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Authors: Megan Maxwell

Deseo concedido (22 page)

BOOK: Deseo concedido
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—Me has dado un placer enorme, no me has hecho daño. Pero si quieres —dijo viendo que ella comenzaba a sonreír y que su sexo de nuevo se tensaba—, puedes volver a repetir lo que hiciste. Me encantaría gritar de placer de nuevo.

—Oh… Duncan. Deseo que vuelvas a gritar de placer —sonrió mientras navegaba en la profundidad de sus ojos.

—Deseo concedido, mi amor —sonrió tomando su boca—. Deseo concedido.

Aquella noche, cuando Megan y Duncan bajaron al salón del castillo se encontraron en la larga mesa sentados a todos. Shelma, al ver a su hermana con una media sonrisa, supo que ¡era feliz!

—¿Alguien avisó a Niall? —preguntó Alana atrayendo la mirada ofuscada de Gillian—. Quizá tenga hambre y quiera comer algo.

—No te preocupes —dijo Axel acariciando la mano de su esposa—. Un
highlander
puede estar sin comer varios días. No sería la primera vez que Niall pasa hambre. Además —prosiguió clavando sus ojos en los de su hermana—, no creo que le apetezca comer.

—Pero ¿qué necesidad tiene de pasar hambre? —señaló Megan mirando a Duncan, que desde que había salido de la intimidad de la habitación había vuelto a adoptar una expresión seria y hosca.

—Mi hermano estará bien —respondió con voz ronca.

La cena transcurrió con celeridad. Magnus se dio cuenta de la prisa que aquellos tres jóvenes matrimonios tenían por volver a sus habitaciones. Con una sonrisa, les despidió uno a uno, quedando a solas con Gillian, una vez que se marchó Zac con Frida.

—Pareces triste, pequeña mía.

—Me da tristeza que mañana Megan y Shelma se marchen —respondió evitando decir más—. Las echaré muchísimo de menos.

—Entiendo —asintió Magnus sentándose a su lado—. ¿Te he contado alguna vez cómo conocí a tu abuela Elizabeth?

—No. Siempre hablas de lo buena que era, pero nunca de cómo os conocisteis —señaló mirándole a los ojos. Sabía por Axel que hablar de ella le dolía en el corazón.

—Hace muchos años, cuando yo era un fornido, gruñón y joven guerrero, mi padre, Veléis, me envió junto a Marlob, el abuelo de Duncan y Niall, a Edimburgo. Debíamos entregar un mensaje a un enlace. En el camino, encontramos varios pueblos quemados y devastados por el mal inglés —indicó el anciano endureciendo la voz—. Les ayudamos en lo que pudimos, pero continuamos nuestro camino, prometiendo que a nuestra vuelta les llevaríamos comida. Cuando llegamos a Edimburgo, nuestras vidas corrieron auténtico peligro. Nadie nos avisó de que el poder inglés se había hecho muy fuerte en aquella zona, por lo que a duras penas pudimos culminar nuestra misión. Una noche, cuando nos arrastrábamos por las calles de Edimburgo en busca de nuestro enlace, escuchamos los gemidos de una mujer. Marlob, que siempre fue muy impetuoso, se lanzó a buscar la procedencia de aquellos gemidos. Nos encontramos algo terrible. Ante nosotros, una joven mujer con un bebé en brazos lloraba enloquecida la muerte de su hijo. Ni que decir tiene que intentamos ayudarla, en especial Marlob. Yo era demasiado huraño como para implicarme en algo así y más siendo una inglesa la que lloraba con desesperación. Como pudimos le quitamos el bebé de los brazos y lo enterramos.

—Qué triste, abuelo —susurró Gillian.

—Nunca olvidaré su tristeza y su mirada perdida el día que nos despedimos de ella. Tiempo después, conseguimos encontrar a nuestro enlace. Al finalizar nuestra misión, intentamos regresar a casa. Pero fuimos interceptados en el camino y hechos prisioneros.

—¿Fuiste prisionero de los ingleses?

—Sí, tesoro. Estuvimos cerca de dos meses en las mazmorras de la gran fortificación de Edimburgo. Fue terrible. Estábamos rodeados de muerte y putrefacción. Las ratas nos despertaban por la noche mordiéndonos los pies, pero una noche, cuando pensábamos que nuestro fin estaba cercano, apareció ante nosotros una mujer con exquisitas y elegantes ropas, que con la ayuda de unos hombres nos sacó de allí. Nos llevó a un lugar seguro y cuidó de nosotros hasta que las fuerzas regresaron a nuestros cuerpos. Aquella mujer era la misma que tiempo atrás lloraba con el bebé en brazos. Poco después, nos enteramos de que era la hija del barón William Potter. Éste había renegado de ella y la expulsó de su hogar por ayudar a algunos sirvientes de ascendencia escocesa. El niño que aquella noche ella portaba muerto en sus brazos no era su hijo. Era el hijo de su sirvienta Hedda, que antes de morir le rogó que cuidara de él. Pero el barón Potter, al enterarse de que su hija cuidaba al bebé, lo cogió y lo lanzó por la ventana.

—¡Qué horror! —murmuró Gillian llevándose las manos a la cabeza.

—Aquello cambió la vida de mi preciosa Elizabeth —sonrió el anciano al recordarla—. La noche que Marlob y yo la dejamos, volvió a la casa de su padre y, tras recuperar escasas ropas y algunas monedas, comenzó a auxiliar a todo inglés o escocés que lo necesitara. Una tarde se enteró de que dos guerreros escoceses habían sido capturados, y ella, junto a un grupo de proscritos, redujo a los carceleros y liberó a los presos. Ni que decir tiene que, a partir de ese momento, ella pasó a ser tan proscrita como nosotros, por lo que Marlob y yo decidimos no abandonarla. Si la cogían, moriría decapitada por traición. —Tomando aire, Magnus prosiguió—: Por aquel entonces, Marlob intentó cortejarla, pero ella ya se había fijado en mí. Un gruñón y arisco guerrero que ni siquiera la miraba, a pesar del agradecimiento que sentía por ella. En nuestro viaje de regreso, pasamos por el pueblo donde los ingleses habían sembrado la muerte y la miseria. Ella, sin amilanarse por su sangre inglesa, ayudó una por una a todas las mujeres y niños de la aldea. Ahí fue cuando me fijé en ella y comprendí que, además de ser una bonita mujer, era la mejor persona que había conocido en mi vida. Ella, que podía haber vivido feliz en el calor de un lujoso hogar, se desvivía por ayudar a los menos favorecidos, arrastrándose a la miseria y a la penuria.

—Debió de ser muy especial —sonrió Gillian a su abuelo, que asintió.

—Tu abuela me enseñó que a las personas se las debe querer y respetar por cómo son. No por lo que los demás se empeñen que son. Al principio, tuvo que luchar mucho para que la gente no la mirara como una
sassenach
, pero lo consiguió, y la gente la adoró, olvidando su pasado. Recuerdo que mi padre, cuando se enteró de su procedencia, se enfadó muchísimo conmigo. Pero ella, día a día, supo ganarse su cariño y respeto. Al final, mi padre y mi gente la querían tanto como yo.

—Es parecido a lo que les pasa a Megan y Shelma, ¿verdad?

—Oh…, esas muchachitas —sonrió al pensar en ellas—. Su fuerza me recordó muchas veces a la de mi adorada Elizabeth. Sobre todo Megan. Siempre está luchando por quien es, no por quien algunas malas personas dicen que es.

—Abuelo, ¿por qué me has contado esto?

—Porque, tesoro mío —sonrió el anciano mirándola—, las personas importantes en nuestras vidas se merecen una segunda oportunidad. Escucha, Gillian, quizá no sea yo la persona con la que debas hablar de estos temas. Pero veo cómo miras al joven Niall y cómo él te mira a ti. Sois el fuego y el agua. Si de verdad deseáis estar juntos, debéis encontrar vuestro equilibrio.

—Oh…, abuelo —gimió mirándole—. Creo que eso es algo que nunca podrá ser. Somos tan diferentes que terminaríamos matándonos.

—Querida, Gillian —sonrió al escucharla—. Si te he contado la historia de tu abuela y mía es para que te des cuenta de que las personas, cuanto más diferentes, más se atraen. Tu abuela y yo lo teníamos todo para matarnos: yo escocés, ella inglesa; yo un guerrero bruto, ella una señorita de buena familia; yo un huraño mandón, ella un encanto con carácter. ¡Dios mío, recuerdo nuestras peleas!

Las carcajadas de Magnus al recordar retumbaron en el salón. Gillian, mirándole, dijo:

—Pero tú no eres huraño, abuelo. Eres amable, protector, siempre velas por nosotros.

—Todo eso se lo debo a ella. Me enseñó que en la vida existen más cosas aparte de blasfemar, mandar y pelear. Me enseñó a sonreír, a querer y a cuidar de todos vosotros. Cuando vuestros padres murieron, recuerdo que ella luchó por que tanto tú como Axel fuerais felices y, cuando enfermó, me hizo prometer que nunca permitiría que ninguno de vosotros fuera infeliz. Me recordó lo importante que era el amor para encontrar la felicidad en la vida. Si te digo esto, es porque sé que ese McRae está loco por ti, tesoro mío. Se lo veo en los ojos. —Y mirándola con ternura añadió—: ¿Me vas a negar que a ti te ocurre lo mismo que a él?

—Tienes razón, abuelo —asintió mirándole a los ojos—. Pero, de momento, nada se puede hacer. Está demasiado empeñado en ser el mejor guerrero. Un guerrero sin cargas familiares como una esposa e hijos.

—Démosle tiempo para que se dé cuenta de que en la vida existen cosas más importantes que ser el mejor guerrero —reflexionó el anciano al escuchar aquello—. Y, si no es así, ya se nos ocurrirá algo, tesoro mío.

Con un gesto dulce, Gillian besó a su abuelo y éste sonrió.

—La sigues echando de menos, ¿verdad?

—Todos los días de mi vida. No hay un solo día que no recuerde a mi adorada Elizabeth —dijo levantándose junto a su nieta—. Ahora vayamos a descansar. Es tarde.

Tras despedirse de su abuelo, conmovida por lo que le había contado, subió conteniendo las lágrimas hasta las almenas, donde se desahogó. Desde allí, buscó entre la oscuridad de la noche la silueta de Niall, pero era imposible distinguirla. Poco después, entristecida y enfadada, se dirigió hacia su alcoba sin saber que aquel al que buscaba la miraba entre las sombras mientras se preguntaba qué iba a hacer para olvidarla.

Capítulo 15

Despedirse de Magnus, Gillian y su gente era triste y doloroso. Aquello era como volver a marcharse de su hogar.

Gillian, con lágrimas en los ojos y un terrible nudo en la garganta, asió la mano de Magnus mientras decía adiós. Ver a sus amigas partir y sentir la indiferencia de Niall, le partió el corazón. ¿Volvería a verlo?

La comitiva de guerreros arropaba a Megan y a Shelma, que cabalgaban entre ellos, mientras que Zac iba subido en la carreta junto a Klon y las pocas pertenencias que poseían, entre ellas un envejecido caballo llamado lord Draco.

Lolach y Duncan, junto a Niall, encabezaban aquella comitiva, la cual cada vez era más numerosa. Cada pocos metros se unían a ellos los guerreros que habían quedado de vigilancia por el camino, que al ver a las mujeres las miraban con curiosidad.

—Estoy emocionada —murmuró Shelma mirando a su alrededor.

—¿A qué se debe tanta emoción? —preguntó Megan.

—Soy feliz —susurró para que nadie la escuchara—. ¿Acaso tú no lo eres?

—Sería más feliz si no tuviéramos que separarnos.

—Es verdad —asintió Shelma. Acercando su caballo al de su hermana, preguntó—: Anoche, en vuestra intimidad, ¿qué tal fue?

—¡Shelma! —gritó Megan atrayendo la atención de todos—. ¿Cómo se te ocurre preguntarme eso?

—Por Dios, Megan, eres mi hermana —señaló mirando hacia los lados—. Ya sé que algo habíamos escuchado referente a cómo hacer a un hombre feliz, pero nunca nadie me había explicado lo que se hacía realmente. De todas formas, si te incomoda hablar de esto, no continuaré.

—No es eso —sonrió Megan y, moviéndose en el caballo, preguntó—: ¿Vas cómoda sentada en el caballo?

—¡Oh, Dios mío! —se quejó Shelma—. Ya no puedo más. Estoy dolorida y el movimiento del caballo me mata cada vez que me roza donde tú ya sabes.

—¡Calla! —se carcajeó Megan.

Aquellas dulces carcajadas sonaron demasiado altas, atrayendo las miradas de todos los guerreros y de sus esposos, que, al escucharlas, las regañaron llevándose un dedo a la boca a modo de silencio.

—Oh…, oh, será mejor que hablemos bajo. Nuestras risas molestan.

Pero su hermana estaba dispuesta a no callar.

—Megan, ¿sufriste mucho la noche de bodas cuando Duncan se metió dentro de ti? —preguntó Shelma con curiosidad—. Yo, si te soy sincera, hubo un momento en que pensé que iba a morir de dolor, pero luego el dolor pasó… y… y… ahora me encanta.

Sonriendo ante la sinceridad de su hermana y bajando la voz para no ser escuchadas en un tema tan particular, le contestó:

—Pues claro que me dolió, Shelma. Me pasó igual que a ti. Pero, superado el momento doloroso y los días, cada vez es mejor. ¿Os habéis bañado juntos en la bañera?

—No —negó Shelma mirándola con los ojos muy abiertos.

—Oh… Shelma —se sonrojó al recordar—, es maravilloso. Báñate con él y verás qué sensaciones más extrañas sentirás al estar mojados y resbaladizos.

—Lo haré —asintió guardando aquella información—. Por cierto. Me asusté al verlo desnudo. Y mira que he visto mil veces a Zac. Pero, entre tú y yo, hermana, nunca me imaginé que aquello pudiera crecer tanto… tanto… ¡Increíble!

Al escuchar aquello, Megan no pudo reprimir una sonora carcajada uniéndose a ella Shelma. De nuevo, todos las miraron. Duncan miró a Megan con seriedad, por lo que ella tuvo que hacer un gran esfuerzo por no continuar riendo, a pesar de que era lo que más le apetecía.

Niall, que continuaba enfadado con ellas, se acercó y con semblante serio señaló:

—Os agradeceríamos que dejarais de montar escándalo. Estamos pasando por el territorio de los Campbell.

—Y ¿qué pasa? —preguntó Shelma sonriente.

—Tuvimos un pequeño percance con Josh Campbell hace años. Por norma, ellos pasan por nuestras tierras y nosotros por la de ellos, pero nunca está de más estar alerta. Por tanto, ¡¿seríais tan amables de cerrar esas boquitas?!

—Prometemos cerrar nuestras boquitas —afirmó Megan—, si tú nos perdonas por ser las peores mujeres del mundo y escapar del castillo sin decirte nada. Prometemos no volver a hacer nada así en tu compañía.

—Por supuesto que no volveréis a hacer nada así —bramó Niall, atrayendo ahora la mirada de los demás, y bajando la voz susurró—: El que os perdone o no es algo que haré cuando yo lo decida.

—Te siento muy ofuscado, y eso no es bueno —señaló Shelma moviendo su caballo para dejar a Niall entre las dos.

—Estoy con vosotras como os merecéis —replicó Niall con seriedad.

—Si nos das quince latigazos a cada una, ¿cambiarías de cara? —preguntó Megan percibiendo una pequeña sonrisa en él—. Niall, sabemos que hicimos mal.

El joven
highlander
, muy tieso en su caballo, no respondió.

—Súbelo a veinte latigazos —bromeó Shelma al notar que al chico le comenzaba a temblar la barbilla—, y añade encerrarnos en un cuarto sin ventanas, con un panel de abejas hambrientas.

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