»Tenemos, pues, algo más que una mera suposición como base para comenzar. El uso general que puede darse a esta tabla resulta evidente, pero en esta cifra sólo la usaremos en parte. Puesto que el signo predominante es 8, empezaremos por suponer que se trata de la
e
del alfabeto natural. Para verificar esta suposición repararemos en que el 8 aparece con frecuencia en parejas, ya que la
e
se dobla muchas veces en inglés: vayan como ejemplo las palabras
meet
,
fleet
,
speed
,
seen
,
been
,
agree
, etc. En nuestra cifra vemos que no aparece doblada menos de cinco veces, a pesar de que se trata de un criptograma breve.
»Consideremos, pues, que el 8 es la
e
. Ahora bien, de todas las palabras inglesas, «the» es la más usual; fijémonos entonces si no existen repeticiones de tres signos colocados en el mismo orden, el último de los cuales sea 8. Si descubrimos repeticiones de este tipo, lo más probable es que representen la palabra «the». Basta mirar el pergamino para reparar en que hay no menos de siete de estas series: los signos son ;48. Cabe, pues suponer que ; representa la
t
, 4 la
h
y 8 la
e
, confirmándose así el valor de este último signo. De tal manera, hemos dado un gran paso adelante.
»Sólo hemos determinado una palabra, pero esto nos permite fijar algo muy importante, es decir, el comienzo y las terminaciones de varias otras palabras. Tomemos por ejemplo la combinación ;48 en su penúltima aparición, casi al final de la cifra. Sabemos que el signo ;, que aparece de inmediato, representa el comienzo de una palabra, y además conocemos cinco de los signos que aparecen después de «the». Escribamos, pues, las equivalencias que conocemos, dejando un espacio para lo que ignoramos:
t eeth.
»Por lo pronto podemos afirmar que la porción
th
no constituye una parte de la palabra que empieza con la primera
t
, ya que luego de probar todo el alfabeto a fin de adaptar una letra al espacio libre, convenimos en que es imposible formar una palabra de la cual dicho
th
sea una parte. Nos quedamos, pues, con
t ee,
y, ensayando otra vez el alfabeto, llegamos a la palabra
tree
(árbol) como única posibilidad. Ganamos así otra letra, la
r
, representada por (, y dos palabras yuxtapuestas, «the tree».
»Si miramos algo después de estas palabras, volvemos a encontrar la combinación ;48, que empleamos
como terminación
de lo que precede inmediatamente. Tenemos así:
the tree ;4‡?34 the,
o, sustituyendo los signos por las letras correspondientes que conocemos:
the tree thr‡?3h the.
»Si ahora, en el lugar de los signos desconocidos, dejamos espacios o puntos suspensivos, leeremos:
the tree thr… the,
y la palabra
through
(por, a través), se pone de manifiesto por sí misma. Pero este descubrimiento nos proporciona tres nuevas letras,
o, u y g
, representadas por
‡
,
?
y
3
.
»Examinando con cuidado el manuscrito para buscar combinaciones de caracteres ya conocidos, encontramos no lejos del comienzo la siguiente serie:
83(88, o sea egree
que, evidentemente, es la conclusión de la palabra
degree
(grado), y que nos da otra letra,
d
, representada por
†
.
»Cuatro letras después de la palabra «degree» vemos la combinación
;46(;88*.
»Traduciendo los caracteres conocidos, y representando por puntos los desconocidos, tenemos:
th rtee,
combinación que sugiere inmediatamente la palabra «thirteen» (trece), y que nos da dos nuevos caracteres:
i
y
n
, representados por 6 y *.
»Observando ahora el comienzo del criptograma, vemos la combinación
53‡‡†.
»Traducida nos da
5good,
lo cual nos asegura de que la primera letra es
A
, y que las dos primeras palabras deben leerse: «A good» (un buen, una buena).
»Ya es tiempo de que pongamos nuestra clave en forma de tabla para evitar confusión. Hasta donde la conocemos, es la siguiente:
5 | significa | a |
† | » | d |
8 | » | e |
3 | » | g |
4 | » | h |
6 | » | i |
* | » | n |
‡ | » | o |
( | » | r |
; | » | t |
»Tenemos, pues, las equivalencias de diez de las letras más importantes, y resulta innecesario dar a usted más detalles de la solución. Creo haberle dicho lo bastante para convencerlo de que las cifras de esta clase son fácilmente descifrables y mostrarle algo del análisis racional que conduce a ese desciframiento. Tenga en cuenta, sin embargo, que el ejemplo ante nosotros pertenece a una de las formas más sencillas de la criptografía. Sólo me resta proporcionarle la traducción completa de los signos del pergamino. Hela aquí:
Un buen vidrio en el hotel del obispo en la silla del diablo cuarenta y un grados trece minutos y nornordeste tronco principal séptima rama lado este tirad del ojo izquierdo de la cabeza del muerto una línea de abeja del árbol a través del tiro cincuenta pies afuera.
—Por lo que veo —exclamé—, el enigma no parece aclarado en absoluto. ¿Qué sentido puede extraerse de toda esa jerga sobre «silla del diablo», «cabeza del muerto», y «hotel del obispo»?
—Admito —repuso Legrand— que el asunto se presenta sumamente difícil a primera vista. Mis esfuerzos iniciales consistieron en dividir la frase conforme a la división natural que debió tener en cuenta el criptógrafo.
—¿Puntuarla, quiere usted decir?
—Algo así, en efecto.
—Pero, ¿cómo es posible?
—Pensé que el autor de la cifra había decidido escribir deliberadamente las palabras sin separación, a fin de que resultara más difícil descifrarlas. Ahora bien, al hacer esto, un hombre de inteligencia rústica tenderá con toda seguridad a exagerar; es decir, que cuando en el curso de su redacción llegue a un lugar que requiera una separación o un punto, se apresurará a amontonar los signos, poniéndolos más juntos que en otras partes. Si examina usted el manuscrito, podrá advertir cinco lugares donde ese amontonamiento es fácilmente visible. Partiendo de esta noción, dividí el texto en la siguiente forma:
Un buen vidrio en el hotel del obispo en la silla del diablo - cuarenta y un grados trece minutos - nornordeste - tronco principal séptima rama lado este - tirad del ojo izquierdo de la cabeza del muerto - una línea de abeja del árbol a través del tiro cincuenta pies afuera.
—Incluso esta división me deja a oscuras —confesé.
—También a mí durante algunos días —dijo Legrand— mientras indagaba activamente en las vecindades de la isla de Sullivan, en busca de algún edificio conocido por el «hotel del obispo». Como no obtuviera informaciones al respecto, me disponía a extender mi esfera de acción y a proceder de manera más sistemática cuando una mañana me acordé repentinamente de que este «hotel del obispo» podía referirse a una antigua familia llamada Bessop que, desde tiempos inmemoriales, posee una casa solariega a unas cuatro millas de las plantaciones. Reanudando mis averiguaciones en el norte de la isla, me encaminé hacia allá para hablar con los negros más viejos de las plantaciones. Por fin, una mujer de mucha edad me dijo haber oído hablar de un sitio denominado
Bessop’s Castle
(castillo de Bessop), y que creía poder guiarme hasta allá, pero que no se trataba de ningún castillo ni posada, sino de una elevada roca.
»Ofrecí pagarle bien por su trabajo y, después de dudar un poco, consintió en acompañarme. No le costó mucho encontrar el sitio, que me puse a examinar luego de despedir a mi guía. El «castillo» consistía en un amontonamiento irregular de acantilados y rocas, una de las cuales se destacaba notablemente, tanto por su tamaño como por su aspecto artificial y aislado. Trepé a su cima y, una vez allí, me sentí profundamente desconcertado y sin saber qué hacer.
»Mientras reflexionaba mis ojos se posaron en una estrecha saliente en la cara oriental de la roca, a una yarda más o menos por debajo de la eminencia en que me hallaba. Esta saliente tendría unas dieciocho pulgadas de largo y apenas un pie de ancho; un hueco del acantilado, exactamente encima de ella, le daba un tosco parecido con una de las sillas de respaldo cóncavo usadas por nuestros antepasados. No me cupo duda de que allí estaba «la silla del diablo» mencionada en el manuscrito, y me pareció que acababa de penetrar en el secreto del enigma.
»Sabía bien que el «buen vidrio» sólo podía referirse a un catalejo, ya que los marinos de habla inglesa sólo usan la palabra «glass», vidrio, para referirse a dicho instrumento. Comprendí que se trataba de aplicar un catalejo desde un lugar definido y
que no admitía variación
. Tampoco dudé de que las expresiones «cuarenta y un grados trece minutos» y «nornordeste» constituían las indicaciones para la orientación del catalejo. Grandemente excitado por estos descubrimientos, volví en seguida a casa, me proporcioné un catalejo y retorné a la roca.
»Deslizándome sobre la cornisa vi que sólo en una posición era posible mantenerme sentado. Este hecho confirmaba mis suposiciones. Me dispuse entonces a servirme del catalejo. Por supuesto, los «cuarenta y un grados trece minutos» sólo podían referirse a la elevación sobre el horizonte visible, ya que la dirección horizontal quedaba claramente indicada por la palabra «nornordeste». Establecí este rumbo mediante una brújula de bolsillo, y luego, apuntando el catalejo en un ángulo de elevación lo más próximo posible a cuarenta y un grados, lo moví con todo cuidado hacia arriba y abajo, hasta que me llamó la atención un orificio o apertura en el follaje de un gran árbol que sobrepujaba a todos los otros a la distancia. Noté que en el centro de dicho agujero se veía una mancha blanca, pero al principio no logré distinguir lo que era. Por fin, ajustando mejor el catalejo, volví a mirar y comprobé que se trataba de un cráneo humano.
»Este descubrimiento me llenó de tal entusiasmo que consideré resuelto el enigma, ya que la frase “tronco principal, séptima rama, lado este”, sólo podía referirse a la posición del cráneo en el árbol, mientras “tirad del ojo izquierdo de la cabeza del muerto” no admitía a su turno más que una interpretación, vinculada a la búsqueda de un tesoro escondido. Comprendí que se trataba de dejar caer una bala o un peso cualquiera desde el ojo izquierdo del cráneo, y que una “línea de abeja” o, en otras palabras, una línea recta, debía ser tendida desde el punto más cercano del tronco a través “del tiro”, o sea el lugar donde cayera la bala, y extendida desde allí a una distancia de cincuenta pies, donde indicaría un punto preciso; debajo de dicho punto era por lo menos
posible
encontrar algún depósito valioso».
—Todo esto es sumamente claro —dije— y muy sencillo y explícito, a pesar del ingenio que encierra. ¿Qué hizo usted al abandonar el
hotel del obispo
?
—Pues bien, una vez que me hube asegurado exactamente de la ubicación del árbol, me volví a casa. Apenas hube abandonado la «silla del diablo», el agujero circular se desvaneció; desde cualquier sitio que mirara me fue imposible volver a descubrirlo. Esto es lo que me parece una obra maestra de ingenio (y conste que lo he verificado tras muchos experimentos): el orificio circular sólo es visible desde un punto de mira, el que ofrece la angosta saliente en el flanco de la roca.
»En esta expedición al “hotel del obispo” fui acompañado por Júpiter, quien sin duda venía observando desde hacía algunas semanas la distracción que me dominaba, y tenía buen cuidado de no dejarme solo. Pero al siguiente día me levanté muy temprano y me las arreglé para escaparme solo, marchándome a las colinas en busca del árbol. Después de mucho trabajo di con él; pero, cuando regresé por la noche a casa, mi criado tenía toda la intención de darme una paliza. En cuanto al resto de la aventura, la conoce usted tanto como yo».
—Supongo —dije— que la primera tentativa falló a causa de la tontería de Júpiter, que dejó caer el escarabajo desde el ojo derecho y no el izquierdo del cráneo.
—Precisamente. Este error produjo una diferencia de unas dos pulgadas y media en el «tiro», vale decir en la posición de la estaca más cercana al árbol; si el tesoro hubiese estado
debajo
del «tiro», la cosa no hubiera tenido consecuencias; pero el «tiro», conjuntamente con el lugar más cercano del tronco del árbol, sólo constituían dos puntos para fijar una línea de dirección. El error, insignificante en sí, fue aumentando a medida que trazábamos la línea, y al llegar a los cincuenta pies nos habíamos alejado por completo del buen lugar. De no haber estado tan absolutamente convencido de que realmente había allí un tesoro escondido, todos nuestros esfuerzos habrían terminado en la nada.
—Pero su grandilocuencia, Legrand, y esa manera de balancear el escarabajo… ¡cuán extraño era todo eso! Llegué a convencerme de que se había vuelto loco. ¿Y por qué insistió en hacer descender el escarabajo, y no una bala u otro peso?
—Para serle franco, me sentía un tanto picado por sus sospechas concernientes a mi salud mental y decidí castigarlo a mi manera, con un poquitín de mistificación en frío. Por eso balanceaba el escarabajo, y también por eso lo hice bajar desde el cráneo. Una observación suya sobre lo mucho que pesaba el insecto me decidió a adoptar este último procedimiento.
—¡Ah, ya entiendo! Y ahora sólo queda un punto por aclarar. ¿Qué deduciremos de los esqueletos que encontramos en el agujero?
—He aquí una cuestión que ni usted ni yo podríamos contestar. Sólo se me ocurre una explicación plausible… y, sin embargo, cuesta creer una atrocidad como la que mi sugestión implica. Me parece evidente que Kidd (si fue él mismo quien escondió el tesoro, cosa que por mi parte no dudo) necesitó ayuda en su trabajo. Pero, una vez terminado éste, debió considerar la conveniencia de eliminar a todos los que participaban de su secreto. Quizá le bastó un par de azadonazos mientras sus ayudantes estaban ocupados en el pozo; tal vez hizo falta una docena… ¿Quién podría decirlo?