Ahora es cuando llega el misterio que mencioné al final del capítulo anterior. Algunos de los antiguos informaron que Sirio era una estrella roja, aunque a nosotros nos parece de un puro blanco. ¿A qué se debería eso?
En «¿Cuán pequeño?» ya adelanté la noción de que Sirio B, antes de ser una enana blanca, había sido una gigante roja y que, con el tiempo, habría acabado ahogada por el resplandor de Sirio. Tal vez el colapso desde gigante roja a enana blanca había ocurrido hace unos mil quinientos años. Sirio B habría desaparecido como objeto visible y habría dejado brillando a Sirio A. Sirio habría cambiado desde roja, en los tiempos antiguos, a blanca en los tiempos medievales y modernos.
Llegué a pensar que esta noción era original mía, y la presenté mientras sonreía con modesto orgullo, y esto es la «insuficiencia de conocimientos» a la que me referí en la introducción de este ensayo.
Afortunadamente, tengo lectores con conocimientos en cada campo en que expongo mi ignorancia, y me escribieron al instante. En este caso fue el doctor Charles F. Richter (el de la famosa escala de Richter para medir la intensidad de los terremotos) el que me escribió para darme cuenta de algunas sugerencias anteriores de esta precisa teoría.
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Y lo que es peor aún, la teoría no es sostenible por muy a menudo que haya sido expuesta.
Cuando una gigante roja se encoge hasta enana blanca, el resultado es una «nebulosa planetaria», y la enana blanca queda rodeada por un halo de gas. Lentamente, la neblina de gas se expande y adelgaza y, llegado el momento, ya no es visible. Pero esto lleva su tiempo.
Si el colapso de Sirio B tuvo lugar hace mil quinientos años, aún hubieran continuado visibles vestigios de este halo. Tales trazas han sido buscadas acá y allá, sin encontrar señales de ellas. Sirio B no pudo haber entrado en colapso hace mil o dos mil años; sería más probable que sucediese hace cien mil o doscientos mil años.
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En ese caso, ¿qué más puede explicar el hecho de que los antiguos informasen de que Sirio era roja?
Una posiblemente útil sugerencia fue propuesta, en primer lugar, por G. V. Schiaparelli (el de los canales marcianos de Schiaparelli) hace ya un siglo.
Consideremos que el acontecimiento astronómico más importante del año, para los antiguos egipcios, era la salida helíaca de Sirio. Cuando se aproximaba la época, debían haber observado con religiosa excitación la primera entrevisión de Sirio en el horizonte oriental, en la brillante alba del desierto.
Y cuando Sirio aparecía por encima del horizonte, su aspecto era rojizo por la misma razón que el Sol naciente o el Sol poniente tienen aspecto rojizo. La luz se difunde con más eficiencia cuanto más corta es la longitud de onda y tiene lugar de una forma más amplia cuando se atraviesa un mayor grosor de atmósfera. La luz procedente del Sol, o de una estrella, pasa a través de un grosor mayor que de costumbre de la atmósfera cuando tiene lugar en el horizonte; las longitudes de onda corta de luz se esparcen y las longitudes de onda larga de rojos y naranjas tienden a sobrevivir.
La mayor parte de las estrellas son tan mortecinas que, cuando parte de su luz se esparce, lo que queda carece del brillo suficiente como para producir una impresión en el relativamente insensible aparato para la visión en color del ojo humano. En realidad, Sirio es la única estrella lo suficientemente brillante como para tener un aspecto rojo en el horizonte.
Entonces, sería natural para los egipcios el creer que Sirio era rojiza. y lo que es más, Sirio es blanca cuando se halla muy alta en los cielos y roja en el
momento que cuenta:
en la época de la salida helíaca.
No sabemos lo suficiente respecto de los antiguos registros astronómicos egipcios, para estar seguros de que clasificaban a Sirio como roja, pero parece una hipótesis razonable y los griegos debieron verse influidos por ese punto de vista egipcio.
A continuación consideremos esto.
Durante el apogeo de los griegos, la salida helíaca de Sirio tuvo lugar en la segunda mitad de julio, en la época de máximo calor estival.
Existe una tendencia natural a imaginar que Sirio, que es desacostumbradamente brillante como estrella, entrega una sustancial cantidad de calor a la Tierra y que, cuando ésta se añade al del Sol durante un largo día, como se producía cerca del momento de la salida helíaca, la Tierra sufriría de unas temperaturas especialmente elevadas.
Sirio es la estrella más brillante del Can Mayor (a veces considerada como un perro de caza de la cercana constelación de Orión, el Cazador). Fue a causa de que se suponía que Sirio añadía calor a las semanas más cálidas del verano, el que estos días se llamasen «días de perro» y, de hecho, aún se les llama así en algunos lugares. Además, el calor añadido a estos días se suponía que alimentaba pestilencias y fiebres (lo cual era muy probable, si aceleraba la descomposición de los alimentos y la actividad de los parásitos).
Así es como Hornero, al principio del Canto V de la
Ilíada,
describe la gloria de Diomedes Tideida cuando Atenea le infundió valor para la batalla: «Entonces Palas Atenea… hizo salir de su casco y de su escudo una incesante llama parecida al astro que en otoño luce y centellea después de bañarse en el Océano. Tal resplandor despedían la cabeza y los hombros del héroe cuando Atenea le llevó al centro de la batalla…»
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Sirio (la estrella que brilla más luminosa de todas) parece aquí equiparada a «llama». ¿Se referirá esto a la calidad rojiza de Sirio, como a veces se ha sugerido? ¿O se refiere al tradicional calor de Sirio? Mi creencia personal es que se refiere más bien a lo último.
Luego, en el Canto XXII de la
Ilíada,
Sirio sale de nuevo a colación comparada con la armadura de Aquiles: «El anciano Príamo fue el primero que con sus propios ojos le vio venir por la llanura, tan resplandeciente como el astro que en el otoño se distingue por sus vivos rayos entre muchas estrellas durante la noche oscura y recibe el nombre de perro de Orión, el cual con ser brillantísimo constituye una señal funesta, porque trae excesivo calor a los míseros mortales; de igual manera centelleaba el bronce sobre el pecho del héroe, mientras éste corría.»
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Aquí se pone mucho énfasis en el funesto aspecto de Sirio. Virgilio, que copió cuidadosamente cada aspecto de Homero, hace brillar la armadura de Eneas del mismo modo que la de Diomedes o Aquiles en el Libro X de la
Eneida.
Dice allí: «Arde la cimera de Eneas sobre su cabeza, el penacho arroja llamas y del áureo escudo brotan grandes relámpagos, no de otra suerte que cuando en una noche serena enrojece el cielo con sangriento y lúgubre resplandor un cometa, o cuando sale el ardiente Sirio, trayendo a los míseros mortales sed y enfermedades y contristando el cielo con su aciaga luz.»
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Aquí de nuevo la referencia a los funestos aspectos de Sirio.
Pero, ¿qué hay de la asociación de Sirio con «el sangriento y lúgubre resplandor de un cometa»? ¿Significa ello que Sirio es también de color rojo sangre?
¡En absoluto! Lo cierto es que los cometas
no
son de color rojo sangre. Sin embargo, los cometas son considerados unos ominosos presagios de desastres, prediciendo la muerte y la destrucción a la Humanidad. La sensación es que aportan la guerra, el asesinato, los desmanes civiles, toda clase de violencia derramadora de sangre. Por lo tanto, predicen acontecimientos «del color de la sangre» y son, por licencia poética, descritos ellos mismos como «de color rojo sangre».
Constituye un terrible error esperar que los poetas sean más literales que metafóricos, y basar las más sobrias teorías en una expectativa de literalidad.
Para tomar un ejemplo moderno, cuando Emily Dickinson dice: «Nadie en toda esa púrpura hueste que hoy ha vencido la bandera…», ¿hay que suponer que la autora está hablando, necesariamente, de gente con pieles púrpuras o bien de uniformes púrpuras?
¡No! Lo que Dickinson está haciendo es realizar una condensada referencia poética de la tradición, tan antigua como el Imperio Bizantino, que asimila la púrpura con la realeza. La hueste vencedora fueron reyes sobre el campo de batalla y, por ende, se les atribuye el color púrpura.
¿Pasar las moradas es ser de ese color, o bien encontrarse en una situación apurada?
¿Estar verde es tener ese color, o más bien ser una persona joven y/o inexperta?
Si uno es un «muchacho dorado», ello equivale a tener mucho talento, el «estar amarillo» se compara con verse acometido por la envidia aunque el color auténtico de uno pueda ser rosado y blanco, o castaño claro.
Estoy seguro de que esto es algo que sucede en todos los idiomas y, en cada uno de ello, las palabras de los colores presentan numerosas asociaciones que no tienen nada que ver con el color en sí, excepción hecha, en el mejor de los casos, de una lejana analogía o una asociación poética.
Cualquier cosa horrible y de mal agüero se relaciona con el pensamiento de los sangriento, y cualquier cosa de color sangre es comparada con el pensamiento de lo rojo. No resulta por ello sorprendente que toda la gente hable de algo amenazador como de color rojo.
En tiempo de Virgilio, podía estar de moda hablar de Sirio como de color rojo, no refiriéndose a su color literal, sino más bien al hecho de que amenazaba a la Humanidad con infortunios. Así, Séneca, en el año 25 d.C., una generación después de Virgilio, dijo: «La rojez de la estrella del perro es muy profunda, la de Marte más suave y Júpiter carece en absoluto de ella.» Pero, ¿estaba hablando de un color literal o de la intensidad de la desgracia presagiada, en el sentido astrológico? Sospecho que más bien lo último.
Si eliminamos todas las referencias poéticas, nos quedamos con uno de los problemas dominantes que aquejaban a Tolomeo, el astrónomo supremo de los tiempos antiguos.
Existen cinco estrellas brillantes que, de una forma visible, muestran un matiz rojizo o anaranjado. Se trata de Aldebarán, Antares, Arturo, Betelgeuse y Pólux. Tolomeo las menciona a todas como
hipokeros,
una voz que puede traducirse como «rojizo» o «amarillento».
¡Pero añade una sexta! ¡Sirio! ¿Cómo es ello posible?
Consideremos primero el hecho de que Tolomeo vivió y trabajó en Egipto, y debió verse rodeado de registros egipcios y de formas de pensar también egipcias, y ya sabemos que ese pueblo pensaba, de forma natural, en Sirio como de color rojo.
En segundo lugar, como ha sido señalado por Kenneth Brecher, las copias de Tolomeo que ahora tenemos no son, ciertamente, los originales de hace mil ochocientos años. Las copias más antiguas que poseemos tienen únicamente unos mil años, y ya habían sido traducidas del griego al árabe y otra vez al griego. ¿ Quién sabe cuántos errores de copiado y de traducción se habrán introducido en ellas?
En el ejemplar más antiguo, por ejemplo, tenemos un resumen al final que dice que son «cinco estrellas rojas», lo cual es correcto. ¿Se añadió después Sirio al cuerpo de la obra, gracias a alguien que estuviese influido por las descripciones poéticas o por la tradición egipcia, u ocurrió incluso por simple accidente?
Hacia el siglo X, los astrónomos árabes sólo daban la lista de cinco estrellas rojas y omitían a Sirio, y, seguramente, tendrían acceso a libros de Tolomeo más antiguos que cualquiera de los que ahora poseemos.
¿Mi conclusión? La misteriosa rojez de Sirio en los tiempos griegos no resulta ningún misterio, debido a que no era roja, y nunca se dijo que Sirio fuese roja en ningún sentido literal.
El papel de un escritor es duro, ya que siempre debe enfrentarse con los críticos. Algunos críticos son, supongo, más sabios que otros, pero existen también unos cuantos que son tan inteligentes como para resistir el apremio de mostrarlo.
Los críticos de la divulgación científica siempre han tenido el impulso de recoger cada error que han podido encontrar y sacarlo a relucir, al mismo tiempo que sonríen, avergonzados, ante la exhibición de su propia erudición. A veces, los errores son tan egregios que vale la pena señalarlos; en otras ocasiones, el crítico es indulgente y se para en pequeñeces; y otras veces, el crítico, inadvertidamente, se pone en evidencia.
Tengo ahora mismo en la mano una de esas críticas de mis colecciones de ciencia. No importa dónde ha aparecido ni quién la escribe, excepto que el crítico es un reputado astrónomo profesional. Lo importante radica en que las tres cuartas partes de la reseña están formadas por una lista de mis equivocaciones.
Algunos de los errores aportados por el crítico están bien captados, y deberé ser más cuidadoso en lo futuro. Otros errores que acumula, los encuentro, simplemente, irritantes.
A fin de cuentas, al escribir sobre ciencia para el público puedes, ocasionalmente, tomar atajos si no quieres quedarte atascado en algunos detalles no implicados con el objetivo final. Naturalmente, tampoco se debe tomar un atajo de forma que se dé una falsa impresión. Si hay que simplificar, no se puede siempre simplificar demasiado.
Pero, ¿cuál es la línea fronteriza entre «simplificación» y «simplificación excesiva»? No existe una fórmula científica que nos dé la respuesta. Cada vulgarizador debe llegar a sus propias conclusiones con respecto a esto, y para llevarlo a cabo ha de consultar con su propia intuición y su buen sentido. Aunque no existe un alegato de perfección, compréndalo, confío en que no les importe que les diga, a este respecto, que mi intuición es bastante buena. Pero vayamos al grano…
El crítico dice: «En todas partes [Isaac Asimov], declara, incorrectamente, que "tal como se ve desde Estados Unidos… Alfa del Centauro se encuentra siempre por debajo del horizonte". En realidad, puede ser visto desde la parte inferior de Florida todas las noches durante los meses de verano.»
(Naturalmente, que también él podría ser objeto de crítica. Por «la parte inferior de Florida», quiere decir la parte del Sur. Aparentemente, da por supuesto que la convención de que el «norte está arriba», en los mapas modernos, es una ley cósmica. y tampoco quiere decir que se vea cada noche; se refiere a todas las noches en que las nubes no se interfieran. ¿ Ve lo fácil que resulta ser quisquilloso, profesor Crítico?)
No obstante, incluso una crítica irritante puede ser útil, puesto que ahora me es posible entrar en materia respecto de, exactamente, cuáles estrellas pueden ser vistas desde qué puntos de la Tierra.