Read Amadís de Gaula Online

Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (26 page)

BOOK: Amadís de Gaula
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—Yo hice el yerro —dijo ella—, y yo lo enmendaré, que haré dar tu vida por la suya.

Galaor cabalgó en su caballo y el escudero tomó las armas y partióse de allí y siendo alongado cuanto una legua volvió la cara a la mano diestra y vio cómo la doncella venía tras él y como a él llegó díjole:

—Señora doncella, ¿dónde queréis ir?.

—Con vos —dijo ella—, hasta llegar donde me deis el don que prometido me tenéis y os haga morir de mala muerte.

—Mejor sería —dijo don Galaor— tomar de mí otra enmienda, cual vos más quisiereis que no esa que decís.

—Otra enmienda—dijo ella— no habrá sino dar vuestra alma por la suya o quedar por traidor y falso.

Así se fue Galaor su camino y la doncella con él, que nunca ál hacía sino denostarle. Y en cabo de tres días entraron en una floresta, que Angadúza había nombre.

El autor aquí deja de hablar de eso para lo contar en su lugar y torna a Amadís, que partido de las doncellas de Urganda, como os ya contamos, anduvo hasta mediodía y saliendo de una floresta por donde caminaba, hallóse en un llano, en que vio una hermosa fortaleza y vio ir por el llano una carreta, la mayor y más hermosa qué nunca vio y llevábanla doce palafrenes e iba cubierta por cima de un jamete bermejo, así que se no podía ver nada de lo que dentro era. Esta carreta era guardada de ocho caballeros armados de todas cuatro partes. Amadís, como la vio, fue contra ella con gana de saber qué fuese aquello, y llegando a ella salió a él un caballero que le dijo:

—Tiraos fuera, señor caballero, y no seáis tan osado de hasta ahí llegar.

—Yo no llego por mal, dijo Amadís.

—Comoquiera que sea —dijo el otro— no os trabajéis de ello, que no sois tal que debáis ver lo que ahí va y si en ello porfiáis costaros ha la vida, que vos habéis de combatir con nosotros y aquí hay tales que con su sola persona os no defenderían, cuanto más, todos de consuno.

—No sé nada de su bondad —dijo él—, mas todavía si puedo lo que en la carreta va.

Entonces tomó sus armas y los dos caballeros que delante venían fueron para él y a ellos; el uno, lo hirió en el escudo de guisa que quebró su lanza, y el otro, falleció de su golpe. Amadís derribó al que lo encontró sin detenencia ninguna, y tornando al otro, que por él había pasado, lo encontró tan fuertemente que dio con él y con el caballo en el suelo, y queriendo ir contra la carreta, vinieron otros dos caballeros contra él al mas correr de los caballos y fue para ellos e hirió al uno tan fuertemente que le no sirvió armadura que trajese y dio al uno por cima del yelmo con la espada tal golpe, que le hizo abrazar al cuello del caballo que ningún sentido le quedó. Cuando los cuatro vieron a sus compañeros vencidos de un solo caballero, mucho fueron espantados en ver cosa tan extraña y movieron de consuno y con gran ira contra Amadís por lo herir, pero antes que ellos llegasen había derribado al otro en tierra, y ellos lo hirieron de tal manera: los unos, en el escudo y los otros fallecieron de los encuentros; mas al que delante venía fue Amadís por lo herir de la espada, y el otro llegó tan recio, que se encontraron con los escudos y los yelmos tan fuertemente que el caballero cayó del caballo muy desacordado, que de parte ninguna no sabía y los tres caballeros tornaron sobre él y diéronle grandes golpes y al uno de los que la lanza traía, soltó Amadís la espada de la mano y trabóla de ella tan recio que se la llevó de las manos y fue dar con ella al uno de ellos tal golpe en la garganta, que el hierro y el fuste salió al pescuezo, y dio con él en tierra muerto y luego se dejó correr cuanto más pudo a los dos, e hirió al uno en el yelmo tan duramente de toda su fuerza, que se lo derribó de la cabeza y Amadís le vio el rostro que era muy viejo y hubo de él duelo y dijo:

—Cierto, señor caballero, ya deberíais dejar esto en que andáis, que si hasta aquí no ganasteis honra, de aquí adelante la edad os excusa de ganar.

El caballero le dijo:

—Amigo, señor, antes es al contrario, que a los mancebos conviene de ganar honra, y prez a los viejos de la sostener en cuanto pudieren.

Oídas por Amadís las razones del viejo, le dijo:

—Yo tengo por mejor lo que vos, caballero, decís, que lo que yo dije.

Ellos en estas razones estando alzó Amadís la cabeza y vio cómo el otro caballero que quedaba iba al más andar de su caballo huyendo contra el castillo, y vio los otros, que se pudieron levantar andar en pos de sus caballos y fuese a la carreta, y alzando el jamete metió la cabeza dentro y vio un monumento de piedra marmal y en la cobertura de suso ser una imagen de rey con corona en la cabeza y de paños reales vestido, y tenía la corona hendida hasta la cabeza, y la cabeza hasta el pescuezo, y vio una dueña ser en un lecho y una niña cabe ella y parecióle tan hermosa más que otra ninguna de cuantas había visto en sus días, y dijo a la dueña:

—Señora, ¿por qué tiene esta figura así el rostro partido?.

La dueña le miró y vio que no era de su compaña y díjole:

—¿Qué es eso, caballero, quién os mandó mirar esto?.

—Yo —dijo él— que hube gana de ver lo que aquí andaba.

—¿Y los nuestros caballeros qué hicieron ahí?, dijo ella.

—Hiciéronme más de mal que de bien, dijo él. Entonces, alzando la dueña el paño vio a los unos muertos, y a los otros que andaban tras los caballos, de que muy turbada fue y dijo al caballero:

—¡Maldita sea la hora en que fuisteis nacido, que tales diabluras habéis hecho!.

—Señora —dijo él—, vuestros caballeros me acometieron, mas si os pluguiere decidme lo que os pregunto....

—Así me Dios ayude —dijo la dueña—, ya por mí no lo sabréis, que el mal soy de vos escarnecida.

Cuando Amadís con tanto enojo la vio partióse de allí y fuese su vía por donde antes iba. Los caballeros de la dueña metieron los muertos en la carreta y ellos, con gran vergüenza cabalgaron y fuéronse contra el castillo. El enano preguntó a Amadís qué es lo que había visto en la carreta. Amadís se lo dijo y además que no pudiera saber nada de la dueña.

—Si ella fuera caballero armado —dijo el enano— aína os lo dijera.

Amadís se calló y fuese adelante. Y cuando una legua anduvo, vio venir en pos de sí al caballero viejo que él derribara y dábale voces que atendiese. Amadís estuvo quedo y el caballero llegó desarmado y dijo:

—Señor caballero, vengo a vos con mandado de la dueña que en la carreta visteis, y que os quiere enmendar la descortesía que os dijo y ruégaos que alberguéis en el castillo esta noche.

—Buen señor —dijo Amadís—, yo la vi con tanta pasión por lo que con vosotros me aconteció que más enojo mi visita que placer le daría.

—Creed, señor —dijo el caballero—, que la haréis muy alegre con vuestra tornada.

Amadís, que el caballero vio en tal edad que no debía mentir y la afición con que se lo rogaba, volvióse con él hablando, preguntándole si sabía por qué la figura de la piedra tenía así la cabeza partida, pero él no se lo quiso decir, más llegando cerca del castillo dijo que se quería adelantar, porque la dueña supiese su venida. Amadís anduvo más despacio y llegó a la puerta sobre la cual estaba una torre y vio a una fenestra de ella la dueña y la niña hermosa, y la dueña le dijo:

—Entrad, señor caballero, que mucho os agradecemos vuestra venida.

—Señora —dijo él—, muy contento soy yo en os dar antes placer que enojo, y entró en el castillo yendo delante oyó una gran vuelta de gente en un palacio y luego salieron de él caballeros armados y otra gente de pie y venían diciendo:

—Estad, caballero, y sed preso, si no muerto sois.

—Cierto —dijo él—, en prisión de tan engañosa gente yo no entraré a mi grado.

Entonces enlazó el yelmo y no pudo tomar el escudo con la prisa que le dieron, y comenzáronle a herir por todas partes, pero él en cuanto el caballo le tiró defendióse muy bravamente, y derribando ante sus pies los que a derecho golpe alcanzaba y como se vio muy ahincado por ser la gente mucha, fuese yendo contra un cobertizo que en el corral estaba, y allí metido hacía maravillas en se defender, y vio cómo prendieron al enano y a Gandalín, y cobró más corazón que antes tenía para se defender, pero como la gente mucha fuese y le herían por todas partes de tantos golpes, que a las veces le hacían hincar los hinojos en tierra, no pudiera por ninguna cosa escapar de ser muerto; que a prisión no le tomaran porque él había muerto de los contrarios seis de ellos y otros que eran malheridos, mas Dios y la su gran lealtad le socorrieron muy bien en esta guisa, que la niña hermosa que la batalla miraba y le viera hacer aquellas cosas tan extrañas, hubo en él gran piedad y llamando a una su doncella, dijo:

—Amiga, a tan gran piedad me ha movido la gran valentía de aquel caballero, que más querría que toda esta gente muriese que él solo, y venid conmigo.

—Señora —dijo la doncella—, ¿qué queréis hacer?.

—Soltar los mis leones —dijo ella—, que maten a aquéllos que en tal estrecho tienen al mejor caballero del mundo y yo os mando, como a mi vasalla, que los soltéis, pues que otro ninguno, si vos no, lo podría hacer, que no han de otro conocimiento y yo os sacaré de culpa, y tornóse para la dueña. La doncella fue a soltar los leones, que eran dos y muy bravos, metidos en una cadena y salieron al corral, y ella dando voces que se guardasen de ellos, diciendo que ellos se habían soltado. Mas antes que la gente huir pudiese, a los que alcanzar pudieron los hicieron piezas entre sus agudas y fuertes uñas. Entonces, Amadís, que la gente vio que huía hacia el muro y a las torres, y que de ellos quedaba libre en tanto que los fuertes leones se empachaban en los que tenían ante sí, fuese luego lo más que pudo a la puerta del castillo y saliendo fuera cerróla tras sí, de guisa que los leones quedaron dentro y él se sentó en una piedra muy cansado, como aquél que había bien guerreado, su espada desnuda en la mano de la cual quebrara hasta el un tercio de ella. Los leones andaban por el corral a una y otra parte y acudían a la puerta por salir. La gente del castillo no osaba bajar, ni la doncella que los guardaba, que ellos eran tan encarnizados y sañudos que a ninguno obediencia tenían; así que los que estaban dentro no sabían qué hacer y acordaron que la dueña rogase al caballero que abriese la puerta creyendo que por otro alguno lo haría, pero ella considerando la grande y mala desmesura que le había hecho, no se atrevió a le pedir cosa por merced, mas no esperando otro ningún remedio, púsose a la fenestra y dijo:

—Señor caballero, comoquiera que os hayamos muy malamente errado sin tener conocimiento, venza vuestra humilde cortesía contra nuestra culpa y, si a vos pluguiere, abrid la puerta a los leones, porque saliendo ello fuera, nosotros quedaremos sin temor libre de peligro y juntamente con esto se os hará toda aquella enmienda que pertenezca hacerse del yerro que os hicimos y cometimos, aunque os quiero también decir que mi intención y voluntad no fue sino por teneros en fuertes cárceles preso.

Él respondió con muy manso hablar:

—Eso, dueña, no había de ser por tal guisa como lo hicisteis, que de grado fuera yo vuestro, así como soy de todas las dueñas y doncellas que mi servicio han menester.

—Pues, señor —dijo ella—, ¿no abriréis la puerta?.

—No, así Dios me ayude —dijo Amadís—, ni de mí habréis cortesía.

La dueña se tiró llorando de la fenestra, la niña hermosa le dijo:

—Señor caballero, aquí hay tales que no tienen culpa en el mal que recibisteis antes merecen gracias por lo que vos no sabéis.

Amadís se aficionó mucho de ella, y dijo:

—Amiga hermosa, ¿queréis vos que abra la puerta?.

—Mucho os lo agradeceré,, dijo ella. Amadís iba a la abrir, y la niña dijo:

—Señor caballero, atended un poco y yo diré a la dueña que os haga atreguar de estos que acá son. Amadís lo preció mucho y túvola por discreta. Pues la dueña aseguró y dijo que daría luego a Gandalín y el enano, y el caballero viejo, que ya oísteis, dijo a Amadís que tomase un escudo y una maza, porque con ello podría matar los leones, al salir de la puerta.

—Eso quiero yo —dijo Amadís—, para otra cosa y Dios no me ayude si yo mal hiciere a quien tan bien me ayudó.

—Cierto, señor —dijo el caballero—, bien cataréis lealtad a los hombres, pues que así la tenéis a las bestias fieras.

Entonces le lanzaron la maza y el escudo y Amadís metió en la vaina lo que de la espada le quedara y embrazó el escudo y con la maza en la mano fue a abrir la puerta; los leones como la sintieron abrir acudieron allí y salieron muy recios al campo y Amadís quedó acostado a la una parte y entróse en el castillo y luego la dueña y toda la otra gente bajaron de lo alto, se vinieron a él y él fue para ellos y todos lo recibieron muy bien y le trajeron a Gandalín y al enano. Amadís dijo a la dueña:

—Señora, yo perdí aquí mi caballo, si por él me mandáis dar otro, si no irme he a pie.

—Señor —dijo la dueña—, desarmaos y holgaréis aquí esta noche, pues es tarde, que caballo habréis, que muy desaforado sena ir a pie a tal caballero.

Amadís lo tuvo por bien y luego fue desarmado en una cámara y diéronle un manto que cubriese y llevaron a las fenestras donde la dueña y la niña lo atendían. Mas cuando así lo vieron fueron mucho maravilladas de su gran hermosura y siendo en edad tan tierna hacer cosas tan extrañas en armas. Amadís cataba la niña, que le parecía muy hermosa además; desí dijo a la dueña:

—Decidme, señora, si os pluguiere, ¿por qué la figura, que en la carreta vi, había la cabeza partida?.

—Caballero —dijo ella—, si otorgáis de hacer en ello lo que debéis, decíroslo he, si no, dejadme he de ello.

—Dueña —dijo él—, no es razón que se otorgue de hacer lo que hombre no sabe, pero sabiéndolo, si es cosa que a caballero toque, que con razón tomarse deba, por mí no se dejara.

La dueña le dijo que decía muy bien y mandó apartar de allí todas las dueñas y doncellas y la otra gente y tomó la niña cabe si y dijo:

—Señor caballero, aquella figura de piedra que visteis se hizo en remembranza de su padre de esta hermosa niña, el cual yace metido en el monumento que es en la carreta, que fue el rey coronado y estando en su real silla en una fiesta, llegó allí un hermano suyo, y diciéndole que no le parecería a él menos aquella corona en su cabeza, siendo entrambos de un abolorio, y sacando una espada que debajo de su mano traía, hiriólo por encima de la corona y hendióle la cabeza como allí visteis figurado. Y como de antes tuviese aquella traición pensada, traía consigo muchos caballeros, de manera que muerto el rey y de él no quedando otro hijo ni hija sino esta niña, presto cobró el reino, el cual en su poder tiene y a la sazón tenía en guarda el caballero viejo que aquí os hizo venir, esta niña y huyó con ella y trájomela a este castillo, porque es mi sobrina y después hube el cuerpo de su padre, y cada día lo pongo en la carreta y voy con él por el campo y juré de no le mostrar sino al que por fuerza de armas lo viese, y aunque lo vea no le diré la razón de ello si no otorgare de vengar tan gran traición, y si vos buen caballero, por lo que la razón y virtud os obliga, queréis en cosa tan justa emplear aquella tan gran valentía y esfuerzo de corazón que Dios en vos puso, teniendo a vos cierto, seguiré mi estilo hasta que halle otros dos caballeros que he menester para que todos tres se combatan con aquel traidor y dos hijos suyos, sobre esta causa, que tal pleito es entre ellos de no se partir de en uno, antes de ser de consuno en la batalla si demandada le fuere.

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