Deseo concedido (16 page)

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Authors: Megan Maxwell

BOOK: Deseo concedido
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Sentir el calor de sus palabras y su ardiente mirada hizo a Megan sonreír.

—¿Por qué pides disculpas? Fue algo que los dos deseábamos. Además —dijo clavándole sus ojos negros—, tengo que reconocer que a mí me gustó.

—¡¿Te gustó?! —sonrió por aquel arranque de sinceridad.

—Aunque no es un tema para que una mujer lo hable —susurró notando que el calor le inundaba la cara—, espero que a ti también te gustara.

—Fue maravilloso, como tú —respondió echándose encima de ella y, sin previo aviso, comenzó a hacerle cosquillas. Zac tenía razón. Megan se carcajeaba mientras pataleaba descontrolada—. ¡Mmm…, me encanta que tengas cosquillas!

—¡Para! Por favor, Duncan, ¡no puedo más! —chilló al notar los dedos de él cosquilleándole el cuello y bajo los brazos.

—Vale…, vale. Pararé porque los criados pensarán que te estoy haciendo algo peor —rio divertido sintiendo una alegría y una jovialidad olvidadas durante años.

Se levantó mientras la miraba muerto de risa por sus grandes carcajadas, se dirigió hacia la bañera y, agachándose, cogió agua con las manos para echársela en la cara. Megan, sin ningún pudor, se levantó de un salto, dio un empujón a Duncan y éste cayó vestido dentro de la bañera derramando parte del agua sobre el suelo.

Al darse cuenta de lo que había hecho, se tapó la boca con ambas manos sin saber si reír o huir. Al ver que Duncan, chorreando, salía de la bañera con ojos de venganza y una maravillosa sonrisa, echó a correr hacia el otro lado de la habitación, soltando grandes carcajadas mientras cogía un cobertor para taparse.

—Ven aquí, Impaciente —susurró cogiéndola en brazos envuelta en el cobertor.

—¡Duncan! ¡No! —gritó al verle las intenciones—. ¡Ni se te ocurra tirarme! Piensa en los puntos de mi cabeza. Oh… ¡Por todos los dioses! ¿Has visto el agua que corre por el suelo? ¿Qué pensará todo el mundo?

—Pensarán que nos hemos intentado ahogar.

Tras decir aquello, la soltó dentro de la bañera, donde el agua de nuevo rebosó cayendo estrepitosamente sobre el suelo. De un tirón, sacó el empapado cobertor dejándola desnuda dentro de la casi vacía bañera. Duncan, disfrutando como un niño y escuchando las risas de su alocada mujer, se metió vestido y empapado tras ella, sentándola entre sus piernas mientras decía:

—Bien, cariño. Siempre recordaremos nuestro primer baño, juntos.

—Sí, sí que lo recordaremos —asintió besándole mientras él se dejaba llevar por la pasión.

Aquella mañana, Shelma, que había pasado una preciosa y apasionada noche de bodas con Lolach, al salir y cerrar la arcada de su habitación se sorprendió al ver salir agua bajo la puerta de Megan.

—¿Eso es agua? —preguntó mirando a su marido—. Pero ¿qué está pasando ahí dentro?

—Agua perfumada —sonrió Lolach al escuchar las risas de su amigo y su mujer.

Sin saber qué pensar, Shelma le miró y con el ceño fruncido preguntó:

—¿Estarán bien?

—Oh, sí…, tesoro. Ellos están muy bien. —Cogiéndola de la mano apremió—: Vayamos al salón a recobrar fuerzas para continuar nuestras cosas donde las habíamos dejado.

Y así, tras comer como lobos, Shelma y Lolach volvieron a su habitación, de la que, al igual que Duncan y Megan, no salieron hasta el día siguiente.

Tras una noche en la que Duncan saboreó la dulzura de su mujer, al amanecer le dio un mimoso beso en la mejilla, se levantó de la cama, se vistió y bajó al salón, donde Magnus, Axel, Niall y sus hombres lo recibieron entre gritos jubilosos.

Megan despertó entrada la mañana. Al comprobar que Hilda no traía la bañera y que Duncan no aparecía, se levantó de la cama, se puso un vestido de Gillian y se reunió con las mujeres en el cuarto de costura de Alana, donde compartieron secretos de alcoba entre risas y voces bajas.

De pronto, unas voces de alarma, hicieron que las cuatro mujeres se asomaran a la ventana. Allí, un guerrero le entregaba unos papeles a Axel y Duncan. Tras dar lectura a la misiva, Duncan maldijo en voz alta, asustando a todas las mujeres menos a Megan, que levantó una ceja al escucharle. No debían de ser buenas noticias.

En ese momento, apareció Zac jugando con unos niños. Todos llevaban espadas de madera hechas por Mauled. Al ver al niño, Duncan olvidó su mal humor y se acercó a él.

—¿Estás jugando con los amigos?

—Sí. Somos guerreros —asintió el niño.

Con una media sonrisa, Duncan le descolocó el pelo y el pequeño se revolvió.

—No te alejes, ¿vale?

El niño sonrió y salió corriendo detrás de sus amigos. Al volverse, Duncan se encontró con la mirada de las mujeres, aunque la única que él capturó fue la de su mujer. Ambos se observaron. Él le dedicó una sonrisa que hizo saltar el corazón de Megan. Después, volvió la cabeza y continuó hablando con los hombres.

—Creo que serás muy feliz con él —le murmuró Alana al oído.

—Tengo sed —susurró Megan—. Bajaré a por un poco de agua.

Sin mirar atrás, Megan salió de la habitación. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué su corazón y todo su cuerpo reaccionaban así cuando veía a Duncan?

Pensativa, comenzó a bajar los escalones. Iba tan abstraída en sus pensamientos que despertó cuando su cuerpo chocó contra alguien. Era Sean, que sin ninguna delicadeza la asió del brazo y la empujó contra un rincón.

—¡Suéltame, loco! —bufó Megan—. ¿Cómo te atreves a tratarme así?

—¿Y tú? ¡¿Cómo te atreves a desposarte con ése?! —exclamó, rojo de ira—. Cuando te pedí cientos de veces que fueras mi esposa.

—Sean. ¡Maldita sea! —Intentó no gritar—. Nunca he querido ser tu mujer.

—¡Malditos seáis los dos! —gruñó dándole una torta que la dejó por completo desconcertada—. ¿Qué buscas? ¡¿Dinero?! ¿O ser la señora de un gran castillo?

—Como vuelvas a tocarme —le amenazó notando el calor que había dejado aquella mano en su cara—, te juro que lo vas a lamentar.

—Todos tenían razón —prosiguió el muchacho—. Eres una maldita
sassenach
, ambiciosa. ¡Qué pena! Si tu abuelo levantara la cabeza y viera que te has convertido en la ramera de ese Halcón… ¿Crees que ese
highlander
estará mucho contigo? Te utilizará y, cuando se canse, seguirá revolcándose con las mujeres que siempre tiene a su alrededor.

—¡Cállate y aléjate de mí! —gritó Megan empujándole con todas sus fuerzas justo en el momento en que Duncan aparecía por las escaleras y les miraba con cara de pocos amigos.

¿Qué hacía su mujer con aquel muchacho? ¿Y por qué ambos parecían acalorados?

—¡¿Qué ocurre aquí?! —bramó Duncan.

—Oh…, no te preocupes —disimuló Megan—. Estuve a punto de caer y, gracias a su rapidez, Sean logró que…

—¿Es eso cierto? —preguntó Duncan mirando al joven.

—Sí,
laird
McRae —respondió bajando la cabeza. No quería mirarlo para que no viera la rabia que convivía en sus ojos.

—Te puedes ir —le indicó con frialdad Duncan al muchacho, que rápidamente se alejó. Mirando a su mujer, preguntó—: ¿Qué hacías aquí sola con él?

—Te lo acabo de contar —contestó incómoda por verse obligada a mentirle.

—No te creo —dijo acercándose a ella—. ¿Me estás mintiendo? Te advierto que odio que…

—¿Me estás amenazando? —preguntó ella, de nuevo contra la pared, con la diferencia de que ahora era Duncan quien la inmovilizaba con su cuerpo—. Te advierto que odio que me amenacen.

—No te amenazo —susurró acercando sus labios—, intento aclarar una situación extraña. No quiero que vuelvas a estar a solas con él. Me ha parecido que estaba enfadado. ¿Por qué?

—Que no…, que no —susurró ella. Y para desviar el tema besó a su marido en los labios.

En ese momento, apareció Axel, que, al verlos contra la pared, tosió para hacer notar su llegada. Duncan dejó paso sin muchas ganas y ella se escabulló con rapidez escaleras abajo.

—¿Quién es Sean? —preguntó Duncan, molesto por no haber aclarado aquel malentendido con su escurridiza mujer.

—Es uno de los mozos del castillo —respondió sonriendo Axel al ver lo posesivo que era su amigo con su mujer—. Tranquilo, Duncan. No creo que Megan le otorgue sus favores a ese muchacho teniéndote a ti.

—¡Vete al cuerno! —rio Duncan dándole un puñetazo mientras ambos subían hacia las almenas. Tenían que hablar.

Acabada la comida, todos pasaron al salón privado de Axel. Tenían algo que comunicar a las mujeres.

—¿Qué ocurre? —preguntó Gillian, que malhumorada observaba cómo Niall tonteaba con una de las criadas delante de ella, lo que le hizo sentir deseos de coger un tronco del hogar y lanzárselo a la cabeza.

—Tenemos que partir a Stirling. Robert de Bruce nos ha convocado para una reunión urgente —comunicó Axel dejándolas con la boca abierta.

Las mujeres se miraron entre ellas, especialmente Megan y Shelma.

—Pero yo pensaba que nos ayudaríais a buscar a las personas que… —comenzó a decir Megan mirando a su marido, que la observaba apoyado en el hogar.

—Eso lo solucionaremos a nuestro regreso —respondió Axel—. Lo que me preocupa ahora es dejaros solas.

—No se quedarán solas —protestó Niall retándole con la mirada—. Hemos decidido que yo permaneceré aquí, con ellas. Vosotros tres sois los
lairds
de vuestras tierras y Robert os reclama a vosotros. Creo que esta vez mi presencia puede ser prescindible.

—¡Santo cielo! —susurró Alana al escuchar aquello mientras veía cómo Gillian sonreía encantada.

—No termina de convencerme que te quedes tú con ellas —bufó Axel al intuir problemas a su vuelta—, pero no nos queda más remedio. Robert nos necesita.

—Y yo necesito encontrar a los asesinos de mi abuelo y de Mauled —gritó Megan, inquieta por la pasividad de Duncan—. Pero, como he dicho otras veces, ya me ocuparé yo de encontrarlos.

—¡Ya basta! —rugió Duncan—. No te moverás de aquí hasta que yo vuelva. ¡Te lo ordeno!

—¡¿Qué has dicho?! —preguntó Megan levantando una ceja.

Al escucharla, Shelma tuvo que desviar la mirada para no reírse y disimular ante la mirada de Lolach.

—Megan —comenzó a decir Axel—, escucha porque creo que…

—¡Axel! —vociferó Duncan, interrumpiéndole mientras se acercaba a su esposa—. Si no te importa, seré yo quien le diga a mi mujer las cosas. —Plantándose ante ella habló clavando su dura mirada—. Te ordeno que no hagas nada de lo que luego te puedas arrepentir.

Sin apartarse de él, ella sonrió y ante el desconcierto de todos, incluido su marido, respondió:

—No me mires con tu mirada de Halcón porque no me das miedo.

Axel, incrédulo de lo que había escuchado, miró a Niall, que sonrió, y a su mujer Alana, que con gesto reprochador observaba la situación.

—Repito —alzó la voz Duncan al ver el poco respeto que le tenía su mujer—. No hagas nada de lo que te puedas arrepentir.

—Mi señor —asintió cómicamente haciéndole una reverencia que dejó sin palabras a Duncan y escandalizó aún más a Alana—. Marchad tranquilo. No haré nada que os pueda intranquilizar. Os prometo que obraré como realmente deba hacer. No os preocupéis.

Aquella actitud no agradó a Duncan, pero calló.

—¿Cuánto tiempo creéis que os tomará este viaje? —preguntó Shelma, angustiada al ver el enfado de su cuñado y la mofa en las palabras de su hermana. La conocía y sabía que la orden de Duncan nunca sería cumplida.

—No lo sabemos, pero volveremos cuanto antes —respondió Lolach, y tomándola de las manos dijo—: Te prometo que, cuando volvamos, lo primero que haremos será buscar a los responsables de lo ocurrido aquí hace unos días. —Mirándola a los ojos le indicó—: Espero que a mi regreso todo siga como a mi marcha.

Por el rabillo del ojo ambas hermanas se miraron y Gillian sonrió.

—Seguro que sí —asintió Shelma—. ¿Acaso lo dudas?

En ese momento, alguien llamó a la puerta. Era Myles, que les informó de que los hombres y sus caballos estaban ya preparados para partir. Axel tomó a Alana y a Gillian del brazo y abandonaron el despacho. Niall se marchó con Myles, mientras que Lolach y Shelma les seguían a una distancia prudencial.

—Mi hermano velará por tu seguridad y por la del resto —susurró Duncan intentando ser más suave. Odiaba marcharse en ese momento, pero no podía hacer otra cosa—. Espero que sepas comportarte como creo que sabes.

—No lo dudes —respondió ella con una sonrisa que lo desconcertó aún más.

—Megan, no quiero que te ocurra nada —dijo tomándola de la mano al tiempo que intentaba besarla—. Te prometo que, en cuanto regrese, buscaré a esas personas, pero ahora tengo que partir. Robert nos espera y no puedo decepcionarlo.

—Que tengas buen viaje, Duncan —le deseó tiesa como una tabla, sin querer besarle.

—¡Muy bien! —rugió como un animal al ver la pasividad de ella.

Deseaba besarla, pero no iba a rogar. Salió por la arcada sin mirar atrás, dejándola al borde de las lágrimas. Pero ella se controló hasta que dejó de escuchar sus pasos.

Los guerreros, inquietos y felices por partir, esperaban en el patio de armas a que los tres
lairds
montaran en sus sementales. Partieron sin mirar atrás y, tras subir la colina, desaparecieron de su vista.

—Espero que os portéis bien y no me deis demasiado trabajo —señaló Niall mirando a las mujeres y a Magnus, que había preferido no estar presente cuando les comunicaran a las muchachas la buena nueva.

—Yo te ayudaré a cuidarlas —se ofreció Zac tomándole de la mano.

—Tú, tranquilo —murmuró Alana al ver cómo Gillian le miraba—. Creo que estarás demasiado atareado como para ocuparte de todas nosotras.

Capítulo 11

Aquella noche, tras la cena en el salón del castillo, Megan y Shelma decidieron acercarse hasta lo que había sido su hogar. Al llegar a lo alto de la colina, sus miradas se fijaron en los restos calcinados de su cabaña. Con una calma extraña, ambas bajaron la colina pensando en la cantidad de veces que habían hecho aquel mismo camino, sabiendo que Mauled y el abuelo Angus saldrían a su encuentro y las saludarían con sonrisas.

—Qué tristeza, ¿verdad? —susurró Shelma mirando a su alrededor.

—Sí —asintió Megan con un nudo en la garganta—. Daría mi vida por que el abuelo y Mauled estuvieran vivos.

—Hubieran disfrutado mucho en nuestra boda. Además, conociendo al abuelo y a Mauled, creo que Lolach y Duncan les gustaban, ¿verdad?

Megan miró a su hermana y asintió. Su abuelo y Mauled hubieran estado encantados.

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