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Authors: Chris Cleave

Tags: #Relato

A por el oro (21 page)

BOOK: A por el oro
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—¿Qué haces? —le preguntó Jack.

Sophie torció el gesto, molesta porque la había desconcentrado.

—Estoy dirigiendo la Fuerza hacia ella.

—¿Para qué?

Sophie bajó los brazos y lo miró.

—¿Para qué va a ser? Para que se caiga…

Jack abrió la boca, pero no se le ocurrió qué decir. Sophie se giró y volvió a levantar los brazos. La dejó, besó su cabeza y se acercó a Tom en la zona técnica.

—Zoe parece en plena forma —comentó.

El entrenador alargó el brazo para estrecharle la mano.

—Perdona si no me levanto. Las malditas rodillas están peor que nunca.

—Ya, Kate me lo ha contado. ¿No te las vas a operar?

—Tío, me las voy a amputar. Me causan demasiados problemas. Me coseré los pies directamente al culo y cortaré lo de en medio.

—A los pingüinos les funciona…

—Sí, es algo que tenemos los del hemisferio sur.

Contemplaron cómo corría Zoe.

—¿Ya se lo has contado? —preguntó Jack en voz baja.

Tom meneó la cabeza y preguntó a su vez:

—¿Cuándo te lo han dicho?

—Esta mañana, antes de entrenar.

—Se lo comentaré a las chicas después, para dejar que al menos durante esta sesión sigan concentradas en el entrenamiento.

—Yo haría lo mismo en tu lugar.

Tom lo miró.

—¿Le has dicho algo a Kate?

—Eso te corresponde a ti, colega. Yo solo soy su marido.

Tom siguió mirándolo a los ojos.

—No has sabido cómo contárselo; ¿me equivoco?

—Algo así.

—Yo tampoco sé —reconoció su interlocutor bajando la mirada al suelo—. Es una verdadera vergüenza, toda esta historia.

—¿Sabes cómo van a hacerlo?

—Habrá una ronda formal de clasificación para la plaza —explicó el entrenador encogiéndose de hombros—. Dentro de tres meses, unas semanas antes de los Juegos. Veremos cuál de las dos es más rápida ese día.

—¿Por quién apostarías?

—No me preguntes eso.

—Insisto: ¿por cuál apostarías?

—Tres meses es mucho tiempo, ¿verdad? —respondió Tom con tono neutro.

Jack sintió que le daba un vuelco el corazón.

—Piensas que ganará Zoe.

No hubo contestación. Tom se dio la vuelta para contemplar a Zoe. Ahora trabajaba el medio
sprint
: corría lentamente en las rectas para luego acelerar y tomar las curvas a gran velocidad antes de volver a reducir la marcha. Lo hacía con un ritmo suelto y fluido, todavía calentando, sin apretar a fondo. Parecía tenerlo todo controlado.

La observaron en silencio recorrer un par de vueltas.

—Y tú, por tu parte, ¿estás seguro de conseguir tu plaza? —dijo Tom al fin.

—Segurísimo.

El entrenador asintió, con los ojos todavía fijos en Zoe.

—Hace un momento he estado hablando con Dave. Según me ha dicho, estás «discretamente seguro».

—Eso de discretamente… Le dije que podría presentarme en las series de clasificación con una BMX y un paracaídas de frenado, y aun así, les sacaría una vuelta a los demás.

—Siempre has sido un chulito sobrado.

—Antes era peor.

Tom se volvió para mirarlo.

—Ya me acuerdo. Lo que nunca he comprendido es por qué corres. No encajas en el molde. Kate corre porque quiere saber que da lo mejor de sí misma y desea que tú y Sophie estéis orgullosos de ella. En cuanto a Zoe, es como si la persiguieran. Quiero decir que está más asustada de perder que alegre por ganar. Pero en tu caso, tú es como si solo corrieras a este nivel porque puedes hacerlo.

Jack sonrió.

—Solo corro a este nivel porque me echaron de Escocia.

El otro se rio.

—¿Qué pasa, nunca te he contado la historia?

Tom negó en silencio.

—Empecé a correr en bici cuando tenía unos diez años —le explicó Jack—. Me dedicaba a participar en carreras callejeras allá en Leith, y todos los días nos pegábamos unos tortazos impresionantes.
Pa
se aburrió de llevarme a urgencias, así que me apuntó a un programa de la Federación Escocesa de Ciclismo. Pensó que estaría más seguro si corría en velódromos.
Pa
fumaba como un carretero, fíjate, puedo imaginármelo sentado en la oficina del entrenador, apestando a cáncer y contándole que éramos una familia muy sana… Sea como fuere, me dieron una buena bici y gané a todos los junior de Escocia. Persecución, velocidad, cualquier modalidad individual, no importaba. Era físicamente incapaz de perder. Al cumplir los dieciséis, los entrenadores me obligaban a comer cosas para mí desconocidas hasta entonces. Ya sabes, verdura y frutas. Alimentarme bien era como si hiciera trampas, eso le dijo el entrenador a Pa. Los ciclistas empezaron a dejar de competir contra mí en esa época, y se cancelaron no pocas carreras en las Tierras Altas y en las Bajas. Ahí fue cuando todos los entrenadores de Escocia se reunieron para tener una charla, y dijeron: «Por el bien de nuestras carreras, tenemos que enviar a este chaval fuera de Escocia».

—¿Por eso te convocó la Federación Británica de Ciclismo?

—Ni siquiera quería ir. Me pasaba casi todo el día en la ciudad, ligando, y una noche, al volver a casa, me estaba esperando esa carta. Me habían seleccionado para el Programa de Formación de Ciclistas de Élite en el velódromo de Manchester, y me rogaban que llevara una toalla, un neceser y la ropa de competición apropiada para un día entero de carreras. Supongo que tú mismo escribirías aquello, ¿no? A la hora de desayunar tenía resaca y
Pa
me preguntó: «¿Qué decía esa carta?», y yo voy y le cuento: «Es de los ingleses, padre. Me ruegan que acepte ser su legítimo rey». Y
Pa
dijo: «Venga, en serio». Y yo le conté lo que decía la carta y que no pensaba ir a Manchester. A ver, nunca se me había pasado por la cabeza dejar Escocia, del mismo modo que nunca se me había ocurrido dejar de respirar.

—¿Y qué te convenció?

Jack sonrió.

—Lo que hizo
Pa
fue coger el teléfono. Un par de semanas más tarde, el día antes de que empezara el programa, un colega suyo llamó a la puerta. Resulta que ese tipo había sido el campeón de los pesos superwelter de Escocia y las Islas Exteriores. Ya sabes a qué tipo de tío me refiero, con tatuajes en el tórax y los brazos que representaban imaginativos actos de violencia. Jim, se llamaba Jim. Abrí la puerta y el fulano me sonrió con sus dos filas de dientes de oro.
Pa
dijo: «Jim ha venido para meterte en el tren de Manchester». Intenté salir corriendo, pero el tío me echó el guante. «Te lo pasarás bien en Inglaterra», me dijo, y yo respondí: «¡No quiero, joder!». Así que Jim me tiró del pelo y me levantó hasta que tuve los pies por encima del suelo, y me estampó la cabeza contra la pared. «Te gustará Inglaterra —dijo—. El clima es suave, la gente tiene una educación exquisita, y será un placer para ellos enseñártela.» En ese momento estaba jadeando en busca de aire, así que solo dije: «Sí, sí, seguro que me encanta, fliparé». Y
Pa
dijo entonces algo que siempre recordaré. Dijo: «Es por tu bien, Jack. No quiero verte acabar como yo». Le respondí: «Pero me gustas, Pa». Y él finalizó: «Bueno, te gustaré más cuando ganes un oro».

—¿Y fue así?

Jack suspiró, mientras veía a Zoe hacer sus lentos giros por la pista.

—Nunca le dije cuánto significó para mí, y claro, murió un año después de Atenas. Murió dejándose los pulmones en una máscara de oxígeno. De no ser por lo que hizo, yo habría acabado igual.

—Tío, parece que tu padre no era un mal tipo.

Jack contempló a Zoe, que en aquel momento se lanzaba a otra vuelta rápida.

—Cada uno hace lo que puede, ¿no? —dijo como remate.

Kate salió a la pista con un mono azul, recogiéndose el pelo. Corrió hacia Tom y lo besó en ambas mejillas.

—Lo siento —se excusó.

Tom dio unos golpecitos en su reloj.

—Nueve minutos tarde, bonita.

—Lo siento. Había mucho tráfico y…

—Ha sido por mi culpa —intervino Jack—. Llegué tarde para quedarme con Sophie y…

Tom le mandó callar con un dedo y le indicó con los ojos que retrocediera fuera del área técnica. Ahora comenzaba la sesión de entrenamiento, la dinámica había cambiado.

—Hemos preparado tu bici —le dijo el entrenador a Kate—, por si se te ocurría presentarte.

Señaló hacia una pesada bicicleta de reparto negra, con una enorme cesta de mimbre en el manillar, apoyada en su pata de cabra junto a las bicis estáticas en el centro del velódromo.

Kate refunfuñó y dijo:

—No vas a obligarme a hacerlo, ¿verdad?

—Considérate afortunada. Si llegas tarde una vez más, tendrás que competir con esa bici.

Kate hundió los hombros en un gesto teatral y se acercó a coger la bicicleta. Era una costumbre arraigada entre ellos: por cada minuto de retraso, se daba como castigo una vuelta de calentamiento en la bicicleta de reparto. Mientras Kate arrastraba la pesada máquina hacia la pista, Zoe, que seguía rodando, soltó las manos del manillar y comenzó a dar lentas palmadas cuyo eco resonó en el velódromo vacío. Kate guiñó un ojo a Sophie.

—¿Quieres dar una vuelta? —le preguntó.

La niña abrió unos ojos como platos.

—¿Puedo?

Kate acercó la bicicleta allí donde estaba sentada Sophie, y la sujetó mientras Jack aupaba con cuidado a la pequeña y la metía en la cesta del manillar.

—¿Estás bien, grandullona?

Sophie asintió y se agarró al borde de la cesta, no muy convencida.

—No pasa nada.

Jack sujetó la bici mientras Kate se montaba y la empujó por el velódromo. La mantuvo recta y con cuidado, siguiendo la línea negra al fondo de la pista, y una tímida sonrisa asomó en el rostro de la niña. Zoe se unió al juego y bajó hacia ellas, adelantándolas y luego dejándose adelantar. Daba bandazos y las seguía a rueda, mientras Sophie chillaba de alegría y pedía a su madre que corriera más.

Luna del bosque de Endor, Territorios del Borde Exterior, Sector Moddell, a 43.300 años luz del núcleo galáctico, coordenadas H-16

Sophie accionó el acelerador del motor de eyección y la moto deslizadora salió disparada como un rayo entre los árboles. Era una sensación agradable sentir cómo el aire le azotaba el rostro mientras la velocidad iba en aumento. Detrás de su máquina, un soldado explorador imperial las perseguía. Sophie agarró con fuerza el manillar y llevó a cabo varias maniobras de distracción para despistarlo, pero el explorador imperial era bueno. Hiciera ella lo que hiciese, la moto de su perseguidor copiaba todos sus giros. Parecía saber lo que iba a hacer casi antes de que ella misma lo pensara. Sophie empezó a sentir miedo, además de emoción. Aquel no era un soldado imperial cualquiera. Igual se trataba del mismísimo Vader.

—¡Más rápido! —gritó, notando cómo aceleraba la moto deslizadora.

Abajo, en el bosque, el droide C-3PO, aquel ansioso saco de tornillos, los observaba preocupado. «¿Estás segura de que sabes pilotar eso?», parecía expresar su estúpida cara mecánica.

—Relájate —dijo la voz de Han Solo entre el aire silbante—. Se supone que una persecución no es algo seguro.

Junto a la pista, Centro Nacional de Ciclismo, Stuart Street, Manchester

Jack se angustió mientras observaba a las tres corriendo por la pista, y se sintió aliviado cuando Zoe dirigió la mirada hacia él. A su vez, la miró con ojos suplicantes. Ella lo contempló por un instante, inescrutable tras el cristal de su visor, y tuvo un escalofrío.

Se tranquilizó cuando Zoe abandonó su persecución de broma y se situó a la altura de Kate y Sophie. Empezó a pedalear a su ritmo y a explicar la carrera al estilo de los comentaristas de la tele:

—¡Y Sophie Argall toma la delantera al entrar en la recta! Esta es la mejor actuación de una niña de ocho años que se ha visto en la historia de los Juegos Olímpicos. ¡Está machacando a su oponente! Fíjense en la determinación de su rostro mientras acelera en la curva final, y ahí la tenemos, en la recta de meta… ¿Lo conseguirá? Decían que era imposible, pero, ¡oh, Dios mío! Lo ha hecho. ¡La niña maravilla de Manchester acaba de ganar la medalla de oro!

Mientras cruzaban la línea de meta, Sophie alzó los brazos en un gesto de victoria. Jack se fijó en la sonrisa de Zoe por debajo del visor de su casco cuando se separó de ellas para seguir con su calentamiento. Era raro ver a Zoe conectar así con Sophie. Era raro verla conectar con alguien.

Sacó con sumo cuidado a su hija de la cesta y la sentó a su lado, junto a la pista. La pequeña estaba exhausta de la emoción. Jack volvió a envolverla en la manta y la acurrucó en su regazo.

Observó el entrenamiento de Kate y Zoe. Kate dio unas vueltas rápidas ya con su bicicleta de competición, y luego Tom indicó a las dos que hicieran intervalos de fuerza: diez segundos a tope, seguidos de un minuto lento para recobrar el ritmo cardíaco. Jack tenía abrazada a Sophie mientras miraban. Cada vez que las dos ciclistas pasaban como un rayo junto a ellos, la niña susurraba:

—Vamos, mami, ¡eres mucho más rápida!

Observando a las dos mujeres, Jack no estaba tan seguro de aquello. Nunca le resultó fácil elegir entre una y otra.

En el hospital, tras la caída, Zoe tuvo su mano entre las suyas todo el rato. Cuando Jack despertó de la anestesia, vio que ella lo miraba con una expresión más de sarcasmo que de simpatía.

—Te has tomado tu tiempo, ¿eh?

—¿Para…?

—Para recuperar la conciencia. Me he aburrido la tira…

Jack miró a su alrededor. Por las camas con sábanas verdes y las cortinas separadoras, parecía que estaban en la sala de un hospital, o en el dormitorio común de alguna especie de hotel barato de esos que nunca han tenido mucho éxito. La chica le dijo que sentía lo de la caída.

—¿Qué caída?

La conmoción lo había devuelto a un par de días atrás. Aun así, medio reconocía a Zoe. Recordaba su nombre, incluso, pero no de qué la conocía. Le sonrió, sin saber muy bien por qué. Le pareció lo más seguro. Recordaba haber discutido con ella una vez, hacía poco tiempo, o quizá mucho. Igual había bebido más de la cuenta. Igual todavía estaba borracho. Puede que ese fuera el problema. Se preguntó por qué la muchacha le cogía la mano.

—Perdona, pero ¿estamos… saliendo o algo así?

Ella sonrió y lo negó con un movimiento de la cabeza.

—Entonces, ¿te gustaría salir conmigo? Eres muy atractiva.

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