Read Amadís de Gaula Online

Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (23 page)

BOOK: Amadís de Gaula
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—Lo que será de todos los malos que se no enmiendan, dijo él. Y mandó a uno de los hombres que le trajese lumbre y él así lo hizo y Amadís vio la dueña con gruesa cadena a la garganta y los vestidos rotos por muchas partes que las carnes se le parecían y como ella vio que Amadís con piedad la miraba, dijo:

—Señor, comoquiera que así me veáis, ya fue tiempo que era rica como hija de rey que soy, y por rey soy en aquesta cuita.

—Dueña —dijo él—, no os quejéis que estas tales son vueltas y autos de la fortuna, porque ninguno las puede huir ni de ellas apartar y si es persona que algo vale aquél por quien este mal sufrís y sostenéis, vuestra pobreza y bajo traer se tornarán riqueza y la cuita en grande alegría; pero en lo uno ni en lo otro poco nos debemos fiar, e hizole tirar la cadena y mandó que le trajesen algo con que se pudiese cubrir. Y el hombre que las candelas llevaba trajo un manto de escarlata que Arcalaus había dado a aquél, su carcelero. Amadís la cubrió con él, y tomándola por la mano la sacó fuera al palacio diciéndole que no temiese de allí volver si antes a él no matasen y llevándola consigo llegaron donde el gran carcelero y los otros muertos estaban, de que ella fue muy espantada y dijo:

—¡Ay, manos!, cuántas heridas y cuántas crudezas habéis hecho y dado a mí y a otros que aquí yacen sin que lo mereciesen y aunque vosotros la venganza no sintáis siéntelo aquella desventurada de ánima que os sostenía.

—Señora —dijo Amadís—, tanto que os ponga con mi escudero yo tornaré a los sacar todos que ninguno quede.

Así fueron adelante y llegando a la red vino allí un hombre y dijo al que las candelas llevaba:

—Díceos Arcalaus que dó es el caballero que acá entró, si lo matasteis o si es preso.

Él hubo tan gran miedo que no habló y las candelas se le cayeron de las manos. Amadís las tomó y dijo:

—No hayas miedo ribaldo, ¿de qué temes siendo en mi guarda? Ve delante.

Y subieron por las gradas hasta salir al corral y vieron que gran pieza de la noche era pasada y el lunar era muy claro. Cuando la dueña vio el cielo y el aire fue muy leda a maravilla como quien no lo había gran tiempo visto, y dijo:

—¡Ay, buen caballero!, Dios te guarde y dé el galardón que de me sacar de aquí mereces.

Amadís la llevaba por la mano y llegó donde dejara a Gandalín, mas no lo halló y temióse de lo haber perdido y dijo:

—Si el mejor escudero del mundo es muerto, por él se hará la mejor y más cruel venganza que nunca se hizo, si yo vivo.

Estando así oyó dar unas voces y yendo allá halló al enano que de él se partiera, colgado por la pierna de una viga y de yuso de él un fuego con cosas de malos olores y vio a otra parte a Gandalín que a un poste atado estaba. Y queriéndolo desatar, dijo:

—Señor, acorred antes al enano, que muy cuitado es.

Amadís así lo hizo, que sosteniéndole en su brazo con la espada cortó la cuerda y púsolo en el Suelo y fue a desatar a Gandalín diciendo:

—Cierto, amigo, no te preciaba tanto como yo el que aquí te puso.

Y fuese a la puerta del castillo y hallóla cerrada de una puerta colgadiza y como vio que no podía salir apartóse al un cabo del corral donde había un poyo y sentóse allí con la dueña y tuvo consigo a Gandalín y al enano y los dos hombres de la cárcel. Gandalín le mostró una casa donde metiera su caballo y fue allá y quebrando la puerta hallólo ensillado y enfrentado y trájolo cabe sí. Y de grado quisiera volver por los presos, mas hubo recelo que la dueña no recibiese daño de Arcalaus, pues ya en el castillo era y acordó de esperar el día. Preguntó a la dueña quién era el rey que la amaba y por quién aquella gran cuita sufría.

—Señor —dijo ella—, siendo este Arcalaus muy grande enemigo del rey de quien yo soy amada y sabiéndolo él, no pudiendo de él haber venganza, acordó de la tomar en mí, creyendo que éste era el mayor pesar que le hacía y comoquiera que ante mucha gente me tomase, metióse conmigo en un aire tan oscuro que ninguno me pudo ver; esto fue por sus encantamientos que él obra, y púsome allí donde me hallasteis diciendo que padeciendo yo en tal tenebrura y aquél que me ama en me no ver ni saber de mí, holgaba su corazón con aquella venganza.

—Decidme —dijo Amadís— si os pluguiere, ¿quién es ese rey?.

—Arbán de Norgales —dijo la dueña—, no sé si de él habéis noticias.

—A Dios merced —dijo Amadís— que es el caballero del mundo que yo más amo, ahora no he de vos tanta piedad como antes, pues que por uno de los mejores hombres del mundo lo sufristeis, por aquél que con doblada alegría y honra vuestra voluntad será satisfecha.

Hablando en esto y en otras cosas estuvieron allí hasta la mañana que el día fue claro; entonces vio Amadís a las fenestras un caballero que dijo:

—¿Sois vos el que me matasteis mi carcelero y mis hombres?.

—¿Cómo —dijo Amadís—, vos sois aquél que injustamente matáis caballeros y prendéis dueñas y doncellas? Cierto, yo os tengo por el más desleal caballero del mundo, por haber más crudeza que bondad.

—Aún vos no sabéis —dijo el caballero— toda mi crudeza, mas yo haré que la sepáis antes de mucho, y haré que no os trabajéis de enmendar ni retraer cosa que yo haga a tuerto o a derecho, y tiróse de la fenestra y no tardó mucho que, lo vio salir al corral muy bien armado y encima de un gran caballo y él era uno de los grandes caballeros del mundo que gigante no fuese. Amadís lo miraba creyendo que en él había gran fuerza por razón, y Arcalaus le dijo:

—¿Qué me miras?.

—Mírote —dijo él— porque según tu parecer podrías ser hombre muy señalado si tus malas obras no lo estorbasen y la deslealtad que has gana de mantener.

—A buen tiempo —dijo Arcalaus— me trajo la fortuna, si de tal como tú había de ser reprendido, y fue para él su lanza baja, y Amadís asimismo, y Arcalaus lo hirió en el escudo y fue la lanza en piezas y juntáronse los caballos y ellos uno con otro tan bravamente que cayeron a sendas partes, mas luego fueron en pie como aquéllos que muy vivos y esforzados eran e hiriéronse con las espadas de tal guisa que fue entre ellos una tan cruel y brava batalla que ninguno lo podría creer, si no la viese, que duró mucho por ser ambos de tan gran fuerza y ardimiento, pero Arcalaus se tiró afuera y dijo:

—Caballero, tú estás en aventura de muerte y no sé quién eres; dimelo porque lo sepa, que yo más pienso en te matar que en vencer.

—Mi muerte —dijo Amadís— está en la voluntad de Dios a quien yo temo y la tuya en la del diablo, que es ya enojado de te sostener, y quiere que el cuerpo a quien tantos vicios malos ha dado, con el ánima perezca y pues deseas saber quién soy yo, dígote que he nombre Amadís de Gaula, y soy caballero de la reina Brisena y ahora pugnad de dar cima a la batalla que os no dejaré más holgar.

Arcalaus tomó su escudo y su espada e hiriéronse ambos de muy fuertes y duros golpes, así que la plaza era sembrada de los pedazos de sus escudos y de las mallas de las armas y siendo ya la hora de tercia, que Arcalaus había perdido mucha de su fuerza fue a dar un golpe por cima del yelmo a Amadís y no pudiendo tener la espada salióse de la mano y cayó en tierra y como la quiso tomar pujóle Amadís tan recio que le hizo dar con las manos en el suelo, y como se levantó diole con la espada un tal golpe por cima del yelmo que le atordeció. Cuando Arcalaus se vio en aventura de muerte, comenzó a huir contra un palacio donde saliera y Amadís en pos de él, y ambos entraron en el palacio, mas Arcalaus se cogió a una cámara, y a la puerta de ella estaba una dueña que miraba como se combatían Arcalaus, desde que en la cámara fue, tomó una espada y dijo contra Amadís:

—Ahora entra y combate conmigo.

—Mas combatámonos en este palacio que es mayor, dijo Amadís.

—No quiero, dijo Arcalaus.

—¿Cómo —dijo Amadís—, ende te crees amparar?, y poniendo el escudo ante sí, entró con él, y alzando la espada por lo herir perdió la fuerza de todos los miembros y el sentido y cayó en tierra tal como muerto. Arcalaus dijo:

—No quiero que muráis de esta muerte, sino de ésta, y dijo a la dueña que los miraba:

—¿Paréceos, amiga, que me vengaré bien de este caballero?.

—Paréceme —dijo ella— que os vengaréis a vuestra voluntad, y luego desarmó a Amadís, que no sabía de sí parte, y armóse él de aquellas armas y dijo a la dueña:

—Este caballero no le mueva de aquí ninguno, por cuanto vos amáis, y así lo dejad hasta que el alma le sea salida, y salió así armado al corral y todos cuidaron que lo matara. Y la dueña que de la cárcel saliera hacía gran duelo, mas en el de Gandalín no es de hablar. Y Arcalaus dijo:

—Dueña, buscad otro que de aquí os saque que el que visteis desempachado es.

Cuando por Gandalín fue esto oído cayó en tierra tal como muerto. Arcalaus tomó la dueña y dijo:

—Venid conmigo y veréis cómo muere aquel malaventurado que conmigo se combatió.

Y llevándola donde Amadís estaba le dijo:

—¿Qué os parece, dueña?.

Ella comenzó agremente a llorar y dijo:

—¡Ay, buen caballero, cuánto dolor y tristeza será a muchos buenos la tu muerte!.

Arcalaus dijo a la otra dueña que era su mujer:

—Amiga, desde que este caballero sea muerto haced tornar esa dueña a la cárcel donde él la sacó y yo me iré a casa del rey Lisuarte y diré allá cómo me combatí con éste y que de su voluntad y la mía fue acordado de tomar esta batalla, con tal condición que el vencedor tajase al otro la cabeza y lo fuese decir aquella corte dentro de quince días. Y de esta manera ninguno tendrá razón de que me demandar esta muerte y yo quedaré con la mayor gloria y alteza en las armas, que haya caballero en todo el mundo, en haber vencido a éste que par no tenía.

Y tornándose al corral hizo poner en la oscura cárcel a Gandalín y al enano. Gandalín quisiera que lo matara e íbale llamando:

—¡Traidor!, que mataste al más leal caballero que nunca nació.

Mas Arcalaus lo mandó llevar a sus hombres rastrando por la pierna diciendo:

—Si te matase no te daría pena, allá dentro la habrás muy mayor que la misma muerte, y cabalgando en el caballo de Amadís llevando consigo tres escuderos se metió en el camino donde el rey Lisuarte era.

Capítulo 19

Cómo Amadís fue encantado por Arcalaus el encantador, porque Amadís quiso sacar de prisión a la dueña Grindalaya y a otros. Y cómo escapó de tos encantamientos que Arcalaus le había hecho.

Grindalaya, que así había nombre la dueña presa, hacía muy gran duelo sobre Amadís, que lástima era lo oír, diciendo a la mujer de Arcalaus y las otras dueñas que con ella estaban:

—¡Ay, mis señoras!, no miráis qué hermosura de caballero y en qué tierna edad era uno de los mejores caballeros del mundo; mal hayan aquéllos que de encantamientos saben que tanto mal y daño a los buenos pueden hacer. ¡Oh, Dios mío, que tal quieres sufrir!.

La mujer de Arcalaus que tanto como su marido era sojuzgada a la crudeza y a la maldad, tanto lo era ella a la virtud y piedad y pesábale muy de corazón de los que su marido hacía y siempre en sus oraciones rogaba a Dios que lo enmendase, consolaba a la dueña cuanto podía. Y estando allí entraron por la puerta del palacio dos doncellas y traían en las manos muchas candelas encendidas y pusieron de ellas a los cantos de la cámara donde Amadís yacía; las dueñas que allí eran no les pudieron hablar ni mudarse de donde estaban y la una de las doncellas sacó un libro de una arquita que so el sobaco traía, y comenzó a leer por él y respondíale una voz algunas veces y leyendo de esta guisa una pieza al cabo le respondieron muchas voces juntas dentro en la cámara que parecían más de ciento, entonces vieron cómo salía por el suelo de la cámara rodando un libro, como que viento lo llevase y paró a los pies de la doncella y ella lo tomó y partiólo en cuatro partes y fuelas a quemar en los cantos de la cámara y donde las candelas ardían y tornóse donde Amadís estaba y tomándolo por la diestra mano le dijo:

—Señor, levantaos, que mucho yacéis cuitado.

Amadís se levantó y dijo:

—¡Santa María!, ¿qué fue esto, que por poco fuera muerto?.

—Cierto, señor —dijo la doncella—, tal hombre como vos no debía así morir, que antes querrá Dios que a vuestra mano mueran otros que mejor lo merecen.

Y tornáronse ambas las doncellas por donde vinieran sin más decir. Amadís preguntó por Arcalaus qué se hiciera y Grandalaya le contó cómo fuera encantado y todo lo que Arcalaus dijera, y cómo era ido armado de sus armas y en su caballo a la corte del rey Lisuarte a decir cómo le matara. Amadís dijo:

—Yo bien sentí cuando él me desarmó, mas todo me parecía como en sueños, y luego se tornó a la cámara y armóse de las armas de Arcalaus y salió del palacio y preguntó qué hiciera a Gandalín y al enano; Grindalaya le dijo que los metieran en la cárcel. Amadís dijo a la mujer de Arcalaus:

—Guardadme esta dueña como vuestra cabeza hasta que yo torne.

Entonces bajó por la escalera y salió al corral, cuando los hombres de Arcalaus así armado lo vieron huyendo y esparciéndose a todas partes y él se fue luego a la cárcel y entró en el palacio donde los hombres matara y de allí llegó a la prisión en que estaban los presos y el lugar era muy estrecho y los presos muchos y había más en largo de cien brazadas y en ancho una y media, y era así oscuro como donde claridad ni aire podían entrar y eran tantos que ya no cabían. Amadís entró por la puerta y llamó a Gandalín, mas él estaba como muerto y cuando oyó su voz estremecióse y no cuidó que era él, que por muerto lo tenía, y pensaba que él estaba encantado. Amadís se aquejó más y dijo:

—Gandalín, ¿dónde eres? ¡Ay, Dios!, que mal haces en no me responder —y dijo contra los otros—: ¡Decidme, por Dios, si es vivo el escudero que acá metieron.

El enano que esto oyó conoció que era Amadís y dijo:

—Señor, acá yacemos y somos vivos aunque mucho la muerte hemos deseado.

El fue muy alegre en lo oír y tomó candelas que cabe la lámpara del palacio estaban y encendiéndolas tornó a la cárcel y vio donde Gandalín y el enano eran y dijo:

—Gandalín, sal fuera, y tras ti todos cuantos aquí están, que no quede ninguno.

Todos decían:

—¡Ay, buen caballero!, Dios te dé buen galardón porque nos acorriste.

Entonces sacó de la cadena a Gandalín, que era el postrero, y tras él al enano y a todos los otros que allí estaban cautivos que fueron ciento y quince, y los treinta caballeros y todos iban tras Amadís a salir afuera de la cueva diciendo:

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