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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Casa capitular Dune (51 page)

BOOK: Casa capitular Dune
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Odrade deseaba a un distraído Idaho con ella para el intento de Sheeana de restaurar las memorias del Bashar. Idaho se distraía a menudo con los pensamientos de Murbella. Y obviamente Murbella no podía estar con él ahí, no precisamente ahora.

Odrade mantenía una prudente alerta en su presencia. Después de todo, él era un Mentat.

Lo había encontrado de nuevo ante su consola. Mientras emergía del pozo de caída al pasillo de acceso a sus aposentos, oyó el cliqueteo de los relés y ese característico zumbido del com-campo, y supo inmediatamente dónde encontrarlo.

Reveló estar de un extraño humor cuando ella lo llevó a la sala de observación desde donde podrían estudiar a Sheeana y al niño.

¿Preocupado por Murbella? ¿O por lo que iban a ver ahora?

La sala de observación era larga y estrecha. Tres hileras de sillas se hallaban situadas frente a la pared de observación de la habitación secreta donde iba a producirse el experimento. La zona de observación había sido dejada en una semipenumbra gris, con tan sólo dos pequeños globos pegados al techo en las esquinas de atrás de las hileras de sillas.

Había presentes dos Suks… aunque Odrade tenía la impresión de que no iban a servir de nada. Jalanto, la Suk a la que Idaho consideraba la mejor, estaba con Murbella.

Lo cual demuestra nuestra preocupación. Que es auténtica, por otro lado.

A lo largo de la pared de observación habían sido instalados unos cuantos sillones con reposacabezas. Una compuerta de acceso de emergencia a la otra habitación se hallaba al alcance de la mano.

Streggi trajo al niño por el pasillo exterior, desde donde no podía ver a los observadores, y lo introdujo en la habitación. Esta había sido preparada bajo la dirección de Murbella: un dormitorio, con algunas de sus propias pertenencias traídas de sus aposentos y algunas cosas de los aposentos compartidos por Idaho y Murbella.

La guarida de un animal, pensó Odrade. Había un desaliño en el lugar que procedía de la deliberada negligencia que a menudo podía apreciarse en los aposentos de Idaho: ropas tiradas sobre cualquier silla, sandalias en un rincón. El colchón era uno que habían utilizado Idaho y Murbella. Inspeccionándolo un poco antes, Odrade había notado aquel olor parecido a la saliva, un íntimo olor sexual. Eso también actuaría inconscientemente sobre Teg.

Aquí es donde se originan las cosas salvajes, las cosas que no podemos suprimir. Qué osadía, pensar que podemos controlar esto. Pero debemos hacerlo.

Mientras Streggi desvestía al niño y lo dejaba desnudo sobre el colchón, Odrade observó que su pulso se aceleraba. Inclinó su silla hacia adelante, observando que sus compañeras Bene Gesserit imitaban el mismo compulsivo movimiento.

Por los dioses,
pensó con un estremecimiento.
¿No somos más que voyeurs?

Tales pensamientos eran necesarios en aquel momento, pero sintió que la degradaban. Que perdía algo en aquella intrusión. Un pensamiento extremadamente no Bene Gesserit. ¡Pero muy humano!

Duncan se había sumergido en un estudiado aire de indiferencia, un fingimiento fácilmente reconocible. Había demasiada subjetividad en sus pensamientos como para funcionar bien como Mentat. Y así era precisamente como ella lo deseaba ahora. Participación Mística. El orgasmo como energizador. Bell lo había reconocido correctamente.

A una de las tres cercanas Censoras, todas ellas elegidas como refuerzo y actuando ostensiblemente con el papel de observadoras, Odrade dijo:

—El ghola desea que sus memorias originales sean restauradas, pero al mismo tiempo lo teme. Esa es la principal barrera que tenemos que superar.

—¡Tonterías! —dijo Idaho—. ¿Sabéis lo que he estado pensando últimamente? Su madre era una de vosotras, y le proporcionó el adiestramiento profundo. ¿Qué posibilidades hay de que no lo protegiera contra vuestras Imprimadoras?

Odrade se volvió bruscamente hacia él.
¿Mentat?
No, había acudido a su inmediato pasado, reviviéndolo y haciendo comparaciones. Esa referencia a las Imprimadoras, sin embargo… ¿Era así como la primera «colisión sexual» con Murbella había restaurado las memorias de otras vidas-ghola? ¿Una profunda resistencia contra la imprimación?

La Censora a la que Odrade se había dirigido eligió ignorar aquella impertinente interrupción. Había leído el material de Archivos cuando Bellonda la había puesto al corriente. Todas las tres sabían que podían ser llamadas para matar al niño-ghola. ¿Tenía poderes peligrosos para ellas? Las observadoras no lo sabrían hasta que (o a menos que) Sheeana tuviera éxito.

A Idaho, Odrade dijo:

Streggi le ha comunicado el porqué está aquí.

—¿Qué es lo que le ha dicho? —Muy perentorio con la Madre Superiora. Las Censoras lo miraron con ojos llameantes.

Odrade mantuvo su voz con una deliberada suavidad.

—Streggi le ha dicho que Sheeana restauraría sus memorias.

—¿Qué ha dicho él?

—¿Por qué no lo hace Duncan Idaho?

—¿Le ha respondido ella honestamente? —
sintiendo que se aligeraba algo el peso sobre sus espaldas.

—Honestamente pero sin revelar nada. Streggi le ha dicho que Sheeana disponía de una forma mejor de hacerlo. Y que tú lo habías aprobado.

—¡Miradle! Ni siquiera se mueve. Lo habéis drogado, ¿verdad?

Idaho devolvió a las Censoras su llameante mirada.

—No nos hemos atrevido. Pero está orientado hacia su interior. Recuerdas la necesidad de eso, ¿no?

Idaho se echó hacia atrás en su silla, hundiendo los hombros.

—Murbella no deja de decir: «Es sólo un niño. Es sólo un niño.» Sabéis que nos hemos peleado por ello.

—Encontré tu argumentación pertinente. El Bashar no era un niño. Es al Bashar al que estamos despertando.

Idaho alzó sus dedos cruzados.

—Eso espero.

Ella se echó hacia atrás, contemplando los dedos cruzados.

—No sabía que fueras supersticioso, Duncan.

—Le rezaría a Dur si pensara que eso podía ayudar en algo.

Recuerda los dolores de su propio redespertar.

—No reveles compasión —murmuró Duncan—. Vuélvete de espaldas a él. Mantenlo enfocado hacia adentro. Deseas su ira.

Esas eran palabras de su propia práctica.

Bruscamente, dijo:

—Puede que esto sea la cosa más estúpida que haya sugerido nunca. Desearía irme y estar con Murbella.

—Estás en buena compañía, Duncan. Y no hay nada que puedas hacer por Murbella en este momento. ¡Mira! —Mientras Teg saltaba del colchón y alzaba la vista hacía los com-ojos del techo.

—¿No hay nadie que venga a ayudarme? —preguntó Teg. Había más desesperación en su voz que la prevista en aquel estadio—. ¿Dónde está Duncan Idaho?

Odrade apoyó una mano en el brazo de Idaho cuando éste se inclinó hacia adelante.

—Quédate donde estás, Duncan. No puedes ayudarle. Todavía no.

—¿No hay nadie que venga a decirme lo que tengo que hacer? —La joven voz tenía un tono agudo y solitario—. ¿Qué es lo que vais a hacer vosotros?

Sheeana estaba aguardando, y entró en la estancia por una compuerta oculta detrás de Teg.

—Aquí estoy.

Llevaba solamente una túnica de gasa de color azul pálido, casi transparente. Se pegó a su piel mientras avanzaba para situarse frente al niño.

Teg abrió mucho la boca. ¿Aquella era una Reverenda Madre? Nunca había visto a una vestida de aquella manera.

—¿Tú vas a devolverme mis memorias? —Duda y desesperación.

—Te ayudaré a que vuelvan a ti. —Mientras hablaba, se quitó la túnica de gasa y la echó a un lado. Flotó hasta el suelo como una gran mariposa azul.

Teg se la quedó mirando.

—¿Qué estás haciendo?

—¿Qué crees que estoy haciendo? —Se sentó a su lado y apoyó una mano en su pene.

La cabeza del niño se inclinó hacia adelante como si alguien se la hubiera empujado desde atrás, y miró la mano de Sheeana mientras una erección se iba formando debajo de ella.

—¿Por qué estás haciendo esto?

—¿No lo sabes?

—¡No!

—El Bashar lo sabría.

Él alzó la vista hacia el rostro de ella, tan cerca.

—¡Tú lo sabes! ¿Por qué no me lo dices?

—¡Yo no soy tus memorias!

—¿Por qué estás canturreando así?

Ella apoyó sus labios contra el cuello de él. El leve canturreo era claramente audible para los observadores. Murbella lo llamaba un intensificador, un realimentador sintonizado a las respuestas sexuales. Fue haciéndose más intenso.

—¿Qué estás haciendo? —Casi un chillido, mientras Sheeana lo sentaba a horcajadas sobre ella. Empezó a balancearse ligeramente, mientras masajeaba la base de su espalda.

—¡Respóndeme, maldita seas! —Un claro chillido.

¿De dónde viene este «maldita seas»?,
se preguntó Odrade.

Sheeana deslizó al niño dentro de ella.

—¡Esta es tu respuesta!

La boca de Teg moduló un silencioso «Ohhhhhh».

Los observadores la vieron concentrada en los ojos de Teg, pero Sheeana lo observaba con otros sentidos también.

Nota la tensión de sus muslos, la reveladora pulsación de su nervio vago, y especialmente el oscurecimiento de sus pezones. Cuando lo tengas en este punto, sostenlo hasta que sus pupilas se dilaten.

—¡Una Imprimadora! —El grito de Teg hizo sobresaltarse a los observadores.

Golpeó los hombros de Sheeana con sus puños. Todos en la pared de observación vieron un aleteo interior en sus ojos mientras se retorcía hacia un lado y hacia el otro, con algo nuevo asomándose en él.

Odrade se había puesto en pie.

—¿Ha ido algo mal?

Idaho no se movió de su silla.

—Lo que yo predije.

Sheeana empujó a Teg hacia atrás para escapar de sus engarfiados dedos.

El niño cayó al suelo, y se dio la vuelta con una velocidad tal que impresionó a los observadores. Sheeana y Teg se enfrentaron el uno a la otra durante unos largos momentos. Lentamente, él se enderezó, y solamente entonces se miró a sí mismo. Luego desvió su atención hacia su brazo izquierdo tendido frente a él. Su mirada se alzó hacia el techo, a cada pared de la estancia, una tras otra. Finalmente, volvió a contemplar su cuerpo.

—Por todos los infiernos, ¿qué…? —Todavía una voz aguda e infantil, pero extrañamente madura.

—Bienvenido, Bashar-ghola —dijo Sheeana.

—¡Estabas intentando imprimarme! —Una furiosa acusación—. ¿Crees que mi madre no me enseñó cómo impedirlo? —Una distante expresión apareció en su rostro—. ¿Ghola?

—Algunos prefieren pensar en ti como en un clon.

—¿Quién er…? ¡Sheeana! —Se volvió, mirando a su alrededor por toda la habitación. Había sido seleccionada por sus accesos ocultos, sus compuertas no visibles—. ¿Dónde estamos?

—En la no-nave que llevaste a Dune justo antes de ser muerto allí. —Siempre de acuerdo con las reglas.

—Muerto… —Se miró de nuevo las manos. Los observadores casi podían ver los filtros ghola-impuestos ir cayendo de sus memorias—. ¿Fui muerto… en Dune? —Casi un lamento.

—Heroico hasta el final —dijo Sheeana.

—Los… los hombres que tomé en Gammu… ¿fueron…?

—Las Honoradas Matres hicieron de Dune un ejemplo. Ahora es una esfera carente de vida, carbonizada hasta las cenizas.

La ira rozó sus rasgos. Se sentó y cruzó las piernas, apoyando un apretado puño sobre cada rodilla.

—Sí… Aprendí esto en la historia del… en la mía. —De nuevo miró a Sheeana. Ella permanecía sentada en el colchón, completamente inmóvil. Había en él una inmersión en las memorias que solamente alguien que había pasado por la Agonía podía apreciar. Ahora era necesaria una completa inmovilidad.

—No interfieras, Sheeana —susurró Odrade—. Deja que ocurra. Déjale sacarlo fuera. —Hizo una señal con la mano a las tres Censoras. Estas se dirigieron inmediatamente a la compuerta de acceso, observándola a ella en vez de a la estancia secreta.

—Encuentro extraño considerarme a mí mismo como un tema de historia —dijo Teg. La voz era aún de niño, pero con aquel recurrente sentido de madurez en ella. Cerró los ojos e inspiró profundamente.

En la sala de observación, Odrade se dejó caer en su silla y preguntó:

—¿Qué has visto, Duncan?

—Cuando Sheeana lo empujó, él se volvió con una rapidez que nunca había visto en nadie excepto en Murbella.

—Más rápido que eso incluso.

—Quizá… debido a que su cuerpo es joven y le hemos proporcionado un adiestramiento prana-bindu.

—Algo más. Tú nos alertaste, Duncan. Algo desconocido en las células marcadoras Atreides. —Miró a las atentas Censoras, y agitó la cabeza.
No. Todavía no.

—¡Maldita sea esa madre suya! Hipnoinducción para bloquear a una Imprimadora, y jamás nos lo dijo.

—Pero mirad lo que nos dio —dijo Idaho—. Una forma más efectiva de restaurar las memorias.

—¡Hubiéramos debido ver eso por nosotras mismas! —Odrade sintió ira hacia su propia persona—. Scytale afirma que los tleilaxu utilizaban dolor y confrontación. Empiezo a dudarlo.

—Preguntadle.

—No es tan sencillo. Nuestras Decidoras de Verdad no están seguras de él.

—Es opaco.

—¿Cuándo lo has estudiado?

—¡Dar! Tengo acceso a las grabaciones de los com-ojos.

—Lo sé, pero…

—¡Maldita sea! ¿Por qué no mantenéis vuestros ojos en Teg? ¡Miradlo! ¿Qué es lo que está ocurriendo?

Odrade volvió inmediatamente su atención al sentado niño.

Teg miraba a los com-ojos, con una expresión de terrible intensidad en su rostro.

Había sido para él como despertar de un sueño en el agotamiento del conflicto, con una mano amiga sacudiéndolo. ¡Algo necesitaba su atención! Recordaba estar sentado en el centro de mando de la no-nave, con Dar de pie a su lado, con una mano sobre su cuello.
¿Acariciándole?
Había algo urgente que hacer. ¿Qué? Su cuerpo sentía que algo no iba bien. Gammu… y ahora estaban en Dune y… Recordaba cosas distintas: ¿una infancia en la Casa Capitular? Dar como… como… Más memorias se entremezclaban.
¡Intentaron imprimarme!

La consciencia fluyó en torno a este pensamiento como un río discurriendo alrededor de una roca.

—¡Dar! ¿Estás aquí? ¡Estás aquí!

Odrade se echó hacia atrás en su silla y apoyó una mano en su mentón.
¿Y ahora qué?

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