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Authors: Joyce Carol Oates

Tags: #Biografía, Drama

Blonde (40 page)

BOOK: Blonde
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Durante tres años, Norma Jeane había rechazado todas las ofertas para posar desnuda. Para
Yank, Peek, Swank, Sir!
, entre otras, por sumas muy superiores a los cincuenta miserables dólares que ganaría con los calendarios de Ace Hollywood. (Otto recibiría novecientos por hacer las fotos. Además, se quedaría con los negativos, aunque Norma Jeane no tendría por qué enterarse de ese detalle.) Ahora que no vivía en el club subvencionado por La Productora y se había mudado a una habitación amueblada en West Hollywood, la joven debía varios meses de alquiler. Se había visto obligada a comprarse un coche de segunda mano para moverse por Los Ángeles, pero una semana atrás se lo habían embargado. La agencia Preene estaba a punto de despedirla por la única razón de que La Productora la había despedido antes. Hacía meses que Otto no le telefoneaba, esperando que fuera ella quien diera el primer paso. ¿Por qué coño iba a llamarla
él
? No la necesitaba. En el sur de California había chicas a patadas.

Hasta que una mañana sonó el teléfono en su estudio, atendió y al oír la voz de Norma Jeane su corazón dio un vuelco, lleno de emociones que no habría sido capaz de definir: excitación, alegría, deseos de venganza. La voz de la chica sonaba agitada e insegura:

—¿Otto? ¡Ho-hola! Soy No-norma Jeane. ¿Puedo ir a verte? ¿Ti-tienes trabajo para mí? Espero que…

—No estoy seguro, muñeca —respondió Otto arrastrando las palabras—. Haré algunas llamadas. Este año han aparecido un montón de chicas estupendas en Los Ángeles. Ahora mismo estoy haciendo fotos. ¿Te importa que te llame en otro momento?

Había colgado el auricular relamiéndose de gusto, pero más tarde empezó a sentir remordimientos y junto con ellos un extraño placer, porque si Norma Jeane era una joven dulce y decente que le había hecho ganar dinero vestida con camisetas, pantalones cortos, jerséis ceñidos y trajes de baño, bien podría hacerle ganar aún más posando desnuda, ¿por qué no?

Yo no era una vagabunda ni una puta. Sin embargo, querían verme de ese modo. Supongo que no podían venderme de ninguna otra manera. Y yo entendía que tenían que venderme. Porque entonces me desearían y amarían
.

—Cincuenta dólares, pequeña —dijo él.

—¿Cin-cincuenta… nada más?

Había imaginado que serían cien. Incluso más.

—Nada más.

—Pensaba que…, una vez me dijiste…

—Claro. Puede que más adelante consigamos más. En alguna revista. Pero ahora la única oferta que tenemos es para los calendarios de Ace Hollywood. Tómalo o déjalo.

Una larga pausa. ¿Y si inesperadamente se deshacía en lágrimas?, se preguntó Norma Jeane. En los últimos tiempos lloraba mucho. No recordaba haber visto llorar a Gladys. Temía el desprecio del fotógrafo. Sus ojos estarían rojos e hinchados y tendrían que aplazar la sesión, aunque ella necesitaba el dinero de inmediato.

—Vale. De acuerdo.

Otto tenía el contrato listo para que lo firmara. Norma Jeane supuso que lo había preparado por si ella cambiaba de opinión después de hacerse las fotos, movida por la vergüenza o la ira; en tal caso, él perdería su parte. Se apresuró a firmar.

—«Mona Monroe». ¿Quién coño es ésa?

—Yo, desde ahora.

Otto rió.

—No es una gran tapadera.

—No iré muy
tapada
.

Se desnudó con dedos lentos y temblorosos detrás del raído biombo chino, donde en otras ocasiones se había puesto la ropa de modelo. En un círculo de luz solar oscurecido por la suciedad del cristal a través del cual brillaba. No había perchas para las prendas que ella mantenía siempre limpias y planchadas: una blusa de batista blanca y una falda acampanada azul marino. Se quitó la ropa hasta quedar completamente desnuda salvo por las sandalias de tacón mediano. Se había despojado de su dignidad. Aunque ya no le quedaba mucha. Desde que había recibido la terrible noticia de La Productora, durante cada hora de cada día, oía una voz burlándose de ella:
¡Fracasada! ¡Fracasada! ¿Por qué no te mueres? ¿Por qué estás tan viva?
No tenía respuesta para esa voz que no conseguía identificar. No se había percatado de cuánto había significado Marilyn Monroe para ella. No le gustaban ni el nombre, que era falso y vulgar, ni el artificial pelo decolorado, ni la ropa de mujer fatal, ni los movimientos afectados de Marilyn Monroe (así como otras personas gesticulaban con las manos, ella bamboleaba los pechos o daba pasos menudos dentro de faldas ceñidas que revelaban hasta la raja de sus nalgas), ni los papeles que le daban los ejecutivos de La Productora; sin embargo, tenía la esperanza (una esperanza que el señor Shinn alimentaba) de que muy pronto le ofrecieran un papel serio, caso en el cual haría su auténtico debut en la pantalla. Como Jennifer Jones en
La canción de Bernadette
. Como Olivia de Havilland en
Nido de víboras
. ¡Jane Wyman interpretando a una sordomuda en
Johnny Belinda
! Norma Jeane estaba convencida de que podía encarnar personajes semejantes. «Si al menos me dieran una oportunidad.»

Nunca le contó a Gladys que se había cambiado el nombre.

Había imaginado que cuando se estrenara
Scudda-Hoo! Scudda-Hay!
llevaría a Gladys al Teatro Egipcio de Grauman y que Gladys estaría asombrada, emocionada y orgullosa de ver a su hija en la pantalla por pequeño que fuera el papel; al final de la película la joven le habría explicado que la Marilyn Monroe de los títulos de crédito era
ella
. Que el cambio de nombre no había sido idea suya, pero que al menos le habían dejado usar el apellido «Monroe», el de soltera de Gladys. Pero en aquella estúpida película habían reducido su escena a unos segundos, de modo que no podía enorgullecerse de ella.
Si no me siento orgullosa, no podré ir a buscar a madre. Sin orgullo, no puedo esperar su bendición
.

Si su padre la hubiera conocido como Marilyn Monroe, también se habría disgustado. Porque no había posibilidad de enorgullecerse de Marilyn Monroe… todavía.

Otto Öse preparaba las tomas mientras hablaba con rapidez y entusiasmo. Hacía planes para otras sesiones «artísticas» como ésa. Porque siempre había demanda para…, bueno, para fotos «especializadas». Norma Jeane lo escuchaba con gesto ausente, como si estuviera muy lejos. Otto era un hombre lento y apático salvo cuando trabajaba con su cámara; con la cámara, volvía a la vida. Era infantil y divertido. Norma Jeane había aprendido a no ofenderse por sus bromas. La joven se conducía con timidez, pues hacía meses que no se veían y la despedida había sido incómoda. (Ella había hablado demasiado. Le había contado que se sentía sola y preocupada por su carrera y que pensaba «un montón» en él. Todavía no terminaba de creer que hubiera dicho eso. Era lo peor que una podía decirle a Otto Öse, y ella lo sabía. Al principio él no había respondido, se había vuelto de espaldas, fumando su apestoso cigarro, y por último había murmurado: «Por favor, Norma Jeane, no quiero herirte». Había fruncido la boca como un niño enfurruñado, su párpado izquierdo temblando espasmódicamente. Después había guardado silencio durante tanto tiempo que Norma Jeane supo que había cometido un error garrafal e irremediable.) Ahora ella estaba detrás del raído biombo chino, temblando a pesar del sofocante calor. Había jurado que nunca posaría desnuda, porque eso equivalía a
cruzar la raya
, y
cruzar la raya
era lo mismo que aceptar dinero de un hombre a cambio de sexo. Era imposible volver atrás. La transacción le parecía sucia en el sentido más literal. Y ella estaba obsesionada por la limpieza. Las uñas de las manos, las de los pies.
Nunca seré como madre; ¡nunca!
Si sudaba durante una escena en la escuela de interpretación, se duchaba en cuanto terminaba. ¿Era Orson Welles quien había dicho aquello de «un actor que no suda no es un actor»? ¡Pero a ninguna actriz le gusta oler mal! En el club de La Productora, Norma Jeane era una de las chicas a las que les gustaba permanecer sumergidas en un baño caliente durante tanto tiempo como les permitieran. Pero ahora, para su vergüenza, en su miserable habitación alquilada no tenía bañera ni ducha y no le quedaba más remedio que lavarse con dificultad en una pequeña pila. Había estado a punto de aceptar la invitación de pasar un fin de semana con un productor que vivía en Malibú por la única razón de que añoraba un baño reconfortante. El productor era un amigo de un amigo del señor Shinn. Uno de tantos «productores» de Hollywood. Un hombre rico que había ayudado a empezar a Linda Darnell. Y a Jane Wyman. Al menos se jactaba de ello. Pero si Norma Jeane hubiera ido a su casa, habría
cruzado la raya
.

Ella no quería dinero, sino trabajo. Había declinado la invitación del productor y ahora estaba desnuda en el abarrotado estudio de Otto Öse, que olía como peniques de cobre apretados en una mano sudorosa. A sus pies había pelusas y caparazones de insecto secos que le pareció reconocer de la última vez que había estado allí, muchos meses antes.
Cuando juré que no regresaría. ¡Nunca!

Era incapaz de descifrar las miradas del fotógrafo: ¿se sentía atraído hacia ella o la despreciaba? El señor Shinn había dicho que Otto era judío y Norma Jeane no conocía a ningún otro judío. Desde su descubrimiento de Hitler, los campos de concentración y las fotografías de Buchenwald, Auschwitz y Dachau que había contemplado largamente y con horror en
Life
, sentía auténtica fascinación por los judíos y el judaísmo. ¿No había dicho Gladys que eran un pueblo elegido, una raza antigua y predestinada a la gloria? Norma Jeane había estado leyendo sobre esa religión, que no buscaba conversos, y sobre la «raza»…, una «raza», ¡qué misterio! Los orígenes de las «razas» humanas eran un verdadero misterio. Una debía tener una madre judía para nacer judía. ¿Era una maldición o una bendición ser un «elegido»? A Norma Jeane le habría gustado preguntárselo a uno de ellos. Pero era una pregunta ingenua, y después del horror de los campos de concentración, con toda probabilidad la interpretarían mal. En los hundidos ojos de Otto Öse veía algo conmovedor, una profundidad y una historia que no estaban en los suyos, claros y deslumbrantemente azules.
Yo no soy más que una estadounidense. Superficial. En mi interior no hay nada
.

Otto Öse no se parecía a ninguno de los hombres a los que ella conocía. No sólo porque era excéntrico y tenía talento, sino también porque, en cierto modo, no era un
hombre
. No estaba definido por la
masculinidad
. Su sexualidad era un misterio para ella. Las mujeres parecían disgustarle por una cuestión de principios. A Norma Jeane tampoco le habrían gustado las mujeres si hubiera sido hombre. O eso creía. Sin embargo, durante mucho tiempo había tenido la esperanza de que Otto Öse la considerara diferente y la
amara
. De que sintiera compasión por ella y la
amara
. Porque ¿acaso no la miraba a veces con ternura y siempre con vehemencia a través del objetivo de la cámara? Y después, mientras examinaba las fotos de Norma Jeane, o de la Norma Jeane a la que había retratado disfrazada, murmuraba: «Dios mío. Mira esto.
Preciosa
». Pero se refería a las fotografías, no a ella.

Completamente desnuda de no ser por los zapatos.
¿Por qué hago esto? Es un error
. Buscaba desesperadamente con la vista una bata con la cual cubrirse. ¿No había siempre una bata a mano para las modelos que posaban desnudas? Debería haberla llevado ella. Asomó con timidez la cabeza por el extremo del biombo. Su corazón palpitaba con fuerza; sentía miedo y una extraña euforia. Si Otto la veía desnuda, ¿la desearía? ¿La amaría? Lo miró: estaba de espaldas a ella, vestido con una holgada camiseta negra, pantalones de trabajo que revelaban la penosa estrechez de sus caderas y unas alpargatas sucias. Ninguna de las modelos de Preene o las actrices jóvenes de La Productora que conocían a Otto sabían nada de él. Tenía fama de ser muy exigente y obligarte a trabajar hasta el agotamiento: «Pero con Otto vale la pena. Nunca pierde el tiempo». Su vida privada era un misterio: «Una ni siquiera puede imaginarlo como un
marica
». Norma Jeane advirtió que el pelo de Otto estaba adquiriendo un metálico tono gris y empezaba a ralear en la coronilla de su alargado cráneo. De perfil, se parecía más a un halcón de lo que Norma Jeane recordaba. Parecía tan
voraz
, tan
depredador
. Podía imaginárselo volando, planeando y descendiendo en picado detrás de su asustada presa. Estaba cubriendo con terciopelo rojo un desvencijado bastidor de cartón y no se había percatado de que Norma Jeane lo observaba. Silbaba, murmuraba para sí, reía. Se volvió a mirar al fondo del estudio, donde había un caos de objetos destartalados: una mesa de cocina metálica, sillas cochambrosas, un fogón eléctrico, una cafetera y tazas. Tableros de contrachapado donde pegaba docenas de negativos y copias de fotos, algunas tan antiguas que estaban amarillentas. Cerca de allí había un mugriento lavabo con una cortina de arpillera a modo de puerta. Norma Jeane detestaba usar ese retrete y lo evitaba siempre que podía. Ahora le pareció ver una sombra detrás de la cortina de arpillera: ¿había alguien dentro?
¿Ha traído a alguien para que me espíe?
Era una idea descabellada, absurda. Otto no era así. Otto despreciaba a los chulos.

—¿Estás lista, muñeca? No tendrás vergüenza, ¿no? —Otto le arrojó una tela de gasa que antes había sido una cortina. Ella se cubrió, agradecida—. Voy a usar terciopelo arrugado para conseguir el efecto de una caja de caramelos. Tú serás una exquisita golosina, tan apetecible que darán ganas de comerte.

Hablaba con naturalidad, como si ambos estuvieran acostumbrados a esa situación. Se concentró en colocar el trípode en su sitio, cargar la película y regular la cámara. Ni siquiera alzó la vista cuando Norma Jeane se aproximó lentamente, aturdida como una niña en un sueño. El terciopelo rojo estaba deshilachado en los bordes pero el color se mantenía vivo, palpitante. Otto había colocado la tela de modo que los bordes no salieran en la foto y el pequeño taburete donde Norma Jeane se sentaría, enmarcado por el llamativo color, estaba disimulado bajo el terciopelo.

—Otto, ¿puedo ir al lavabo? Sólo para…

—No. Está averiado.

—Sólo para lavarme…

—No. Empecemos, Miss Sueños Dorados.

—¿Es eso lo que seré?

Otto todavía no miraba a Norma Jeane. Quizá por delicadeza, o acaso porque temía que la chica se asustara y saliera corriendo. Envuelta en la sucia cortina, se acercaba al fondo del decorado y a las cegadoras luces que siempre la intimidaban. Cuando pisó con actitud temerosa la tela, Otto la miró y dijo con brusquedad:

BOOK: Blonde
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