Read Blonde Online

Authors: Joyce Carol Oates

Tags: #Biografía, Drama

Blonde (59 page)

BOOK: Blonde
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Esto es lo que le gusta a Rose. A Rose le encanta follar y que la follen, siempre que el hombre sepa cómo hacerlo
.

Norma Jeane gritó y poco faltó para que le arrancara un trozo del labio inferior a Eddy G., pero éste percibió la tensión en los músculos femeninos, y sabiendo que ella estaba a punto de correrse y lo fuertes que eran sus orgasmos, levantó astutamente la cabeza para eludir los dientes de la apasionada joven.

No tenía un buen polvo. Creo que nunca sabía qué hacer. Ni siquiera sabía mamarla: se la metías en la boca y todo iba bien porque esa boca era una delicia, pero de hecho te lo montabas solo, como si te hicieras una paja. Es extraño, habida cuenta de quién era ella o en quién se convertiría: ¡el mayor símbolo sexual del siglo
XX
! En aquellos años se rumoreaba que se limitaba a tenderse y dejarse follar como si fuera un cadáver con las manos cruzadas sobre el pecho. Pero con Cass y conmigo era todo lo contrario; se excitaba tanto, se volvía tan loca, que perdía el ritmo. Nos contó que nunca se había masturbado de pequeña (¡tuvimos que enseñarle!), lo que explicaba en parte su conducta; tenía un cuerpo maravilloso y lo admiraba ante el espejo, pero no lo sentía como algo suyo ni sabía qué puñetas hacer con él. ¡Tenía gracia! Los orgasmos de Norma Jeane eran como una estampida. Como un montón de personas que gritan y empujan, tratando de salir por la puerta todas a la vez
.

Una hora después, cuando los pasos de Cass los despertaron de un profundo sopor, Norma Jeane había olvidado por completo lo que quería preguntarle a Eddy G. sobre el Cadillac verde lima, lo que antes le había parecido tan crucial.

Cass los miró, esbozó una sonrisa y suspiró.

—¡Qué imagen tan serena! Parecéis una versión de la escultura de
Laocoonte
donde las serpientes han follado con los niños en lugar de intentar asfixiarlos. Como si después todos se hubieran quedado dormidos abrazados. Y como si hubieran alcanzado la inmortalidad de esa manera.

En el asiento trasero de su coche nuevo, debajo de la funda de piel de caballo, Norma Jeane encontró unas pequeñas manchas oscuras semejantes a pegajosas gotas de lluvia. ¿Era sangre? Y bajo la sucia alfombra de plástico del vehículo descubrió un sobre marrón que contenía unos cien gramos de un fino polvo blanco. ¿Opio?

Probó unos granos con la lengua. No sabía a nada.

Cuando le enseñó el paquete a Eddy G., éste se lo quitó de las manos, hizo un guiño y dijo:

—Gracias, Norma. Que quede entre nosotros.

5

—Creo que Rose tuvo un hijo, y el niño murió.

Estaba empecinada en su idea, pero sonreía. De manera inconsciente (¿o consciente?) se acariciaba los pechos mientras hablaba. A veces incluso se daba suaves palmadas, con expresión abstraída, como si esas caricias circulares y onanistas fueran inherentes al acto de pensar; la mano sobre el vientre, la entrepierna marcada por las ceñidas prendas.

Como si se masturbara delante de ti. Igual que una niña o un animal
.

En los platós donde filmaban
Niágara
y en el resto de Hollywood circulaban dos teorías enfrentadas. La primera era que la protagonista Marilyn Monroe no sabía actuar ni necesitaba hacerlo, ya que para hacer el papel de la zorra de Rose Loomis no tenía más que interpretarse a sí misma, razón por la cual los jefes la habían contratado (era del dominio público que todos los directivos, desde el señor Z hasta el último jefecillo del escalafón, despreciaban a Marilyn Monroe y le atribuían tanto mérito como a una prostituta o una actriz porno); la segunda teoría, promovida por los directores y algunos de los actores que habían trabajado con ella, era más radical: Marilyn Monroe era una actriz nata, tenía un talento natural —con independencia de cómo se definiera el término «talento»— y había descubierto lo que significaba «actuar» igual que una mujer que ante el peligro de ahogarse, sacude las manos y los pies y aprende a nadar empujada por la desesperación. ¡Nadar era una habilidad «espontánea» para ella!

En su profesión, el actor usa la cara, la voz y el cuerpo. No tiene otras herramientas. Su instrumento es su propia persona.

Durante la primera semana de rodaje, el director, H, empezó a llamar a Norma Jeane Rose, como si hubiera olvidado su nombre profesional. Ella no se ofendió. Tanto H como el protagonista masculino, Joseph Cotten —un caballero inseguro en su papel, un actor de la generación de V que se parecía a éste en muchos sentidos—, se comportaban como si estuvieran enamorados de Rose, o al menos tan fascinados por ella que eran incapaces de mirar a otra parte. ¿O acaso ella y su cuerpo ostensiblemente femenino les inspiraban repugnancia?, ¿no podían quitarle la vista de encima porque la temían y la odiaban? El actor que interpretaba el papel de amante de Rose, y que debía besarla en largas escenas amorosas, se excitaba tanto que hacía reír a Norma Jeane; si ella no hubiera sido propiedad de los Dióscuros (como se hacían llamar jocosamente Cass y Eddy G.), lo habría invitado a su casa. O a hacer el amor en el camerino, ¿por qué no? Resultaba exasperante la manera en que Rose absorbía la mayor parte de la luz de una toma, por muy escrupulosamente que iluminaran la escena. Era irritante la forma en que, sin esfuerzo aparente, absorbía la vida de una escena, por mucho que los demás actores trataran de imponer su personalidad. En la proyección de las tomas del día, ellos parecían caricaturas bidimensionales, mientras que Rose Loomis era una persona de carne y hueso. Su piel pálida y luminosa se adivinaba caliente, sus misteriosos ojos tenían la translúcida tonalidad azul de un agitado mar invernal salpicado de escarcha, sus movimientos eran lánguidos como los de una sonámbula. Cuando empezaba a acariciarse los pechos ante la cámara, el trastornado H era incapaz de cortar la toma, aunque sabía que esas escenas no pasarían por el filtro de la censura y tendría que eliminarlas. En una escena crucial, mientras se reía de su desesperado marido y se burlaba de su impotencia insinuando que se acostaría con el primer hombre que se cruzara en su camino, Rose se rozó la entrepierna con la palma de la mano en un ademán inconfundible.

¿Por qué? Era obvio. Si él no podía darle lo que ella necesitaba, se lo proporcionaría a sí misma
.

Pero eso era extraño. Se comentaba, se repetía insistentemente, que era extraño. Porque menos de un año antes, durante el rodaje de
Niebla en el alma
, la actriz rubia Marilyn Monroe tenía fama de ser una mojigata, una joven ansiosa y extremadamente tímida que evitaba cualquier contacto físico o visual; se escondía en su camerino hasta que la llamaban e incluso entonces se resistía a salir, y cuando por fin lo hacía, sus ojos estaban llenos de pánico, como si se convirtiera en su personaje en lugar de «interpretarlo». Sin embargo, en los exteriores donde se rodaba
Niágara
, visitados una y otra vez por periodistas y otras personas, la misma joven actriz rubia no parecía más tímida que un babuino. Habría salido desnuda de su escena en la ducha si la asistente de vestuario no la hubiera interceptado con un albornoz; habría arrojado al suelo la toalla con la que se envolvía después de la ducha si la misma asistente de vestuario no la hubiera interceptado con el mismo albornoz. Por voluntad propia, salía desnuda en escenas de cama en las que otras actrices, incluidas las esculturales Rita Hayworth o Susan Hayward, habrían llevado ropa interior de color carne, prendas que pasaban inadvertidas bajo las sábanas blancas. Fue una decisión espontánea de Marilyn la de separar las rodillas y abrir las piernas bajo la sábana, un movimiento vulgar, sugerente y cualquier cosa menos «femenino». ¡He aquí una mujer que sugiere que no será pasiva ni sumisa en la cama! Durante el rodaje, la sábana caía a menudo, dejando al descubierto un pezón o la totalidad de un pecho nacarado. Entonces H no tenía más alternativa que cortar la escena, por muy fascinado que estuviera.

—¡Rose! Esta toma no pasará la censura.

H era el padre vigilante y asumía su responsabilidad moral. Rose era la hija díscola y desvergonzada.

Esa maldita mujer. Era tan hermosa que no podías quitarle los ojos de encima. Cuando Cotten por fin la estrangula, algunos prorrumpimos en aplausos espontáneos
.

Una parte de
Niágara
se filmó en los platós que La Productora tenía en Hollywood; otra, en las cataratas del Niágara, en el estado de Nueva York. Fue precisamente en los exteriores donde Rose Loomis se convirtió en un personaje aún más convincente e imprevisible. La actriz exigía un texto más contundente. Se quejaba de que sus frases estaban llenas de clichés. Rogó que le permitieran escribir sus propios parlamentos, y ante la negativa del director, insistió en interpretar ciertas partes de las escenas con mímica, sin hablar. Norma Jeane pensaba que Rose Loomis era un papel mediocremente descrito y poco verosímil, una vulgar imitación de la seductora camarera asesina que había interpretado Lana Turner en
El cartero siempre llama dos veces
. Creía que los directivos de La Productora la habían contratado sólo para humillarla. Pero los muy cabrones se enterarían de lo que era capaz.

Insistía en que repitieran cada toma media docena de veces, o una docena.

—Hasta que salga perfecta.

Las imperfecciones la horrorizaban.

Un día, mientras se preparaban para filmar la larga y provocativa escena en la que Rose Loomis se aleja de la cámara —a paso vivo pero seductor—, Norma Jeane se volvió inesperadamente hacia H y su ayudante y dijo con total naturalidad, usando su voz, no la del personaje:

—Anoche caí en la cuenta. Creo que Rose tuvo un hijo, y el niño murió. No me había percatado antes, pero por eso interpreto a Rose de esta manera. Ella tiene que ser algo más de lo que dice el guión; es una mujer que guarda un secreto. Recuerdo cómo sucedió.

—¿Qué? —preguntó H con incredulidad—. ¿Cómo sucedió qué?

Estaba perplejo; hacía semanas que se sentía desconcertado ante Rose Loomis. O ante Marilyn Monroe. ¡O ante quienquiera que fuera esa mujer! No sabía si debía tomarla en serio o reírse de ella.

—Tuvo un niño —prosiguió la joven como si no la hubieran interrumpido—, lo metió en un cajón de una cómoda y el niño se asfixió. No fue aquí, desde luego. No estaban en la habitación de un motel, sino en algún lugar del oeste, donde vivía antes de casarse. Ella se encontraba en la cama con un hombre y no oyó llorar al bebé en el cajón. Cuando terminaron, ni siquiera se dieron cuenta de que el niño había muerto —tenía los ojos entornados, como si mirara más allá de las deslumbrantes luces del plató, tratando de penetrar en las sombras del pasado—. Más tarde, Rose sacó al bebé del cajón, lo envolvió en una toalla y lo enterró en un lugar secreto. Jamás la descubrieron.

H rió, incómodo.

—¿Cómo demonios lo sabes?

Hubiera querido llamarla «rubia estúpida». Era la forma más rápida de descalificarla. ¿Tenía miedo de que desafiara su autoridad de director, así como Rose Loomis desafiaba la autoridad y la virilidad de su marido?

—¡Lo sé! —respondió Norma Jeane, sorprendida de que H dudara de su palabra—. Yo conocí a Rose.

6

¡Una mujer gigante! Y esa mujer era ella. En las cataratas del Niágara, empezó a soñar como nunca había soñado en California. Eran fantasías diurnas, vívidas como escenas cinematográficas. Una giganta, una risueña mujer con el pelo amarillo. No era Norma Jeane, ni Marilyn, ni Rose.

—Pero soy yo. Estoy en su interior.

En lugar de un vergonzoso corte sangrante, entre las piernas tenía una protuberancia, un órgano sexual grande e hinchado. Ese órgano palpitaba de avidez y deseo. A veces Norma Jeane se limitaba a rozarlo con la mano, o a soñar que lo rozaba con la mano, e instantáneamente, como una cerilla que se enciende, tenía un orgasmo y despertaba gimiendo.

7

La muy zorra
. Rose hostiga a su marido porque él no es bueno con ella, no es un hombre. Quiere que muera, que desaparezca, porque una mujer necesita un hombre y él no lo es. Si no se comporta como un marido, ella tiene derecho a deshacerse de él. En la película, el plan consiste en que el amante de Rose lo empuje al río Niágara para que caiga por las cataratas. Es una verdad desagradable para el año 1953: aunque una mujer sea la esposa de un hombre, no le pertenece. Una mujer puede estar casada con un hombre al que no ama y le corresponde a ella decidir con quién quiere acostarse. Es dueña de su vida, incluso para desperdiciarla.

Yo quería a Rose. Tal vez fuera la única mujer que la quería, pero lo dudo, pues la película fue todo un éxito y la gente hacía largas colas para verla, como en la matiné infantil de los sábados. Rose era tan bonita y
sexy
que el público quería que se saliera con la suya. Quizá todas las mujeres deberían salirse con la suya. Estamos hartas de ser tolerantes y comprensivas. Estamos hartas de perdonar. ¡Estamos hartas de ser buenas!

8

—Podía llegar en cualquier momento, como un mensaje. Tanto si lo entendía como si no.

Ésa era la esperanza que Norma Jeane había depositado en los libros.

Abría un libro al azar, lo hojeaba y comenzaba a leerlo buscando una señal, una verdad que cambiara su vida.

Llenó una maleta de libros para llevársela al lugar del rodaje.

Les había suplicado a Cass Chaplin y a Eddy G. que la acompañaran, y cuando ellos declinaron la invitación, les arrancó la promesa de que irían a verla, aunque sabía que no lo harían, pues los dos estaban demasiado apegados a Hollywood.

—Llámanos, Norma. Mantente en contacto. Promételo.

A veces el rodaje de
Niágara
marchaba bien y otras veces no; en el segundo caso, la culpable era siempre Rose Loomis, o al menos eso creían los demás.

Era una obsesivo-compulsiva. Nunca se contentaba con una sola toma. Su secreto era el miedo al fracaso
.

Esas noches, Norma Jeane se negaba a cenar con el resto del equipo. Estaba harta de ellos, que a su vez estaban hartos de ella. También estaba cansada de Rose Loomis. Tomaba un largo baño y se acostaba desnuda en la cama de matrimonio de su suite en el motel Starlite. Nunca veía la televisión ni escuchaba la radio. Aún no había terminado de leer el inconexo y desquiciado diario de Nijinsky, cuyas frases oníricas y esotéricas le inspiraban poemas.

Quiero decirte que te amo amo amo

quiero decirte que te amo a ti a ti a ti

quiero decirte que te amo amo.

Yo amo pero tú no. Tú no amas amas.

Yo soy la vida, pero tú eres la muerte.

Yo soy la muerte, pero tú no eres la vida.

BOOK: Blonde
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