Read Casa de verano con piscina Online

Authors: Herman Koch

Tags: #Intriga, Relato

Casa de verano con piscina (35 page)

BOOK: Casa de verano con piscina
11.01Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Antes de ver la siguiente, ya lo sabía. Lo sentí en mi propia respiración. La cámara tenía memoria para mil fotos. Lisa había sacado al menos trescientas en las vacaciones en América. Y sesenta y nueve en nuestras anteriores vacaciones, en casa de los Meier. Y según parecía, ninguna foto en todo el año que las separaba.

Un par de fotografías después aparecí desayunando en el hotelito de las montañas. Con el ojo medio cerrado e inyectado en sangre que acababa de operarme yo mismo ante el espejo aquella mañana. Dudé sobre si seguir retrocediendo. Eran las fotos que nunca había querido ver. O, mejor dicho, imágenes cuya existencia había decidido ignorar. Jamás había querido verlas: fotos de vacaciones normales que nunca más serían normales, porque sabías lo ocurrido después. Fotografías despreocupadas; por decirlo de algún modo, fotografías donde no pasaba nada. Tu hija de trece años montada en un cocodrilo hinchable en la piscina. Tu hija sonriendo… de momento.

Pero gracias a lo que había visto en las fotos de América, ahora todo era distinto. Ahora quería comprobar con mis propios ojos si era cierto: si, un año atrás, Julia era una niña, y ahora ya no.

Así que seguí retrocediendo. La vi compartiendo tumbona con Alex, cada uno con un auricular blanco del iPod de mi hija. Ralph cortando un pez a pedacitos. Ralph, Alex y Thomas en la mesa de ping-pong. Julia y Alex sumergidos hasta la cintura en el mar en una cala apartada; ella saludaba a la cámara y él le rodeaba la cintura con un brazo. Caroline durmiendo boca abajo en una toalla. Judith posando con una bandeja llena de vasos y una jarra de limonada. También aparecí yo: de rodillas, cavaba un canal en la arena. Estaba tan concentrado que ni siquiera miraba a la fotógrafa. Entonces llegaron las fotos del remojón en la piscina, la tarde del concurso de Miss Camiseta Mojada. Observé más detenidamente una foto de Julia en el trampolín. Había adoptado una pose de modelo experta y miraba a la cámara con ojos entornados mientras el agua de la manguera le salpicaba el vientre. Sí, «experta» era la palabra adecuada. Profesional. Pero una profesionalidad fingida. Un año más tarde, posaba sin adornos. Sin añadiduras.

En la siguiente foto, de repente se me aceleró el corazón. Salía yo, en la ventana de la cocina, al lado de Judith. Nos estábamos mirando, sin prestar atención a la fotógrafa. En el fondo se distinguía una tercera persona: su madre. Mi dedo índice se paseó por encima de la tecla borrar durante unos segundos. Pero decidí que no era buena idea. Quién sabía quién había visto ya esas fotografías. Lisa, en todo caso; a lo mejor ya las había copiado al ordenador que compartía con Julia. Una foto borrada podía llamar más la atención que una que, de hecho, apenas revelaba nada. Analicé la instantánea. La distancia era demasiado grande, no se percibía cómo nos mirábamos Judith y yo.

Había una única foto del pajarito caído del árbol en su caja de cartón. Estaba acurrucado en una esquina, contra el platito con agua y la esponja. Era una foto estática, pero casi lo veía temblar. A continuación venían unas cuantas fotos que, según parecía, Lisa había sacado en la tienda por la noche, mientras Caroline y yo ya dormíamos. Bajo el haz luminoso de lo que seguramente era una linterna, Julia proyectaba en la lona de la tienda figuras hechas con los dedos. Un conejo. Una serpiente. Hasta entonces había podido aguantarme, pero ahora noté que se me humedecían los ojos. Hice clic rápidamente.

Más fotos de la piscina. Julia en una tumbona con las piernas en alto. Julia al borde de la piscina. En una foto iba en biquini, en la siguiente se había cubierto un hombro con una toalla, más como si fuese una prenda de ropa (una chaqueta, una bufanda) que una toalla. De estas fotos había varias. Tardé un rato en percatarme de lo que estaba viendo.

Julia posaba. Posaba con distintas prendas, o al menos jugaba a posar con distintas prendas. Pero en ninguna foto miraba a la cámara. No miraba a la fotógrafa. A Lisa.

Miraba a otro lugar. A alguien que quedaba fuera del encuadre de la foto.

Seguí clicando rápidamente. En las últimas tres fotos aparecía también la persona para quien posaba. Acuclillado a su lado mientras ella se duchaba junto a la piscina. Julia tenía una pierna levantada, en una pose inequívoca; llevaba alzadas las gafas de sol sobre el cabello mojado y miraba desafiante al fotógrafo arrodillado delante de ella. Un fotógrafo que tenía la cámara pegada al ojo, tanto en ésa como en las dos fotos siguientes.

Stanley Forbes sonreía de oreja a oreja mientras fotografiaba a mi hija en la ducha. En las dos imágenes siguientes se lo veía muy concentrado. En una de ellas, Julia había dejado caer la parte superior del biquini y se cubría los pechos falsamente avergonzada con las manos. En la otra fumaba un cigarrillo y soltaba el humo a la cara del fotógrafo.

—Lisa, ¿puedes venir un momento?

Mi hija menor estaba tumbada en la cama de nuestro dormitorio viendo un DVD de South Park. Me hizo un gesto de que me callara, pero entonces reparó en mi cara. Puso la pausa con el mando a distancia y se levantó.

—¿Qué hacíais aquí? —le pregunté mientras iba pasando de una en una las fotos de la piscina. Me esforcé por no sonar alarmado, pero casi oía latir mi propio corazón.

—Es Stanley.

—Sí, ya lo veo. Pero ¿qué hacíais? ¿Y qué hacía él?

—Le sacaba fotos a Julia. Le dijo que podría convertirse fácilmente en modelo. Que le haría una serie entera y la mostraría en América. A
Vogue
, creo. También me sacó fotos a mí.

Me costaba respirar.

—¿Qué dices, Lisa?

—Papá, ¿qué pasa? ¿Por qué pones esa cara? También me hizo un montón de fotos a mí. Dijo que las revistas de moda cada vez buscan más chicas jóvenes y bonitas. Y que Emmanuelle también había empezado así, que él le había sacado un montón de fotos y ella luego se había hecho famosa.

—Lisa, mírame. Y no me mientas. ¿Qué tipo de fotos te hizo? ¿Qué fotos?

—Papá, no te pongas tan raro. Tanto Julia como yo tenemos a Stanley en Facebook. También le enviamos las últimas fotos. El nos las pidió.

—Un momento. ¿Cómo que las últimas fotos? ¿Qué últimas fotos?

—Las de América, papá. Nos pide todo el tiempo fotos nuevas de nosotras, así que le mandamos las de las vacaciones. Bueno, las fotos en que salimos nosotras. Aunque sobre todo sale Julia, porque yo soy la fotógrafa. Stanley es muy famoso, papá. Dice que debemos tener un poco más de paciencia, pero que a lo mejor ambas podemos ser modelos. En América, papá. ¡En América!

Capítulo 45

Esperé. Pero no mucho. Sabía que la diferencia horaria con California era de nueve horas. En la casa de vacaciones, Stanley me había dado su número. Que si algún día estaba por Santa Bárbara lo llamara, me dijo. Un par de meses atrás había estado cerca de Santa Bárbara. Pero ya habían ocurrido cosas. Me había parecido mejor no telefonearle, tanto para Julia como para nosotros tres.

A las cinco de la tarde, hora de los Países Bajos, marqué su número. En Santa Bárbara eran las ocho de la mañana. Para conseguir un buen efecto sorpresa, lo mejor sería que mi llamada lo despertara.

—Stanley… —contestó enseguida, y además constaté a mi pesar que no sonaba soñoliento, ni mucho menos.

—Soy Marc, Marc Schlosser.

—¡Marc! ¿Dónde estás? ¡Cuánto tiempo! ¿Estás por aquí? ¿Pasarás a verme?

—Sé lo de las fotos, Stanley. Las fotos que sacaste a mis hijas.

Hubo un silencio, más largo que los que siempre se producen en una conferencia intercontinental.

—Ah, qué lástima. Las niñas querían daros una sorpresa. Especialmente Julia. —Ahora fui yo quien guardó silencio un segundo más de lo normal—. ¿Marc? ¿Sigues ahí? Escucha, ya que lo sabes, echa un vistazo a mi página web. Colgué una selección de fotos. Una selección de la serie que saqué en la piscina.

—De hecho te llamo por otra cosa, Stanley. Llamo porque quiero saber dónde estabas aquella noche de la fiesta en la playa. Después de que Ralph intentara pegarle a aquella chica. Ya no te vi más, hasta que llegaste a la casa, muy tarde. ¿Pasaste la noche vagabundeando por la playa? ¿Acaso buscabas a una de tus modelos?

Me aceleré demasiado, y cuando me di cuenta ya era tarde. No debería haberlo culpado tan directamente. Tendría que haberlo hecho salir de su madriguera. Stanley Forbes era un hombre adulto (un hombre adulto sucio y viejo, me oí decir para mis adentros), que sacaba fotos de chicas jóvenes con promesas vagas de una carrera como modelo. Sólo por eso podrían arrestarlo y encerrarlo durante años.

—¡Marc, por favor! ¡No puedo creer que pienses algo así de mí!

No repliqué. Esperé a que se le escapase algo incriminatorio. Ahora pensaba que tal vez debería haber grabado la conversación.

—Escucha, Marc. Entiendo que estés confundido por lo que le pasó a Julia. Pero ahora las cosas cambiarán de rumbo. Julia y Lisa me han enviado las últimas fotos, las de América. Yo las había inscrito en una agencia de aquí. Ya estaban interesados, pero ahora, con las nuevas fotos, especialmente las de Julia, están locos por ellas. Hay unas cuantas que… Supongo que las habrás visto. Julia, en la terraza de un restaurante. Es su mirada… En aquellas fotos de la piscina todavía faltaba algo. Pero la manera en que te mira en la otra… Y luego, la foto en el Gran Cañón. Mira… no sé cómo expresarlo… mira como mira, Marc. Hace un par de días le escribí. Debería venir aquí para una sesión fotográfica. Podría hacerlo en Holanda, pero lo importante es la luz. Aquí la luz es distinta, imposible de imitar en un estudio. Me parece que no se atreve a pedíroslo. Tiene miedo de que no le deis permiso. Pero conmigo está en buenas manos, Marc. Y si no, puedes venir unos días con ella. O Caroline. O los dos. Mi casa es bastante grande. No está en primera línea de mar, pero se oye el océano. Y tengo piscina. Y por cierto, ¿por qué no os pasasteis este verano? Estabais cerca, por lo que he visto en las fotos que me enviaron tus hijas. Aquel desfile en Santa Bárbara… Emmanuelle y yo también estábamos.

Quería volver a preguntarle dónde había estado entre la medianoche y las dos de la mañana la noche en cuestión, pero de repente ya no le vi sentido. Stanley hablaba de las fotos del Gran Cañón y de la terraza del restaurante mexicano de Williams. Había visto lo mismo que yo.

—¿Y Lisa? —me oí preguntar.

—Ah, claro, por supuesto. Lisa. Pues os la traéis. Pero entre nosotros: tiene que esperar un año o así. Es distinto a lo de Julia. Lisa aún es muy joven. Es otro caso, por decirlo de algún modo.

Capítulo 46

Miré las fotos de la página web de Stanley de una en una. Las fotos de mi hija mayor. Diez en total. Imágenes bonitas. Especialmente la de Julia en la ducha con las gafas en la cabeza: en las gotitas minúsculas de su cabello mojado relucía un pequeñísimo arco iris.

Había más fotos. No sólo de Julia, sino también de otras chicas.
«Teen Models
» había titulado Stanley la serie. Había una foto de una chica en un jacuzzi, con un jardín con palmeras y cactus en segundo plano. En el borde del jacuzzi había una botella de champán y dos copas. En el agua flotaban nubes de espuma que le cubrían parcialmente la parte superior del cuerpo. Ella miraba directamente a la cámara. Para sacar la foto desde ese ángulo, el fotógrafo sólo podía estar dentro del agua.

No reconocí a Emmanuelle hasta que volví a mirar. Una Emmanuelle más joven. Al menos, más joven que ahora. Como máximo, quince años, calculé.

En el sitio web había otras series. Con títulos como «Desiertos», «Puestas de sol», «Agua» y «Viajes». Hice clic en varias fotos de camellos y pirámides, y luego en otra de puestas de sol. La serie «Viajes» estaba subdividida según lugar y año. También había una serie con el nombre de la zona costera en que estaba ubicada la casa donde pasamos las vacaciones el año pasado. Hice clic en unas cuantas fotos que ya había visto: monasterios y castillos de los alrededores que Stanley me había mostrado entonces en la pantalla de la cámara. Emmanuelle posaba al lado de un muro o una estatua. Algunas instantáneas eran nuevas: cangrejos, rayas y gambas expuestos en un mercado de pescado; conchas y medusas en la arena; un mantel blanco con migas de pan… y de repente me vi a mí mismo. Y no sólo a mí, sino a todos, sentados a una mesa muy bien puesta en el jardín de la casa. Ralph, Judith, Caroline, Emmanuelle, Alex, Thomas, la madre de Judith, Julia, Lisa y yo: todos mirábamos al fotógrafo con los vasos alzados.

Había más imágenes de aquellos días. Ralph cortando el pez espada en la terraza; Lisa inclinada sobre la caja de cartón con el pajarito; Judith en una tumbona al lado de la piscina; y una del jardín donde aparecía un hombre que yo no conocía, con pantalones cortos y camiseta de tirantes, que sonreía a la cámara con los brazos cruzados. En la siguiente, el desconocido sostenía la manguera en alto. Un chorro de agua salía disparado hacia el aire. Después venía una del mismo hombre entre mis dos hijas: las rodeaba a ambas con los brazos y sonreía de oreja a oreja a la cámara. En esta foto se veía lo bajito que era, Julia le sacaba un par de centímetros.

Volví atrás hasta la primera foto. Por segunda vez esa tarde, llamé a Lisa.

—Es el hombre que vino a arreglar lo del agua —dijo.

Miramos las fotos juntos. En las tres imágenes se veía claramente el tatuaje que llevaba en el brazo: un águila con un corazón ensangrentado entre las garras.

—Era muy amable —explicó Lisa—. Y bromista. Se reía de sí mismo por ser tan bajito. Se colocaba al lado de Julia y movía la cabeza riendo. No lo entendíamos bien, pero dijo algo sobre las chicas holandesas, que eran más altas que los hombres.

Repasé los hechos. Caroline y yo fuimos a la inmobiliaria el viernes por la mañana. La chica nos dijo que el fontanero intentaría pasarse esa misma tarde. La chica fea que, además, era la novia del fontanero. Después Caroline y yo fuimos a hacer la compra. Tardamos más de lo normal porque no teníamos ganas de volver enseguida a la casa. Fuimos a almorzar y luego paseamos por el mercado. No recordaba si el agua ya funcionaba cuando volvimos, pero el sábado siguiente los chicos habían remojado a las chicas en el trampolín, así que en ese momento, al menos, sí funcionaba.

Pensé en el sábado por la noche. En la playa. Cuando salí del baño del restaurante, me encontré al fontanero. Recordaba el tatuaje en su brazo sudoroso. Tenía una herida en el otro brazo: tres rayitas rojas… Su fea novia lloraba en la terraza. A lo mejor acababan de discutir. A lo mejor había intentado colarle alguna excusa sobre por qué había tardado tanto en volver. Quién sabe, a lo mejor ella se lo había olido. Quizá había visto la herida que tenía en el brazo. Y, como mujer que era, había reconocido que esa herida sólo podía haber sido provocada por las uñas de una mujer.

BOOK: Casa de verano con piscina
11.01Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Woods and Chalices by Tomaz Salamun
Halifax by Leigh Dunlap
Double-Crossed by Barbra Novac
A Life's Work by Rachel Cusk
The Moscoviad by Yuri Andrukhovych
Leigh, Tamara by Blackheart
The Tale of Krispos by Harry Turtledove
Dark Splendor by Parnell, Andrea
The Broken Man by Josephine Cox
The Flight of the Iguana by David Quammen