Aparentemente, los mínimos de Maunder eran bien conocidos incluso después de que Schwabe hubiese descubierto el ciclo de manchas solares, pero fueron luego olvidados a causa de que no se adecuaban a los nuevos conocimientos. En realidad, había sido así porque los mínimos de Maunder se habían establecido mucho después del descubrimiento de las manchas solares, como para poder relacionar el mencionado ciclo de las manchas.
No fueron sólo los informes de la carencia de manchas solares los que establecieron la existencia de los mínimos de Maunder. Existían otros informes consistentes y relacionados con otras consecuencias del campo magnético del Sol.
Por ejemplo, el viento solar es el responsable de las auroras boreales, y se halla relacionado con el campo magnético del Sol, particularmente con los estallidos de las erupciones de energía solar, que son más corrientes cuando el Sol se halla más activo magnéticamente; es decir, en las épocas en que se produce la incidencia de las mayores manchas solares.
Si se produjeron pocas o ninguna manchas solares, durante un período de setenta años, debió de tratarse de una época, en general, tranquila para el Sol, desde el punto de vista del magnetismo, y el viento solar sólo resultó ser un céfiro. En este aspecto, y visibles desde Europa en aquel tiempo, tuvieron que producirse pocas o ninguna auroras boreales.
Eddy revisó los archivos, y descubrió que los informes de auroras boreales también se hallaban ausentes durante los mínimos de Maunder. Existían numerosos informes, a partir de 1715, y también unos cuantos antes de 1640, pero casi ninguno entre las mencionadas fechas.
Una vez más, cuando el Sol se hallaba magnéticamente activo, las líneas de fuerza se expanden con mucha mayor violencia que cuando el Sol se encuentra magnéticamente inactivo. Las partículas cargadas en la atmósfera más exterior del Sol, o corona, tienden a situarse en espiral sobre las líneas de fuerza, y cuanto en mayor número lo efectúen, y de una forma más apretada, más vigorosas son las líneas de fuerza.
Esto significa que la apariencia de la corona solar, durante un eclipse total de Sol, cambia de acuerdo con las posiciones de éste en el ciclo de las manchas solares. Cuando el número de manchas solares se acerca a su ápice, y la actividad magnética del Sol es elevada, la corona se aparece llena de auroras que irradian desde el Sol y que son en extremo complejas y bellas.
Cuando el número de manchas solares es bajo, existen pocas o ninguna auroras, y la corona aparece como una neblina sin forma alrededor del Sol, y no presenta nada que sea notable.
Desgraciadamente, durante los mínimos de Maunder, los astrónomos aún no tenían la costumbre de viajar por todo el mundo con objeto de ver eclipses totales de Sol (no era tan fácil entonces, como se hizo después, el recorrer largas distancias), por lo que sólo unos pocos de los más de sesenta eclipses totales de este período pudieron ser observados con detalle. De todos modos, los que lo fueron mostraban coronas que eran, en todo caso, del tipo asociado con mínimos de manchas solares.
Las auroras y la corona son sólo partes de una corroboración por entero independiente. No existían en aquella época razones para asociarlas, de una forma u otra, con las manchas solares, y, sin embargo, las tres llegan a coincidir en realidad.
Un detalle más, y el más expresivo de todos.
Existe siempre algo de carbono-14 radiactivo en el bióxido de carbono atmosférico. Lo producen los rayos cósmicos al chocar contra los átomos de nitrógeno de la atmósfera. Las plantas absorben el bióxido de carbono y lo incorporan a sus propios tejidos. Si da la casualidad que haya más carbono-14 de lo usual en el bióxido de carbono atmosférico, en algún año particular, entonces, en ese año, el tejido de la planta es más rico de lo normal en dicho átomo radiactivo. La presencia de carbono-14, ya sea ligeramente más o ligeramente menos que lo normal, es siempre en extremo pequeña, pero los átomos radiactivos pueden detectarse con gran delicadeza y precisión, e incluso los vestigios llegan a ser suficientes.
Ahora bien, cuando el Sol se halla magnéticamente activo, su campo magnético se extiende tan lejos hacia el exterior, que alcanza a la misma Tierra y la envuelve en él. El campo sirve para desviar alguno de los rayos cósmicos, por lo que se forma y se deposita menos carbono-14 en el tejido de las plantas.
Cuando el campo magnético del Sol disminuye en el momento de los mínimos de manchas solares, la Tierra no queda protegida, y en este caso llegan más rayos cósmicos y se forma y deposita más carbono-14.
En resumen, los tejidos de las plantas que se constituyen en los años de un mínimo de manchas solares, por lo general tienen un elevado contenido en carbono-14, mientras que los tejidos vegetales formados en años de un máximo de manchas solares son, generalmente, bajos en carbono-14.
Los árboles engruesan su madera de año en año, y ello resulta visible por medio de los anillos del árbol. Si conocemos el año en que un árbol ha sido cortado, y contamos los anillos podemos asociar cada anillo con un año en particular.
Si se extrae cada anillo del árbol y se analiza por separado en busca de su contenido en carbono-14 (teniendo en cuenta el hecho de que el contenido de carbono-14 declina con los años, mientras que los átomos disminuyen según un índice conocido), se puede trazar un ciclo de manchas solares sin tener que mirar los registros solares. (Naturalmente, esto es un poco arriesgado, dado que pueden existir otros factores que aumenten y disminuyan el contenido de carbono-14 del bióxido de carbono atmosférico, además de la actividad del campo magnético del Sol.) Y se dio el caso de que los anillos de árboles que databan de la segunda mitad del siglo XVIII, eran desacostumbradamente altos en carbono-14, lo que constituye una confirmación más independiente de los mínimos de Maunder.
En realidad, el dato de los anillos de los árboles es mucho mejor que otra cosa por dos razones. En primer lugar, no dependen del registro de observaciones humanas las cuales, naturalmente, son subjetivas e incompletas. En segundo lugar, mientras que las observaciones humanas son cada vez más escasas, en cuanto retrocedemos en el tiempo antes de 1700, los datos de los anillos de los árboles son mucho más sólidos para períodos mucho mayores.
De hecho, si hacemos uso de algunos árboles como la secoya, que es el objeto viviente de una existencia más prolongada, podremos rastrear hacia atrás las variaciones en carbono-14 durante cinco mil años; en resumen, a través de todos los tiempos históricos.
Los informes de Eddy dan idea de que existen unos doce períodos, durante los últimos cinco mil años, en los que la actividad del magnetismo solar disminuye, con esos mínimos extendidos y que se prolongan desde cincuenta años a un par de siglos. Los mínimos de Maunder constituyen sólo el último de tales períodos.
Antes de los mínimos de Maunder, hubo un extenso mínimo, desde 1400 a 1510. Por otra parte, existieron períodos de una particularmente elevada actividad, como los que tuvieron lugar entre 1100 y 1300.
Así, pues, aparentemente, existe un ciclo de manchas solares de largo alcance, en el que se sobrepone el ciclo de corto alcance descubierto por Schwabe. Existen períodos en que el Sol se halla tranquilo y el campo magnético es débil y se comporta bien, y las manchas solares y otros fenómenos asociados se encuentran, virtualmente, ausentes. Y existen también otros períodos, en los que el Sol aparece activo y el campo magnético emprende violentas oscilaciones en su fuerza, y las manchas solares y los otros fenómenos asociados llegan a unos ápices decenales.
¿Qué origina esa oscilación de largo alcance entre los mínimos de Maunder y los ápices de Schwabe?
Ya he manifestado antes que las manchas solares se considera que son causadas por la diferente rotación de las distintas partes de la superficie solar. ¿Y qué pasaría si no hubiese diferencias en la rotación?
De los dibujos de manchas solares realizados por el astrónomo alemán Johannes Hevelius, en 1644, exactamente al principio de los mínimos de Maunder, se desprende que el sol parece haber estado rotando como un todo en aquella época. Que no había deformaciones, ni retorcidas líneas de fuerza magnética, nada más que un tranquilo campo magnético, de muy buena conducta, un mínimo de Maunder.
¿Pero qué origina que el Sol, periódicamente, gire en una sola pieza y produzca un mínimo de Maunder, y luego desarrolle una diferencia en la rotación y genere un ápice de Schwabe?
Me alegra ser capaz de responder a esta interesante pregunta de una forma clara y breve: Nadie lo sabe.
¿Y qué sucede sobre la Tierra cuando existe un mínimo de Maunder? Durante este período, ocurre que Europa ha sufrido «un pequeño período glacial», en que el tiempo era más frío de lo que antes había sido y de lo que lo sería después. El previo y extenso mínimo, desde 1400 a 1510, también vio un tiempo frío. Las colonias escandinavas en Groenlandia acabaron muriendo bajo la tensión del frío, después de haberse aferrado a la existencia durante más de cuatro siglos.
Pero puede tratarse sólo de una coincidencia, y tengo otra mejor.
¿Qué posibilidades existen de que un monarca reine durante setenta y dos años? Obviamente, muy pocas. Sólo un monarca en la historia de Europa se las pudo arreglar para reinar durante tanto tiempo, y éste fue Luis XIV de Francia.
Dado un reinado de tanta extensión, y unos mínimos de Maunder tan prolongados, ¿cuáles son las oportunidades de que los dos se emparejen exactamente? Enormes, supongo, puesto que, en realidad, Luis XIV ascendió al trono a la muerte de su padre, en 1643, y siguió siendo rey hasta que murió en 1715. Fue rey, precisamente, durante toda la extensión de los mínimos de Maunder.
En su infancia, y para evitar ser capturado por los nobles revoltosos durante la guerra civil llamada de la Fronda, Luis XIV se vio forzado a huir de París. Nunca perdonó ni a París ni a los nobles.
Una vez volvió a tomar en sus manos las riendas del gobierno, tras la muerte de su ministro, Jules Mazarino, en 1661, Luis decidió asegurarse de que aquello no volvería a suceder más. Planeó abandonar París y construir una nueva capital en Versalles, en los suburbios. Ideó asimismo establecer un elaborado código de etiqueta y simbolismo, que redujese a la orgullosa nobleza a un grupo de lacayos que nunca más soñarían en rebelarse.
En resumen, haría de sí mismo el símbolo sin rivales de Estado («El Estado soy yo», manifestó), mientras todos los demás sólo brillarían a la luz del rey.
Y adoptó como su símbolo al dirigente sin rivales del Sistema solar, al Sol, del cual toman prestada la luz los otros cuerpos. Y se llamó a sí mismo
Le Roi Soleil.
Y dado que fue el gobernante cuyo largo reinado coincidió exactamente con el período en que el Sol brilló con una más pura y sin mácula majestad —algo cuyo significado no fue comprendido, posiblemente, en aquella época—, se llamó a sí mismo, y aún sigue siendo conocido así, el Rey Sol.
Como todos saben, me gusta empezar por el principio. Ocasionalmente, esto desconcierta a la gente, lo cual resulta intrigante.
A fin de cuentas, la descripción más común que he oído de mis escritos es ésta: «Asimov hace que las ideas complejas sean fáciles de comprender». Y si es así, ¿no tendrá algo que ver con el hecho de que comienzo desde el principio?
Sin embargo, los editores que publican mis materiales por primera vez, a veces quedan desconcertados con eso de comenzar desde el principio y piden una «pista».
Incluso los editores que tienen experiencia conmigo, en ocasiones se sienten incómodos. En una ocasión, se me pidió que escribiese un libro acerca del neutrino, y salté ante aquella oportunidad. Incluso pensé en un título pegadizo para él. Lo llamé
El neutrino.
Comencé el libro describiendo la naturaleza de las grandes generalizaciones que llamamos las leyes de la Naturaleza. Hablé acerca de cosas tales como la conservación de la energía, la conservación de la inercia y cosas parecidas. Señalé que dichas leyes eran tan útiles que, cuando un fenómeno observado iba contra una de ellas, resultaba necesario hacer cualquier esfuerzo razonable para conseguir que el fenómeno se adecuase a la ley, antes de desecharla y tener que empezar de nuevo.
Todo esto me llevó, precisamente, la mitad del libro. Entonces ya estuve dispuesto para considerar cierto fenómeno que rompe, no sólo una ley de la conservación, sino con tres de ellas, y señalé que, al postular la existencia de una partícula llamada el neutrino, con ciertas propiedades específicas, las tres leyes de conservación podrían guardarse de una sola tacada.
Debido a haber establecido cuidadosamente los fundamentos, me fue posible introducir al neutrino como algo «natural», un objeto respecto del cual todo el mundo mueve la cabeza y no sienten nada misterioso al suponer que existe, o con relación al hecho de que sólo fuese detectado veinticinco años después de que se predijese su existencia.
Con considerable satisfacción, titulé el capítulo 7 «Aparece el neutrino».
Y, al margen, mi editor escribió a lápiz: «¡Al fin!»
Por lo tanto, ahora quiero considerar algunos aspectos del neutrino que han conseguido cierta importancia después de haber escrito aquel libro. Y, una vez más, les prevengo que me llevará cierto tiempo el llegar al neutrino.
El Sol brilla luminoso porque parte de su masa está, continuamente, siendo convertida en energía. En realidad, el Sol, a fin de continuar brillando en su forma actual, debe perder 4,2 x 10
8
Kg de masa cada segundo.
A primera vista, parece como si el Sol no pudiera durar lo suficiente para este Universo.
¿Miles de millones de kilogramos cada segundo?
Cada año incluye 31.557.000 segundos, y el Sol ha estado brillando, en números redondos, durante cinco mil millones de años. Esto significa que, en su existencia (si damos por supuesto que ha brillado, exactamente, de la misma forma que ahora durante todo ese tiempo), el Sol debe de haber perdido, en conjunto, algo así como 158 x 10
15
Kg de masa.
Y en ese caso, ¿por qué está aún ahí? Porque tiene muchísima masa. Ésa es la razón.
Toda la pérdida de masa que acabo de describir, tras sus primeros cinco mil millones de años de existencia, representa sólo una diez-billonésima parte de la masa total del Sol. Si el Sol tuviese que continuar perdiendo masa de esta forma, y si debiese seguir brillando como lo hace hoy, aún pasarían (si la pérdida de masa constituyese el único requerimiento) más de 60 trillones de años, antes de que se despabilase como la llama de una vela.