El pequeño vampiro lee (7 page)

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Authors: Angela Sommer-Bodenburg

Tags: #Infantil

BOOK: El pequeño vampiro lee
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—¿Compartir tus penas? —preguntó receloso Anton.

—¡Sí!

El vampiro se sorbió la nariz otra vez y luego, con la voz completamente cambiada de repente y animada, preguntó:

—Las penas compartidas son menos penas, ¿no se dice así?

—Hum..., puede ser —murmuró Anton.

—¡Pues entonces, anda, ven! —Y como Anton titubeaba, exclamó impaciente—: ¿Qué pasa? ¿A qué estás esperando?

Anton se acercó al atril con una gran desazón, pues no sabía de qué manera quería el vampiro «compartir sus penas con él»...

Sin embargo, Rüdiger parecía estar pensando única y exclusivamente en la
Crónica de la familia Von Schlotterstein
.

En cuanto Anton llegó al viejo atril, le dijo con voz ronca:

—¡Siéntate! Ahora vas a saber qué es lo que ocurrió aquella horrorosa noche en el sótano del castillo de Olga.

¿Sentarse? Anton miró a su alrededor. En la capilla del castillo seguía habiendo sólo una única silla y en ella estaba sentado como en un trono Rüdiger.

Anton tenía dos opciones: o quedarse de pie, o conformarse con una piedra. Se decidió por la misma piedra grande sobre la que se había acuclillado dos días antes y que era algo menos picuda que las demás.

—¡Empecemos!

El pequeño vampiro carraspeó y comenzó con voz ronca:

«La
Crónica
no es cualquier cosa,

ponte serio y concentrado,

tira todo el lastre a un lado

y ábrete como una fosa.»

Cuando terminó miró agudamente a Anton.

—¿Estás serio y concentrado? —preguntó.

—¡Sss..., sí! —tartamudeó Anton, al que le corrió un sudor frío por la espalda cuando oyó lo de «ábrete como una fosa».

—¡Bien!

El pequeño vampiro pasó sus largos dedos por el fino y amarillento papel de la crónica familiar, volvió a carraspear y empezó a leer:

El horror del sótano del castillo

«Ay, ojalá pudiera ahorrarme el informar de lo que tuve que oír por boca de la tan digna de compasión señorita Olga von Seifenschwein.» Mi pluma tiembla y se resiste a recoger aquí, en la crónica, los horribles sucesos de aquel 27 de marzo del año trescientos cincuenta y ocho de la era vampiresca. Pero tengo que hacerlo. Por las futuras generaciones no debo silenciar aquello para lo que deben estar prevenidas... Así, pues, sabed lo que nuestra señorita Olga von Seifenschwein fue capaz de contar sobre aquella —¡ay!— noche tan trágica.

»Blasius von Seifenschwein se despertó de buen humor en su ataúd y, como era su costumbre, se aproximó, silbando una cancioncilla, al ataúd de su bienamada Thusnelda von Seifenschwein-Thunichtguth y abrió por ella la tapa de su ataúd, pues Thusnelda descansaba en el más valioso, más grande y, por tanto, más pesado ataúd de su —¡ay!— famosísima colección.

»Thusnelda, nada más despertarse, abandonó su ataúd y con livianos pasos se dirigió a su contiguo vestidor para elegir allí entre su —¡oh!— igualmente famoso vestuario un vestido para aquella noche.

»Blasius von Seifenschwein, por el contrario, acudió al ataúd de su hija, la encantadora Olga, objeto de las más maravillosas esperanzas...»

Cuando el pequeño vampiro llegó a aquel punto de la historia le falló la voz. Sacó el sucio trocito de tela y tuvo que sonarse varias veces antes de poder seguir leyendo:

«... quien, esperando ya su cautelosa llamada, yacía en su ataúd infantil, que —pequeño y delicado— estaba todo revestido por dentro de terciopelo blanco, bordado con el blasón de los Von Seifenschwein. »Blasius —una delicia de padre: tierno y deferente—, que estaba ya a punto de despertar a su supuestamente envuelta en maravillosos sueños Olga, vaciló y decidió concederle un poco más de reposo.

»¡En su lugar, tiró del cordón de la campanilla para indicar a sus sirvientes que había llegado el momento de tomar un primer refrigerio!

»Como todos los Von Seifenschwein, Blasius concedía gran importancia al confort y a la comodidad y, por tanto, había en su castillo una multitud de personal de servicio para cuidar del bienestar material de la familia: gente sencilla de las montañas, de las que Blasius suponía que era digna de confianza y que le sería fiel por cuanto él remuneraba en abundancia e incluso principescamente sus servicios... »Pero... ¡ay!... ¡qué terrible y funesto error!»

El pequeño vampiro hizo una pausa.

Las comisuras de los labios le temblaban como si fuera a prorrumpir en lágrimas.

Anton hubiera querido consolarle, pero no supo cómo hacerlo, así que esperó hasta que Rüdiger se repuso un poco y con voz débil y afónica continuó:

«Después de tocar la campanilla —¡oh, me tiembla la pluma!— Blasius se puso su capa de seda de color rojo escarlata y se roció el cabello con una esencia de olor penetrante, como hacía siempre antes de la cena.

»—Thusnelda, ¿estás lista? —preguntó en voz alta a su esposa—. ¡La servidumbre llegará inmediatamente!

»—Sí, ya voy —contestó Thusnelda desde el vestidor.

»¡Oh, pobres!

»¡¡Aún sería posible huir!! ¡¡Ahora, ahora, en seguida!!

»Pero Blasius y Thusnelda no saben lo que ha ocurrido: los infieles servidores se han escapado; se han ido, se han ido todos...

»Y ahora hay gente extraña en el castillo: hombres con antorchas y estac... —¡no!, mi pluma se niega a escribir la palabra—.

»¡Oh, Blasius! ¡Oh, Thusnelda! Ellos, en su ignorancia, piensan que son sus sirvientes los que están allí golpeando la pesada puerta del sótano...

»¡Ay, mi pluma se resiste a escribir lo más terrorífico de aquella noche! «Blasius va hacia la puerta, descorre el cerrojo... y se encuentra con extraños ante él. ¡Sacudiendo sus antorchas, exclamando y gritando, irrumpen dentro, cogen cautivos a Thusnelda y a él y los sacan, como prisioneros, de su propio castillo!

»Y Olga —la delicada y sensible Olga— ha escuchado todo desde el interior de su ataúd...»

El pequeño vampiro suspiró profundamente.

«La mitad de la noche confió desesperada en el regreso de sus padres... En vano. Entonces subió despacio y sin hacer ruido al castillo... ¡Oh, qué horrible visión!: Hechos pedazos los antiguos muebles, hecha añicos la porcelana, hechos astillas los ataúdes, coleccionados durante décadas, reunidos de todas las partes del mundo...

»Sólo el ataúd plegable —esa extraordinaria pero poco llamativa pieza— está todavía en un rincón de la biblioteca, sin haber sido descubierto por los asesinos...

»Olga coge el ataúd plegable y temblando de miedo y preocupación —¡ay, la pobre criatura, digna de compasión!— abandona el castillo justo a tiempo, pues apenas ha alcanzado campo abierto ve cómo el castillo —su querido castillo Seifenschwein— es pasto de las llamas...»

Sometido a duras pruebas

El pequeño vampiro soltó un sollozo desesperado y cerró la
Crónica de la familia Von Schlotterstein
..., con tanta fuerza que se formó una nube de polvo detrás de la cual Anton sólo le pudo entrever vagamente. Anton estaba perplejo y desconcertado. El informe sobre los sucesos ocurridos en el sótano del castillo le había conmovido profundamente.

¡No era sorprendente que Olga se hubiera vuelto algo egoísta después de todo lo que había tenido que pasar!

Él ya se había enterado por Anna de que los cazadores de vampiros habían irrumpido en el castillo de los padres de Olga..., pero Anna le había quitado tanta importancia en su relato que Anton había considerado la historia más bien como una divertida anécdota... y no como una terrorífica realidad.

—¡Pobre Olga! —dijo.

El pequeño vampiro no contestó, sino que sollozó en alto. A través de la nube de polvo, que poco a poco empezaba a aclararse, Anton vio que había apoyado los brazos sobre la
Crónica
y había enterrado la cabeza entre las manos.

—¿No deberíamos hablar de ello? —preguntó cautelosamente Anton.

—¿Hablar? ¿Para qué? —llegó amortiguada la respuesta.

—Mi madre siempre dice que así se alivia el corazón.

—¿Que se alivia el corazón?

El vampiro levantó la vista por primera vez.

—Nada puede aliviar mi corazón. Nada ni nadie... ¡Excepto Olga!

—Pero un
poquito
mejor sí que te encuentras, ¿no? —preguntó Anton.

—¡No! —gruñó el vampiro—. Ni un poquito.

—Pues ya no pareces tan...

Anton buscó la palabra más apropiada. Pensó en la
Crónica de la familia Von Schlotterstein
y en el ampuloso tono en el que estaba redactada.

Reprimiendo una risa burlona dijo:

—Ya no pareces tan... ¡sometido a duras pruebas!

—¿Sometido a duras pruebas? —repitió el pequeño vampiro, que a todas luces se sentía halagado—. Sí, eso es cierto —opinó—, cada sufrimiento es una prueba.

Contrajo pensativo las cejas y preguntó:

—Pero cuando haya superado la prueba, ¿qué pasará?

Anton hizo un significativo ademán.

—¡Entonces serás recompensado!

—Recompensado... ¡Pero lo que yo quiero no es ser recompensado! —dijo tétricamente el vampiro después de una pausa—. Excepto...

—¿Excepto qué?

—¡Excepto si la recompensa es que regrese Olga!

—Pero eso sólo lo puede decidir la propia Olga —repuso Anton.

El pequeño vampiro le lanzó una mirada sombría.

—¡Ya lo sabía yo! —gruñó—. Hablar era completamente inútil. No ha servido para nada; absolutamente para nada.

—Oh, sí, sí que ha servido para algo —contestó entonces una voz clara.

Procedía de la puerta de la capilla y era la de... ¡Anna!

—Para lo que ha servido es para que os oyera y haya entrado —dijo Anna riéndose irónicamente y satisfecha.

—¿Por qué estás fisgando por ahí fuera espiando a la gente? —le espetó de forma desabrida el pequeño vampiro.

—Yo no estaba fisgando por ahí —repuso Anna—, y tampoco os he estado espiando —dirigiéndose a Anton añadió suavemente—: ¡Llevo toda la noche buscándote!

—¿A mí? —dijo apocado.

—¡Sí! Tengo una sorpresa para ti.

—¿Lina sorpresa?

—¡Sí! Si te vienes conmigo ahora, te la enseñaré.

—¿Que me vaya contigo? —preguntó inseguro Anton.

—¡Anda, vete! —gruñó el pequeño vampiro—. Después de todo, todavía tengo cosas que hacer —acarició casi con ternura las tapas doradas de la
Crónica
—. Quiero averiguar cómo se llama el primo que Olga tiene en París.

—¿Cómo... se llama el primo? —repitió Anna.

—¡Efectivamente! —confirmó el pequeño vampiro—. Anton fue quien me habló de él. Y él lo sabe por Olga. Ella se lo confió personalmente a Anton antes de su... su... partida.

—¡Sí, es verdad! —dijo apresuradamente Anton haciéndole a Anna un gesto de súplica—. Pero ahora tenemos que irnos. Yo ya estoy muy impaciente por ver la sorpresa.

Anna sonrió... ¡Era evidente que lo había comprendido!

Ella se dirigió hacia la puerta y Anton la siguió.

—¡Espera! —vociferó entonces el pequeño vampiro.

—¿Sí?

Anton se detuvo sobresaltado.

—¿Tienes idea de si ese primo vive todavía con sus padres?

—No.

Anton se había puesto colorado.

—Yo..., yo te dije todo lo que sabía.

—¡Pues no era mucho precisamente lo que sabías! —gruñó el vampiro—. Bueno, anda, puedes irte.

—¡Y tú no eres precisamente muy amable con tu mejor amigo! —le increpó Anna.

Luego, cuando salieron, ella cerró de golpe la puerta de la capilla.

La era vampiresca

—Lo del primo de París se me había olvidado completamente —se disculpó Anna ya fuera de la capilla—. Pero no ha servido de mucho que te inventaras cuando Olga se marchó la historia del primo... —Ella suspiró—. Desde que Rüdiger lee todas las noches la
Crónica
se ha vuelto a despertar en él la nostalgia por Olga. El informe sobre los cazadores de vampiros seguro que se lo ha leído ya cien veces. Al final acaba siempre por los suelos lamentándose de haber sido injusto con Olga y diciendo que tiene que hablar con ella como sea para aclarar las cosas.

—¿Y qué es lo que quiere aclarar? —preguntó Anton.

Anna se encogió de hombros.

—Ni idea. Si me lo preguntas a mí, yo diría que sería Olga la que tendría algunas cosas que aclarar.

—¡Eso sí que es verdad!

Con un suspiro, Anton se acordó de cómo había quedado la sala de estar de sus padres después de la Noche Transilvana de Olga.

—Y además... ¡lo de los cazadores de vampiros ocurrió hace más de cien años! —explicó Anna—. Después de tanto tiempo ya era para que se fuera recuperando poco a poco de ello —resopló indignada, antes de continuar—: Pero Olga sigue aprovechándose de esa historia para despertar compasión en los demás vampiros y utilizarlos en su favor y en favor de sus intereses.

Anton había escuchado atentamente sin decir nada.

Entonces preguntó:

—¿De eso hace ya más de cien años?

Anna asintió con la cabeza.

—¿Qué... qué significa realmente era vampiresca?

—¿Era vampiresca? —Anna puso cara seria—. Nuestra cronología empieza en el año 1476. En aquella fecha nuestro primer antepasado, el Conde Drácula, perdió la vida de una forma terrible.

—El Conde Drácula... —murmuró Anton sintiendo un escalofrío.

—¡Bueno, y ahora vámonos a las ruinas! —dijo Anna volviendo a sonreír—. Tú seguro que estás deseando ver la sorpresa.

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