El pequeño vampiro lee (11 page)

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Authors: Angela Sommer-Bodenburg

Tags: #Infantil

BOOK: El pequeño vampiro lee
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¡Claro! Anton se rio irónicamente. Lo único que había que hacer era ofrecer los libros adecuados... ¡y así enseguida surgía la afición a la lectura!

Recogió la lona de la entrada de la tienda para tener más luz. Luego se puso cómodo encima del saco de dormir y se enfrascó en la primera historia:
El vampiro
, escrita por William Polidori, que comenzaba con las emocionantes frases siguientes:

En la época de los bailes y las fieras invernales de la influyente sociedad londinense dio mucho que hablar un hombre noble que llamaba la atención por su peculiar carácter y sobre cuya vida circulaban las más diversas versiones. En medio de la alegría y el desenfreno que le rodeaban en aquellos acontecimientos permanecía retraído la mayoría de las ocasiones, sin que pareciera participar ni siquiera de la habitual cortesía. Una mirada procedente de sus grises ojos, que, de modo extraño, brillaban como sin alma, producía, incluso en los de mayor serenidad de espíritu, una inexplicable excitación que reprimía su despreocupada alegría e inculcaba una sensación de inseguridad, unida a un ligero estremecimiento...

También Anton sintió un ligero estremecimiento y siguió leyendo con el corazón palpitante.

Así la despedida no se hará tan dura

—¿Anton? ¿Estás en la tienda de campaña?

Se pegó un susto tremendo. ¡Aquélla era la voz de su madre!

—Sí —gruñó cerrando el libro... ¡y bastante indignado, porque su madre le había vuelto a interrumpir cuando estaba en lo más interesante!

¡Luego, sin embargo, se dio cuenta de que había algo —algo de la vida real— que era de mucho mayor interés!

—¿Qué pasa con la mano de papá? —preguntó cuando su madre entró en la tienda de campaña.

—Sí, la mano... —dijo ella con gesto preocupado—. ¡Seguro que te vas a poner muy triste con lo que tengo que contarte!

—¿
Tan
malo es? —preguntó Anton esforzándose por poner cara compungida. Sin embargo, ya se imaginaba qué era lo que le iba a contar su madre. ¡Pero bajo ningún concepto podía permitir que se le notara que estaba ardiendo en deseos de regresar a casa!

—El médico piensa que quizá tenga un dedo roto —explicó su madre.

—¿Roto?

—Sí, posiblemente. Ahora hay que hacerle lo primero una radiografía de la mano.

Y como aquí no tienen aparatos, sino sólo en la ciudad...

Hizo una pausa y miró compasiva a

Anton.

—Bueno, pues... papá y yo hemos pensado que lo mejor será interrumpir nuestras vacaciones y regresar a casa.

—¿Regresar a casa? —se hizo el indignado Anton.

Su madre asintió con la cabeza.

—Es lo más razonable, Anton. Piensa en papá... y en los dolores tan fuertes que tiene. ¿No quieres acaso que le ayuden..., que le ayuden como es debido?

—¡Sí! —dijo Anton..., con la voz menos amistosa que pudo. ¡Pero si se dejaba convencer demasiado rápido, su madre sospecharía!

—¿Y mi tienda de campaña? ¿Y el saco de dormir? —gruñó.

—¿Qué te parecería si te dejáramos dormir esta noche en la tienda de campaña?

—¿Me dejaríais?

—Sí..., para que no estés demasiado triste. ¡Y hemos pensado otra cosa más!

—¿Otra cosa más?

—¡Sí! Cuando estemos otra vez en casa y papá esté algo mejor... podrás dar una fiesta. ¡Aunque, eso sí, tienes que prometernos que esta vez serás más cuidadoso con nuestras cosas!

«
¿Yo?
», pensó indignado Anton. Olga y Rüdiger habían sido —y no Anton— los que, según la expresión de su padre, se habían «comportado como unos vándalos» durante la Noche Transilvana en la sala de estar de sus padres. Al contrario, ¡él, junto con Anna, había intentado volver a poner todo en orden!

—¿Me dejáis que dé una fiesta? —preguntó sin creérselo.

¡Y es que su madre había dicho que la Noche Transilvana era la última fiesta que daba en casa!

—¿Es que no quieres? —preguntó ella..., asombrada de que estuviera tan poco entusiasmado.

—Sí... —dijo Anton estirando la palabra.

—Y podrías invitar a todos tus amigos del colegio —propuso ella— y a un par de los del vecindario: Ole, Sebastian, Udo, Tatjana...

A Anton le costó trabajo no echarse a reír.

«¡Y a Rüdiger y a Anna!», completó él con el pensamiento..., pero fue lo suficientemente listo como para no citar a sus mejores amigos.

Los padres de Anton sí sabían que los dos se habían trasladado... ¡pero no sospechaban que su regreso iba a ser inmediato!

—Hum, sí, no está mal —gruñó.

Después de una pausa preguntó con precaución:

—¿Y cuándo regresamos?

—Mañana, después del desayuno —contestó su madre.

—¿Qué? ¿Ya después del desayuno? —dijo Anton con fingida indignación.

—¡Sí! Pero piensa en tu fiesta, Anton —dijo su madre—. Y piensa en la noche en la tienda de campaña. ¡Así la despedida no se te hará tan dura!

«La noche en la tienda de campaña»...

Qué raro...; ahora que le dejaban, la idea a Anton ya no le parecía tan atractiva.

Tus deseos son órdenes para mí

Y su malestar fue creciendo según el día se iba aproximando a su fin...

En la cena Anton apenas pudo probar bocado, aunque la comida, en aquella ocasión, era aún más abundante y más sabrosa que otras veces.

—¡Anton, pero si no estás comiendo nada! —observó su madre mirándole preocupada—. ¿Tanto te ha afectado al estómago el dolor por la despedida?

—Hum, es posible —murmuró.

—¡Y también estás pálido!

Ella intercambió una mirada con el padre de Anton.

Luego, cautelosamente, dijo:

—Quizá sería mejor que no durmieras en la tienda de campaña.

—¿Qué? ¿Que
no
duerma en la tienda de campaña? —se hizo el indignado Anton.

En secreto estaba incluso muy aliviado por aquella propuesta de su madre, pues ahora ya no tenía necesidad de admitir que a él mismo le desagradaba muchísimo la idea de pasar aquella noche al raso..., protegido solamente por un fino trozo de tela de los vampiros, que, posiblemente, aún querrían «fortalecerse» para su vuelo de regreso...

¡Pero, naturalmente, no dejó que eso se le notara!

—Si

lo dices... —dijo, y añadió—: ¡Tus deseos son órdenes para mí!

Ella se rio.

—Entonces ahora deseo que te vayas a tu habitación y te acuestes. Y créeme: mañana seguro que te encontrarás mucho mejor.

Anton puso un gesto compungido.

—¿Voy a sentirme mejor precisamente mañana que nos vamos de aquí?

—¡No! Mañana cuando volvamos a estar en casa y tengas a tu lado a todos tus viejos amigos.

Aquella vez Anton tuvo que reírse con sarcasmo.

—¡Sí, eso es verdad! —dijo—. Cuando tenga a mi lado a todos mis viejos amigos.

Se levantó y se dirigió hacia la puerta.

—Buenas noches y que te recuperes —le dijo en voz alta su madre mientras él se marchaba.

¿Que se recuperara? Anton se dio la vuelta y dirigió una rápida mirada a su padre, que desde la visita al médico llevaba la mano herida en cabestrillo con un grueso vendaje.

¡Si alguien necesitaba que le desearan recuperarse, ése no era precisamente Anton!

Sin embargo, no dijo nada.

El que su madre considerara que él necesitaba reposar tenía sus ventajas: ¡Anton podía estar bastante seguro de que ella le iba a dejar tranquilo en su habitación!

Sólo era un sueño

A pesar de ello Anton cerró con llave la puerta de la habitación. Luego se echó en la cama a leer. Fuera aún había tanta claridad que no tuvo que encender la lámpara de la mesilla de noche. Cogió el libro
El vampiro de Ámsterdam
y buscó el pasaje en el que su madre le había interrumpido aquella tarde.

Pero cuando lo encontró le costó mucho trabajo concentrarse en la lectura..., a pesar de que
El vampiro
era una historia muy emocionante.

Pero no era más que eso: una historia, y la cuestión de qué les depararía el futuro al pequeño vampiro y a su familia le tenía a Anton mucho más conmovido.

Cuando fuera empezó a oscurecer dejó el libro a un lado, abrió la puerta del balcón y salió. Durante un rato estuvo mirando intranquilo a su alrededor..., pero no vio a Anna.

Finalmente regresó al interior y volvió a tumbarse en la cama. Sin encender la lámpara, permaneció escuchando con atención los ruidos que llegaban hasta sus oídos a través del balcón, cuya puerta se encontraba abierta de par en par: voces aisladas de aves, suaves crujidos y chasquidos procedentes del jardín.

Anton debió de quedarse dormido, pues de repente algo le pellizcó en una oreja. Se levantó bruscamente lanzando un grito... y vio el pálido rostro del pequeño vampiro.

—¿Rüdiger? —murmuró sobresaltado.

—Menuda sorpresa, ¿eh?

—Sss... sí —tartamudeó Anton.

La lámpara de la mesilla de noche estaba encendida... Probablemente la había encendido el pequeño vampiro.

Bajo su luz Anton miró confuso por la habitación.

—¿Dónde está Anna?

—¡Anna, Anna! —bufó Rüdiger—. ¡Eso es lo único que se te ocurre, ¿no?!

—¡Perdona! —balbuceó Anton.

Si él no hubiera estado tan confundido, no habría preguntado, ni mucho menos, primero por Anna..., ¡pues sabía muy bien lo excesivamente sensible que era el pequeño vampiro en aquella cuestión!

—Yo..., es que estaba soñando con Anna —intentó excusarse.

—¿Con Anna? —dijo en tono poco amistoso el vampiro—. Sería mejor que soñaras conmigo.

—Alégrate de que no haya soñado contigo —repuso Anton—. Era un sueño horrible.

—¿Y qué es lo que era tan horrible?

—Bueno...

Anton, por supuesto, no había soñado absolutamente nada... o por lo menos ya no se acordaba de su sueño.

—¡Dispara ya de una vez! —dijo impaciente el vampiro.

—Pues... —empezó Anton para ganar tiempo.

Luego, de repente, se le ocurrió una idea.

—He soñado que Anna entraba con un ramo de flores en una gran casa gris.

—Sí, ¿y qué?

—Y ya dentro de la gran casa gris recorría un pasillo y se detenía ante una puerta que tenía el número..., eh..., 13. Anna llamaba a la puerta y le abría una mujer con una cofia blanca: una enfermera.

—¿Una enfermera? —exclamó el pequeño vampiro—. ¡Pero si eso es maravilloso! ¡Anna en un hospital!

—¿A ti eso te parece maravilloso? —preguntó estupefacto Anton.

—¡Claro que sí! —El vampiro se frotó satisfecho las manos—. Tú piensa. ¿Cuál es el principal trabajo de una enfermera? ¡Sacarle la sangre a la gente, ji, ji!

El pequeño vampiro soltó una ronca carcajada, y al oírla a Anton le corrieron escalofríos por la espalda.

Era evidente que no había sido una buena idea hacer que la historia del sueño transcurriera precisamente en un hospital...

¿Y qué pasaba entonces? —preguntó el vampiro, y Anton, tembloroso, vio cómo se pasaba la lengua por sus finos labios, que parecían bastante exangües.

Anton tragó saliva. Con voz ronca dijo:

—Bueno, pues Anna llamaba a la puerta y le abría una enfermera...

—¡Eh! Eso ya lo has contado —protestó el vampiro—. ¡Yo quiero saber de una vez qué es lo que pasaba después! —y con una sonrisita añadió—: ¿Llegaba Anna a los frascos con la sangre extraída?

—En la habitación no había ningún... frasco —repuso Anton, que cada vez tenía una sensación más desagradable.

—¿No había?

Rüdiger miró sorprendido a Anton y entre sus cejas se formó una arruga vertical.

—Bueno, pero entonces, ¿qué era lo que había en la habitación?

—Hum, pues... —titubeó Anton, que no estaba seguro de si debía seguir o no con el guión de la historia tal como lo había pensado en un principio. Pero así, sobre la marcha, no se le ocurría ninguna otra cosa, así que dijo finalmente—: En la habitación estaba Geiermeier.

—¿Geiermeier? —exclamó el vampiro, y sus ojos relampaguearon de odio y repugnancia. Luego, completamente de improviso, la expresión de sus ojos cambió y con inusitada afabilidad dijo—: ¡Ah, ahora comprendo! ¡Anna quería darle un escarmiento para que comprendiera que debe dejarnos tranquilos cuando vuelva a salir del hospital!

—¡Exacto! —dijo Anton.

—¿Y el ramo de flores? —preguntó el vampiro tras una breve reflexión—. ¿Qué es lo que iba a hacer Anna con él?

—Sí, el ramo de flores... —murmuró desconcertado Anton.

¡El ramo realmente no encajaba en la historia de su sueño! Sólo que... ahora, después de haberlo dicho, Anton no podía hacer desaparecer el ramo de flores así por las buenas...

—Quizá quisiera dar con él más realce a su escarmiento —dijo, no muy convincentemente, como él mismo advirtió.

—¿Cómo que dar más realce? —preguntó Rüdiger sin comprender nada—. ¿Es que acaso Anna le iba a dar el ramo a Geiermeier?

—Sí. —Anton sintió que se le ponían las orejas coloradas—. Pero sólo era un sueño —dijo enseguida—. ¡Y además ya te había advertido antes que era un sueño horrible!

—Hum, es verdad —se rio burlonamente el pequeño vampiro—. Pero la próxima vez soñarás conmigo. Y además algo bonito, algo... ¡muy bonito!

Una obra de caridad

—Por cierto... —continuó diciendo de buen humor—. Ahora que ha salido el tema: me he traído algo bonito.

—¿Que te has traído algo? —dijo Anton, más bien desconfiado. ¿Qué podría ser?... Un cepillo de dientes, sin cerdas, de vampiro (¡brrrr!)... O unos agujereados calcetines de vampiro (¡iiih!)... O, en el mejor de los casos, ¡uno de los libros de vampiros que Anton le había dejado a Rüdiger y que hasta ahora no le había devuelto!

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