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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Casa capitular Dune (10 page)

BOOK: Casa capitular Dune
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Odrade sabía que la amenaza de Murbella se basaba en su habilidad física, pero era psicológicamente falsa.
¿Matar a su amante? ¡Muy poco probable!

Bellonda estaba siguiendo la misma línea de pensamiento.

—¿Qué estaba haciendo cuando demostró su rapidez física? Hemos visto eso antes.

—Sabe que estamos observando.

Los com-ojos mostraban a Murbella desafiando el agotamiento post-coito y saltando de la cama. Moviéndose a una velocidad vertiginosa (mucho más rápido de lo que hubiera conseguido nunca una Bene Gesserit), lanzó una tremenda patada con su pie derecho, deteniendo el golpe tan sólo a unos milímetros de la cabeza de Idaho.

A su primer movimiento, Idaho abrió los ojos. La observó sin miedo, sin moverse en lo más mínimo.

¡Ese golpe! Mortal si llega a su destino.
Sólo necesitabas verlo una vez para temerlo. Murbella se movía sin recurrir a su córtex central. Al estilo de los insectos, un ataque desencadenado por los nervios hasta el límite de ignición de los músculos.

—¿Has visto? —Murbella bajó su pie y lo miró intensamente.

Idaho sonrió.

Observándolo, Odrade se recordó que la Hermandad tenía a tres de los hijos de Murbella, todos hembras. Las Amantes Procreadoras estaban excitadas. A su debido tiempo, las Reverendas Madres nacidas de esta línea genética podrían competir con esa habilidad de las Honoradas Matres.

Un tiempo del que probablemente no dispongamos.

Pero Odrade compartía la excitación de las Amantes Procreadoras. ¡Esa velocidad! ¡Añadida al adiestramiento nervio-músculo, a los grandes recursos prana-bindu de la Hermandad! Lo que podía crear aquello permanecía inexpresable en su interior.

—Hizo eso para nosotras, no para él —dijo Bellonda.

Odrade no estaba segura. Murbella se resentía de la constante vigilancia ejercida sobre ella, pero había llegado a acostumbrarse al hecho. Muchas de sus acciones ignoraban obviamente el hecho de que había gente detrás de los com-ojos. Aquella grabación la mostraba regresando a su lugar en la cama al lado de Idaho.

—He restringido el acceso a esa grabación —dijo Bellonda—. Algunas acólitas han empezado a mostrarse turbadas.

Odrade asintió.
Adicción sexual
. Ese aspecto de las habilidades de las Honoradas Matres creaba inquietantes oleajes en la Bene Gesserit, especialmente entre las acólitas. Muy sugerente. Y la mayor parte de las Hermanas en la Casa Capitular sabían que la Reverenda Madre Sheeana, la única entre ellas, practicaba algunas de esas técnicas, desafiando el miedo general de que eso podía debilitarlas.

—¡No debemos convertirnos en Honoradas Matres!
—Bell estaba diciendo constantemente eso.
Pero Sheeana representa un significativo vector de control. Nos enseña algo sobre Murbella.

Una tarde, encontrando a Murbella sola en sus apartamentos en la no-nave y obviamente relajada, Odrade había intentado una pregunta directa.

—Antes de Idaho, ¿ninguna de vosotras intentó nunca, digámoslo así, «unirse a la diversión»?

Murbella había retrocedido con furioso orgullo.

—¡Me atrapó por accidente!

El mismo tipo de furia que mostró ante las preguntas de Idaho.
Recordando esto, Odrade se inclinó sobre la mesa de trabajo y reclamó la grabación original.

—Observa lo furiosa que se pone —dijo Bellonda—. Una orden en hipnotrance contra responder a tales cuestiones. Apostaría en ello mi reputación.

—Todo eso procede de la Agonía de la Especia —dijo Odrade.

—¡Si alguna vez han llegado a ella!

—Se supone que el hipnotrance es nuestro secreto.

Bellonda rumió la obvia deducción:
Ninguna de las Hermanas que enviamos en la Dispersión original regresó nunca.

Estaba escrito con grandes letras en sus mentes: «¿Creó la Bene Gesserit a las Honoradas Matres?» Muchas lo sugerían. Entonces, ¿por qué habían recurrido a esclavizar sexualmente a los machos? Los charloteos históricos de Murbella no eran satisfactorios. Todo aquello iba en contra de las enseñanzas de la Bene Gesserit.

—Tenemos que aprender —insistió Bellonda—. Lo poco que sabemos es muy inquietante.

Odrade reconoció la inquietud. ¿Hasta qué punto era una tentación aquella habilidad? No se atrevía a imaginarlo. Las acólitas se quejaban de que soñaban en convertirse en Honoradas Matres. Bellonda estaba preocupada con razón.

Crea y/o despierta unas fuerzas tan desenfrenadas, y levantarás fantasías carnales de enorme complejidad. Puedes conducir a tu antojo poblaciones enteras tirando de sus deseos, de la proyección de sus fantasías.

Ese fue el terrible poder que las Honoradas Matres se atrevieron a usar
. Dejemos que se sepa que poseen la llave del éxtasis cegador, y habrán ganado la mitad de la batalla. El simple indicio de la existencia de algo así, ése era el principio de la rendición. La gente al nivel de Murbella en aquella otra Hermandad puede que no comprendiera aquello, pero las de la cúspide… ¿Era posible que simplemente utilizaran ese poder sin ver o ni siquiera sospechar su profunda fuerza?
Si ése fuera el caso, ¿cómo se dejaron tentar nuestras primeras Dispersas a este callejón sin salida?

Tiempo atrás, Bellonda había ofrecido su hipótesis:

Una Honorada Matre con una Reverenda Madre cautiva hecha prisionera en aquella primera Dispersión. «Bienvenida, Reverenda Madre. Nos gustaría que fuerais testigo de una pequeña demostración de nuestros poderes.» Interludio de demostración sexual seguido por un despliegue de la velocidad física de la Honorada Matre. Luego… retirada de la melange e inyección del sustituto basado en la adrenalina mezclado con una hipnodroga. En ese hipotético trance, la Reverenda Madre quedaría imprimada sexualmente.

Aquello, acoplado a la agonía selectiva de la carencia de melange (sugirió Bell) podía hacer que la víctima renegara de sus orígenes.

¡El destino nos ayude! ¿Eran todas las Honoradas Matres originales Reverendas Madres? ¿Debemos atrevernos a probar esta hipótesis sobre nosotras mismas? ¿Qué podemos aprender de ello de ese par en la no-nave?

Había dos fuentes de información allí ante los atentos ojos de la Hermandad, pero aún no habían encontrado la llave.

Hombre y mujer ya no son solamente compañeros progenitores, ya no son un apoyo y un consuelo mutuo. Algo nuevo ha sido añadido. Las apuestas han aumentado.

En la grabación del com-ojo que se proyectaba sobre la mesa de trabajo, Murbella dijo algo que llamó toda la atención de la Madre Superiora.

—¡Las Honoradas Madres conseguimos esto por nosotras mismas! No podemos hacer responsable a nadie de ello.

—¿Has oído eso? —preguntó Bellonda.

Odrade agitó secamente la cabeza, manteniendo toda su atención en aquel intercambio verbal.

—No puedes decir lo mismo de mí —objetó Idaho.

—Esta es una disculpa vacía —acusó Murbella—. ¡Fuiste condicionado por los tleilaxu a atrapar a la primera Imprimadora que encontraras!

—Y a matarla —corrigió Idaho—. Eso es lo que pretendían.

—Pero ni siquiera intentaste matarme. Lo cual no quiere decir que hubieras podido conseguirlo.

—Fue entonces cuando… —Idaho se interrumpió con una involuntaria mirada a los com-ojos que estaban grabando.

—¿Qué iba a decir aquí? —saltó Bellonda—. ¡Tenemos que descubrirlo!

Pero Odrade prosiguió con su silenciosa observación de la pareja cautiva. Murbella demostró una sorprendente perspicacia.

—¿Crees que me atrapaste debido a algún accidente en el cuál no estabas implicado?

—Exacto.

—¡Pero veo algo en ti que se corresponde a ello! No seguiste simplemente con tu condicionamiento. Actuaste hasta el máximo de tus límites.

Una mirada hacia adentro veló los ojos de Idaho. Echó la cabeza hacia atrás, tensando los músculos de su pecho.

—¡Esa es una expresión Mentat! —acusó Bellonda.

Todos los analistas de Odrade sugerían aquello, pero aún tenían que conseguir una admisión de Idaho. Si era un Mentat, ¿por qué retenía aquella información?

Debido a las demás cosas implicadas en tales habilidades. Nos teme, y con razón.

—Improvisaste, y mejoraste lo que los tleilaxu te hicieron —dijo Murbella burlonamente—. ¡Había algo en ti que no se quejó tampoco!

—Así es como se enfrenta a sus propios sentimientos de culpabilidad —dijo Bellonda—. Tiene que creer que es cierto, o Idaho no hubiera sido capaz de atraparla.

Odrade frunció los labios. La proyección mostraba a un Idaho divertido.

—Quizá a los dos nos ocurrió lo mismo.

—Tú no puedes culpar a los tleilaxu, y yo no puedo culpar a las Honoradas Matres.

Tamalane entró en el cuarto de trabajo y se dejó caer en su silla-perro al lado de Bellonda.

—Veo que también te interesa. —Hizo un gesto hacia las figuras proyectadas.

Odrade cerró el proyector.

—He estado inspeccionando nuestros tanques axlotl —dijo Tamalane—. Ese maldito Scytale ha retenido información vital.

—No hay ningún fallo en nuestro primer ghola, ¿no? —preguntó Bellonda.

—Nada que nuestros Suks puedan descubrir.

—Scytale tiene que guardarse siempre algunos ases en la manga para poder negociar con ellos —dijo Odrade con tono suave.

—Es un asunto desagradable —se quejó Tamalane.

Odrade no pudo hacer otra cosa más que asentir. La información iba goteando lentamente de su cautivo tleilaxu.
Nosotras preguntamos y Scytale revela… hasta sus límites negociables.

Ambas partes compartían una fantasía: Scytale estaba pagando a la Bene Gesserit su rescate de las Honoradas Matres y su refugio en la Casa Capitular. Pero cada Reverenda Madre que lo estudiaba sabia que algo más movía al último Maestro tleilaxu.

Hábil, hábil, la Bene Tleilax. Mucho más hábil de lo que sospechábamos. Y nos han manchado con sus tanques axlotl. La misma palabra «tanque»… otro de sus engaños. Nos imaginamos contenedores de cálido líquido amniótico, cada tanque el foco de una compleja maquinaria para duplicar (de una forma sutil, discreta y controlable) el trabajo del seno. ¡El tanque es correcto, de acuerdo! Pero mira lo que contiene.

La solución tleilaxu era directa: utiliza el original. La naturaleza ya lo había hecho a lo largo de eones. Todo lo que necesitaba hacer la Bene Tleilax era añadir su propio sistema de control, su propia forma de duplicar la información almacenada en la célula.

—El Lenguaje de Dios —lo llamaba Scytale.
El Lenguaje de Shaitan era más apropiado.

Realimentación.
La célula dirigía su propio seno. Eso era más o menos lo que hacía un óvulo fertilizado, de todos modos. Los tleilaxu simplemente lo habían refinado.

—¿Acaso el nacimiento original no se halla ya en la célula?

Scytale siempre formulaba sus preguntas de una forma esquiva y retorcida.

Odrade dejó escapar un suspiro, despertando agudas miradas de sus compañeras.
¿Tiene nuevos problemas la Madre Superiora?

Las revelaciones de Scytale me inquietan. Y lo que esas revelaciones nos han hecho. Oh, cómo retrocedimos ante la «degradación». Luego vinieron las racionalizaciones. ¡Y sabíamos que eran racionalizaciones! «Si no hay otro camino. Si produce los gholas que necesitamos tan desesperadamente. Es probable que encontremos voluntarias.» ¡Y las encontramos! ¡Voluntarias!

—¿Qué cantidad y qué tipo de planificación entra en la creación de una Honorada Matre? Eso es lo que debemos averiguar —interpuso Bellonda.

Bell sabe lo que me preocupa, y le importa menos que a mí pensar en ello.

La mirada de Odrade se posó en el rostro de Bellonda, y luego escrutó las paredes de la estancia.
¿Qué es lo que estoy buscando? Qué fría es la luz esta mañana.

Aquella había sido una pregunta de Bellonda-la-Amante-Procreadora. Deseaba saber lo parecidas que eran las Honoradas Matres a las Bene Gesserit en el poderoso moldear del potencial humano.

Odrade se sintió cínica respecto a la pregunta.

¿
Qué planificación se centró en mi persona?

A menudo le gustaba pensar en sí misma como en una planificación en el ciclo sexual de la humanidad. Una Reverenda Madre había sido enviada a seducir y a procrear con el difunto Bashar Miles Teg. Resultado: una Darwi Odrade, otra rama en la larga línea Atreides cuyas grabaciones Bellonda guardaba tan cuidadosamente. Bell pensaba en aquello como en una parte esencial de un férreamente controlado plan de procreación.

Pero siempre se producen accidentes, Bell.

La
planificación
llamada Darwi Odrade poseía un secreto factor de azar que complacía a Odrade.
La cualidad de ser único es algo de lo que no hay que burlarse nunca, ni siquiera cuando toma la forma de un Muad’Dib o de su hijo, el Tirano.

Darwi Odrade, una planificación única. ¿Y qué puedo hacer con esa unicidad? ¿Cómo avanzará ese cuidadoso plan?

Era ese sempiterno viejo argumento acerca del Libre Albedrío. Los Mentats aguzaban sus habilidades en él o se veían embotados por él y desechados.
Tendemos a ignorarlo.

—¡Estás ensimismada! —gruñó Tamalane. Miró a Bellonda, empezó a decir algo, y se lo pensó mejor.

El rostro de Bellonda adoptó una expresión hermética, algo que acompañaba frecuentemente a sus más sombríos estados de ánimo (y sus estados de ánimo variaban constantemente, pese a su adiestramiento y pese a sus negativas). Su voz fue apenas algo más que un susurro gutural.

—Soy de la opinión de que eliminemos cuanto antes a Idaho. Y en cuanto a ese monstruo tleilaxu…

—¿Por qué hacer una sugerencia así con un eufemismo? —preguntó Tamalane.

—¡Matémoslo entonces! Y el tleilaxu debería ser sometido a toda la persuasión que nosotras…

—¡Callaos, las dos! —Ordenó Odrade.

Apretó por un momento ambas palmas contra su frente y, mirando al ventanal, vio que fuera caía una helada lluvia. El Control del Clima estaba cometiendo más errores. No podías culparles por ello, pero no había nada que los seres humanos odiasen más que lo impredecible.
«¡Deseamos que sea natural!» Signifique eso lo que signifique.

Con la llegada de esos pensamientos, Odrade anheló una existencia confinada al orden que tanto la complacía: un paseo ocasional por los huertos. Disfrutaba con ellos en cualquier estación. Una tranquila velada con unos amigos, el toma y daca de las conversaciones inquisitivas con aquellos hacia los que sentía un afecto especial.
¿Afecto?
Sí. La Madre Superiora se atrevía a mucho… incluso a amar la compañía. Y las buenas comidas con bebidas escogidas para realzar los sabores. Deseaba aquello también. Qué espléndido era jugar con el paladar. Y más tarde… sí, más tarde… un cálido lecho con un gentil compañero sensible a sus necesidades del mismo modo que ella era sensible a las de él.

BOOK: Casa capitular Dune
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