—No puedo decirte nada sobre mis jugadores —le contestó Cross. ¿Te gustaría que facilitara información a alguien sobre tus asuntos? Lo único que te puedo decir es que podría. conseguir una villa siempre que quisiera, pero jamás la ha pedido. Es muy amante de la discreción.
—Preséntamelo por lo menos —dijo Big Tim. Si cierro un trato con él, tendrás tu comisión.
—No —dijo Cross, pero mi padre lo conoce.
—No me vendría mal un poco de pasta —dijo Pippi.
—Muy bien —dijo Big Tim. Ponme en antecedentes. Pippi echó mano de su encanto.
—Creo que vosotros dos podríais formar un equipo estupendo. Este hombre tiene un montón de pasta pero le falta el instinto que tú tienes para los negocios. Sé que eres un hombre justo, Tim; dame lo que consideres que me merezco.
Big Tim esbozó una radiante sonrisa al oír sus palabras. Pippi sería otro primo.
—Estupendo —dijo. Esta noche estaré en la mesa de craps. Tráemelo.
Una vez vez hechas las presentaciones junto a la mesa de craps, Big Tim el Buscavidas sorprendió a Dante y a Pippi, quitándole a Dante su garro renacentista y poniéndole en su lugar la gorra de béisbol de los Dodger que él llevaba. El resultado fue de lo más cómico. Con el gorro renacentista en la cabeza, Big Tim parecía un enanito de Blancanieves. —Para que cambie nuestra suerte —dijo Big Tim.
Todos se rieron, pero a Pippi no le gustó el brillo perverso que se encendió en los ojos de Dante; Además le molestó que Dante hubiera desoído su consejo y se hubiera puesto el gorro. Lo había presentado a Big Tim como Steve Sharpe, y le había explicado que era el jefe de un gran imperio de la droga de la Costa Atlántica y que necesitaba blanquear muchos millones. Por si fuera poco, Steve era un jugador degenerado que había apostado un millón de dólares en la Super Bowl y los había perdido sin pestañear. Sus marcadores en el casino eran oro puro.
Big Tim rodeó con su macizo brazo los hombros de Dante y le dijo:
—Stevie, tú y yo tenemos que hablar. Vamos a comer un bocado en la cafetería.
Una vez allí, Big Tim eligió un discreto reservado. Dante pidió un café, pero Big Tim pidió un variado surtido de postres helado de fresa, milhojas de crema; tarta de crema de plátano y una bandeja de galletitas variadas.
Después se pasó una hora hablando de sus negocios. Era propietario de una pequeña galería comercial y quería venderla, sería una inversión a largo plazo y él podría conseguir que el pago se hiciera casi todo en dinero negro en efectivo. También tenía una planta de carne en conserva y carretadas de productos frescos que se podían vender a cambio de dinero negro en efectivo, y volver a vender a cambio de una cantidad superior de dinero hlanco. Tenía contactos con la industria cinematográfica para la financiación de películas porno que pasaban directamente a video o a las salas K.
—Un negocio fabuloso —le dijo Big Tim. Tienes ocasión de conocer a las estrellas, de follar con las aspirantes a actrices y de blanquear el dinero.
A Dante le encantó la representación. Big Tim lo exponía todo con tanto entusiasmo y tanta seguridad que la víctima no podía por menos que creer en su futura riqueza. Hizo unas cuantas preguntas que delataron su interés, pero al mismo tiempo procuró aparentar también una cierta indecisión.
—Dame tu tarjeta —dijo. Te llamaré o le pediré a Pippi que te llame, y después cenaremos juntos y estudiaremos todos los detalles para que podamos llegar a un acuerdo.
Big Tim le dio su tarjeta. .
—Hay que hacerlo enseguida —dijo. Tengo entre manos un negocio infalible en el que tú también podrías participar, pero es necesario actuar muy rápido. Hizo una breve pausa. Es algo relacionado con el deporte.
Ahora Dante mostró un interés que hasta entonces no había mostrado.
—Pero bueno, si eso ha sido siempre mi sueño dorado. Me encantan los deportes. ¿Te refieres quizás a la compra de algún equipo de béisbol profesional?
—No tanto —se apresuró a contestar Big Tim. Pero es un negocio muy bueno.
—¿Cuándo nos vemos? —preguntó Dante.
—Mañana el hotel ofrece una fiesta en mi honor y me regala un Rolls —dijo Big Tim con orgullo. Por ser uno de los mejores primos que tienen. Regresaré a Los Ángeles pasado mañana. ¿Qué tal por la noche? .
Dante hizo como que lo pensaba.
—De acuerdo. —dijo al final. Pippi irá conmigo a Los Ángeles y le pediré que te llame para concretar la cita.
—Estupendo —dijo Big Tim. Le extrañába un poco el recelo de aquel hombre pero sabía que no conveníá estropear un acuerdo con preguntas innecesarias. Y esta noche te voy a enseñar a jugar al craps, para que tengas alguna oportunidad de ganar.
Dante le miró con timidez.
—Sé cómo hay que apostar, pero me gusta follar un poco por ahí. Así se corre la voz de que tengo dinero y puedo probar suerte con las coristas.
—Entonces eres un caso perdido —dijo Big Tim. Pero de todos modos, tú y yo vamos a ganar mucho dinero juntos.
Al día siguiente se celebró la fiesta en honor de Big Tim el Buscavidas en el gran salón de baile del hotel Xanadú, que sólo se utilizaba para acontecimientos especiales la fiesta de Nochevieja, los bufés de Navidad, las bodas de los grandes jugadores, la concesión de premios y regalos especiales, las fiestas de la Super Bowl, la Serie Mundial de béisbol e incluso las convenciones políticas. Era un enorme salón de techo muy alto, con globos que flotaban por todas partes y dos enormes mesas de bufé que lo dividían en dos.
Los bufés tenían la forma de enormes glaciares, con incrustaciones de exóticas frutas multicolores. Melones de Crenshaw partidos por la mitád para que se viera su pulpa dorada, grandes y jugosos racimos de uva morada, piñas, kiwís y kumquats, nectarinas y lichis y un gigantesco tronco de sandías. Unos cubos con distintas variedades de helado estaban hundidos como si fueran submarinos. Después había un pasillo de platos calientes un cuarto trasero de buey tan grande como un búfalo, un pavo impresionante y un jamón rodeado de grasa. A continuación bandejas de distintas pastas con salsa verde pesto o salsa roja de tomate y hasta una olla de color rojo con asas de plata tan grande como un cubo de basura, con un estofado de jabalí que en realidad era una mezcla de carne de cerdo y vaca ternera. Había panes de todas clases y distintas variedades de bollos. Otro banco de hielo contenía los postres, los pastelillos de crema, los donuts rellenos de crema batida y un surtido de tartas dispuestas en hileras y adornadas con reproducciones del hotel Xanadú. El café y los licores serían servidos por las camareras más guapas del hotel.
Big Tim el Buscavidas ya estaba causando estragos en las mesas antes de la llegada de los primeros invitados.
En el centro del salón, colocado sobre una rampa aislada rodeada por unos cordones, estaba el lujoso Rolls Royce blanco marfil de original diseño cuya elegancia contrastaba fuertemente con la ostentación del mundo de Las Vegas. Una pared del salón había sido sustituida por unas pesadas colgaduras doradas para que el vehículo pudiera entrar y salir a través de ellas. En un rincón del salón sería sorteado un Cadillac de color morado entre los asistentes que tuvieran invitaciones numeradas, grandes jugadores y gerentes de los casinos de los principales hoteles. Se trataba de una de las mejores ideas de Cronevelt pues aquellas impresionantes fiestas aumentaban significativamente las ganancias del hotel.
La fiesta fue todo un éxito porque Big Tim era un personaje espectacular. Atendído por sus dos camareras, él solito se cepilló casi todo el bufé. Se zampó tres bandejas y ofreció una exhibición de comer que a punto estuvo de hacer innecesaria la misión de Dante.
Cross pronunció el discurso de ofrecimiento en nombre del hotel, y Big Tim el de aceptación.
—Quiero agradecer al hotel Xanadú este maravilloso regalo —dijo. Este automovil valorado en doscientos mil dólares es mío a cambio de nada. Es mi recompensa por mis diez años de fidelidad al hotel, durante los cuales me han tratado como a un príncipe y me han vaciado la cartera. Creo que si me regalaran cincuenta Rolls estaríamos empatados, pero bueno, sólo puedo conducir los coches uno a uno.
Sus palabras fueron interrumpidas por los vítores y los aplausos de los invitados. Cross hizo una mueca. Siempre se avergonzaba de aquellos rituales que dejaban al descubierto la hipócrita buena voluntad del hotel.
Big Tim rodeó con sus brazos los hombros de las dos camareras que lo flanqueaban y les comprimió el pecho con gesto juguetón. Después esperó como un experto cómico a que cesaran los aplausos.
—Lo digo en serio, estoy sinceramente agradecido —añadió—; este es uno de los días más felices de mi vida, como cuando me divorcié. Otra cosa. ¿A mí quién me paga la gasolina para trasladar este cacharro a Los Ángeles? El Xanadú me ha vuelto a dejar si blanca.
Big Tim sabía cuándo tenía que detenerse. Mientras arreciaba los vítores y los aplausos se acercó a la rampa y subió al automovil. Las colgaduras doradas que sustituían la pared se descorrieron, Big Tim se alejó majestuosamente.
La fiesta terminó cuando uno de los grandes jugadores ganó el Cadillac. Había durado cuatro horas y todo el mundo estaba deseando regresar a las mesas de juego.
Aquella noche el fantasma de Gronevelt se hubiera alegrado de los resultados de la fiesta. Las ganancias casi duplicaron el promedio habitual. Los apareamientos sexuales no se pudieron cuantificar, pero el olor de semen pareció filtrarse a través de las paredes hasta los pasillos. Las guapísimas prostitutas que habían sido invitadas a la fiesta de Big Tim entablaron rápidamente relaciones con otros grandes jugadores de categoría algo inferior a la de Big Tim y éstos les regalaron fichas negras para jugar. Gronevelt solía comentarle a Cross que los jugadores y las jugadoras seguían pautas sexuales distintas, y convenía que los propietarios de los casinos las tuvieran en cuenta. En primer lugar, Gronevelt proclamaba la primacía del coño. El coño era capaz de superarlo todo. Podía incluso reformar a un jugador degenerado. Grandes personajes mundiales habían sido clientes del hotel. Científicos galardonados con el Premio Nobel, multimillonarios, grandes predicadores protestantes, eminentes glorias literarias. Un ganador del Premio Nobel de Física, quizás el mejor cerebro del mundo, se había acostado con todas las coristas del espectáculo durante su estancia de seis días en el hotel. No jugó demasiado pero fue un honor para el hotel. El propio Gronevelt tuvo que hacerles regalos a las chicas pues al ganador del Premio Nobel no se le ocurrió hacerlo. Las chicas comentaron más tarde que había sido el mejor amante del mundo, ansioso, ardiente, experto y sin trampas, con una de las pollas más preciosas que jamás hubieran visto en sus vidas. Y por si fuera poco, divertidísimo. No las había aburrido en ningún momento con conversaciones serias, y era tan chismoso y malintencionado como ellas. Por alguna extraña razón, Gronevelt se alegró de que semejante lumbrera hubiera sido capaz de complacer a las representantes del otro sexo. No como Ernest Vail, que era un gran escritor pero un pobre tipo de mediana edad con una perenne erección y una total incapacidad para mantener una charla intrascendente. Después estaba el senador Wavven, posible futuro presidente de Estados Unidos, para quien el sexo era algo así como un partido de golf. Por no mencionar al rector de la Universidad de Yale, el cardenal de Chicago, el director del Comité Nacional de los Derechos civiles y los adustos representantes del Partido Republicano. Todos ellos convertidos en unos niños por el coño. Las únicas posibles excepciones eran los gays y los drogatas, pero en el fondo ésos no eran típicos jugadores.
Gronevelt había observado que los jugadores pedían los servicios de las prostitutas antes de jugar. En cambio las mujeres preferían el sexo después de jugar. Puesto que el hotel tenía que satisfacer las necesidades sexuales de todo el mundo y no había prostitutas sino tan sólo gigolós, el hotel echaba mano de las camareras, los crupieres y los ayudantes de los directores de juego, y éste era el informe que ellas le habían facilitado. Gronevelt había llegado a una conclusión. los jugadores necesitaban el sexo para prepararse con más confianza con vistas a la batalla, y las mujeres necesitaban el sexo para aliviar la pena de las pérdidás o como premio por su víctoria. Big Tim pidió una prostituta una hora antes del comienzo de su fiesta, y a primera hora de la madrugada, tras haber perdido una elevada suma de dinero, se fue a la cama con sus dos camareras. Ellas no estaban muy de acuerdo porque eran unas chicas serias. Big Tim resolvió el problema a su manera. Les mostró unas fichas negras valoradas en diez mil dólares y les dijo que serían suyas si pasaban la noche con él, con la vaga promesa de entregarles algo más en caso de que la noche fuera realmente satisfactoria. Le encantó ver cómo las chicas estudiaban las fichas antes de acceder a su petición, pero lo más gracioso fue que ellas lo emborracharon tanto y él estaba tan atiborrado de comida y bebida que se quedó dormido sin pasar de la fase de las caricias. Su enorme corpachón las empujó hacia los bordes de la cama, y las pobres tu vieron que agarrarse a él para no caer hasta que al final resbalaron al suelo y allí se quedaron dormidas.
Ya bien entrada aquella noche Cross recibió una llamada de Claudia.
—Athena ha desaparecido —le dijo su hermana. En los estudios están desesperados. Yo estoy muy preocupada aunque, en realidad, desde que yo la conozco, Athena suele desaparecer por lo menos un fin de semana al mes. Pero esta vez he pensado que tenía que informarte. Será mejor que hagas algo antes de que huya para siempre.
—No te preocupes —dijo Cross sin explicarle a su hermana que sus hombres estaban vigilando a Skannet.
No obstánte, la llamada lo indujo a pensar de nuevo en Athena, aquel mágico rostro que parecía reflejar todas sus emociones;. sus largas y bien torneadas piernas, la inteligencia de su mirada y la vibración del instrumento invisible de su ser interior.
Cogió el teléfono y marcó el número de una corista llamada Tiffany con la que se veía algunas veces.
Tiffany era la jefa del coro del gran espectáculo de cabaret del hotel Xanadú. Tenía derecho a una paga extraordinaria y a otras gratificaciones por mantener la disciplina y evitar las habituales disputas y peleas entre las chicas. Era una belleza escultural que no había conseguido superar las pruebas cinematográficas por ser excesivamente alta para la pantalla. Su belleza resultaba impresionante en un escenario, pero en una película parecía gigantesca.