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Authors: Chris Cleave

Tags: #Relato

A por el oro (22 page)

BOOK: A por el oro
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—Dios —murmuró Zoe—. Eres ridículo.

Sin embargo, no dejó de sonreír. Empezaron a hablar. Ella le contó cómo se habían peleado en el velódromo y, sí, entonces se acordó. Recordó que la chica lo había abofeteado, cabreada. Debía de haberla sacado de sus casillas.

Ahora parecía distinta. Toda la dureza que recordaba de ella se deshacía cuando hablaba. Era bonita. Le pareció un poco triste, o tal vez enfadada, o puede que simplemente estuviera diciéndole que iba a traer un té y unas galletas… Le costaba seguir sus palabras. Su voz se alejaba, subía y bajaba de tono como la apoteosis de sonidos al final de
Bold as love
. Entretanto, se fijó en que había una cosa blanca sujeta por una eslinga verde que se elevaba hacia arriba desde su cuerpo. Al cabo de un rato, comprendió que aquella cosa blanca era su propia pierna, escayolada, que colgaba del techo sujeta a unas cadenas. Era un sitio más bien extraño para ponerla. Podía ver los dedos de los pies asomando del yeso, y si daba las órdenes pertinentes a su cerebro, podía hacer que se moviesen. Aun así, era difícil; para lograrlo, tuvo que entrecerrar los ojos de concentración, como si estuviera pilotando un avión durante el aterrizaje. Todo ese esfuerzo, solo para mover ligeramente los dedos de los pies. Se rio, interrumpiendo lo que decía la chica, fuera lo que fuese.

—¿Qué pasa? —preguntó, molesta.

—¡Mi pierna! —exclamó, incrédulo—. ¿Qué cojones hace ahí colgada?

Ella comenzó a explicarle de nuevo lo de la caída, pero Jack la cortó.

—¿Puedes meter la mano bajo la manta? —pidió—. Solo para comprobar que, al menos, la pierna sigue unida a mi cuerpo.

—¿Bajo la manta? —repitió la chica con una sonrisa burlona—. Ya te gustaría…

Él le devolvió la sonrisa.

—Tenía que intentarlo.

—¿Siempre eres así?

La pregunta lo confundió. El efecto de la morfina ya se estaba diluyendo. Perdió su hilo de pensamiento y de nuevo fue consciente de su pierna rota. Pero ahora, le dolía.

Alzó la mirada y vio a Zoe con más claridad. De un pálido intenso, con la cabeza rapada como un penitente.

—Háblame de ti —le pidió.

Era algo que en algún momento tenía que decir, y lo hizo para ganar tiempo.

Los ojos verdes de la chica miraron al vacío.

—Ah, no hay nada que quieras saber.

—Sí quiero.

Los ojos de ella se fijaron de repente en los suyos y Jack vio un destello de rabia, pero al momento se transformó en incertidumbre.

—¿Sí?

Jack lamentó haber provocado esa expresión en su rostro: Zoe no podía adivinar si se estaba burlando de ella.

—En serio… —insistió, apretando su mano.

Algo en los ojos de ella se cerró herméticamente, y se rio.

—Olvídalo.

Cuando se reía, lo incomodaba. Sus ojos manifestaban algo distinto del resto de su rostro.

Entró una enfermera y le inyectó más morfina.

—La amo, señorita —le dijo Jack—. Es usted la criatura más hermosa que he visto en mi vida.

Cuando la enfermera salió de allí, Zoe meneó la cabeza.

—¿Qué coño te pasa, tío?

La pregunta lo confundió. Luego, su atención se centró de nuevo en su pierna.

—Creo que es esto. Ay, Dios mío, creo que me la he roto…

Las horas pasaron. Sus padres iban y venían, entre efluvios de morfina y conmoción cerebral.

Cuando se despertó, era de día otra vez. Zoe seguía cogiéndolo de la mano y Kate estaba allí, en la habitación, mirándolos sin decir palabra. En cuanto vio su rostro, se acordó de ella. Era la chica con quien había estado hablando en la pista, de la que no podía apartarse. Le encantaba cómo se reía y restaba importancia a las derrotas; y el modo en que convertía lo negativo en positivo. Era todo dulzura y energía positiva, y a su lado se sentía más cómodo y más fuerte.

Parecía desolada al ver su mano entre las de Zoe.

Trató de incorporarse, pero tenía las costillas fracturadas y, dolorido, se derrumbó de nuevo en la almohada.

—Lo siento…

—No, no, soy yo la que lo siente —dijo Kate—. No sabía que estabais… yo…

—No es lo que… bueno…esto…

No logró expresarse. Se le trababa la lengua. Al mismo tiempo, los labios de Kate comenzaron a temblar.

—Perdón —se disculpó ella—. Estoy muy cansada. Creo que me…

—No, por favor, es solo que…

Jack retiró la mano de las de Zoe, pero Kate ya se había dado la vuelta para marcharse. La vieron alejarse.

—¡Joder! —gruñó Jack, levantando la cabeza para luego dejarla caer contra la almohada.

Las zapatillas de Kate rechinaban contra el suelo mientras recorría la sala. Las pesadas puertas batieron tras ella al fondo de la estancia.

—¿Quieres que vaya a buscarla? —se ofreció Zoe—. Tú eliges.

Contemplaron cómo las puertas batientes se detenían, con movimientos cada vez más lentos. Cuando por fin se quedaron quietas, Jack consideró bastante probable que aquella escena no había sucedido.

—¡Bah! —bufó tras un suspiro.

Alargó el brazo para volver a tocar las manos de Zoe, pero ella se las llevó al regazo. Lo cual era comprensible pero también un poco exagerado, pensó.

—Vale, soy una mala persona —dijo simplemente.

—No, no; está bien. Bueno, me refiero a que, es guapa.

—¿Lo es? Quiero decir…

—No me vaciles, ¿vale? Llevas tres días tonteando con ella.

—Bueno, ya sabes, yo soy así. Más simple que la bicicleta que monto.

—¿Se supone que lo dices para hacerme sentir mejor?

De repente, Jack se cansó de pedir disculpas. Tenía un dolor punzante en la pierna y las costillas, ahora que el efecto de la morfina volvía a disiparse.

—Me da igual cómo te sientas…

—Gracias por la información —masculló Zoe, parpadeando de rabia.

—No hay de qué.

Permanecieron en silencio largo rato, y luego, Zoe se sorbió la nariz y se reclinó en la silla.

—En todo caso, ya sé que ella es más tu tipo.

Jack sonrió.

—¿En serio? ¿Cuál es mi tipo, según tú?

Zoe se encogió de hombros.

—Bastante feliz, bastante normal, bastante guapa…

—¿En contraposición a…?

Zoe mostró una media sonrisa un tanto forzada.

—Yo soy fea por dentro. Te volvería loco.

—Oye, oye, que yo también he usado esa técnica: soy un mal chico. Te romperé el corazón. Es buena, da resultado.

—Piensas que estoy bromeando…

—Conmigo no podrías. Mírame. Soy indestructible.

Zoe sonrió y meneó la cabeza.

—No hay nadie indestructible.

—Ponme a prueba.

Jack estiró el brazo, la cogió de la mano y la atrajo hacia él. Al principio se resistió, pero luego le dejó que la acercara. Ahora no sonreía. Cuando sus labios ya casi se rozaban, repitió:

—No hay nadie indestructible, Jack.

Al mover los labios, rozó los de él. Lo que empezó como un aviso, se convirtió en su primer beso; mientras sus labios entraban en contacto, Jack pensó en Kate. No le gustaba aquello. No podía entender por qué apareció la imagen de su rostro, ni por qué le molestaba. No había pasado nada entre ellos durante los tres días del programa, y ese no era su estilo habitual. Tontearon, claro está, pero la chica supo guardar las distancias y, al reflexionar acerca de ello, supuso que lo hizo para que le resultara más fácil olvidar. Le fastidió estar pensando en ella ahora, en el preciso instante en que su cuerpo insistía en que no debería. Besar a Zoe estaba bien, pero le hacía pensar en Kate, lo cual resultaba inexplicable. Era como si te ponías el abrigo y calzabas los zapatos, dispuesto a salir, y al abrir la puerta de casa, en lugar de ver la calle, te encontrabas con tu propio recibidor ante las narices.

Zoe se quedó con él todo el día, y luego, toda la semana. Hubo besos y conversaciones entre susurros. Todo estaba bien, y poco a poco, la sensación de malestar fue desapareciendo y dejó de pensar en Kate cuando Zoe lo acariciaba. Se acostumbró a sus labios y le gustaba escucharla, dejándose llevar por la morfina hacia un estado de gracia, justo por encima del dolor y algo por debajo de la felicidad. La sala comenzaba a llenarse. Ahora que estaba más concurrida, las enfermeras empezaron a mostrarse estrictas con los horarios de visita. Zoe se tenía que ausentar entre las seis de la tarde y las nueve de la mañana, pero en el minuto exacto en que la dejaban entrar de nuevo, ahí estaba, empujando las puertas batientes. Se pasaba horas sentada junto a su cama. Deslizaba su mano bajo las sábanas para colocarla sobre su corazón. Jack recorría con la mano su brazo, su rodilla, su muslo. El segundo día, Zoe le cogió de repente la mano y se la llevó, muy rápido, bajo el elástico de su pantalón. La mantuvo allí por unos segundos, en tanto los demás pacientes miraban embobados Countdown, que atronaba en el televisor. Mientras el resto de la sala contemplaba cómo los concursantes intentaban combinar seis números para conseguir un resultado determinado al azar, Jack sintió el calor de su sexo. Era una yuxtaposición que le resultaba fácil de confundir con la sensación de estar enamorándose de un modo inesperado y placentero.

Siguieron arriesgándose. Le encantaba el hecho de que a Zoe le importara un bledo —realmente le daba igual— que los pillaran. Le encantaba cómo deslizaba la mano bajo las sábanas y le apretaba las pelotas al tiempo que le susurraba al oído: «Cuando salgamos de aquí, no te salva nadie». Tenía diecinueve años, estaba empapado de morfina y no veía qué daño podía haber en aquello. Para ellos era un juego: en medio del ajetreo de pacientes y visitas en la sala, Zoe se cubría las piernas con una manta como si tuviera frío, y él metía la mano por debajo mientras ella le leía las noticias de deportes del
Daily Mail
con la voz más serena que podía poner: «Siempre que los aficionados al fútbol se junten para repasar la belleza de este deporte, hablarán de esta noche en la que el Manchester United empezó encajando dos goles antes de recuperarse con paciencia y envolver a la Juventus con el sudario de Turín. Se recordará para siempre entre las remontadas más espectaculares de la historia del fútbol europeo». Las visitas que había en la sala solo habrían reparado en el ligero temblor de su voz al pronunciar «recuperarse con paciencia», y en el repentino rubor que encendió sus mejillas. Después, se reclinó lánguidamente en la silla y leyó el horóscopo con voz encandilada:

—Tauro. Conocerás a una extraña alta y misteriosa. Y sin comerlo ni beberlo, te jurará por Dios que se las arreglará para hacerte una mamada sin que nadie en esta sala se dé cuenta.

—No pone eso.

—Tienes razón, es el
Daily Mail
—contestó Zoe, ojeando de nuevo el periódico—. La frase que usan en realidad es un acto sexual lascivo.

—Nunca he conocido a nadie como tú…

—Por eso todavía eres feliz —comentó ella con indiferencia.

Al día siguiente echaban en la tele
Antiques roadshow
. Tenía mucho éxito en la sala, y todas las miradas estaban lejos de ellos. Sin hacer ruido, Zoe corrió la cortina casi alrededor de la cama y se coló bajo las mantas. Jack cerró los ojos y tuvo la certeza de que se estaba creando un vínculo entre ambos y de que —por algún extraño proceso cuyos mecanismos todavía tenían que asentarse en su mente, pero en el cual creía cada vez más, mientras en el televisor una anciana mostraba una acuarela de un artista local y Zoe lo llevaba a un punto sin retorno— ese vínculo lo conduciría a una felicidad compartida que ambos disfrutarían durante un período indefinido —toda una vida, por ejemplo—, en escenarios aún por determinar: un estudio alquilado, quizá, con bicicletas colgadas en la entrada, y luego un piso más grande, y más adelante, tal vez una casita con un cuarto para los niños. Más tarde, mientras la televisión pasaba a las noticias, adormecido del placer, así veía a Zoe: como un futuro que se condensaba con lentitud a partir de los gases incandescentes de la juventud, como una estrella sin prisa por nacer.

Empezó a sentir que la amaba.

Así se lo confesó el quinto día, y al momento supo que había cometido un error. Se lo dijo a la luz grisácea de una tediosa tarde en aquella sala que ya no era un escenario vacío en el cual brillaban ellos solos, sino que cada vez se llenaba más de necesitados y enfermos, que traían a sus visitas con su corpulencia, sus flatulencias y el crujido de sus bolsas de plástico llenas de caramelos y libros en edición de bolsillo.

—¿Perdona? —contestó Zoe, distraída.

Jack vio que sus ojos se posaban en él por un instante y luego recorrían las filas de pacientes.

—Quiero decir que hemos conectado de un modo sorprendente, ¿no te parece?

Esas palabras sonaron realmente estúpidas, incluso para él mismo.

—¿Conectado?

Las enfermeras repartían las bandejas de comida tibia preparada en enormes cocinas de acero inoxidable, no con desgana ni incompetencia, sino con una especie de indiferencia ante cualquier cualidad de bienestar o sustento que pudieran contener los alimentos. Una bandeja aterrizó en la mesa con ruedas que pasaba por encima de su cama. Olía a masala, neutralizado bajo una reluciente cúpula con su orificio para levantarla, en el que se podía insertar un dedo. Jack fue consciente de repente de la peligrosa mundanidad de todo aquello, de la rapidez con que se había diluido la singularidad de su relación. Aquella sala de hospital —el mundo— los había absorbido.

—No sé de qué estás hablando —dijo la chica—. Es como si tu boca hiciera bla, bla, bla…

Su desazón se desbordó, y repitió:

—Te amo, Zoe.

Ella guardó unos instantes de silencio.

—Oh…

—¿Qué ocurre?

Se pasó las manos por el cuero cabelludo y exhaló un largo suspiro.

—¡Guau!

El corazón de Jack retumbaba en sus oídos.

—Mira, la verdad es que esto está yendo un poco deprisa para mí. A ver, en primer lugar, solo vine aquí porque Kate iba detrás de ti, y ahora…

Él le agarró la mano.

—¿Y ahora… qué?

Zoe lo miró.

—Oh. Pensaba que lo habías pillado… Estaba claro que Kate iba a venir a verte, así que pensé que yo tendría que estar aquí cuando se presentara. ¿Qué pasa? No me mires así… Ella vino, y tú elegiste.

Jack dejó caer su mano e intentó incorporarse.

—Kate iba detrás de mí, por eso tú…

—Mira, va a ser mi mayor rival en la pista, eso seguro, así que pensé…

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