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Authors: Katherine Neville

El círculo mágico (46 page)

BOOK: El círculo mágico
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—Eso es porque nadie ha hecho la pregunta clave: ¿por qué motivo se dirigieron ahí los soviéticos? —dijo Dacian—. La respuesta es simple. Igual que Hitler cincuenta años antes, buscaban la ciudad sagrada.

Wolfgang y yo dejamos de rellenar libros un momento, con los ojos fijos en Dacian. Él dio unos golpecitos en el mapa como si pensara y nos obsequió con una sonrisa esquiva.

—Las ciudades mágicas han abundado siempre en esta región —comentó—. Algunas están históricamente documentadas, mientras que otras constituyen especulación o mito, como la Chandu mongol, el Xanadu de Kublai Kan, descrita por Marco Polo, o el retiro himalayo de Shangri La, que según la leyenda aparece sólo una vez cada milenio. Luego, la región más occidental de China, la república de Xingjiang: en la década de los veinte, el místico ruso Nikolái Roerish registró relatos que recogió desde Cachemira hasta la Xinxiang china y el Tíbet sobre la fabulosa ciudad hundida de Shambala, una versión oriental de la Atlántida. Se creía que la tierra se había tragado esta ciudad milagrosa, que pronto volvería a emerger para marcar el nacimiento de un nuevo eón.

Dacian tenía los ojos cerrados, pero mientras deslizaba el dedo sobre el mapa, parecía capaz de ver cada uno de los puntos que tocaba. Aunque había admitido que narraba mitos, parecían resultarle tan reales que me tenía fascinada. Tuve que hacer un esfuerzo para volver a prestar atención a los papeles que se suponía estaba escondiendo.

—Es aquí, en Nepal, donde durante miles de años los budistas han creído que está enterrada la ciudad perdida de Agharti, en el interior del Kangchenjunga —prosiguió—, el tercer pico más alto del mundo, cuyo nombre significa «los cinco tesoros de la gran nieve». Después, al sur de la segunda montaña más elevada del mundo, el K2, en la zona que reclaman China, la India y Pakistán, se esconde otro tesoro misterioso junto con manuscritos sagrados. El legendario ocultista Alesteir Crowley, que fue el primero en intentar el ascenso a esta montaña en el año 1901, iba en su busca. Y la montaña más mágica de la región es el monte Pamir, llamado antes pico Stalin y ahora, pico Comunismo, en Tadzhikistán. Con casi siete mil quinientos metros de altitud, constituye el pico más elevado de la Unión Soviética. Los persas zoroástricos consideraban esta montaña el eje principal de un entramado de poder que conectaba puntos sagrados de Europa y el Mediterráneo con los del Próximo Oriente y Asia, un mecanismo que sólo puede activarse, según opina mucha gente, si concurren las circunstancias adecuadas, como sucederá en el cambio de este nuevo eón.

»Pero el más interesante de todos esos lugares sagrados fue una ciudad fundada por Alejandro Magno hacia el año 330 a.C. cerca de la actual frontera ruso-afgana. De acuerdo con la leyenda, hace miles de años existió una ciudad de gran misterio y magia en ese punto: la última de las siete ciudades legendarias de Salomón.

—¿Del rey Salomón? —soltó Wolfgang en un tono extraño—. ¿Cómo es posible?

Se levanto, habló con tranquilidad con el bibliotecario que había en el exterior, cerró las puertas cargadas de libros y regresó para sentarse a mi lado.

Yo seguí incluyendo las páginas de Pandora dentro de volúmenes, con la cabeza agachada, para que no me vieran la cara. Sabía que esta referencia a Salomón no era un comentario casual de Dacian, como tampoco las muchas alusiones de Sam: el nudo de Salomón que me dejó en el retrovisor del coche, los anagramas y el número de teléfono que me dirigían al Cantar de los Cantares. Mucha información recibida, ¿pero qué significaba? Me sentía como un reactor en el punto de masa crítica. Estaba ahí sentada intentando introducir mis barras de control y concentrarme en las conexiones. Le pasé mi montón de libros a Wolfgang, que me entregó otro.

—Es una parte del mundo que poca gente vincularía a Salomón —concedió Dacian—. Aun así, una cordillera entera que corre entre el valle del Indo y Afganistán, al sur de donde se cree que estaba la ciudad oculta, recibe su nombre: los montes Sulaymán. Los antiguos consideraban su trono, el
takht-i-Suliman,
situado en un cráter hueco de la cima, como otro eje que conectaba el cielo con la tierra.

»En cuanto a Salomón, se suele confundir mito y realidad: se afirma que era un mago con dominio sobre el agua, la tierra, el viento y el fuego; que comprendía el lenguaje de los animales y utilizó los servicios de hormigas y abejas para construir el templo de Jerusalén, y que las palomas y los videntes diseñaron su ciudad mágica del sol en Asia central, un lugar que Alejandro Magno buscó con insistencia por muchos países. Cuando Salomón llevó a Balkis, la reina de Saba, de viaje todas las ciudades que había creado, a bordo de una alfombra mágica donde había colocado un trono real, y la reina volvió la mirada hacia su patria, el genio de Salomón arrancó la cima de la montaña y depositó ahí el trono para que tuviera mejor vista. En 1883 se documentó la existencia de un
takht-i-Suliman
auténtico en una expedición de reconocimiento de la zona. En tiempos de Alejandro existía también un templo persa de fuego en ese mismo lugar. El vínculo con el culto al fuego es importante en nuestra historia. Alejandro y Salomón, ambos con un pie en la historia y otro en la leyenda, están relacionados entre sí de otras maneras: en la tradición hindú, budista, tibetana tántrica, cristiana nestoriana y hasta en el libro sagrado del islam, el Qur'án.

—¿Salomón y Alejandro están mencionados en el Corán? —me sorprendí.

—Ya lo creo —contestó Dacian—. Uno de los objetos sagrados que tanto intrigan a Wolfgang está descrito en el Corán: una piedra verde, mágica y luminosa que, según se cree, cayó del cielo hace millones de años. Salomón, iniciado en los secretos de los magos persas, se hizo montar un pedacito de esa piedra en un anillo que llevó puesto a todas horas, hasta su muerte. Alejandro buscó esta piedra por los poderes que dispensaba sobre el cielo y la tierra.

Sin dejar de escucharlo, empecé de nuevo a rellenar los libros, y Dacian inició su relato.

LA PIEDRA

Nació a las doce de una sofocante noche de verano del 356 a.C, en Pela, Macedonia. Lo llamaron Alejandro.

Antes de su nacimiento, la sibila predijo la muerte sanguinaria de Asia a manos de alguien que estaba a punto de llegar. Se cuenta que, con sus primeros llantos, el Artemision, el gran templo de Artemisa en Efeso, ardió en llamas de forma espontánea y quedó totalmente destruido. Los magos de Zaratustra, que fueron testigos de ese incendio, según nos relata Plutarco, lloraron, esperaron y se golpearon los rostros, y profetizaron la caída del vasto Imperio persa, que empezó en esa misma hora.

La madre de Alejandro, Olimpia, princesa de Epiro, era sacerdotisa de los misterios órficos de la vida y la muerte. Cuando Olimpia contaba trece años, conoció al padre de Alejandro, Filipo II de Macedoniaa, en la isla de Samotracia, en su iniciación a los misterios dionisiacos más oscuros que gobernaban los meses de invierno. En el mo mento de su matrimonio con Filipo, cinco años más tarde, Olimpia era también devota de los rituales de las bacantes, las seguidoras de Dioniso, el dios del vino, en cuya patria, Tracia, recibían el nombre de
bassarides
por las pieles de zorro que vestían (y poco más) cuando bailaban con frenesí en las colinas toda la noche, borrachas de vino sin diluir, sedientas de sangre y arrebatadas de lujuria. Poseídas por el dios, las
bassarides
capturaban animales salvajes con las manos y los descuartizaban con los dientes. En esos momentos, recibían el nombre de ménades, las frenéticas.

Olimpia solía compartir su lecho con la serpiente del oráculo, una pitón adulta, costumbre que atemorizaba tanto a su marido que, durante cierto tiempo pospuso la concepción de un hijo. Pero el oráculo indicó a Filipo que perdería un ojo por contemplar a su esposa en una cópula con el reptil sagrado, un acontecimiento místico en que el rayo de Zeus le abría la matriz y de ella surgían llamas, que anunciaban un niño que un día prendería fuego al Este. Según el oráculo el matrimonio debía consumarse. Su hijo uniría los cuatro lados y despertaría al dragón de la fuerza latente en la tierra, de modo que se iniciaría una nueva era.

Alejandro era rubio, sonrosado y atractivo, con una figura elegante y un ojo gris azulado y el otro, castaño oscuro. Tenía una mirada dulce e irradiaba una fragancia agradable y maravillosa por la boca y por todos los poros de la piel debido a su naturaleza cálida y apasionada. La educación que recibió de Aristóteles el joven príncipe incluyó la formación en la metafísica y en los secretos de los magos persas. Pronto se mostró más inteligente de lo que correspondía a su edad. Su madre Olimpia le enseñó los misterios. Se convirtió en un corredor veloz, un jinete espléndido, un hábil guerrero y era admirado por todo el reino de su padre.

Pero cuando cumplió los dieciocho, la vida de Alejandro cambió. Su padre se divorció de su madre, la desterró y se casó con una joven macedonia, Cleopatra, quien pronto le ofreció un nuevo heredero en la línea sucesoria. Olimpia, presa de ira, recurrió a sus poderes mágicos, que eran extraordinarios. Mediante estratagemas y maldiciones consiguió que uno de los amantes masculinos de Filipo lo asesinara, de modo que Alejandro pudiese acceder al trono. Alejandro contaba veinte años cuando, debido a la muerte de su padre, se convirtió en rey de Macedonia.

Lo primero que hizo fue llevar a sus vecinos Iliria y Tracia al redil macedonio. Luego incendió la ciudad rebelde de Tebas, en la zona central de Grecia, y esclavizó a su población. En la costa jónica de la actual Turquía, las ciudades griegas habían estado sometidas al vasallaje persa durante más de ciento cincuenta años. Alejandro se decidió a derrotar a los persas y a restablecer la democracia y, en algunos casos la autonomía, en las anteriores colonias griegas. Su misión inicial, romper el dominio del Imperio persa que había durado doscientos años en el mundo oriental y occidental, fue pronto sustituida por la de dominar el mundo. Su misión última sería la de unirse con el líquido divino: convertirse en un dios viviente.

Los ejércitos de Alejandro se introdujeron en Asia a través de Frigia (la actual Anatolia, en la Turquía central) y llegaron a Gordion. En el siglo VIII a.C, cuatrocientos años antes de Alejandro, un oráculo anunció al pueblo de Frigia que un día aparecería su rey verdadero y que se le reconocería por el hecho de que, al entrar por las puertas de la ciudad, un cuervo se posaría en su carro. Un pastor, Gordias, se aproximó por la carretera del este. Al llegar a la primera ciudad, un cuervo profético se posó en el yugo de su carro de bueyes y entraron juntos en la villa. La gente aclamó a Gordias y lo acompañó al templo, donde lo coronaron rey. Pronto se descubrió que nadie era capaz de desatar el complejo nudo de la correa de cuero que unía el yugo al timón del carro. El oráculo predijo que quien desatara el nudo se convertiría en el señor de toda Asia. Se trataba del nudo gordiano que, cuatrocientos años después, Alejandro cortaría por la mitad con su espada.

Gordias se casó con la profetisa del oráculo de Cibeles, nombre que significa a la vez cueva y cubo, la gran diosa madre de toda la creación desde la época glaciar. Cibeles había nacido en el monte Ida, en la costa jónica, desde donde los dioses observaron la guerra de Troya, pero su trono principal se encontraba en Pesinunte, a sólo veinte kilómetros de Gordion, donde se conservaba como una piedra meteorítica negra. Ciento veinte años después de la muerte de Alejandro, esta roca fue llevada a Roma y conservada en la colina palatina para protegerla frente a Aníbal y sus fuerzas durante las guerras púnicas. Permaneció allí, ejerciendo el poder frigio, hasta bien entrada la época de los cesares.

Gordias y su esposa profetisa adoptaron al hijo medio mortal de la diosa Cibeles, un chico llamado Midas porque, al igual que la diosa, había nacido en el monte Ida. Midas se convirtió en el segundo rey de Frigia. Cuando aún era un muchacho, Midas viajó acompañado por el centauro Sileno, tutor del dios Dioniso, a Hiperbórea, una tierra mágica situada más allá del viento del norte, relacionada con la estrella polar y el eje del mundo. A su regreso, Dioniso recompensó a Midas concediéndole un deseo. Midas pidió convertir en oro lo que tocara. En la actualidad todavía fluye oro en los ríos en los que un día se bañó.

En el año 333 a.C, cuando Alejandro cortó el nudo gordiano, visitó la tumba del rey Midas, el templo de Cibeles, para ver la piedra negra y, por último, el templo del dios patrón de los reyes frigios, Dioniso. Tras haberse refrescado en los manantiales y pozos de los dioses orientales, procedió a conquistar el Este: Siria, Egipto, Mesopotamia, Persia, Asia central e India.

El acontecimiento más relevante de esas campañas se produjo en Asia central, en la Roca Sin Pájaros, ciudad construida sobre una torre de roca de dos mil metros de altura, que era considerada el pilar que sostenía el cielo; tan alta que era imposible atacarla con una catapulta. Alejandro seleccionó trescientos soldados de las regiones montañosas de Macedonia, capaces de escalar a mano los acantilados y los muros de la ciudad; una vez arriba, dispararon flechas a los defensores, quienes se rindieron.

El Corán explica que en algún lugar cercano a este punto, Alejandro construyó unas inmensas puertas de hierro para cerrar un paso de montaña difícil frente a la tribu de Gog, procedente del país de Magog, tribu que más adelante se denominaría mongol. También fue en ese lugar donde construyó su ciudad santa, sobre el anterior emplazamiento de la séptima ciudad de Salomón. Se dice que la piedra sagrada de Salomón permanece enterrada como piedra angular, lo que permite a la ciudad emerger en los albores de cada nuevo eón.

Una vez pacificada la región situada más allá del Oxus, una tropa de nobles llegó procedente de Nisa, un valle al otro lado del Hindu Kus. Cuando vieron a Alejandro, estaba en plena batalla con la armadura puesta y cubierto de polvo. No obstante todos se quedaron sin habla y se postraron en el suelo sobrecogidos porque reconocieron en él esas cualidades divinas que ya habían detectado los sumos sacerdotes egipcios y, cómo no, los magos persas. Los nobles de Nisa invitaron a Alejandro y a sus hombres a visitar su país, que según afirmaban era el lugar de nacimiento del «dios de Nisa», Dioniso, también dios principal de Macedonia.

Se cuenta que la visita de Alejandro a Nisa supuso el punto de inflexión en su corta pero influyente vida. Acercarse a ese valle verde que se extendía entre cordilleras montañosas era como entrar en un terreno mágico y perdido. El valle no sólo se vanagloriaba de sus viñedos exclusivos y de los vinos embriagadores que a Alejandro le encantaba beber, sino que también era el único lugar de esa parte del mundo donde crecía la hiedra, planta consagrada al dios.

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