Barbagrís (20 page)

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Authors: Brian W. Aldiss

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Barbagrís
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—No. Quizá sea por eso que me duele más. Podría ha 5er estado unido a él. Malgasté mi oportunidad. Sea como sea, a demonio con todo.

Se estaba levantando un fuerte viento que, partiendo de las montañas, azotaba el campamento. Siguieron andando con las manos en los bolsillos.

En silencio, Pilbeam recordó cómo su padre había alentado su idealismo.

—No entres en el negocio de los discos, hijo —le había dicho—. Seguirá adelante sin ti. Únete a Childsweep, si es lo que deseas.

Pilbeam se adhirió a Childsweep cuando tenía dieciséis años, empezando en el puesto más bajo de la organización. El mayor logro de Childsweep fue el establecimiento de tres Centros Infantiles, cerca de Washington, Karachi y Singapur. Allí se criaba a los niños nacidos en todo el mundo después del Accidente, siempre que se obtenía el consentimiento de los padres, para enseñarles a vivir con sus deformidades y la sociedad en crisis en la cual se encontraban.

El experimento no fue un éxito sencillo. La disminución del número de niños era considerable; en cierta ocasión, habla tres psiquiatras para cada niño. Pero constituyó un intento para arreglar las cosas. Pilbeam, trabajando en Karachi, se sentía casi feliz. Después, los niños se convirtieron en el tema de una disputa internacional. Finalmente estalló la guerra. Cuando ésta alcanzó una fase más desesperada, los Centros Infantiles de Singapur y Karachi fueron bombardeados y destruidos desde satélites de órbita automática. Pilbeam escapó y voló a Washington con una herida leve en la pierna, a tiempo para enterarse del suicidio de su padre.

Tras un minuto de silencio, Pilbeam dijo:

—No te he arrastrado hasta aquí para desanimarte sino para hacerte una proposición. Tengo un empleo para ti. Un verdadero empleo, un empleo que te llenará la vida. Puedo arreglarlo con tu comandante si estás de acuerdo…

—¡Oye, no tan de prisa! —exclamó Timberlane, extendiendo las manos en señal de protesta—. No quiero un empleo. Ya tengo uno: salvar a cualquier niño que encuentre por estas montañas.

—Esto es un verdadero trabajo, no unas vacaciones para niñeras. El trabajo de más responsabilidad que ha habido nunca. No suelo equivocarme en mis corazonadas, y estoy seguro de que tú eres la clase de tipo que nos conviene. Puedo arreglarlo de modo que vueles mañana conmigo a Estados Unidos.

—Oh, no, tengo una novia en Inglaterra, y debo irme a finales de la próxima semana. No puedo aceptar, pero gracias de todos modos.

Pilbeam se detuvo y miró fijamente a Timberlane.

—Haremos que tu novia vaya a Washington. El dinero no es problema, créeme. Por lo menos, déjame hablarte de la cuestión. Verás, sociológica y económicamente, vivimos en tiempos muy interesantes, siempre que puedas mirarlo con perspectiva. Así que un grupo de estudios universitario, con el respaldo de la corporación y el ayuntamiento, ha empezado a estudiar y registrar lo que ocurre. No habrás oído hablar del grupo; es nuevo y se mantiene apartado de las noticias. Se deneomina Documentación Universal Contemporánea Histórica: DOUCH para abreviar. Necesitamos personal para trabajar en todos los países. Volvamos a mi alojamiento y conocerás a Bill Dyson, que es el encargado del proyecto para el Sudeste Asiático, y te proporcionaremos todos los datos.

—Esto es una locura. No puedo aceptar. ¿Has dicho que sacarías a Martha de Inglaterra para llevarla adonde yo estuviese?

—¿Por qué no? Ya sabes cómo va Inglaterra: de vuelta a la oscuridad, bajo este nuevo gobierno y las circunstancias impuestas por la guerra. Los dos os encontraríais mejor en América durante algún tiempo, mientras os adiestramos. Es una gran idea, ¿verdad? —Observó la expresión plasmada en el rostro de Timberlane y añadió—: No tienes que decidirte ahora mismo.

—No puedo… ¿Cuánto tiempo tengo para pensarlo?

Pilbeam consultó su reloj y se rascó la cabeza con una uña.

—Hasta que nos hayamos remojado el gaznate con otro trago, ¿te parece bien?

Sobre la polvorienta pista de despegue de Kohima, dos hombres se estrechaban la mano.

—No me gusta irme así, Charley.

—Al comandante aún debe de gustarle menos.

—Reaccionó como un corderito. No sé qué clase de chantaje pudo hacerle Pilbeam.

Un momento de silencio, y después Chariey dijo:

—¡Ojalá pudiera irme contigo! Has sido un buen amigo.

—Tu país te necesita, Charley, no te engañes. —Pero Charley sólo dijo:

—Habría podido ir contigo si hubiera sido bastante bueno.

Turbado, Timberlane subió la escalerilla que conducía al avión, y se volvió para agitar la mano. Intercambiaron una última mirada antes de que se metiera dentro.

El reactor orbital despegó ruidosamente, dirigiéndose hacia la otra parte del globo en una parábola transpolar. El sol se ocultaba tras el borde occidental del mundo, mientras que, debajo de ellos, la Tierra estaba inundada por una confusión de luces y sombras.

Jack Pilbeam, Algy Timberlane y Bill Dyson se sentaron juntos, hablando muy poco al principio. Dyson era un individuo corpulento, de aspecto tan robusto como Pilbeam era erudito, calvo y de amplia sonrisa. Era tan sosegado como Pilbeam sensitivo. A pesar de no ser más que diez años mayor que Timberlane, daba la impresión de serlo mucho más.

—Es nuestro trabajo, señor Timberlane, ser pesimistas profesionales de DOUCH —dijo—. Con respecto al futuro, únicamente podemos permitirnos ser testarudos y serenos. Hay que enfrentarse al hecho de que si los genes vitales han desaparecido del aparato reproductivo humano, es posible que el resto del aparato no tenga la fuerza para volver a construirlos. En ese caso, los hombres jóvenes como usted y este depravado de Pilbeam representan la última generación humana. Por eso le necesitamos; para registrar la agonía de la raza humana.

—Suena como si lo que quisieran fueran periodistas —dijo Timberlane.

—No señor, lo que necesitamos son hombres con integridad. Esto no es una caza de noticias, es una forma de vida.

—Una forma de muerte, Bill —corrigió Pilbeam.

—Un poco de ambas cosas. Tal como la Biblia nos recuerda, en plena vida estamos muertos.

—Sigo sin comprender la finalidad del proyecto si la raza humana llega a extinguirse —dijo Timberlane—. ¿A quién beneficiará entonces?

—Buena pregunta. Ahí va lo que espero que sea una buena respuesta. Beneficiará a dos clases de personas. Ambos grupos son puramente hipotéticos. Beneficiará a un pequeño grupo que podemos imaginamos, por ejemplo, en América dentro de treinta o cuarenta años, cuando toda la nación haya sucumbido en el caos; supongamos que fundan una pequeña comunidad y descubren que pueden engendrar niños. Estos niños serán como salvajes, niños separados de la civilización a la que legalmente pertenecen. Los registros de DOUCH constituirán el eslabón que unirá su pasado y su futuro, y les dará la oportunidad de pensar según las normas correctas y construir una comunidad socialmente viable.

—¿Y el segundo grupo?

—Me parece que no es usted un hombre muy especulativo, señor Timberlane. ¿No se le ha ocurrido nunca pensar que quizá no estemos solos en este universo? No me refiero únicamente al Creador; es difícil creer que sólo hiciera a Adán. Me refiero a las demás razas que viven en los planetas de otras estrellas. Es posible que algún día visiten la Tierra, tal como nosotros hemos hecho con la Luna y Marte. Buscarán una explicación a nuestra «civilización perdida», igual que nosotros nos hemos preguntado acerca de la civilización perdida de Marte, de la cual encontró algunos indicios la expedición de Leatherby. DOUCH les dejará una explicación. Si esta explicación también contiene una enseñanza que ellos puedan adoptar, tanto mejor.

—Hay un tercer grupo hipotético —dijo Pilbeam, inclinándose hacia delante—. Es el que me hace estremecer. Quizá leyera demasiados libros de ciencia ficción cuando era pequeño. Pero si el hombre va a desaparecer de su nicho ecológico, es posible que alguna criatura ya existente se encarame a él y ocupe su lugar en un par de cientos de años, cuando el lugar esté debidamente aireado.

Se echó a reír. Con tranquilo sentido del humor, Dyson dijo:

—Podría ser, Jack. Las estadísticas acerca de cómo afectó el Gran Accidente a los primates no están muy claras. Es posible que los osos o los gorilas ya hayan iniciado una favorable línea de mutación.

Timberlane guardó silencio. No sabía cómo intervenir en aquel tipo de conversación. Todo el asunto le seguía pareciendo irreal. Al despedirse de Charley Samuels, la expresión de desaliento que observó en el rostro de su amigo le impresionó casi tanto como la instantánea cooperación del comandante con Childsweep. Miró hacia abajo por la ventanilla. Los cúmulos formaban una mullida cama sobre la Tierra. Se hallaba en una Tierra de Nubes.

En el tenebroso mundo que yacía allí abajo, una incierta dinastía de un millón de años de antigüedad estaba llegando a su fin, con la autoinmolación de la casa reinante. Timberlane no estaba seguro de que llegase a gustarle el registro de su agonía.

Un benigno sol otoñal y una escolta militar salió a recibirles en Bolling Field. Con gran irritación por parte de Pilbeam, pasaron media hora en el Edificio de Inspección antes de que se cumplieran las formalidades de Sanidad y Seguridad. Fueron conducidos junto con su equipo y por medio de un camión eléctrico a un pequeño autobús particular que les aguardaba en el exterior. En uno de los costados estaban pintadas las letras DOUCH.

—Mi impresión es buena —exclamó Timberlane—. Ahora, por primera vez, creo que no soy la víctima de alguna complicada trampa.

—No habría creído que aterrizaríamos en Pekin, ¿verdad? —inquirió Dyson, sonriendo con aplomo.

—Asegúrese de no subir nunca a un autobús con las siglas ROIC o DAIU, por muy borracho que esté —advirtió el jefe de su escolta militar, ayudando a Timberlane con su equipaje—. Significa Residencia Oriental de Integración y Cultura o algo parecido, y DAIU es un flamante organismo dirigido por el
Post
y que significa Departamento de Asistencia Infantil Unificada. Están tremendamente ocupados, aunque no tengan ningún niño a quien asistir. Washington está plagado de iniciales y organismos, bastante desorganizados, por cierto. Es como vivir en una sopa de letras. Suban, amigos, y pronto estaremos metidos en uno o dos atascos de tráfico.

Pero Timberlane experimentó una cierta decepción al ver que se mantenían junto a la orilla oriental del grisáceo río que había divisado al aterrizar, entrando en la ciudad por una zona que Pilbeam llamó Anacostia. Se detuvieron en una angosta callejuela de blancas casas nuevas, delante de un edificio que le nombraron como su casa. Resultó estar abarrotado de decoradores y ruidosos carpinteros.

—Nuevos locales —explicó Pilbeam—. Hasta hace un mes, esto era un hogar para delincuentes juveniles mentalmente desequilibrados. Pero esto es un problema que el llamado Accidente ha abolido por completo. ¡Nos hemos librado de los delincuentes! Será un buen cuartel general, y cuando veas la piscina, te darás cuenta de por qué la delincuencia en este país se había convertido en una profesión.

Abrió de par en par la puerta de una espaciosa habitación.

—Tienes el dormitorio y el lavabo detrás de aquella puerta. Compartes los servicios de ducha con el ocupante de la habitación vecina que, en este caso, soy yo. Al fondo del pasillo está el bar, y te aseguro que si aún no lo tienen acondicionado, y con una hermosa muchacha detrás de la barra, van a saber quién soy yo. Te espero allí con un martini dentro de diez minutos, ¿eh?

El curso de adiestramiento de DOUCH tenía una duración de seis semanas. Aunque estaba muy bien organizado, el sistema resultaba caótico, debido al desorden de la época.

Internamente, todas las grandes ciudades se enfrentaban con graves problemas laborales; el alistamiento de los huelguistas en las fuerzas armadas sólo había servido para extender el malestar a esos cuerpos. La guerra no era popular, y no sólo porque faltara el entusiasmo de la juventud.

Externamente, las ciudades sufrían los bombardeos enemigos. Las incursiones llamadas «Gordo Choy» eran la especialidad del enemigo: misiles equipados con desviadores de detección que caían desde órbitas espaciales, desintegrándose antes de llegar al suelo y diseminando «maletas» de explosivos o proyectiles incendiarios. Era la primera vez que la población americana había experimentado ataques aéreos en su propio suelo. Mientras numerosos habitantes de las ciudades se trasladaban a otras más pequeñas o al campo —sólo para regresar al poco tiempo, prefiriendo el riesgo de los bombardeos a un medio ambiente con el que no se compenetraban—, muchos campesinos acudían a las ciudades en busca de salarios más altos. La industria se quejaba continuamente; pero la agricultura se hallaba en un estado mucho peor, y el Congreso se afanaba en aprobar leyes que le permitieran enviar nuevamente a los campesinos a sus tierras.

La única característica positiva de la guerra era que la economía enemiga se tambaleaba aún más que la americana; el número de «Gordo Choys» había disminuido notablemente durante los últimos seis meses. Como consecuencia, la agitada vida nocturna de una capital en tiempos de guerra se había acerado.

Timberlane tuvo la oportunidad de ver gran parte de esa vida nocturna. Los oficiales de DOUCH tenían buenos contactos. En el espacio de un día, se le proporcionaron todos los documentos necesarios que le permitirían sobrevivir en la inexorable competencia local: pasaporte sellado, visa, exención del toque de queda, tarjeta policíaca, licencia para comprar ropa, autorización para viajar dentro del distrito de Columbia, y cartillas de racionamiento de vitaminas, carne, verdura, pan, pescado y dulces. En todos los casos excepto la autorización de viajes, las restricciones parecían muy tolerables para todos excepto los habitantes locales.

Timberlane era un hombre que sólo raramente hacía examen de conciencia. Así que nunca se preguntó hasta qué punto su decisión de unirse al personal de DOUCH había estado influenciada por su promesa de reunirle con su novia. Fue un punto sobre el que no tuvo que presionar a Dyson.

Al cabo de cuatro días, Martha Broughton abandonó la pequeña isla cercana al continente de Europa y fue conducida a Washington.

Martha Broughton tenía veintitrés años, igual que Timberlane. No sólo por ser una de las mujeres más jóvenes del mundo, sino porque se comportaba siempre con naturalidad, llamaba la atención dondequiera que fuese. Por aquella época tenía una abundante cabellera de color rubio ceniciento, que le llegaba a la altura de los hombros. Generalmente, uno tenía que conocerla muy bien para darse cuenta de que llevaba las cejas pintadas; no tenía cejas propias.

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