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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Casa capitular Dune (24 page)

BOOK: Casa capitular Dune
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¿Cómo ablandar el golpe?

Había veces en que no podías ablandarlo; de hecho, en las que era más compasivo arrancar los vendajes para acelerar la agonía.

—¿Puede este… este Duncan Idaho, devolverme realmente mis memorias de… de antes?

—Puede y lo hará.

—¿No estamos precipitándonos demasiado? —preguntó Tamalane.

—He estado estudiando informes del Bashar —dijo Teg—. Fue un famoso militar y un Mentat.

—Y tú está orgulloso de ello, supongo. —Bell estaba trasladando sus objeciones al muchacho.

—No especialmente. —Le devolvió la mirada, sin vacilar en lo más mínimo—. Pienso en él como en otra persona. Interesante, sin embargo.

—Como otra persona —murmuró Bellonda. Miró a Odrade con mal disimulada desaprobación—. ¡Le estás dando la enseñanza más profunda!

—Como hizo su auténtica madre.

—¿La recordaré? —preguntó Teg.

Odrade le dirigió una sonrisa conspiradora, la misma que habían compartido a menudo en sus paseos por los huertos.

—La recordarás.

—¿Todo?

—Lo recordarás todo de tu vida… tu esposa, tus hijos, las batallas. Todo.

—¡Hazlo salir! —dijo Bellonda.

El niño sonrió y miró a Odrade, aguardando su orden.

—Muy bien, Miles —dijo Odrade—. Dile a Streggi que te lleve a tus nuevos aposentos en la no-nave. Más tarde vendré y te presentaré a Duncan.

—¿Puedo ir sobre los hombros de Streggi?

—Pídeselo a ella.

Impulsivamente, Teg se lanzó hacia Odrade, se alzó sobre la punta de sus pies, y besó su mejilla.

—Espero que mi auténtica madre fuera como vos. Odrade palmeó su hombro.

—Fue muy parecida a mí. Ahora vete. Cuando la puerta se cerró tras él, Tamalane dijo:

—¡No le has dicho que eres una de sus hijas!

—Todavía no.

—¿Se lo dirá Idaho?

—Si es conveniente.

Bellonda no estaba interesada en detalles insignificantes.

—¿Qué es lo que estás planeando, Dar?

Tamalane respondió por ella:

—Una fuerza de castigo mandada por nuestro Bashar Mentat. Esto es obvio.

¡Tragó el anzuelo!

—¿Eso es todo? —quiso saber Bellonda.

Odrade les dedicó una dura sonrisa.

—Teg fue el mejor que tuvimos nunca. Si alguien puede castigar a nuestros enemigos…

Tamalane.

—No me gusta la influencia que puede tener Murbella sobre él —dijo Bellonda.

—¿Cooperará Idaho? —preguntó Tamalane.

—Hará lo que le pida un Atreides.

Odrade dijo aquello con mayor confianza de la que sentía, pero las palabras abrieron su mente a otra fuente de sensaciones extrañas.

¡Estoy viéndonos tal como nos ve Murbella! ¡Al menos puedo pensar como una Honorada Matre!

Capítulo XVI

No enseñamos historia: recreamos la experiencia. Seguimos la cadena de consecuencias… las huellas de la bestia en su bosque. Mirad detrás de nuestras palabras y veréis el amplio recorrido del comportamiento social que ningún historiador ha tocado jamás.

Panoplia Propheticus de la BG

Scytale silbaba mientras caminaba corredor abajo frente a sus aposentos, realizando sus ejercicios de la tarde. Arriba y abajo. Silbando.

Acostúmbrales a oírte silbar.

Mientras silbaba, compuso una cantinela que iba con el sonido: «La esperma tleilaxu no habla.» Las palabras giraron una y otra vez en su mente. No podían utilizar sus células para tender un puente sobre el abismo genético y aprender sus secretos.

Tienen que venir a mí con regalos.

Odrade se había parado a verle, «en mi camino a conferenciar con Murbella». Con frecuencia le mencionaba a la Honorada Matre cautiva. Aquello tenía una finalidad, pero no tenía ninguna idea de cuál podía ser. ¿Una amenaza? Siempre era posible. Al final le sería revelado.

—Espero que no sintáis miedo —le había dicho Odrade.

Habían permanecido de pie junto a su dispensador de alimentos mientras él aguardaba a que apareciera su comida. El menú no era nunca completamente de su agrado, pero sí aceptable. Hoy había pedido pescado. No había modo de decir qué forma adoptaría.

—¿Miedo? ¿De vos? Ahhh, querida Madre Superiora, soy inapreciable para vos, vivo. ¿Por qué tendría que sentir miedo?

—Mi Consejo se reserva su juicio sobre vuestras últimas peticiones.

Esperaba eso.

—Es un error ponerme trabas —dijo—. Limita vuestras posibilidades. Os debilita.

El componer aquellas palabras le había tomado varios días de planificación. Aguardó su efecto.

—Depende de cómo pretenda uno emplear la herramienta, Maestro Scytale. Algunas herramientas se rompen cuando no las utilizas correctamente.

¡Maldita seas, bruja!

Sonrió, mostrando sus afilados caninos.

—¿Probando el camino a la extinción, Madre Superiora?

Ella efectuó una de sus raras incursiones al humor.

—¿Realmente esperáis que os fortalezca? ¿Para qué estáis negociando ahora, Scytale?

Así que ya no soy
Maestro
Scytale. ¡Golpéala con el plano de la hoja!

—Estáis Dispersando a vuestras Hermanas, esperando que algunas escapen a la destrucción. ¿Cuáles son las consecuencias económicas de vuestra histérica reacción?

¡Consecuencias! Siempre hablan de consecuencias.

—Negociamos tiempo, Scytale. —Muy solemne.

Concedió a aquello un silencioso momento de reflexión. Los com-ojos estaban observándoles. ¡Nunca lo olvides!
¡Economía, bruja! ¿A quién y qué compramos y vendemos?
Aquel nicho junto al dispensador de la comida era un extraño lugar para negociar, pensó. Un mal manejo de la economía. Los tratos, las sesiones de planeo y estrategia, debían efectuarse tras puertas cerradas, en altas habitaciones con vistas que no distrajeran a sus ocupantes de los negocios que tenían entre manos.

Las memorias seriales de sus muchas vidas no aceptarían eso.
Necesidad. Los humanos conducen sus asuntos de negocios allá donde pueden… en las cubiertas de barcos en alta mar, en chillonas calles llenas de presurosos empleados, en los espaciosos salones de una bolsa tradicional sin otra cosa que ver que la información bursátil fluyendo encima de sus cabezas.

La planificación y la estrategia podían venir de aquellas altas estancias, pero su evidencia era como la información común de la bolsa… todo allí para ver.

Así que deja que los com-ojos observen.

—Tengo que recordarme constantemente que ya no sois joven —dijo Odrade.

El se sintió momentáneamente desconcertado, y se preguntó si había conseguido ocultarlo.
¿Leen las mentes?

—¿Qué intenciones tenéis hacia mí, Madre Superiora?

—Manteneros vivo y fuerte.

Cuidado, cuidado.

—Pero no dejarme mano libre.

—¡Scytale! ¿Habláis de economía y luego deseáis algo gratis?

—¿Pero mis fuerzas son importantes para vos?

—¡Podéis creerlo!

—No confío en vos.

El dispensador de alimentos eligió aquel momento para regurgitar su comida: un pescado blanco salteado con una delicada salsa. Olía a hierbas. Agua en un vaso alto, un débil aroma a melange. Una ensalada verde.
Uno de sus mejores esfuerzos.
Notó la salivación en su boca.

—Disfrutad de vuestra comida, Maestro Scytale. No hay nada en ella que pueda perjudicaros. ¿No es eso una muestra de confianza?

Al ver que él no respondía nada, añadió:

—¿Qué prueba de confianza debo daros en nuestra negociación?

¿A qué juego está jugando ahora?

—Vos me decís lo que pretendéis para las Honoradas Matres, pero no me decís lo que pretendéis para mí. —Sabía que su voz sonaba como un lamento. Inevitable.

—Pretendo que las Honoradas Matres sean conscientes de su mortalidad.

—¡Y lo mismo pretendéis conmigo!

¿Era satisfacción lo que había en sus ojos?

—Scytale. —
Qué suave su voz
—. La gente de la que tenéis constancia está escuchando realmente. Os oyen. —Miró a su bandeja—. ¿Os gustaría algo especial?

Se compuso lo mejor que pudo.

—Una pequeña bebida estimulante. Ayuda cuando tengo que pensar.

—Por supuesto. Veré que os sea proporcionada inmediatamente. —Desvió su atención del nicho a la habitación principal de sus aposentos. Él observó los lugares donde ella se detenía, mientras la mirada de la mujer lo recorría todo de punto en punto, de cosa en cosa.

Todo está en su lugar, bruja. No soy un animal en su cueva. Las cosas tienen que estar donde corresponde, donde pueda encontrarlas sin tener que buscar. Sí, son plumas estim lo que hay al lado de mi silla. De modo que utilizo plumas estim. Pero evito el alcohol. ¿Lo observas?

El estimulante, cuando llegó, sabía a una hierba amarga que necesitó un momento para identificar. Casmina. Un fortalecedor de la sangre genéticamente modificado de la farmacopea de Gammu.

¿Estaba pretendiendo recordarle Gammu? ¡Eran tan tortuosas aquellas brujas!

Hurgándole irónicamente con la cuestión de la economía. Sintió el espoleo de aquello mientras giraba al extremo del corredor y proseguía su ejercicio con un paso vivo hacia sus aposentos. ¿Qué clase de adhesivo mantenía ahora unidos los pedazos del Antiguo Imperio? Muchas cosas, algunas pequeñas y algunas grandes, pero sobre todo la economía. Líneas de conexión consideradas a menudo como conveniencias. ¿Y eso era lo que les impedía desaparecer de la existencia saltando en pedazos? La Gran Convención. «Haces saltar a alguien en pedazos y todos nos unimos para hacerte saltar en pedazos a ti.»

Se detuvo delante de su puerta, inmovilizado de pronto por un pensamiento.

¿Era eso? ¿Cómo podía el castigo ser suficiente para detener a los codiciosos powindah? ¿Habían encontrado alguna cola compuesta por cosas intangibles? ¿La censura de tus semejantes? ¿Pero qué ocurría si tus semejantes saltaban ante la más insignificante obscenidad? No podías hacer nada. Y eso decía algo acerca de las Honoradas Matres. Seguro que lo hacía.

Anheló una cámara sagra en la cual desnudar su alma.

¡El Yaghist se ha ido! ¿Soy yo el último Masheikh?

Sentía su pecho vacío. Respirar constituía un esfuerzo. Quizá fuera mejor negociar más abiertamente con las mujeres de Shaitan.

¡No! ¡Ese es el propio Shaitan tentándome!

Entró en sus habitaciones con un estado de ánimo purificado.

Debo hacer que paguen. Hacer que paguen caro. Caro, caro, caro.
Cada
caro
acompañado de un paso hacia su silla. Cuando se sentó, su mano derecha se tendió automáticamente hacia una pluma estim. Pronto sintió su mente avanzando a toda velocidad, sus pensamientos lanzados en maravillosa formación.

No sospechan lo bien que conozco la nave ixiana. Está aquí en mi cabeza. Aquí en mi cabeza. Aquí en mi cabeza.

Pasó la siguiente hora decidiendo cómo registraría aquellos momentos cuando llegara la ocasión de contar a sus compañeros cómo había triunfado sobre los powindah.
¡Con la ayuda de Dios!

Serían palabras resplandecientes, llenas con drama y las tensiones de su prueba. La historia, después de todo, era siempre escrita por los vencedores.

Capítulo XVII

Dicen que la Madre Superiora no puede descuidar nada… un aforismo sin sentido hasta que captas su otro significado: soy la servidora de todas mis Hermanas. No puedo pasar demasiado tiempo en generalizaciones ni en trivialidades. La Madre Superiora debe desplegar una acción perspicaz a fin de evitar que una sensación de desasosiego penetre en los rincones más alejados de nuestro orden.

Darwi Odrade

Algo de lo que Odrade llamaba «mi yo servidor» iba con ella mientras recorría los salones de Central aquella mañana, convirtiendo aquello en su ejercicio en vez de perder tiempo en la sala de prácticas.
¡Un malhumorado servidor!
No le gustaba lo que veía.

Estamos demasiado férreamente atadas a nuestras dificultades, casi incapaces de separar los problemas insignificantes de los grandes.

¿Qué le había ocurrido a su consciencia?

Aunque algunos lo negaban, Odrade sabía que existía una consciencia Bene Gesserit. Pero la habían retorcido y remodelado de una forma que no era fácilmente reconocible.

Se sentía reacia a mezclarse con aquello. Las decisiones tomadas en nombre de la supervivencia, la Missionaria (¡sus interminables discusiones jesuíticas!)… todo divergía de algo mucho más exigente que el juicio humano. El Tirano había sabido aquello.

Ser humano, esa era la salida. Pero antes de que pudieras ser humano, tenias que sentirlo muy profundo en tus entrañas.

¡No había respuestas clínicas! Todo se reducía a una engañosa simplicidad cuya compleja naturaleza no aparecía hasta que la aplicabas.

Como yo.

Mirabas dentro de ti misma, y descubrías quién y qué creías que eras. Ninguna otra cosa servía.

Así pues, ¿qué soy yo?


¿Quién hace esa pregunta?
—Era un golpe lacerante de las Otras Memorias, atravesándola de parte a parte.

Odrade se rió en voz alta, y una Censora llamada Praska que pasaba en aquel momento la contempló asombrada. Odrade le hizo un gesto con la mano a Praska y dijo:

—Es bueno estar viva. Recuerda eso.

Praska consiguió esbozar una ligera sonrisa antes de seguir hacia sus asuntos.

Odrade se detuvo en la puerta de una de las salas de adiestramiento de postulantes. Estaban iniciando la serie de rigurosos ejercicios de posturas que fijarían en sus consciencias el lugar y función de cada músculo. Unos ejercicios dolorosísimos, recordó Odrade, observando cómo las jóvenes temblaban en sus tensas posiciones.

Así que quién pregunta: ¿qué soy yo?

Una peligrosa pregunta. Formularla la situaba en un universo donde nada era completamente humano. Nada encajaba con la cosa indefinida que ella buscaba. A todo su alrededor, payasos, animales salvajes y muñecos reaccionaban a la acción de ocultos hilos. Sentía los hilos que tiraban de
ella
poniéndola en movimiento.

Odrade continuó a lo largo del corredor hacia el tubo que la conduciría hacia arriba hasta sus aposentos.

Hilos.
¿Qué ocurría con el óvulo? Hablamos irreflexivamente de «la mente en sus inicios». ¿Pero qué era yo antes de que las presiones de la vida me modelaran?

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