Read El pacto de la corona Online
Authors: Howard Weinstein
Unas cortinas de color escarlata, que llegaban del techo al suelo y cubrían un largo de doce metros, se abrieron y Kailyn avanzó lentamente hacia el sacerdote, mientras descansaba una mano sobre Haim, el Primer General, hombre de confianza del rey Stevvin. Kirk observó al anciano guerrero, encorvado por los años pero que avanzaba con paso firme y seguro mientras conducía a la princesa real hacia el centro de la plataforma del púlpito. El capitán dirigió rápidas miradas a sus oficiales: Spock, con aspecto increíblemente digno en su uniforme de gala; Scott, con la mandíbula apretada por la atención; McCoy, que se enjugaba subrepticiamente una lágrima de orgullo, con la esperanza de que nadie lo advirtiera. Kirk sonrió y volvió la mirada hacia el altar.
Kailyn llevaba una túnica larga de color azul cielo con adornos dorados en el pecho. Tenía los cabellos sueltos a la espalda y estaba de pie, alta y erguida, con el aire de alguien que sabe que se halla en el sitio que verdaderamente le pertenece. La niña que tantos miedos había confesado en el jardín de Orand, había desaparecido entre entonces y aquel preciso instante.
La mujer que había ocupado su lugar se arrodilló ante el sacerdote e inclinó la cabeza como signo de humildad. Luego miró directamente delante de sí, transformándose en una imagen de solemne belleza. El sacerdote levantó lentamente la Corona, la sostuvo en alto y la hizo descender hasta colocarla sobre la cabeza de Kailyn. El silencio que reinaba en la Gran Sala era absoluto.
Los cristales destellaron, transparentes y azules en sus engarces de brillante plata. Kailyn se puso de pie… y el coro estalló en un canto de júbilo.
McCoy tocó a Kirk en las costillas con un codo.
—Ella me ha mirado, ¿no es cierto, Jim?
—Sí, Bones. Ella le ha mirado.
En el exterior, la plaza se estremeció con el sonido de los vivas de la multitud, y las campanas repicaron cerca y lejos del templo. Tras mucho tiempo, el planeta desgarrado por la guerra tenía su nueva reina del Pacto.
El palacio no había visto un banquete de ninguna clase en casi veinte años. De alguna forma habían conseguido reunir el personal de servicio necesario, y los vestíbulos, las anchas escaleras de mármol y alabastro y los salones principales habían sido inmaculadamente abrillantados y decorados.
Entre el remolino del baile y el jolgorio, un criado de poblada cabellera encontró a Kirk, Spock y McCoy en una veranda que dominaba el resto de la capital. En el cielo estallaban cohetes de fuegos artificiales: eran el trueno de una jubilosa celebración, en lugar del trueno de la muerte.
Los tres oficiales de la nave estelar fueron conducidos al interior de una sala de recepción vacía, donde el criado los dejó a solas, cerrando la puerta detrás de sí. Se abrió una puerta lateral y Kailyn corrió a arrojarse en brazos de sus amigos; McCoy dio un paso adelante y la interceptó, tomándole delicadamente una mano, tras lo cual se inclinó haciendo una reverencia cortesana y le besó las puntas de los dedos.
—Alteza real…
Kailyn se ruborizó.
—Usted no tiene por qué llamarme así.
—Sólo quería ver cómo sonaba —dijo él, sonriendo.
—¿Y bien?
—Suena perfectamente.
Luego se produjo una incómoda pausa, que rompió la nueva reina de Shad.
—No existe forma de que pueda jamás darles las gracias a todos ustedes. Les debo mucho más que simplemente la vida. Cuando… cuando salí de Orand, sólo sabía ser una niña asustada. Al conocerlos a ustedes, aprendí a encontrar fuerza en mi interior, a amar y a ser amada… Y lo más importante de todo es que aprendí a continuar aprendiendo durante toda la vida.
McCoy comenzó a hablar pero Kailyn levantó una mano.
—No… espere, ya sé que a partir de ahora nuestras vidas deben seguir caminos diferentes, pero espero que vuelvan a cruzarse y continúen cruzándose mientras estemos vivos. —Sorbió por la nariz para intentar detener las lágrimas antes de que resbalasen por sus mejillas, e inclinó la cabeza para enjugarlas de sus ojos—. Supongo que esto no es muy regio.
Respiró profundamente.
—Bueno, el general Haim quiere que conozca a ciertas personas.
Tan rápidamente como había entrado, se volvió y salió, y McCoy se quedó pensando en la primera vez en que ella había ido a verlo en la enfermería, la forma en que la muchacha había entrado y salido precipitadamente, temerosa de molestar.
La celebración palatina continuó hasta muy entrada la noche. Chekov estaba en medio de un recorrido más por las mesas del banquete, equilibrando un plato demasiado lleno con una mano y escanciando vino de una botella con la otra.
—¿Se está divirtiendo, señor Chekov? —le preguntó Kirk.
—Esto es el paraíso para un muerto de hambre, capitán —respondió él, encajando un pulgar dentro del cinturón—.Debería asistir con mayor frecuencia a las coronaciones.
—Tomaré nota de ello. Será mejor que se apresure a comer; nos transferiremos a bordo en cuanto consiga reunir al resto de nuestra borracha tripulación.
—Pero si parece que acabamos de llegar, señor.
Kirk se encogió de hombros con cierta expresión melancólica.
—Tendremos que volver al trabajo en algún momento.
McCoy y Kailyn estaban bailando un alegre vals, sonriendo durante todo el tiempo pero sin pronunciar palabra. Impulsivamente, ella le dio un beso en una mejilla y la sonrisa de él se transformó en una carcajada.
—¿Por qué ha sido eso? —le preguntó a la joven reina.
—Tenía ganas de hacerlo. Si la reina no puede besar a su compañero de baile, ¿qué hay de bueno entonces en ser una reina? —Luego agregó, con un susurro de conspiración—: ¿Tiene miedo de que el Consejo piense que hay algo entre nosotros dos?
—Lo hay. Lo habrá siempre, y no lo olvide, joven damita. Los ojos de ella se animaron, y la niña que había dentro brilló en el interior.
—Entonces, ¿vendrá a visitarme… quiero decir a visitarnos… otra vez?
Él asintió… y sintió que alguien le tocaba un hombro. Se volvió y levantó la mirada hacia el rostro de un joven teniente shadiano, rubio, de rostro aniñado, que llevaba el pecho cubierto de medallas. Era al menos una cabeza más alto que McCoy.
—¿Me permite este baile con su alteza?
McCoy sintió que lo acometía, otra vez, la sensación de vejez; se sintió encorvado y canoso… pero la atajó justo a tiempo y se irguió.
—Por supuesto… hijo. —Antes de entregarle la mano de Kailyn, McCoy murmuró al oído de la joven—: ¿Me creería usted si le dijese que en mi juventud tenía el mismo aspecto que él?
Ahora fue ella quien se echó a reír, y McCoy fijó aquella imagen en su mente.
En el borde de la pista de baile, encontró a Spock y Kirk, y se unió a ellos para beber la última copa.
—No hay duda de que esa muchacha ha madurado —comentó Kirk.
—Tenía que hacerlo, Jim.
—Su padre siempre hizo lo que debía. Si ella ha heredado ese instinto, será una buena reina.
—Capitán —dijo Spock con tono formal—, creo que ha encontrado usted un terreno común en el que el doctor McCoy y yo podemos estar plenamente de acuerdo.
—Me gustaría que eso se convirtiera en uno de mis hábitos, caballeros —aseguró Kirk.
McCoy meneó la cabeza y sonrió.
—No lo conseguiría en toda su vida, Jim.
FIN