Asesinato en el Comité Central (19 page)

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Authors: Manuel Vázquez Montalbán

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Asesinato en el Comité Central
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—Lo he hecho yo solo. No he querido que nadie metiera las narices en esto.

Como si esperara el resultado de unos exámenes, Santos continuaba sus paseos observando de vez en cuando las manipulaciones de Carvalho. Leyó los currículums, tomó notas, finalmente apartó las carpetas y dejó las fotografías en los lugares teóricamente ocupados por las personas que representaban. Miraba las caras de una en una, fijando los ojos en aquellas miradas anodinas de fotos de carnet de identidad ampliadas. Separó seis fotos y seis currículums y los puso en la otra punta de la mesa. Santos se detuvo y examinó las fotos con una sonrisa escéptica en los labios:

—¿Los sospechosos?

—Los más sospechosos.

—Juan Sepúlveda Civit, Marcos Ordóñez Laguardia, Juan Antonio Lecumberri Aranaz, Félix Esparza Julve, Jorge Leveder Sánchez-Espeso, Roberto Escapá Azancot. Buena selección. Le felicito.

—He tenido en cuenta su situación en la sala. He eliminado a las mujeres y a los viejos porque no estaban en condiciones de dar una cuchillada de estas características. Estos seis nombres no agotan todas las posibilidades. Si no sale nada de ellos continuaré hasta totalizar la veintena.

—Supongo que habrá leído el historial de esta gente. Por otra parte observo que ha seleccionado a un veterano, Marcos Ordóñez. ¿Estaba en condiciones físicas de hacerlo?

—En teoría no. Pero quizá estaba en condiciones psicológicas. Según mis datos, Ordóñez colecciona agravios contra Garrido.

—¿Le han contado lo de la depuración de los cincuenta? Pero luego Ordóñez fue rehabilitado y ha alcanzado altos puestos en el partido.

—Según parece, a raíz del destierro a Checoslovaquia, Ordóñez perdió incluso a su familia. Su propia esposa escribió una carta a la dirección del partido renegando del marido y acusándole de titoísmo. ¿Era muy grave ser titoísta?

—Hasta 1954 muy grave.

—¿Qué pasó en 1954?

—El nuevo equipo dirigente de la URSS revisó su posición ante Yugoslavia. Era el comienzo de la desestalinización.

—¿Volvió a juntarse el matrimonio Ordóñez?

—No. Ella pasó al interior. Fue detenida en 1958 y no salió de la cárcel hasta 1965. Demasiados años.

—¿Qué hace ahora?

—Murió en Bucarest hace dos años. Era una pura ruina física y la enviamos a un sanatorio rumano.

—¿Había hijos?

—Quedaron con la madre y, cuando fue detenida, desaparecieron. Hoy no tienen nada que ver con el partido. Creo que uno es sastre en Barcelona y el otro tiene un restaurante en Melbourne.

—¿Tienen relación con el padre?

—Apenas.

—Una hermosa historia política a mayor honra y gloria de la disciplina militante.

—Luchábamos contra una dictadura militar y no estábamos para matices. Eramos duros pero no sólo con los demás, también lo éramos con nosotros mismos. Yo no he visto crecer a mis hijos; soy un extraño para ellos. Nuestros hijos han crecido gracias a la tenacidad de nuestras mujeres que han vivido como viudas, de cárcel en cárcel, de juzgado en juzgado. Otros han tenido peor suerte que Ordóñez. Al menos con él se pudo rectificar.

—Juan Sepúlveda Civit. Ingeniero industrial. Cuarenta y dos años. Militante del Frente de Liberación Popular incorporado al Partido Comunista en 1965. Responsable del sector de profesionales durante casi diez años hasta la territorialización. ¿Qué quiere decir territorialización?

—Cuando el partido empezó a crecer cuantitativamente se pasó de la organización sectorial a la territorial, entre otras cosas para impedir ciertas desviaciones corporativistas que empezaban a manifestarse.

—Sepúlveda Civit. Consejo de guerra con el Felipe en 1962. Tribunal de Orden Público en 1967. Expulsado de Perkins, de Pegaso. Casado, dos hijos. Veo que cotiza cuatro mil pesetas al mes; es mucho dinero.

—Es el uno por ciento de sus ingresos.

—Cuatrocientas mil pesetas al mes. No está mal.

—Es un ingeniero muy prestigiado. El partido recurre económicamente a él cuando hay problemas: elecciones, compras especiales…

—Según mis datos es uno de los posibles herederos de Garrido. Aquí pone que tuvo enfrentamientos con Garrido a raíz del último congreso. Se identificó con las posiciones «leninistas» frente a las «eurocomunistas».

—Quizá haya exagerado el dato. Se le vio la tendencia, por otra parte lógica. Sepúlveda es un gran militante, pero no puede prescindir de un condicionamiento social y cultural que le fuerza a veces a adoptar posiciones maximalistas. Los intelectuales suelen ser más radicales que los obreros para autoafirmarse. Hay que temer tanto a los intelectuales soberbios que siempre lo saben todo como a los humildes con complejo de inferioridad ante la clase obrera.

—Lo tiene muy estudiado.

—Es mi oficio. Yo soy un burócrata, no lo olvide.

—Casado y con dos hijos. La mujer no es militante pero colabora puntualmente y le ayudó activamente durante la campaña electoral. Es una Lamadrid Raistegnac. Me suena mucho.

—Su padre pertenece a veinte consejos de administración y es conde de algo, un título pontificio.

—Están ustedes muy bien emparentados. Sigamos. Juan Antonio Lecumberri Aranaz. Procede de ETA militar. ¡Coño! Esto se anima. Es un ingreso reciente: 1973. Un pasado violento por lo que veo, procesado como etarra ya en 1967, herido en un enfrentamiento con la guardia civil. Economista. En la actualidad miembro de la Comisión de Finanzas del partido. Liberado. Esto quiere decir que es un profesional del partido, supongo.

—Ayuda a llevar las finanzas del partido y es también uno de los responsables de organización. Es un muchacho algo conflictivo. Últimamente parece abrumado por el trabajo político y parece ser que va a pedir una excedencia. Se casó hace tres años y su mujer no entiende el voto de pobreza a que la obliga el marido. Podría ganarse muy bien la vida. Es comprensible. Pero no me parece motivo suficiente como para asesinar a Garrido.

—Félix Esparza Julve. Cuarenta años. Ya militaba en las Juventudes en Burdeos en 1953. Hijo de exiliados. Comisionista. Casado. Tres hijos. Fue profesional del partido a comienzos de los sesenta, en París y en Asturias.

—Lo infiltramos en Asturias después de las caídas de 1962 y 1963 para reorganizar el partido. Yo había sido amigo de su padre, uno de los camaradas más bravos. Se exilió en 1939; le metimos en España clandestinamente en 1944 como enlace con los guerrilleros de Valencia; le detuvieron y le dejaron maltrecho. Murió tuberculoso en el penal de San Miguel de los Reyes. Yo he sido una especie de padrino de Félix, de Julvito. Yo le llamo Julvito. Por razones de militancia he vivido más con él que con mis hijos. Pondría las manos y los pies en el fuego por él.

—¿Por los demás no? ¿En qué quedamos?

—Los demás rae merecen toda la confianza y le juro que en estos momentos desearía una explicación sobrenatural para exculpar a todo el mundo. Me da vergüenza haber ayudado a elaborar estas carpetas y estar ahora con usted en pleno regateo de la dignidad de mis camaradas.

—Hay un asesino en un partido de doscientos mil militantes. No está mal el promedio.

—No. No es ése el cálculo. Hay un asesinato en un Comité Central de algo más de un centenar de personas en el que se reúne y sublima la historia heroica del partido. Éste es el problema, el inexplicable problema.

—Paco Leveder Sánchez-Espeso. Veo que ha frivolizado usted su biografía. Le califica de «contestatario profesional». ¿Por qué?

—Es un apasionado por la estética y siempre adopta las posturitas más bellas. Por lo demás, ha sido un militante muy combatiente, tanto en la Universidad como en el frente de intelectuales. Se ha pasado tres o cuatro años en la cárcel y ha dado la cara por el partido siempre que ha sido necesario. Está en el Central porque tiene buen cartel entre los intelectuales.

—Aquí pone: votó en contra de Garrido.

—En el último congreso se eligió el actual Comité Central. Ese Comité Central fue el que eligió al secretario general y al ejecutivo. Garrido fue elegido casi por unanimidad. El casi fue Leveder. Levantó el brazo en solitario cuando preguntamos si había algún voto en contra.

—¿No le mandaron a Siberia?

—Hay que admitir que en este partido se ha acabado la unanimidad.

—¿Justificó su voto en contra?

—Sí. Pidió la palabra y justificó su voto. Dijo que votaba en contra de Garrido por una cuestión de pedagogía elemental. Para educar a los dirigentes carismáticos en la evidencia de que no son dioses. Yo creo que la explicación de voto molestó a Garrido más que el voto en contra. Estalló. Estalló de esa manera como él estallaba. Con esa carga de violencia interna contenida que le asomaba a las palabras. Desde entonces no tuvieron buenas relaciones. Lo disimulaban con mucha guasa, pero había una antipatía de fondo.

—En fin, que Leveder es su candidato.

—No. En absoluto. Es un frívolo y un esteta. ¿Se mata por frivolidad y por estética? En la literatura o en cine, es posible. En la vida real, no.

—Leveder está separado y tiene una hija. Separado de una militante del PCE-Internacional. Ejerce de profesor de Sociología en la Facultad de Ciencias de la Información. Aquí veo que usted le llama anárquico.

—Él dice de sí mismo que es un liberal-marxista, pero yo creo que es un democratista, un anarco metido a comunista por cuestiones de eficacia histórica.

—Roberto Escapá Azancot, campesino manchego. Alcalde de su pueblo en las últimas elecciones municipales. Treinta y cinco años. Casado. Cuatro hijos. Miembro del partido desde 1970. Muy pocos datos.

—Es un militante tenaz y cumplidor, pero sin biografía apreciable. Uno de esos grandes trabajadores del partido. El solo es capaz de hacer funcionar toda una región. Vale lo que pesa. Quizá he olvidado poner que es tocador de dulzaina y ha animado por toda La Mancha la recuperación de ese instrumento.

—¿Le gustaba a Garrido la dulzaina?

—No se pronunció sobre el asunto.

31

Cara de rana vieja, sabia y cansada la de Marcos Ordoñez, cara de vasco anarquizado la de Lecumberri, sonriente y vendedora de trastiendas la faz de Esparza Julve, la ironía como método de conocimiento en la sonrisa de Leveder, solidez agropecuaria en la cara de queso manchego de Escapá Azancot y sobre todas ellas la cabeza de ministro de Sepúlveda, una cabeza de rueda de prensa y discurso programático, una cabeza importante.

—Si no me necesita.

—No. No le necesito.

—¿Ha pasado estos nombres a Fonseca?

—No.

—¿Lo hará?

—No.

—¿Por qué?

—No quiero precipitar las cosas, ni poner en peligro a nadie. No quiero prefabricar un Oswald.

—Gracias por la confianza que ha demostrado conmigo.

Cuando hubo salido Santos Pacheco, Carvalho se relajó poniendo las dos piernas sobre la mesa y haciendo bascular la silla con el canto del culo. Contuvo la tentación de coger el teléfono próximo para llamar a los seis investigados. Recogió las carpetas y las fotografías. Se asomó a las vidrieras del balcón y oteó la calle arbolada con nombre de río. Allí estaban Julio y su compañero apoyados en el coche de seguimiento. Unos metros detrás aparecía una furgoneta blanca. Carvalho la examinó distraídamente hasta fijarse en el rótulo que exhibía: Urbana Matritense. Se palpó Carvalho la pistola sobaquera, cogió las carpetas, salió de la habitación, pasó por alto el saludo de Mir al que correspondió con un gruñido y se fue directamente a una muchacha que tecleaba.

—Deme una bolsa grande, en la que puedan caber estas carpetas.

Selló la bolsa con un vendaje de celo y encareció a la muchacha que lo hiciera llegar a Santos. Salió a la calle. Julio y su amigo seguían allí. La furgoneta no.

—Se acaba de ir una furgoneta.

—Sí. Ahora mismo.

—Subo con vosotros.

—No es lo convenido. Pero vamos.

Carvalho dobló y redobló los apuntes que había tomado sobre los seis hombres y los metió en el bolsillo superior exterior de la chaqueta.

—Id como si fuerais a la sede central del partido.

—A Castelló, macho, que está poco visto.

La furgoneta les seguía ostensiblemente, incluso poniéndose a la altura del coche.

—Manteneos a la altura de la furgoneta.

Carvalho bajó la ventanilla y sonrió al latinoamericano, en esta ocasión acompañante del conductor. Carvalho sacó la pistola y apuntó al rostro del obseso castrador. Se puso en marcha la orografía facial del hombre, echó atrás la cara y la furgoneta se ladeó bruscamente hacia la izquierda.

—Acelerad.

Por el cristal trasero contempló la maniobra de la furgoneta para recuperar la ruta de seguimiento.

—Está juguetón el amigo. Por si no hubiera bastante lío, Julio también llevaba una pistola en la mano y miraba preocupadamente a Carvalho.

—Es una vieja historia. Esos hijos de puta que van en la furgoneta me han estado tocando los cojones toda la noche.

Julio sustituyó la pistola por un bolígrafo y apuntó la matrícula de la furgoneta.

—Es inútil. Tienen bula. No sé qué bula, pero tienen bula y quieren demostrarme que tienen bula.

La furgoneta volvía a estar a la altura del coche. Bajó el cristal el acompañante del conductor y apareció una mano que sostenía un papel abanderado por el aire. Carvalho sacó el brazo, cogió el papel y la mano.

—¡Acelerad!

Oyó el grito del hombre al quebrársele el brazo contra el canto de la ventanilla abierta. Carvalho se quedó con el papel en la mano y se volvió para ver cómo la furgoneta perdía velocidad y dejaba que otros coches aumentaran la distancia que le separaba del coche de Carvalho.

«Esta tarde a las cinco en el VIP de Princesa.»

—Vaya machada. Ese tío se va a acordar de usted.

—Es un jodido americano que ya se ha cobrado lo que le he hecho. Ahora dejadme cerca de un mercado.

—¿De un mercado de qué?

—De cosas de comer.

—¿Un supermercado?

—No, un mercado.

—En Diego de León hay uno pequeñito. Les encareció que avisaran a Carmela de que quería verla a media tarde.

—Decidme vosotros un sitio.

—Ella va mucho por La Manuela en Malasaña.

—A las seis.

En la puerta del mercado un hombre tocaba
Los estudiantes navarros
con una bandurria. A sus pies un papel de periódico había recogido una precaria lluvia de duros y pesetas. Carvalho paseó por el breve mercado con el interés íntimo que puede sentir el visitante de una pequeña iglesia románica. Los mercados de Madrid dan una lección de simetrías policrómicas en sus aparadores, ritmos de penachos de cebollas o de hocicos de bonitos metalizados, truchas de cristal pintado con talento liberty, despojos de un cartón humanizado, pastas aceitadas de Toro, chorizos de Candelario, judiones de La Granja pulimentados de uno en uno, garbanzos de porcelana. Compró tripas cocidas, capipota, guisantes congelados, las primeras alcachofas frescas del año, una cabeza de ajos, almendras, piñones, un tronco de atún carnal, una lata de anchoas, aceite, cebollas, tomates y se encontró a sí mismo en la puerta del mercado con las manos ocupadas en un día impropio para afrontarlo con las manos ocupadas. Esta evidencia le había asaltado a la altura del hombre de la bandurria. Ahora tocaba
Maite, Maitetxu mía
… Parecía un ferroviario en paro, cúbico de brazos fuertes y piernas flojas, como todos los ferroviarios. El hombre miraba las bolsas que ocupaban las manos de Carvalho y luego a él, a los ojos, poniendo duda y sarcasmo en la mirada. Carvalho dejó las bolsas en el suelo y dejó caer cien pesetas sobre el papel de periódico. Los ojos del músico se llenaron de gravedad y tocó más despacio, con más precisión. La música quedó ahogada por el ruido del tráfico mientras Carvalho subía por la ancha acera y se planteaba qué hacer con las bolsas de la comida. Paró un taxi.

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