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Authors: Joyce Carol Oates

Tags: #Biografía, Drama

Blonde (56 page)

BOOK: Blonde
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En abril de 1953, los Dióscuros entran en la vida de Norma Jeane.
Si hubiera sabido que estaban observándome, habría sido más fuerte
.

Sucedían cosas. Y continuarían sucediendo. Un camión de basura cargado con los maravillosos regalos de Navidad que nunca había recibido en la Casa de Expósitos de Los Ángeles se detuvo y dejó caer sus tesoros sobre ella.

—¡Vaya! ¿Me está ocurriendo a mí? ¿Qué es lo que me ocurre?

La vida de aislamiento y cavilaciones de la solitaria niña que practicaba las escalas en un piano se llenó ahora de animación y fiesta, como la banda sonora de un musical puesta al máximo volumen, tan ensordecedora que una oye la melodía, pero no la letra. Puro estruendo.

—Me da miedo, ¿sabes? Porque yo no soy ella.
No soy Rose
, en absoluto.

—Me refiero a que no soy una puta. ¡Yo amaría de verdad a un hombre como Joseph Cotten! La guerra le ha dejado secuelas psicológicas y quizá también físicas. Es… ¿cómo se dice?, impotente, ¿no? No queda claro. En una escena salimos haciendo el amor o algo parecido. Rose lo toca, pero él no se entera; él ríe y es obvio que está loco por ella. En esa escena, yo me pondré seria. Como se pondría Rose con él. Ella está actuando, pero yo interpretaré el papel como si no lo hiciera. De una cosa estoy segura: me daría mucho miedo burlarme de un hombre que…, bueno, ya sabes, un hombre que no puede…, que no es un hombre.

La Productora («después de que les chupara la polla, uno a uno, a todos los que estaban sentados alrededor de la mesa») le perdonó el escándalo de la foto y le subió el sueldo a la suma de mil dólares semanales más gastos. De inmediato, Norma Jeane dispuso el traslado de Gladys Mortensen a un pequeño hospital psiquiátrico privado situado en Lakewood.

Su nuevo agente (que había reemplazado a I. E. Shinn) le aconsejó:

—Sé discreta, guapa, ¿de acuerdo? Nadie tiene por qué enterarse de que la madre de Marilyn Monroe sufre trastornos mentales.

Estaban en Monterrey, en un hotel turístico en el que se alojaban fuera de temporada. En una habitación con vistas al Pacífico y a los acantilados. Grandes piedras que rodaban como la locura en el cerebro. Ocasos deslumbrantes.

—Ahora sabemos qué aspecto tiene el infierno, al menos —dice V—. Quiero decir que por lo menos lo sabemos.

Norma Jeane, alegre y desenfadada en el papel de Marilyn, añade:

—¡Desde luego! Y también lo que se siente en el infierno. Eso es lo más importante.

V ríe y continúa bebiendo. ¿Qué ha murmurado? Norma Jeane no ha oído bien.

—Eso también.

Los amantes han ido al hotel turístico de Monterrey para celebrar el nuevo contrato de Marilyn con La Productora: un papel de protagonista en
Niágara
. Su nombre encabezaría el reparto y aparecería antes que el título. Celebran también algo más importante: V ha conseguido la custodia de sus hijos. Además, la serie en la que V trabaja como protagonista ha recibido buenas críticas en todo el país.

—Demonios, no es más que la tele —dice V—. No seas condescendiente.

—¿No es más que la tele? —repone Norma Jeane con la voz ronca y seria de Marilyn—. Yo diría que la tele es el futuro del país.

V se estremece.

—Joder, espero que no. Esa vulgar pantalla en blanco y negro.

—Las películas también empezaron en una vulgar pantalla en blanco y negro. Espera y verás, cariño.

—No. Tu cariño no puede esperar. Tu cariño ya no es joven.

—¿Quééééé? —protesta Norma Jeane—. ¡Claro que eres joven! ¡Eres el hombre más joven que conozco!

V apura su bebida y sonríe en el interior del vaso. Su infantil cara pecosa parece de cartón piedra.

—Tú sí que eres joven, pequeña. Yo no. Es posible que mi carrera haya terminado ya.

Regresarían a Hollywood, donde vivían en casas separadas, el domingo al mediodía.

Esas escenas inventadas, improvisadas en función de los hechos, la perseguirían durante el resto de su vida.

Durante los nueve años y cinco meses que le quedaban de vida.

Y los minutos volaban.

¿Existía algún reloj capaz de marcar un tiempo que transcurre hacia atrás? ¿No había descubierto Einstein que el tiempo retrocedería si se consiguiera invertir la dirección de un rayo de luz?

—¿Por qué no? No puedes evitar preguntártelo.

Einstein soñaba con los ojos abiertos. «Pensaba experimentos» y eso no era muy distinto de lo que hacía una actriz como Norma Jeane cuando improvisaba basándose en los hechos. Razón por la cual Marilyn Monroe empezaría a llegar cada vez más tarde a sus citas. No porque Norma Jeane Baker estuviera paralizada por el miedo, la indecisión y la inseguridad, contemplando su luminosa cara de muñeca en espejos de desesperación o esperanza; no, lo que la retenía eran las escenas inventadas e improvisadas.

Veamos, si hubiera un director que dijera de acuerdo, rodemos esta toma otra vez, lo harías, ¿no? Una y otra vez, tantas como fuera necesario para que la escena saliera perfecta
.

Cuando no hay director, tienes que ser tu propio director. ¿No hay un guión que te oriente? Entonces debes crearlo tú.

De esa manera simple y clara, fingiendo saber cuál es el verdadero significado de una escena que se te antojó incomprensible mientras la vivías. El verdadero significado de una vida que se te antojó incomprensible en la densa selva del acto de vivirla.

«Durante esta búsqueda en el exterior —dice Konstantin Stanislavski—, el actor no debe perder su identidad».

—¡Yo jamás sería una zorra como Rose! Yo respeto a los hombres, estoy loca por ellos. Los quiero. Me gusta su aspecto, su conversación…, su olor. Un hombre con camisa blanca de manga larga, ¿sabes?, una camisa formal con puños y gemelos, me hace perder la cabeza. Yo nunca me burlaría de un hombre. ¡Y mucho menos de un veterano, como el marido de Rose! Una persona mentalmente «discapacitada». Es de lo más mezquino y cruel… Sí, me preocupa un poco lo que pueda pensar la gente. «Marilyn Monroe es una puta, ¿y no acaba de interpretar a una niñera psicótica?» La tal Rose no se contenta con ser infiel a su marido, también se burla de él en su propia cara y conspira para matarlo. Es demasiado.

Estas escenas inventadas, estas improvisaciones, pronto se hicieron tan habituales que era incapaz de recordar si alguna vez no habían ocupado su mente.

—Es tan sencillo. Lo único que quiero es hacer las cosas bien.

¿Crees que mereces vivir? ¿Tú? Zorra enferma, patética. Puta. No se atrevía a pedir consejo a V. Temía que su amante descubriera sus debilidades. Sin embargo, no podía evitar preguntarse si Nell tenía alguna relación con lo que le ocurría. Nell y Gladys. Porque Gladys era Nell, aunque disfrazada. Norma Jeane se había apropiado de las manos de Gladys, sin sospechar que ésta acabaría poseyéndola como un demonio que se apodera de un cuerpo (si una creía en esas supersticiones, que no era el caso de Norma Jeane). Esa mañana había viajado a Norwalk y penetrado en una atmósfera contagiosa. Dicen que los hospitales están infestados de gérmenes (invisibles), ¿por qué no iba a ocurrir lo mismo con los psiquiátricos? Sin duda, allí los gérmenes serían peores. Más letales. Norma Jeane estaba leyendo
La interpretación de los sueños
, de Sigmund Freud; solía llevar el libro a la peluquería, de modo que sus páginas estaban manchadas y semitransparentes a causa de las salpicaduras de decolorante. Todo tiene su origen en la infancia. Sin embargo, ¿qué pasa con los gérmenes, los virus, el cáncer, los trastornos cardíacos? Esas cosas son
reales
.

¿La perdonaría Gladys una vez que se hubiera adaptado a Lakewood?

Una fiesta en Bel Air, en una terraza, encima de los alborotadores pavos reales. Estaba tan oscuro (la única luz procedía de las trémulas llamas de las velas) que era imposible distinguir las caras hasta que estaban muy cerca. Ésta era una careta de goma con las facciones de Robert Mitchum. Los soñolientos ojos de párpados caídos, la sonrisa ladina esbozada con las comisuras de la boca inclinadas hacia abajo. Ese hablar cansino, como si ambos estuvieran en la cama y la cámara los enfocara en un prodigioso primer plano. Y es alto, no un alfeñique. Norma Jeane, traspuesta frente a este ídolo de la pantalla, siente su aliento cálido y cargado de alcohol en la oreja y por una vez se alegra de que V la haya dejado sola. ¡Robert Mitchum! ¡Mirándola a ella! En Hollywood, Mitchum tiene una reputación que impediría a cualquier otro actor conseguir un contrato con un estudio. Nadie entiende por qué el Comité de Actividades Antiamericanas no se ha fijado en él. Por encima de los chillidos histéricos de los pavos reales, Norma Jeane reproducirá para sí esta conversación una y otra vez, como si se tratara de un disco.

M
ITCHUM
: Hola, Norma Jeane. No seas tímida, guapa. Yo te conocí antes de que fueras Marilyn.

N
ORMA
J
EANE
: ¿Cómo?

M
ITCHUM
: Mucho antes de que fueras Marilyn. En el valle.

N
ORMA
J
EANE
: ¿Usted es Robert Mi-mitchum?

M
ITCHUM
: Llámame Bob, guapa.

N
ORMA
J
EANE
: ¿Dice que me conoce?

M
ITCHUM
: Digo que conocí a «Norma Jeane Glazer» mucho antes de que fuera Marilyn. En el 44 o el 45. Yo trabajaba con Bucky en la cadena de montaje de Lockheed.

N
ORMA
J
EANE
: ¿Bu-Bucky? ¿Conocía a Bucky?

M
ITCHUM
: No, no conocía a Bucky. Simplemente trabajaba con él. No me caía bien.

N
ORMA
J
EANE
: ¿No? ¿Por qué no?

M
ITCHUM
: Porque ese imbécil hijo de puta llevó al trabajo unas fotografías de su preciosa esposa adolescente y se las enseñó a los muchachos, fanfarroneando, hasta que yo le paré los pies.

N
ORMA
J
EANE
: No entiendo… ¿Qué dice?

M
ITCHUM
: Da igual. Ha pasado mucho tiempo. Supongo que Bucky habrá desaparecido de tu vida.

N
ORMA
J
EANE
: ¿Fotografías? ¿Qué fotografías?

M
ITCHUM
: Ve a por todas, Marilyn. Si La Productora te da mierda, haz como Bob Mitchum y págales con la misma moneda. Buena suerte.

N
ORMA
J
EANE
: ¡Espere! Señor Mitchum… Bob…

Ahora V la miraba. V, que regresaba lentamente. V con la camisa abierta, con un solo botón de la americana abrochado. V, el estadounidense típico, el muchacho pecoso empujado hasta el límite de su resistencia por el enemigo nazi, arrebatándole una bayoneta a un alemán para clavársela en las entrañas, y el típico público estadounidense vitoreando como si se tratara de un
touchdown
en un partido entre estudiantes. V rodeó los hombros desnudos de Norma Jeane y le preguntó qué le había dicho Robert Mitchum para que ella pareciera tan intrigada, como si estuviera a punto de arrojarse en los brazos de ese cabrón. La joven respondió que Mitchum había sido amigo de su ex marido:

—Hace mucho tiempo. Se conocieron en el valle cuando eran unos críos.

En esa fiesta —un multimillonario magnate del petróleo que llevaba un parche en el ojo y quería invertir en La Productora; la sorprendente exhibición de pájaros y otros animales en el jardín, entre velas apoyadas en postes; una luna de papel translúcido sobre las palmeras, iluminada por dentro para que los invitados creyeran que
¡había dos lunas en el cielo!
—, en esa fiesta, los Dióscuros (que habían acudido sin que nadie los invitara en un Rolls prestado) observaban a Norma Jeane desde lejos. Habían visto a Mitchum, pero no habían oído sus palabras. Habían visto a V, pero tampoco lo habían oído.

—A veces siento… ¿es que no tengo piel? ¿Le falta una capa? Todo duele. Como una quemadura de sol. Desde que murió el señor Shinn. Lo echo tanto de menos. Era el único que creía en Marilyn Monroe. Los jefes de La Productora no creían en ella, desde luego. La llamaban «zorra». Yo tampoco creía demasiado en ella. Hay tantas rubias… Cuando murió el señor Shinn, yo también quise morir. Yo lo maté, le rompí el corazón. Pero comprendí que debía seguir viviendo. Él decía que Marilyn era su invención y quizá fuera cierto. Tendría que vivir por Marilyn. No es que sea religiosa. Antes lo era, pero ahora no sé qué soy. Me parece que nadie sabe a ciencia cierta en qué cree, simplemente dicen lo que consideran que deben decir. Igual que con esos juramentos de lealtad que nos obligan a firmar. Todo el mundo ha de firmar. Un comunista mentiría, ¿no? Así que ¿para qué sirve? Pero supongo que es una obligación. ¿Una responsabilidad? En
La máquina del tiempo
, la novela de H. G. Wells, el Viajero del Tiempo se dirige al futuro en una máquina que no consigue controlar del todo, avanza muchos años y tiene esta visión: el futuro ya está ahí, delante de nosotros. En las estrellas. Yo no creo en las supersticiones como… ¿la astrología?, ¿la quiromancia? ¡Tratar de predecir el futuro por motivos tan insignificantes! Si
yo
pudiera leer el futuro, pediría una cura para el cáncer o para las enfermedades mentales. Quiero decir que el futuro está delante de nosotros como una carretera que nadie ha transitado aún, que quizá ni siquiera esté asfaltada. Tenemos que seguir vivos porque se lo debemos a nuestros descendientes, a los hijos de nuestros hijos. Debemos permanecer vivos para que nuestros hijos puedan nacer. ¿No es lógico? Yo creo que sí. A veces sueño con un niño…, es un sueño tan bonito. En fin, no quiero hablar de eso, porque es un tema muy íntimo. Lo único que me gustaría es que en el sueño me dieran un indicio de quién es el padre.

Abril de 1953. Norma Jeane había huido y estaba escondida en el tocador, llorando. Fuera retumbaban la música y las carcajadas. ¡Estaba tan ofendida! Se sentía insultada. El magnate del petróleo la había tocado para comprobar si era «real». Quería bailar el bugui-bugui con ella. No tenía ningún derecho a obligarla a acompañarlo en esa clase de baile. ¿Y si V los hubiera visto? Y delante del señor Z, con su cara de murciélago, y del señor D, con sus crueles miradas lascivas.
No soy una puta en venta. ¡Soy una actriz!
Cuánto echaba de menos al señor Shinn en momentos como ése. Porque V la quería, pero daba la impresión de que ella no terminaba de gustarle. Era la pura verdad. Además, últimamente parecía envidiar su éxito. V, que había conocido la fama cuando Norma Jeane estaba en el instituto y contemplaba embelesada su pecosa cara infantil en la pantalla del cine. Tal vez V no la quisiera. Puede que sólo le interesara tirársela.

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