las fotografías y así ya lo podremos seguir sin problemas, para saber si no hay nadie en casa usaremos el teléfono, mañana sabremos el número por el servicio de información de la compañía telefónica, también podemos mirarlo en la guía, una cosa u otra, da lo mismo. Con esta infeliz manera de terminar la frase, el jefe comprendió que el puzzle no tenía ajuste posible, Aunque, como ha sido dicho antes, la disposición de ambos subalternos hubiera sido de total benevolencia para con los resultados de la meditación del jefe, el primer ayudante se sintió obligado a observar, esforzándose en usar un tono que no vulnerara la susceptibilidad del otro, Si no estoy equivocado, lo mejor de todo, conociendo ya la dirección del tipo, sería llamar directamente a su puerta y preguntarle a quien salga Vive aquí Fulano de Tal, si fuese él diría Sí señor, soy yo, si fuese la mujer, lo más probable es que dijera Voy a llamar a mi marido, de este modo agarrábamos al pájaro sin necesidad de dar tantas vueltas. El jefe levantó el puño cerrado como quien va a propinar un buen puñetazo en la tabla de la mesa, pero en el último instante quebró la violencia del gesto, bajó lentamente el brazo y dijo con voz que parecía declinar en cada sílaba, Examinaremos esa posibilidad mañana, ahora me voy a dormir, buenas noches. Se dirigía ya hacia la puerta del dormitorio que iba a ocupar durante el tiempo que durase la investigación cuando oyó al segundo ayudante que preguntaba, De todas formas comenzamos la operación a las siete. Sin volverse, respondió, La acción prevista queda suspendida hasta nueva orden, recibirán instrucciones mañana, cuando haya concluido la revisión del plan que recibí del ministerio y de darse el caso, para agilizar el trabajo, procederé a las alteraciones que considere convenientes. Dio otra vez las buenas noches, Buenas noches, jefe, respondieron los subordinados, y entró en el dormitorio. Apenas se cerró la puerta, el segundo ayudante se preparó para continuar la conversación, pero el otro se llevó el dedo índice a los labios y movió la cabeza haciendo señal de que no hablase. Fue el primero en apartar la silla y en decir, Me voy a acostar, si te quedas mucho ten cuidado cuando entres, no me vayas a despertar. Al contrario que el jefe, estos dos hombres, como meros subalternos que son no tienen derecho a dormitorio individual, dormirán en una amplia división con tres camas, una especie de sala pequeña que pocas veces ha estado completamente ocupada. La cama del medio era siempre la que menos servía. Si, como en este caso, los agentes eran dos utilizaban invariablemente las camas laterales, y si era un solo policía el que allí durmiera, lo cierto y sabido es que también preferiría dormir en una de éstas, nunca en la del centro, tal vez porque tendría la impresión de estar rodeado o de ser conducido a prisión. Incluso los policías más duros, más coriáceos, y éstos todavía no han tenido ocasión de demostrar que lo son, necesitan sentirse protegidos por la proximidad de una pared. El segundo ayudante que había comprendido el recado, se levantó y dijo, No, no me quedo, también me voy a dormir. Respetando las graduaciones, primero uno, después otro, pasaron por un cuarto de baño provisto de todo lo necesario para el aseo del cuerpo, como tenía que ser, dado que en ningún momento de este relato ha sido mencionado que los tres policías trajeran consigo nada más que una pequeña maleta o una simple mochila con una muda de ropa, cepillo de dientes y máquina de afeitar. Sorprendente sería que una empresa bautizada con el feliz nombre de providencial no se preocupara de facultar a quienes temporalmente daba cobijo de los artículos y productos de higiene indispensables para la comodidad y el buen desempeño de la misión que les haya sido encomendada. Media hora después los ayudantes estaban en sus respectivas camas, vistiendo cada uno su pijama reglamentario, con el distintivo de la policía bordado sobre el corazón. Al final, el plan del ministerio del interior de plan no tenía nada, dijo el segundo ayudante, Es lo que sucede siempre cuando no se toma la precaución elemental de pedir opinión a las personas con experiencia, respondió el primer ayudante. Al jefe no le falta experiencia, dijo el segundo ayudante, si no la tuviese no sería lo que hoy es, A veces estar demasiado próximo a los centros de decisión provoca miopía, acorta el alcance de la vista, respondió sabiamente el primer ayudante, quieres decir que si alguna vez llegamos a desempeñar un puesto de mando auténtico, como el jefe, también nos sucederá lo mismo, preguntó el segundo ayudante, En estos casos particulares no hay ninguna razón para que el futuro sea distinto del presente, respondió cuerdamente el primer ayudante. Quince minutos después ambos dormían. Uno roncaba, el otro no. Todavía no eran las ocho de la mañana cuando el jefe, ya limpio, afeitado y con el traje ya puesto, entró en la sala donde el plan de acción del ministerio, o siendo más exacto, del ministro del interior, que a continuación se lanzó con malos modos sobre las pacientes espaldas de la dirección de la policía, fue hecho añicos por dos subordinados, es verdad que con plausible discreción y apreciable respeto, e incluso con un leve toque de elegancia dialéctica. Lo reconocía sin ninguna dificultad y no les guardaba el menor rencor, por el contrario, era claramente perceptible el alivio que sentía. Con la misma enérgica voluntad con que acabó dominando un principio de insomnio que le obligó a dar no pocas vueltas en la cama, reasumiría en persona el mando de las operaciones, cediendo generosamente al césar lo que al césar no le puede ser negado, pero dejando bien claro que, a fin de cuentas, es a dios y a la autoridad, su otro nombre, donde todos los beneficios, más tarde o más pronto, acaban revirtiendo. Fue por tanto un hombre tranquilo, seguro de sí, el que los dos adormilados ayudantes encontraron cuando minutos más tarde aparecieron en la sala, todavía en bata, con el distintivo de la policía, y pijama, y arrastrando, lánguidos, las zapatillas. El jefe suponía esto mismo, contaba con que sería el primero en fichar, y ya lo tenía en cartel. Buenos días, muchachos, saludo en tono cordial, espero que hayan descansado, Sí señor, dijo uno, Sí señor, dijo el otro, Vamos a desayunar, después arréglense rápidamente, quizá consigamos todavía sorprender al tipo en la cama, sería divertido, a propósito, qué día es hoy, sábado, hoy es sábado, nadie madruga en sábado, ya verán como aparece en la puerta como ustedes están ahora, en bata y pijama, zapatilleando por el pasillo, lo que significa con las defensas bajas, psicológicamente disminuido, rápido, rápido, quién es el valiente que se presenta como voluntario para preparar el desayuno, Yo, dijo el segundo ayudante, sabiendo muy bien que allí no había un tercer auxiliar disponible. En una situación diferente, es decir, si el plan del ministerio, en vez de haber sido hecho pedazos, hubiese sido aceptado sin discusión, el primer ayudante se habría quedado con el jefe para anotar y precisar, incluso aunque no hubiera sido realmente necesario, algún pormenor de la diligencia que iban a acometer, pero, así, reducido él también a la inferioridad de las zapatillas, decidió hacer un gran gesto de camaradería y decir, Voy a ayudarlo. El jefe asintió, le pareció bien, y se sentó a repasar algunas notas garabateadas antes de dormirse. No pasaban quince minutos cuando los dos ayudantes reaparecieron con las bandejas, la cafetera, la lechera, un paquete de pastas, zumo de naranja, yogur, compota, no había duda, una vez más el servicio de catering de la policía política no desmerecía la reputación conquistada durante tantos años de labor. Resignados a tomarse el café con leche frío o recalentado, los ayudantes dijeron tímidamente que se, iban a arreglar y que ya volvían, Lo más rápido posible. De hecho, parecía una falta grave de consideración, estando el superior en traje y corbata, sentarse con esa facha, con ese desaliño, con la barba sin afeitar, los ojos semiabiertos, el olor nocturno y espeso de cuerpos sin lavar. No fue necesario que lo explicasen, la media palabra que ni siempre basta, sobraba en este caso. Naturalmente, siendo de paz el ambiente y reconducidos los ayudantes a sus lugares, al jefe no le costó nada decir que se sentasen y compartieran con él el pan y la sal, Somos compañeros de trabajo, estamos juntos en la misma barca, pobre autoridad aquella que necesite tirar de galones a todas horas para hacerse obedecer, quien me conoce sabe que no soy de esa clase, siéntense, siéntense. Constreñidos, los ayudantes se sentaron, conscientes de que, dígase lo que se diga, había algo impropio en la situación, dos vagabundos desayunando con una persona que en comparación parecía un dandy, eran ellos quienes tenían que haber movido el culo temprano, es más, deberían tener la mesa puesta y servida cuando el jefe saliera de su dormitorio, en bata y pijama, si le apetecía, pero nosotros, no, nosotros, vestidos y peinados como dios manda, son estas pequeñas muescas en el barniz del comportamiento, y no las revoluciones aparatosas, las que, con vagar, reiteración y constancia, acaban arruinando el más sólido de los edificios sociales. Sabio es el antiguo dicho que enseña, Donde hay confianza, da asco, ojalá, por el bien del servicio, que este jefe no tenga que arrepentirse. De momento se mostraba seguro de su responsabilidad, no tenemos nada más que oírlo, Esta expedición tiene dos objetivos, uno principal, otro secundario, el objetivo secundario, que despacho ya para que no perdamos tiempo, es averiguar todo lo que sea posible, pero en principio sin excesivo empeño, sobre el supuesto crimen cometido por la mujer que guiaba el grupo de seis ciegos de que se habla en la carta, el objetivo principal, en cuyo cumplimiento aplicaremos todas nuestras fuerzas y capacidades y para el cual utilizaremos todos los medios aconsejables, sean los que sean, es averiguar si existe alguna relación entre esa mujer, de quien se dice que conservó la vista cuando todos andábamos por ahí ciegos, dando tumbos, y la nueva epidemia que es el voto en blanco, No será fácil encontrarla, dijo el primer ayudante, Para eso estamos aquí, todos los intentos para descubrir las raíces del boicot fallaron y puede ser que la carta del tipo tampoco nos lleve muy lejos, pero por lo menos abre una línea nueva de investigación, Me cuesta creer que esa mujer esté detrás de un movimiento que afecta a varios cientos de miles de personas y que, mañana, si no se corta el mal de raíz, podrá reunir a millones y millones, dijo el segundo ayudante, Tan imposible parece una cosa como otra, pero, si una de ellas ha sucedido, la otra también puede suceder, respondió el jefe y remató poniendo cara de quien sabe más de lo que está autorizado a decir y sin imaginarse hasta qué punto puede ser verdad, Un imposible nunca viene solo. Con esta feliz frase de cierre, perfecta llave de oro para un soneto, llegó también el desayuno a su fin. Los ayudantes limpiaron la mesa y se llevaron la vajilla y lo que quedaba de comida a la cocina, Ahora vamos a arreglarnos, no tardamos nada, dijeron, Esperen, cortó el jefe, y, después, dirigiéndose al primer ayudante, Use mí cuarto de baño, de lo contrario nunca vamos a salir de aquí. El desgraciado se ruborizó de satisfacción, su carrera acababa de dar un gran paso adelante, iba a mear en el retrete del jefe.