Read Amadís de Gaula Online

Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (25 page)

BOOK: Amadís de Gaula
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—¡Ay, amigas, por Dios!, no estorbéis la mi muerte, si mi descanso deseáis y no me hagáis tan desleal que sola una hora viva sin aquél que no con mi muerte, mas con mi gana, él no pudiera vivir ni tan sola una hora.

Otrosí, dijo:

—¡Ay, flor y espejo de toda caballería!, que tan grave y extraña es a mí la vuestra muerte, que por ella no solamente padeceré, mas todo el mundo en perder aquél su gran caudillo y capitán, así en las armas como en todas las otras virtudes, donde los que en él viven ejemplo podían tomar; mas si algún consuelo a mi triste corazón consuelo da, no es sino que no pudiendo él sufrir tan cruel herida, despidiéndose de mí se va para el vuestro, que aunque en la tierra fría es su morada donde deshechos y consumidos serán, aquel gran encendimiento de amor que siendo en esta vida apartados con tanta afición sostenían, muy mayor es la otra siendo juntos, si posible fuese de las ser otorgado, sostendrán.

Entonces se amorteció de tal guisa que de todo en todo cuidaron que muerta fuese y aquéllos sus muy hermosos cabellos tenía muy revueltos y tendidos por la tierra y las manos tenía sobre el corazón donde la rabiosa muerte le sobrevenía, padeciendo en mayor grado aquella cruel tristeza que los placeres y deleites hasta allí en sus amores habido habían; así como en las semejantes cosas de aquella calidad continuamente acaecen. Mabilia, que verdaderamente cuidó que muerto era, dijo:

—¡Ay, Dios Señor!, no te plega de yo vivir, pues las dos cosas que en este mundo más amaba son muertas.

La doncella le dijo:

—Por Dios, señora, no fallezca a tal hora vuestra discreción y acorred a lo que remedio tiene.

Mabilia tomando esfuerzo se levantó y tomando a Oriana, la pusieron en su lecho. Oriana suspiró entonces y meneaba los brazos a una y otra parte como que el alma se le arrancase. Cuando esto vio Mabilia tomó del agua y tornó a se la echar por el rostro y por los pechos e hízola abrir los ojos y acordar algo más y díjole:

—¡Ay, señora!, qué poco seso este que así os dejáis morir con nuevas tan livianas como aquel caballero trajo, no sabiendo ser verdad, el cual, o por le demandar aquellas armas o caballo a vuestro amigo, o quizá por se lo haber hurtado, las podría alcanzar, que no por aquella vía que él lo dijo, que no le hizo Dios tan sin ventura a vuestro amigo para tan presto así del mundo lo sacar; lo que vos haréis si de vuestra cuita tan grande algo se sabe, será perderos para siempre.

Oriana se esforzó algún tanto más y tenía los ojos metidos en la fenestra donde ella hablara con Amadís al tiempo que allí primero llegó y dijo con voz muy flaca, como aquélla que las fuerzas había perdidas:

—¡Ay, fenestra, que cuita es a mí aquella hermosa habla que en ti fue hecha!, yo sé bien que no dudarás tanto que en ti otros dos hablen tan verdadera y desengañada habla.

Otrosí dijo: ¡Ay, mi amigo, flor de todos los caballeros, cuántos perdieron acorro y defendimiento en vuestra muerte y que cuita y dolor a todos ellos será!; mas a mí mucho mayor y más amargosa, como aquélla que muy más que suya vuestra era, que así como en vos era todo mi gozo y mi alegría, así vos faltando, es tomado el revés de grandes e incomparables tormentos; mi ánimo asaz será fatigado, hasta que la muerte, que yo tanto deseo, me sobrevenga, la cual siendo causa que ánima con la vuestra se junte de muy mayor descanso que la atribulada vida me será ocasión.

Mabilia, con semblante sañudo, le dijo:

—¿Cómo, señora, pensáis vos que si yo estas nuevas creyese que tendría esfuerzo para ninguno consolar? No es así pequeño ni liviano el amor que a mi cohermano tengo, antes así Dios me salve si con razón lo pudiese creer a vos ni a cuantos en este mundo que bien le quieren no daría ventaja de lo que por su muerte se debía mostrar y hacer, así que lo que hacéis es sin ningún provecho y podría mucho daño acorrer, pues que con ello muy presto se podría descubrir lo que tan encelado tenemos.

Oriana oyendo esto, le dijo:

—De eso ya poco cuidado tengo que ahora tarde o aína no puede tardar de ser a todos manifiesto, aunque yo pugne de lo encubrir, que quien vivir no desea, ningún peligro temer puede, aunque le viniese.

En esto que oís estuvieron todo aquel día diciendo la doncella de Dinamarca a todos cómo Oriana no se osaba apartar de Mabilia, porque se no matase, tan grande cuita era la suya, mas la noche venida con más fatiga la pasaron, que Oriana se amortecía muchas veces, tanto, que nunca el alba la pensaron llegar, tanto era el pensamiento y cuita que en el corazón tenía, pues otro día a la hora de los manteles al rey querían poner entró Brandoibas por la puerta del palacio llevando a Grindalaya por la mano con aquélla que afición tenía, que mucho placer a los que lo conocían dio, porque gran pieza de tiempo había pasado de que él ningunas nuevas supieran y ambos hincaron los hinojos ante el rey. El rey, que lo mucho preciaba, dijo así:

—Brandoibas, seáis muy bien venido, ¿cómo tardasteis tanto, que mucho os hemos deseado?.

A la razón que el rey decía respondió y dijo:

—Señor, fui metido en tan gran prisión donde no pudiera salir en ninguna guisa, sino por el muy buen caballero Amadís de Gaula, que por su cortesía sacó a mí y a esta dueña y a otros muchos, haciendo tanto en armas cual otro ninguno hacer pudiera, y hubiera muerto por el mayor engaño que nunca se vio el traidor de Arcalaus, pero fue acorrido de dos doncellas que no lo debieran amar poco.

El rey cuando esto oyó levantóse presto de la mesa y dijo:

—Amigo, por la fe que a Dios debéis y a mí, que me digáis si es vivo Amadís.

—Por esa, señor, que decís, digo que es verdad que le dejé vivo y sano aún no ha diez días, mas ¿por qué lo preguntáis.

—Porque nos vino a decir anoche Arcalaus que lo matara, dijo el rey, y contóle por cuál guisa lo había contado.

—¡Ay, Santa María —dijo Brandoibas—, que mal traidor!; pues peor se le paró el pleito que él cuidaba.

Entonces contó al rey cuanto le aconteciera con Arcalaus, que nada faltó, como ya lo habéis oído antes de esto. El rey y todos los de su casa cuando lo oyeron fueron tan alegres que más no lo podían ser, y mandó que llevasen a la reina a Grindalaya y le contase nuevas del su caballero, la cual así de ella como de todas las otras fue con mucho amor y gran alegría recibida por las buenas nuevas que les dijo. La doncella de Dinamarca que las oyó fue cuanto más pudo a las decir a su señora, que de muerta a viva la tornaron, y mandóle que fuese a la reina y les enviase la dueña, porque Mabilia le quería hablar, y luego lo hizo, que Grindalaya se fue a la cámara de Oriana y les dijo todas las buenas nuevas que traía y ellas le hicieron mucha honra y no quisieron que en otra parte comiese sino a su mesa, por tener lugar de saber más por extenso aquello que tan gran alegría a sus corazones, que tan tristes habían estado, les daba. Mas cuando Grindalaya les venía a contar por dónde Amadís había entrado en la cárcel y cómo matara los hombres carceleros y la sacara a ella de donde tan cuitada estaba y la batalla que con Arcalaus hubiera, y todo lo otro que pasara, a gran piedad hacía sus ánimos mover. Así como oísteis estaban en su comer, tornada la su gran tristeza en mucha alegría. Grindalaya se despidió de ellas y tornóse donde la reina estaba y halló allí al rey Arbán de Norgales, que mucho la amaba, que la andaba a buscar sabiendo que allí era venida. El placer que ambos hubieron no se os podría contar. Allí fue acordado entre ellos que ella quedase con la reina; pues que no hallaría en ninguna parte otra casa que tan honrada fuese y Arbán de Norgales dijo a la reina cómo aquella dueña era hija del rey Ardrod de Serolis, y que todo el mal que recibiera había sido a su causa de él, que le pedía por merced la tomase consigo, pues ella quería ser suya. Cuando la reina esto oyó mucho le plugo de en su compañía la recibir, así por las nuevas que de Amadís de Gaula trajera, como por ser persona de tan alto lugar, y tomándola por la mano, como a hija de quien era, la hizo sentar ante sí, demandándole perdón si no lo había tanto honrado que la causa de ello fuera no la conocer. También supo la reina cómo esta Grindalaya tenía una hermana muy hermosa doncella, que Aldeva había de nombre, que en casa del duque de Bristoya se había criado, y mandó la reina que luego se la trajesen para que en su casa viviese, porque la deseaba mucho ver. Esta Aldeva fue la amiga de don Galaor, aquella por quien él recibió muchos enojos del enano, que ya oísteis decir. Así como oís estaba el rey Lisuarte y toda su corte mucho alegres y con deseo de ver a Amadís, que tan gran sobresalto les pusieron aquellas malas nuevas que Arcalaus de él les había dicho. De los cuales dejará la historia de hablar y contará de don Galaor, que ha mucho que de él no se dijo ni hizo memoria.

Capítulo 21

Cómo don Galaor llegó a un monasterio muy llagado, y estuvo allí quince días, en fin de los cuales fue sano; y lo que después le sucedió.

Don Galaor estuvo quince días llagado en el monasterio donde la doncella que él sacara de prisión lo llevó, en cabo de los cuales siendo en disposición de tomar armas, se partió de allí y anduvo por un camino donde la ventura lo guiaba, que su voluntad no era de ir más a un cabo que a otro, y a la hora de mediodía hallóse en un valle donde había una fuente y halló cabe ella un caballero armado, mas no tenía caballo ni otra ninguna bestia, de que fue maravillado y díjole:

—Señor caballero, ¿cómo vinisteis aquí a pie?.

El caballero de la fuente le respondió:

—Señor, yo iba por esta floresta a un mi castillo y hallé unos hombres que me mataron el caballo y hube de venir aquí a pie muy cansado, y así habré de tornar al castillo, que no saben de mí.

—No tornaréis —dijo don Galaor— sino cabalgando en aquel palafrén de mi escudero.

—Muchas mercedes —dijo él—, pero antes que nos vamos quiero que sepáis la gran virtud de esta fuente, que no hay en el mundo tan fuerte ponzoña que contra esta agua fuerza tenga y muchas veces acaece beber aquí algunas bestias emponzoñadas y luego revientan, así que todas las personas de esta comarca vienen aquí a guarecer de sus enfermedades.

—Cierto —dijo don Galaor—, maravilla es lo que decís y yo quiero beber de tal agua.

—Y ¿quién haría ende ál —dijo el caballero de la fuente—, que siendo en otra parte la deberíais buscar?.

Entonces descabalgó Galaor y dijo a su escudero:

—Desciende y bebamos, el escudero lo hizo y acostó las armas, a un árbol. El caballero de la fuente dijo:

—Id vos a beber, que yo tendré el caballo.

Él fue a la fuente por beber y en tanto que bebían enlazó el yelmo y tomó el escudo y lanza de don Galaor y cabalgando en el caballo le dijo:

—Don caballero, yo me voy y quedad aquí vos hasta que a otro engañéis.

Galaor, que bebía, alzó el rostro y vio cómo el caballero se iba y dijo:

—Cierto, caballero, no solamente me hicisteis engaño, mas gran deslealtad; y eso os probaré yo si me aguardáis.

—Eso quedé —dijo el caballero— para cuando hayáis otro caballo y otras armas con que os combatáis, y dando de las espuelas al caballo se fue su vía. Galaor quedó con gran saña y en cabo de una pieza que estuvo pensando cabalgó en el palafrén en que las armas le traían y fuese por la vía que el caballero fue y llegando donde el camino en dos partes se apartaba, estuvo allí un poco, que no sabía por dónde fuese y vio por el un camino venir una doncella a gran prisa, encima de un palafrén y atendióla hasta que llegase donde él estaba y llegando dijo:

—Doncella, ¿por ventura visteis un caballero que va encima de un caballo bayo y lleva un escudo blanco y una flor bermeja?.

—¿Y para qué lo queréis vos?, dijo la doncella. Galaor le respondió y dijo:

—Aquellas armas y caballo que son mías y querría las cobrar si pudiese, pues tan vilmente me las tomó.

—¿Y cómo os las tomó?, dijo la doncella. Él se lo contó todo como aviniera.

—¿Pues qué le haríais así, desarmado —dijo ella—, que según creo él no os las tomó para las tornar?.

—No querría —dijo Galaor— sino juntarme con él.

—Pues si me otorgáis un don —dijo ella—, yo os juntaré con él.

Galaor, que mucho deseaba hablar al caballero, otorgóselo.

—Ahora me seguid, dijo ella, y volviendo por do viniera fue por el camino y Galaor en pos de ella. Pero la doncella fue una pieza delante, que el palafrén de Galaor no andaba tanto, porque llevaba a él y a su escudero y anduvo bien tres leguas que no la vio, y pasando una arboleda de espesos árboles vio la doncella que contra él venía y Galaor se fue a ella, mas la doncella andaba con engaño, que el caballero era su amigo, y fuéle decir cómo llevaba a Galaor que le tomase las otras armas que llevaba y se metió en una tienda así armado como estaba y dijo a la doncella que allí se lo llevase, que sin peligro lo podría matar o escarnecer. Pues yendo así como oís, llegaron a la tienda, y la doncella dijo:

—Allí está el caballero que demandáis.

Galaor descabalgó y fue para ella, mas el otro, que a la puerta estaba, dijo:

—No hicisteis acá buena venida, que habréis a dar esas otras armas o seréis muerto.

—Cierto —dijo don Galaor—, de tan desleal caballero como vos no me temo nada.

Y el caballero alzó la espada por lo herir, y Galaor se guardó del golpe que, siendo muy ligero y de gran esfuerzo, tuvo para ello tiento, y perdiendo el otro golpe que fue el vacío, dióle por cima del yelmo tan dura herida que los hinojos hincó en tierra, y así tomóle por el yelmo y tiró tan recio que se lo arrancó de la cabeza e hízolo caer tendido. El caballero dio muy grandes voces a su amiga que lo acorriese, y ella que lo oyó vino cuanto pudo a la tienda diciendo a grandes voces:

—Estad quedo, caballero, que éste es el don que os demandé.

Pero Galaor lo había herido con la saña que tenía de tal guisa que no hubo menester maestro. Cuando la doncella lo vio muerto dijo:

—¡Ay, cautiva!, que mucho tardé y cuidando engañar a otro, engañé a mí.

Desí dijo contra Galaor:

—¡Ay, caballero!, de mala muerte seáis muerto, que matasteis la cosa que en el mundo más amaba, mas tú morirás por él, que el don que me prometiste te lo demandaré en parte donde no podrás de la muerte huir, aunque más fuerzas tengas, si no me lo das por todas partes serás de mi pregonado y abiltado.

Galaor le respondió y dijo:

—Si yo cuidara que os tanto había de pesar no lo matara, aunque bien lo merecía y debierais lo antes acorrer.

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