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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Casa capitular Dune (53 page)

BOOK: Casa capitular Dune
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Como si hubiera oído la peligrosa pregunta, Teg dijo:

—Estaba atrapado y lo sabía. Podía visualizarme a mí mismo como un extenuado vegetal, pero no me importaba. Los espejos lo eran todo hasta que, como alguien flotando en el agua, vi a mi madre. Tenía más o menos el aspecto que había tenido poco antes de morir.

Idaho inhaló temblorosamente. ¿No se daba cuenta Teg de lo que acababa de decir para que los com-ojos lo registraran?

—Las Hermanas imaginarán ahora que como mínimo soy un Kwisatz Haderach potencial —dijo Teg—. Otro Muad’Dib. ¡Tonterías! Como a ti te gusta tanto decir, Duncan. Ninguno de nosotros se arriesgaría a eso. ¡Sabemos lo que creó, y no somos estúpidos!

Idaho no consiguió tragar saliva. ¿Aceptarían ellas las palabras de Teg? Decía la verdad, pero aún así…

—Ella tomó mi mano —dijo Teg—. ¡Pude sentirlo! Y me condujo directamente al Salón. Yo esperaba que ella se quedara conmigo cuando me descubrí sentado ante la mesa. Mi mano aún hormigueaba con su contacto, pero ella había desaparecido. Lo supe. Simplemente me puse en guardia y me hice cargo de la conferencia. La Hermandad tenía ventajas importantes que ganar allí, y se las gané.

—Algo que tu madre implantó en…

—¡No! La vi de la misma forma que las Reverendas Madres ven sus Otras Memorias. Era su forma de decir: «¿Por qué demonios estás perdiendo el tiempo aquí cuando hay trabajo que hacer?» Nunca me ha abandonado, Duncan. El pasado nunca nos abandona a ninguno de nosotros.

Idaho vio bruscamente la finalidad que había tras las palabras de Teg.
¡Honestidad y sinceridad, por supuesto!

—¡Tú tienes Otras Memorias!

—¡No! Excepto que todo el mundo las tiene en las emergencias. El Salón de los Espejos era una emergencia, y me permitió ver y sentir la fuente de la ayuda. ¡Pero no voy a volver ahí!

Idaho aceptó aquello. La mayoría de los Mentats arriesgaban el zambullirse una vez en el Infinito y aprendían la naturaleza transitoria de nombres y títulos, pero el relato de Teg era mucho más que una afirmación acerca del tiempo como un fluir y una escena.

—Supongo que hace ya tiempo que estamos completamente metidos en la Bene Gesserit —dijo Teg—. Deberían saber hasta qué punto pueden confiar en nosotros. Hay trabajo que hacer, y ya hemos perdido bastante tiempo en estupideces.

Capítulo XXXIII

Gasta energías en aquello que te hace fuerte. Las energías gastadas en debilidades te arrastran a la fatalidad. (Regla HM.)

Comentario Bene Gesserit: ¿Quién juzga?

La Grabación de Dortujla

El día del regreso de Dortujla no fue bueno para Odrade. Una conferencia sobre armamento con Teg e Idaho terminó sin alcanzar ninguna decisión. Había sentido el hacha del cazador durante toda la reunión, y supo que aquello había teñido todas sus reacciones.

Luego la sesión de la tarde con Murbella… palabras, palabras, palabras. Murbella se hallaba en medio de una maraña de cuestiones filosóficas. Un callejón sin salida como Odrade nunca había encontrado ninguno.

—Hemos pasado por nuestro cupo correspondiente de filosofías y teorías psicológicas. Hemos examinado sistemas éticos y morales, de justicia y de honestidad… todo el lote. No creemos en absoluto que hayamos agotado esos temas, ni tampoco que todos ellos sean pueriles y desprovistos de utilidad. Pero en general tienen una tendencia a inhibir la acción.

Odrade sintió que estas palabras que le había dicho a Murbella acudían de vuelta a su cabeza para atormentarla mientras permanecía de pie, al anochecer, en el extremo más occidental del perímetro pavimentado de Central. Era uno de sus lugares favoritos, pero la presencia de Bellonda inmóvil a su lado privaba a Odrade de gozar de la anticipada quietud.

Sheeana las encontró allí y preguntó:

—¿Es cierto que le habéis dado a Murbella libertad por toda Central?

—¡Vaya! —Aquél era uno de los más profundos temores de Bellonda.

—Bell —cortó secamente Odrade, señalando al anillo de plantaciones—. En esa pequeña elevación de ahí no hemos plantado árboles. Deseo que ordenes un Pabellón en ese lugar, según mis indicaciones. Un mirador, con enrejado de celosía.

No hubo entonces forma de parar a Bellonda. Raras veces la había visto Odrade tan exasperada. Y cuanto más despotricaba Bellonda, más obstinada se volvía Odrade.

—¿Deseas… un mirador? ¿En esa plantación? ¿Y en qué otra cosa querrás malgastar nuestras energías? ¡Un Pabellón! Realmente es una idea propia de tu…

Era una discusión estúpida. Ambas sabían mucho de ello. La Madre Superiora no podía ser la primera en ceder, y Bellonda raras veces cedía en nada. Incluso cuando Odrade guardó silencio, Bellonda siguió cargando contra unas murallas vacías. Al final, cuando las energías de Bellonda se agotaron, Odrade dijo:

—Me debes una espléndida cena, Bell. Procura que sea la mejor que puedas arreglar.

—¿Que te debo…? —Bellonda empezó a espumear.

—Una oferta de paz —dijo Odrade—. Quiero que sea servida en mi mirador… mi Estúpido Pabellón.

Cuando Sheeana se echó a reír, Bellonda se vio obligada a unirse a ella, pero con un cierto helor. Sabía reconocer cuando había sido derrotada, aunque le pesara.

—Todo el mundo lo verá y dirá: «Mirad lo confiada que está la Madre Superiora» —dijo Sheeana.

—¡Entonces lo quieres para mantener alta la moral! —A esas alturas, Bellonda hubiera aceptado casi cualquier justificación.

Odrade miró a Sheeana con ojos radiantes.
¡Mi querida y lista pequeña!
Sheeana no sólo había dejado de atosigar a Bellonda, sino que había emprendido la tarea de reforzar la autoestima de la vieja mujer siempre que le era posible. Bell lo sabía, por supuesto, y ahí se planteaba una de las inevitables preguntas Bene Gesserit:
¿Por qué?

Reconociendo las sospechas, Sheeana dijo:

—Realmente estamos discutiendo acerca de Miles y Duncan. Y yo, por una vez, estoy cansada de ello.

—¡Si tan sólo supiera lo que estás haciendo realmente, Dar! —dijo Bellonda.

—¡La energía tiene sus propios esquemas, Bell!

—¿Qué quieres decir? —Completamente desconcertada.

—Van a encontrarnos, Bell. Y sé cómo.

Bellonda jadeó.

—Somos esclavas de nuestros hábitos —dijo Odrade—. Esclavas de las energías que creamos. ¿Pueden los esclavos conseguir por la fuerza la libertad? Bell, tú conoces el problema tan bien como yo.

Por una vez, Bellonda no se mostró desconcertada.

Odrade la miró fijamente.

Orgullo, eso era lo que veía Odrade cuando miraba a sus Hermanas y sus entornos. La dignidad era tan sólo una máscara. No había auténtica humildad. En vez de ello, había aquella visible conformidad, un auténtico esquema Bene Gesserit que, en una sociedad consciente del peligro de los esquemas, sonaba como un estruendoso bocinazo de advertencia.

El argumento que había utilizado Odrade con Murbella dio una vuelta completa.

—Hay un componente inconsciente en todo comportamiento humano. Las palabras intentan enmascararlo. A menudo es mejor observar lo que hace la gente e ignorar lo que dice. Las discordancias entre comportamiento y palabras son extremadamente reveladoras. La acción habla por sí misma.

Sheeana estaba confusa.

—¿Hábitos?

—Tus hábitos siempre te persiguen. El yo que tú construyes te perseguirá también. Un fantasma vagando a tu alrededor en busca de tu cuerpo, ansioso por poseerte. Somos adictas al yo que construimos. Esclavas de lo que hemos hecho. ¡Somos adictas a las Honoradas Matres, y ellas a nosotras!

—¡Otro poco más de tu condenado romanticismo! —dijo Bellonda.

—Sí, soy una romántica… de la misma forma que lo era el Tirano. Se sensibilizó a sí mismo a la forma prefijada de su creación. Yo soy sensitiva a su trampa presciente.

Pero oh, qué cerca está el cazador, y qué profundo es el abismo.

Bellonda no se sintió apaciguada.

—Has dicho que sabías cómo iban a encontrarnos.

—Sólo tienen que reconocer sus propios hábitos y… ¿Sí? —A una acólita mensajera que apareció procedente de un pasadizo cubierto detrás de Bellonda.

—Madre Superiora, es la Reverenda Madre Dortujla. La Madre Fintil la ha traído al Campo de Aterrizaje y estarán aquí dentro de una hora.

—¡Llévala a mi cuarto de trabajo! —Odrade miró a Bellonda con ojos casi salvajes—. ¿Ha dicho algo?

—La Madre Dortujla está enferma —dijo la acólita.

¿Enferma? Qué cosa más extraordinaria de decir de una Reverenda Madre.


Reserva tu juicio.
—Era la Bellonda-Mentat la que hablaba, la Bellonda enemiga del romanticismo y la alocada imaginación.

—Haz que venga Tam como observadora —dijo Odrade.

Dortujla entró cojeando y apoyándose en un bastón, con Fintil y Streggi ayudándola. Sin embargo, había firmeza en los ojos de Dortujla, y una sensación de medirlo todo en cada mirada que lanzaba a su alrededor. Llevaba la capucha echada hacia atrás, revelando su pelo castaño oscuro con mechas marfileñas, y cuando habló su voz arrastraba un tremendo cansancio.

—He hecho lo que vos ordenasteis, Madre Superiora.

—Mientras Fintil y Streggi abandonaban la habitación, Dortujla se sentó, sin ser invitada a ello, en una mecedora al lado de Bellonda. Una breve mirada a Sheeana y Tamalane a su izquierda, luego una dura mirada a Odrade—. Se reunirán con vos en Conexión. ¡Piensan que la elección del lugar es idea suya, y vuestra Reina Araña está allí!

—¿Cuándo?

—Desean cien días estándar a contar desde ahora. Puedo ser más precisa si lo deseáis.

—¿Por qué tanto tiempo? —preguntó Odrade.

—¿Deseáis mi parecer? Utilizarán ese tiempo para reforzar sus defensas en Conexión.

—¿Qué garantías? —Esa era Tam, concisa como siempre.

—Dortujla, ¿qué te ha ocurrido? —Odrade se sentía impresionada por la temblorosa debilidad aparente de la mujer.

—Efectuaron experimentos conmigo. Pero eso no es importante. Los acuerdos son lo importante. En lo que vale, prometieron seguridad absoluta en vuestra llegada y a vuestra partida de Conexión. No lo creo. Se os permite un
pequeño
séquito de servidores, no más de cinco. Cabe suponer que matarán de todos modos a cualquiera que os acompañe, aunque… Puede que haya conseguido hacerles comprender el error que sería eso.

—¿Esperan que les brinde la sumisión de la Bene Gesserit? —La voz de Odrade no había sido nunca tan fría. Las palabras de Dortujla alzaban el espectro de la tragedia.

—Este es su aliciente.

—¿Las Hermanas que fueron con vos? —preguntó Sheeana.

Dortujla se golpeó la frente, un gesto común en la Hermandad.

—Las tengo. Todas estamos de acuerdo en que las Honoradas Matres deben ser castigadas.

—¿Muertas? —Odrade obligó a que la palabra saliera de entre sus labios apretados.

—Intentando obligarme a unirme a sus filas.
¿Lo ves? Mataremos a otra si no aceptas.
Les dije que nos mataran a todas y terminaran con aquello y olvidaran la reunión con la Madre Superiora. No aceptaron esto hasta que se quedaron sin rehenes.

—¿Las Compartiste a todas? —preguntó Tamalane. Sí, aquella era la preocupación principal de Tam a medida que se acercaba a su propia muerte.

—Mientras pretendía asegurarme de que estaban realmente muertas. Vos ya conocéis el proceso. ¡Esas mujeres son grotescas! Poseen Futars enjaulados. Los cuerpos de mis Hermanas fueron arrojados a las jaulas, donde los Futars los devoraron. La Reina Araña, un nombre apropiado… me obligó a presenciarlo.

—¡Repugnante! —dijo Bellonda.

Dortujla suspiró.

—Ellas no sabían, naturalmente, que poseo visiones peores en las Otras Memorias.

—Buscaban abrumar tus sensibilidades —dijo Odrade—. Estúpido. ¿Se sorprendieron cuando no reaccionaste como esperaban?

—Más bien creo que lo lamentaron. Pienso que han visto a otras reaccionar del mismo modo que yo. Les dije que aquella era una forma tan buena como cualquier otra de fertilizar la vida. Supongo que eso fue lo que más las enfureció.

—Canibalismo —murmuró Tamalane.

—Sólo en apariencia —dijo Dortujla—. Definitivamente, los Futars no son humanos. Animales salvajes apenas domesticados.

—¿Algunos Adiestradores? —preguntó Odrade.

—No vi ninguno. Los Futars hablaban. Decían «¡Comida!» antes de empezar a devorar, e intentaban asir a las Honoradas Matres a su alrededor. «¿Tú hambre?» Ese tipo de cosas. Más importante era lo que ocurría una vez habían comido.

Dortujla se vio interrumpida por un acceso de tos.

—Probaron con venenos —dijo—. ¡Estúpidas mujeres!

Cuando recuperó el aliento, prosiguió:

—Un Futar se acercó a los barrotes de su jaula después de su… ¿banquete? Miró a la Reina Araña, y gritó. Nunca había oído un sonido igual. ¡Estremecedor! Todas las Honoradas Matres de aquella habitación se inmovilizaron, y juraría que se sintieron aterrorizadas.

Sheeana tocó el brazo de Dortujla.

—¿Un predador inmovilizando a su presa?

—Indudablemente. Tenía cualidades de la Voz. Los Futars parecieron sorprendidos de que yo no me inmovilizara también.

—¿Cuál fue la reacción de las Honoradas Matres? —preguntó Bellonda. Sí, un Mentat necesitaba este dato.

—Un clamor general cuando recuperaron sus voces. Muchas le gritaron a la Gran Honorada Matre que destruyera a los Futars. Ella, sin embargo, se lo tomó con más calma. «Son demasiado valiosos vivos», dijo.

—Un signo de esperanza —observó Tamalane.

Odrade miró a Bellonda.

—Voy a ordenar a Streggi que traiga aquí al Bashar. ¿Alguna objeción?

Bellonda agitó secamente la cabeza. Sabían que había que correr el riesgo, pese a las dudas acerca de las intenciones de Teg.

Odrade le dijo a Dortujla:

—Quiero que te quedes en mis aposentos de huéspedes. Enviaremos a los Suks. Ordena lo que necesites y prepárate para una reunión plena del Consejo. Eres una consejera especial.

Dortujla dijo, mientras se ponía trabajosamente en pie:

—No he dormido en casi quince días, y necesitaré una comida especial.

—Sheeana, ocúpate de eso y haz que vengan los Suks. Tam, quédate con el Bashar y Streggi. Informa regularmente. Deseará ir al acantonamiento y tomarlo personalmente a su cargo. Proporciónale un com-enlace con Duncan. Ningún obstáculo debe alzarse entre ellos.

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