Cuentos completos (48 page)

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Authors: Edgar Allan Poe

Tags: #Relato

BOOK: Cuentos completos
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—¿Y por qué no esta noche misma? —pregunté, frotándome las manos ante las llamas, mientras mentalmente enviaba al demonio la entera tribu de los
scarabæi
.

—¡Ah, si hubiera sabido que usted estaba aquí! —dijo Legrand—. Pero hemos pasado un tiempo sin vernos… ¿Cómo podía adivinar que vendría a visitarme justamente esta noche? Mientras volvía a casa me encontré con el teniente G…, del fuerte, y cometí la tontería de prestarle el escarabajo; de manera que hasta mañana por la mañana no podrá usted verlo. Quédese a pasar la noche; Jup irá a buscarlo al amanecer. ¡Es la cosa más encantadora de la creación!

—¿Qué? ¿El amanecer?

—¡No, hombre, no! ¡El escarabajo! Su color es de oro brillante, y tiene el tamaño de una gran nuez de nogal, con dos manchas de negro azabache en un extremo del dorso, y otras dos, algo más grandes, en el otro. Las
antennæ
son…

—¡No tiene nada de estaño, massa Will! —interrumpió Júpiter
[15]
—. Ya le dije mil veces que el bicho es de oro, todo de oro, cada pedazo de oro, afuera y adentro, menos las alas… Nunca vi un bicho más pesado en mi vida.

—Pongamos que así sea, Jup —replicó Legrand con mayor vivacidad de lo que a mi entender merecía la cosa—. ¿Es ésa una razón para que dejes quemarse las aves? El color —agregó, volviéndose a mí— sería suficiente para que la opinión de Júpiter no pareciera descabellada. Nunca se ha visto un brillo metálico semejante al que emiten los élitros… pero ya juzgará por usted mismo mañana. Por el momento, trataré de darle una idea de su forma.

Mientras decía esto fue a sentarse a una mesita, donde había pluma y tinta, pero no papel. Buscó en un cajón, sin encontrarlo.

—No importa —dijo al fin—. Esto servirá.

Y extrajo del bolsillo del chaleco un pedazo de lo que me pareció un pergamino sumamente sucio, sobre el cual procedió a trazar un tosco croquis a pluma. Mientras tanto yo seguía en mi asiento junto al fuego, porque aún me duraba el frío de afuera. Terminado el dibujo, Legrand me lo alcanzó sin levantarse. En momentos en que lo recibía oyose un sonoro ladrido, mientras unas patas arañaban la puerta. Abriola Júpiter y un gran terranova, propiedad de Legrand, entró a la carrera, me saltó a los hombros y me cubrió de caricias, retribuyendo lo mucho que yo lo había mimado en mis anteriores visitas. Cuando hubieron terminado sus cabriolas, miré el papel y, a decir verdad, me quedé no poco asombrado de lo que mi amigo acababa de diseñar.

—¡Vaya! —dije, luego de examinarlo unos minutos—. Debo reconocer que el escarabajo
es
realmente extraño. Jamás vi nada parecido a este animal… como no sea una calavera, a la cual se asemeja más que a cualquier otra cosa.

—¡Una calavera! —repitió Legrand—. ¡Oh, sí…! En fin, no hay duda de que el dibujo puede tener algún parecido con ella. Las dos manchas negras superiores dan la impresión de ojos, ¿no es verdad?, y las más grandes de la parte inferior forman como una boca…, sin contar que la forma general es ovalada.

—Puede ser —dije—, pero temo que usted no sea muy artista, Legrand. Tendré que esperar a ver personalmente el escarabajo, para darme una idea de su aspecto.

—Tal vez —replicó él, un tanto picado—. Dibujo pasablemente… o por lo menos debía ser así, ya que tuve buenos maestros, y me jacto de no ser un estúpido.

—Pues en ese caso, querido amigo, está usted bromeando —declaré—. Esto representa bastante bien
un cráneo
, y hasta me atrevería a decir que es un
excelente
cráneo, conforme a las nociones vulgares sobre esa región anatómica, y si su escarabajo se le parece, ha de ser el escarabajo más raro del mundo. Incluso podríamos dar origen a una pequeña superstición llena de atractivo, aprovechando el parecido. Me imagino que usted denominará a su insecto
scarabæus caput hominis
, o algo parecido… No faltan nombres semejantes en la historia natural. ¿Pero dónde están las antenas de que hablaba usted?

—¡Las antenas! —exclamó Legrand, que parecía inexplicablemente acalorado—. ¡No puede ser que no distinga las antenas! Las dibujé con tanta claridad como puede vérselas en el insecto mismo, y supongo que con eso basta.

—Muy bien, muy bien —repuse—. Admitamos que así lo haya hecho, pero, de todos modos, no las veo.

Y le tendí el papel sin más comentarios, para no excitarlo. Me sentía sorprendido por el giro que había tomado nuestro diálogo, y el malhumor de Legrand me dejaba perplejo; en cuanto al croquis del insecto, estaba bien seguro de que no tenía antenas y que el conjunto mostraba marcadísima semejanza con la forma general de una calavera.

Legrand tomó el papel con aire sumamente malhumorado y se disponía a estrujarlo, sin duda con intención de arrojarlo al fuego, cuando una ojeada casual al dibujo pareció reclamar intensamente su atención. Su rostro se puso muy rojo, para pasar un momento más tarde a una extrema palidez. Sin moverse de donde estaba sentado siguió escrutando atentamente el dibujo durante algunos segundos. Levantose por fin y, tomando una bujía de la mesa, fue a sentarse en un cofre situado en el rincón más alejado del cuarto. Allí volvió a examinar ansiosamente el papel, dándole vueltas en todas direcciones. No dijo nada, empero, y su conducta me dejó estupefacto, aunque juzgué prudente no acrecentar su malhumor con algún comentario. Poco después extrajo su cartera del bolsillo de la chaqueta, guardó cuidadosamente el papel y metió todo en un pupitre que cerró con llave. Su actitud se había serenado, pero sin que le quedara nada de su primitivo entusiasmo. Parecía, con todo, más absorto que enfurruñado. A medida que transcurría la velada se fue perdiendo más y más en su ensoñación, sin que nada de lo que dije lo arrancara de ella. Era mi intención pasar la noche en la cabaña, mas, al ver el estado de ánimo de mi huésped, juzgué preferible marcharme. Legrand no trató de retenerme, pero, al despedirse de mí, me estrechó la mano con una cordialidad aún más viva que de costumbre.

Había transcurrido un mes, sin que en ese intervalo volviera a ver a Legrand, cuando su sirviente Júpiter se presentó en Charleston para hablar conmigo. Jamás había visto al viejo y excelente negro tan desanimado, y temí que mi amigo hubiese sido víctima de alguna desgracia.

—Pues bien, Jup —le dije—, ¿qué ocurre? ¿Cómo está tu amo?

—A decir verdad, massa, no está tan bien como debería estar.

—¿De veras? ¡Cuánto lo siento! ¿Y de qué se queja? —¡Ah! ¡Esa es la cosa! No se queja de nada… pero está muy enfermo.

—¿
Muy
enfermo, Júpiter? ¿Por qué no me lo dijiste en seguida? ¿Está en cama?

—¡No, no está! ¡No está en ninguna parte! ¡Eso es lo que me da mala espina, massa! ¡Estoy muy, muy inquieto por el pobre massa Will!

—Júpiter, quisiera entender lo que me estás contando. Dices que tu amo está enfermo. ¿No te ha confiado lo que tiene?

—¡Oh, massa, es inútil romperse la cabeza! Massa Will no dice lo que le pasa… pero entonces, ¿por qué anda así, de un lado a otro, con la cabeza baja y los hombros levantados y blanco como las plumas de un ganso? ¿Y por qué está siempre haciendo números y más números, y…?

—¿Qué dices que hace, Júpiter?

—Números, massa, y figuras… en una pizarra. Las figuras más raras que he visto. Estoy empezando a asustarme. No le puedo sacar los ojos de encima ni un minuto, pero lo mismo el otro día se me escapó antes de la salida del sol y se pasó afuera el día entero… Ya había cortado un buen garrote para darle una paliza a la vuelta, pero no tuve coraje de hacerlo cuando lo vi volver… ¡Tenía un aire tan triste!

—¿Eh? ¿Cómo? ¡Ah, sí! Mira, Júpiter, creo que no debes mostrarte demasiado severo con el pobre muchacho. No lo azotes, porque no podría soportarlo. Pero dime, ¿no tienes idea de lo que le ha producido esta enfermedad, o más bien este cambio de conducta? ¿Ocurrió algo desagradable después de mi visita?

—No, massa, no pasó nada desagradable
desde
entonces…; Me temo que eso pasó
antes
… el mismo día que usted estuvo allá.

—¿Cómo? ¿Qué quieres decir?

—Massa… me refiero al bicho… nada más que eso.

—¿El bicho?

—Sí, massa. Estoy seguro de que el bicho de oro ha debido picar a massa Will en la cabeza.

—¿Y qué razones encuentras, Júpiter, para semejante suposición?

—Tiene bastantes pinzas para eso, massa… y también boca. Nunca en mi vida vi un bicho más endiablado… Pateaba y mordía todo lo que encontraba cerca. Massa Will lo atrapó el primero, pero tuvo que soltarlo en seguida… Seguramente fue en ese momento cuando lo picó. Tampoco a mí me gustaba la boca de ese bicho, y por nada quería agarrarlo con los dedos… Por eso lo envolví con un papel que encontré, y además le puse un pedacito de papel en la boca… Así hice.

—¿Y piensas realmente que tu amo fue mordido por el escarabajo, y que eso lo tiene enfermo?

—Yo no pienso nada, massa… Yo sé. ¿Por qué sueña tanto con oro, si no es por la picadura del bicho de oro? Yo he oído hablar de esos bichos antes de ahora.

—Pero, ¿cómo sabes que sueña con oro?

—¿Que cómo sé, massa? Pues porque habla en sueños… por eso sé.

—En fin, Jup, puede que tengas razón, pero… ¿a qué afortunada circunstancia debo el honor de tu visita?

—¿Cómo, massa?

—¿Me traes algún mensaje del señor Legrand?

—No, massa. Traigo esta carta —dijo Júpiter, alcanzándome una nota que decía:

Querido…:

¿Por qué hace tanto tiempo que no lo veo? Supongo que no habrá cometido la tontería de ofenderse por alguna pequeña brusquerie de mi parte. Pero no, es demasiado improbable.

Desde la última vez que nos vimos he tenido sobrados motivos de inquietud. Hay algo que quiero decirle, pero no sé cómo, y ni siquiera estoy seguro de si debo decírselo.

En los últimos días no me he sentido bien, y el bueno de Jup me fastidia hasta más no poder con sus bien intencionadas atenciones.

¿Querrá usted creerlo? El otro día preparó un garrote para castigarme por habérmele escapado y pasado el día solo en las colinas de tierra firme. Estoy convencido de que solamente mi rostro demacrado me salvó de una paliza.

No he agregado nada nuevo a mi colección desde nuestro último encuentro.

Si no le ocasiona demasiados inconvenientes, le ruego que venga con Júpiter. Por favor, venga. Quiero verlo esta noche, por un asunto importante. Le aseguro que es de la más alta importancia.

Con todo afecto,

William Legrand.

Había algo en el tono de la carta que me llenó de inquietud. Su estilo difería por completo del de Legrand. ¿En qué estaría soñando? ¿Qué nueva excentricidad se había posesionado de su excitable cerebro? ¿Qué asunto «de la más alta importancia» podía tener entre manos? Las noticias que de él me daba Júpiter no auguraban nada bueno. Temí que el continuo peso del infortunio hubiera terminado por desequilibrar del todo la razón de mi amigo. Por eso, sin un segundo de vacilación, me preparé para acompañar al negro.

Llegados al muelle vi que en el fondo del bote donde embarcaríamos había una guadaña y tres palas, todas ellas nuevas.

—¿Qué significa esto, Jup? —pregunté.

—Eso, massa, es una guadaña y tres palas.

—Evidentemente. Pero, ¿qué hacen aquí?

—Son la guadaña y las palas que massa Will me hizo comprar en la ciudad, y maldito si no han costado una cantidad de dinero.

—Pero, dime, en nombre de todos los misterios: ¿qué es lo que va a hacer tu massa Will con guadañas y palas?

—No me pregunte lo que no sé, massa, pero que el diablo me lleve si massa Will sabe más que yo. Todo esto es por culpa del bicho.

Comprendiendo que no lograría ninguna explicación de Júpiter, cuyo pensamiento parecía absorbido por «el bicho», salté al bote e icé la vela. Aprovechando una brisa favorable, pronto llegamos a la pequeña caleta situada al norte del fuerte Moultrie, y una caminata de dos millas nos dejó en la cabaña. Serían las tres de la tarde cuando llegamos. Legrand nos había estado esperando con ansiosa expectativa. Estrechó mi mano con un
expressement
nervioso que me alarmó y me hizo temer todavía más lo que venía sospechando. Mi amigo estaba pálido, hasta parecer un espectro, y sus profundos ojos brillaban con un resplandor anormal. Después de indagar acerca de su salud, y sin saber qué decir, le pregunté si el teniente G… le había devuelto el escarabajo.

—¡Oh, si! —me respondió, ruborizándose violentamente—. Lo recuperé a la mañana siguiente. Nada podría separarme de ese escarabajo. ¿Sabe usted que Júpiter tenía razón acerca de él?

—¿En qué sentido? —pregunté, con un penoso presentimiento.

—Al suponer que era un escarabajo de
oro verdadero
.

Dijo estas palabras con profunda seriedad, cosa que me apenó indeciblemente.

—Este insecto está destinado a hacer mi fortuna —continuó mi amigo con una sonrisa triunfante—, y devolverme las posesiones de mi familia. ¿Le extraña, entonces, que lo considere tan valioso? Puesto que la Fortuna ha decidido concedérmelo, no me queda más que usarlo adecuadamente, y así llegaré hasta el oro del cual él es índice. ¡Júpiter, tráeme el escarabajo!

—¿Qué? ¿El bicho, massa? Prefiero no tener nada que ver con ese bicho… Mejor que vaya a buscarlo usted mismo.

Legrand se levantó con aire grave y me trajo el insecto, que se hallaba depositado en una caja de cristal. Era un hermoso
scarabæus
, desconocido para los naturalistas de aquella época y sumamente precioso desde un punto de vista científico. En una extremidad del dorso tenía dos manchas negras y redondas, y una mancha larga en el otro extremo. Poseía élitros extremadamente duros y relucientes, con toda la apariencia del oro bruñido. El peso del insecto era realmente notable, por lo cual, todo bien considerado, no podía reprochar a Júpiter su opinión al respecto; pero que Legrand compartiera ese parecer era más de lo que alcanzaba a explicarme.

—Lo he mandado llamar —me dijo con tono grandilocuente y apenas hube terminado de examinar el insecto— para gozar de su consejo y su ayuda en el cumplimiento de las decisiones del Destino y del escarabajo…

—Mi querido Legrand —exclamé, interrumpiéndolo—, evidentemente usted no está bien, y sería mejor que tomara algunas precauciones. Le ruego que se acueste, mientras yo me quedo acompañándolo unos días, hasta su completa mejoría. Está afiebrado y…

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